El oscuro Sello
—Tienes que... —dijo Amina—. Yo no soy útil aquí, y ella te necesita, así como tú a ella. —Volvió a ver a Eugenia—. Quizá mi estrategia no funcione, pero debo hacerlo, hasta que Natalia se vaya o muera —confesó, mirando a la Imperatrix, cuya energía no cesaba de golpear el campo—. ¡Je! ¡Maldita loca! Cree que podrá deshacer este campo. —Sonrió, volviendo a Eugenia—. Mira. —Se subió la manga de la blusa, apareciendo el hermoso Sello plateado de Lumen. Tanto Eugenia como Aidan se sorprendieron. El Primogénito de Ardere quiso decir algo, pero las palabras no salían—. Es el regalo de Pietro a Matilda, su hija..., y ahora me protege. No puedo viajar en el tiempo pero puedo detener el tiempo dentro de esta burbuja. —Miró el domo que les cubría—. No van a quedarse estáticos. —Sonrió—. Sin embargo, podré evitar que la muerte venga, lo más que pueda. —Soltó a Eugenia y puso su mano en la de Aidan, que aún no la soltaba. En sus verdes ojos había súplica, no quería dejarla ir—. Debes confiar en mí, y si no puedes, recuerda que ya he sido sentenciada a muerte, aunque no me dejaré matar. La vida de tu Eugenia depende de la mía. —El Sello de Lumen comenzó a imprimirse en el campo de Mane.
—No me pidas que te dejé ir.
Amina sonrió. Duplicándose. Su doble tomó la espada de su verdadero Yo y la enterró en el suelo, activando el Sello de Lumen, por lo que el tiempo se detuvo dentro del campo, mas la Neutrinidad les permitía hacer, doblegando las leyes de la Física.
—Ignis Fatuus ha decidido enfrentarla y tú no perteneces a mi Clan. —dijo mirando a Aidan, para luego levantarse.
Aidan palideció, sintiendo que le acababan de arrebatar la vida de un golpe. Aquellas habían sido las palabras que Eugenia le había dirigido a la joven cuando les suplicó que se retiraran.
—Amina —murmuró, pero la joven Ignis no lo escuchó.
—Si de verdad quieres ayudarme, necesito tu espada.
—¿La espada? —balbució.
—Sí. Esta Imperatrix fue una Ardere, y un golpe del Donum del Primogénito la debilitará enormemente.
—Amina... —Arrastró las palabras—. No sé cómo... Verás, la espada solo puede mantenerse en manos de un Ardere. Ningún otro puede tenerla en sus manos más de dos segundos.
—No te preocupes, Aodh. Ahora soy diferente. —Sus palabras no tranquilizaron los compungidos ojos de Aidan, a pesar de que su corazón se estremeció al escuchar el apelativo con que solía llamarlo cuando eran pareja.
—Darte mi espada es mandarte a la muerte.
—Mane no lo permitirá. Además, no es la primera vez que hago esto. Absorbí una vez tu Sello, y ahora tengo tantos que parezco un mapa viejo.
No iba a discutir más. Sin espada o con ella, Amina había decidido enfrentarse a Natalia y él lo sabía, así como tenía muy claro que si no le entregaba la espada por las buenas, lo haría por las malas.
Teodoro se había levantado del piso, caminando con la mano en el costado hacia su líder.
—Necesitamos darnos prisa —le pidió Amina—. Lo que el poder de la Imperatrix no puede hacer con el campo, el Umbra Mortis lo hará.
Aidan la soltó, tendiendo su mano, en ella apareció la estilizada espada de obsidiana de Ardere, con su Sello grabado en la empuñadura.
—Si la sueltas desaparecerá.
—Lo sé. —Le sonrió, mirando a Eugenia—. Te prometo que volveré. —Se levantó. Echando a correr salió del campo de protección.
«Déjame verla», le pidió Eugenia.
«¿Te sientes mejor?», le respondió Aidan, algo incómodo por el Donum Maiorum.
«El dolor se ha detenido y la sangre no amenaza con ahogarme». Miró al chico, su rostro compungido le delataba. «¿Tan preocupado estás? Puedes ser sincero conmigo».
«¡Eugenia!» le pidió.
«Sé que la amas y lamento mucho tener que ponerlos en esta situación».
«Nadie puede detenerla».
«¿Sabes por qué lo está haciendo?»
«Ella siempre gusta de sacrificarse por lo demás. Te aprecia demasiado como para dejarte sufrir».
«A veces los hombres son tan tontos». Aidan la miró. «Lo hace porque te quiere ver feliz, y teme que te deprimas a muerte si llego a fallecer».
«¡Eugenia!», suplicó. «Si vamos a hablar, no hablemos de muerte».
«¡Escúchame, Aidan! Debes sincerarte con tu corazón y decirle que sí, que sufrirás mucho por mí, pero que morirás si algo le pasa».
«No saldré, no te dejaré sola».
«¡Tonto!». Suspiró. «Solo espero que no te arrepientas».
Amina caminó con la espada de Ardere desenfundada.
Natalia detuvo su ataque, sonriendo, mientras Teodoro se paraba a su lado.
—Pensé que te quedarías escondida.
—¡Je! ¿Por qué todo el mundo piensa que soy el tipo de persona que se acobarda?
—¿Será porque tienes guardianes? —respondió Teodoro.
—Puedes hacerte la fuerte, Maia, pero el Harusdragum sabe que tu Donum está debilitado. —Amina la miró con curiosidad—. Esa espada que llevas no durará mucho tiempo en tu mano, porque el Phoenix no puede sostenerla. Eres una Primogénita con Sellos secundarios. Tu Sello principal no te protege.
—Por comentarios como ése es que deseo permanecer ciega. —Natalia la miró con curiosidad—. ¿Debilitada? No me hagas reír. Estás en tu derecho de pensar lo que quieras, y yo en demostrarte lo contrario.
Pusó su mano sobre la hoja de la espada, justo donde se encontraba el Sello de Ardere.
—Ardere, el Sello de la espada. —La desplazó hacia abajo—. Lumen, Mane... —Los Sellos fueron apareciendo, aprehendiéndose en la espada. Amina subió su mirada, con una sonrisa malévola en su rostro—. Astrum e Ignis Fatuus —pronunció para luego elevarla.
Los cuatro Sellos traspasaron la espada quedando grabados en ambas caras.
Aidan e Eugenia se vieron rápidamente, ¿cómo era posible que ella hiciera suya una espada forjada con el Donum de otro Clan?
—Espero que te basten mis cuatro Sellos. Desgraciadamente, no puedo volar —ironizó, lanzándose a ella en una carrera.
Natalia tuvo que sacar su espada carmín, mostrando la imagen del Harusdragum. Teodoro la imitó. Amina los enfrentó con una agilidad y gallardía asombrosa.
«¿Cómo puede dar esos giros en el aire sin perder el equilibrio, ni la concentración?», le preguntó Eugenia a Aidan.
«No lo sé... Ella es simplemente asombrosa».
«¿Ahora sí confías en su palabra?», le preguntó la chica.
«Nunca he dejado de hacerlo, pero a veces solo gusto de llevarle la contraria, para luego sufrir como un idiota».
Estaba resultando sencillo contrarrestar los golpes de las espadas de sus enemigos, sin embargo, Amina tenía muy claro que su Donum no se mantendría por mucho tiempo. Había empleado energía en crear el campo, detener el tiempo dentro de este, duplicarse, pasar el poder de sus Munera a la espada Ardere y debía conservar energías para intentar mantener a Eugenia con vida hasta que fuera atendida.
Aquella batalla era de dos contra una, y por más que Teodoro se encontrara herido, cualquier descuido podía costarle su vida y la del Oráculo de Ardere.
Iba ganando, pero un giro irreversible, la trajo de nuevo a Tierra: el Sello de Ignis Fatuus comenzaba a desaparecer en la hoja.
«¡Ignacio!», gritó. «¡Te necesito!», suplicó aún más fuerte.
Su voz fue ahogada por el choque de las espadas. El abrigo le molestaba, su frente estaba sudorosa, tenía mucho calor. Con la palma de su mano alejó a Teodoro, arremetiendo contra la Imperatrix, un golpe de la espada de esta le arrebató algunos mechones que se habían zafado de su trenza.
«Se está agotando». Se irguió Aidan. —Lo siento, Eugenia —dijo en voz alta—, pero debo ir con ella.
La joven asintió. Aidan se levantó en el momento en que un ejército de non desiderabilias aparecía. Natalia no llevaría a cabo una batalla justa, quería asesinar a Amina y no se detendría.
Mas Aidan no llegó a soltar por completo a Eugenia. Balas de fuego cruzaron el cielo, impactando contra el ejército enemigo, y las centellas de la alabarda de Dominick también se hicieron sentir.
—¡Maldita! —Natalia se enfadó.
—¿Pensaste que no vendría refuerzo? —Sonrió Amina.
Eun In y Dominick corrieron a enfrentarse contra los non desiderabilias, mientras Ignacio hacía frente a Teodoro.
La energía de Amina se renovó. El Phoenix volvió a completarse, creando armonía entre los Sellos. La espada no dejó de chocar con fuerza en contra de la de Natalia. La joven retrocedía ante en poder de la Primogénita. Ambas tenían muy claro que una de las dos saldría herida.
Natalia vio el momento oportuno para atacar, blandiendo su espada en contra del cuerpo de Amina. La chica se impulsó, con un mortal atrás, pasó por encima de la espada de la Imperatrix. Cuando sus pies tocaron el suelo, tajando el aire logró rozar con la punta la mejilla de su rival.
El grito de Natalia retumbó en toda la sierra. De su mejilla brotaron cinco hilos de sangre espesa, sus ojos se inyectaron de rabia y odio. Se llevó la mano a la herida.
—¡Me has marcado, maldita!
Amina no dijo nada, solo sonrió. Dio un paso para acabar con el trabajo pero Natalia, Teodoro y los otros desaparecieron.
—¡Amina! —la llamó Ignacio corriendo hacia ella.
La joven soltó la espada, la cual desapareció en el aire, para recibir a su primo. Su corazón palpitaba con vehemencia.
—Pensé que no vendrías —reconoció con temor.
—Ni siquiera dudé en presionar a Dominick. Mi lugar es a tu lado.
—¡Amina! —gritó Gonzalo, el cual venía con Itzel e Ibrahim. Los abrazó—. Siento llegar tarde. ¿Están bien?
Ambos afirmaron.
Itzel iba a reunirse con Dominick, cuando el Sellos plateado de su Clan, expuesto en el campo de protección, llamó su atención y el de todos.
—¡Eugenia! —gritó Dominick al darse cuenta de que la joven reposaba en los brazos de Aidan.
Itzel corrió hacia el campo, pero este la repeló. El impacto fue tan fuerte, que terminó por chocar contra Dominick, cayendo ambos al suelo.
—Lo siento —se disculpó Amina—. El campo no les dejará entrar hasta que yo no lo levante.
—¿Mi Sello? —murmuró Itzel—. ¡Ese es mi Sello! —Lo señaló. Ibrahim detalló los hermosos Sellos morados impresos sobre el campo azul de Mane—. ¿Qué hace allí mi Sello?
Ignacio, Gonzalo y Amina se dieron un rápido vistazo. Había jurado ocultar lo de los Sellos, mas era un secreto que no permanecería siempre en la oscuridad, y ellos lo sabían.
—Itzel... —La llamó Amina. La chica le miró asustada—. ¿Podríamos hablar después de que me encargue de Eugenia? —pidió. Tenía que actuar rápido, pues al igual que los Sellos de la espada de Aidan, los del campo comenzaban a desvanecerse. Si sus Munera estuvieran a plenitud, aquello no pasaría.
La Primogénita de Lumen asintió, por lo que Amina entró en el campo. Aidan le sonrió. Seguía sujetando una de las manos de Eugenia.
«Volviste...».
—¿Cuándo te he dejado mal? —Él asintió, mirando a Eugenia. La joven notó los rasgos luminosos de felicidad en los ojos del chico.
—Te debo mi palabra, Oráculo de Ardere —dijo tomando la mano de Eugenia que quedaba libre. Se acercó a ella, haciendo que su mano refulgiera entre las de ella.
Dominick dio un paso adelante, no podía creer lo que estaba viendo.
—¿Qué es eso? —preguntó—. ¿Qué le hizo? —repitió buscando respuesta en los otros.
Aidan la miró anonadado, mas la Primogénita de Ignis Fatuus no dijo nada, solo se levantó, mientras Eugenia se dormía.
Palideciendo, Aidan llevó su mano al cuello de Eugenia. Tenía pulso. Amina le sonrió. Detrás de ella, el campo comenzó a desaparecer.
Ignacio observó a su prima, aferrado a la daga que tenía en el cinturón. Amina caminó hacia la trocha por donde había llegado, pero fue incapaz de avanzar más. Su cuerpo se desplomó, convulsionando en el suelo. Ignacio le gritó a Gonzalo, corriendo hacía ella.
Se lanzó sobre la chica, mientras su hermano le sostenía la cabeza manteniendo su quijada abierta.
—¡Rápido Ignacio, rápido!
Ignacio introdujo la empuñadura de su daga en la boca de su prima, sujetando su lengua, mientras el filo de la hoja desgarraba su mano.
—¡Gonzalo! —gritó Ibrahim, acercándose a ellos.
—¡No! —le gritó—. Mantente lejos. ¡Es peligroso que se acerquen! Los puede atacar —confesó.
Ignacio miró a su hermano. Este echó un fugaz vistazo a la extremidad superior derecha de su prima, asintiendo.
El brillo del oscuro Sello estaba disminuyendo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top