El Oráculo encarnado

—¿Qué fue todo eso? —preguntó Eugenia a Aidan, el cual cargaba los bolsos de Maia e Ignacio.

—Viste un poco de acción. Míralo como nuestro bienvenida a la Hermandad —Le sonrió—. ¡Ahora eres oficialmente una de nosotros!

—¿Cómo puedes tomártelo a broma? —Eugenia le replicó.

—O lo tomas tipo relax o terminas con histeria.

—¿Piensas llevárselo? —Eugenia sintió curiosidad por saber qué haría Aidan con el bolso.

—Es lo menos que puedo hacer por ellos.

—¿Por qué no permitieron que se les ayudaras? ¿Acaso es una forma de mostrar su poderío?

—No necesitan mostrar tal cosa, pues ya lo sabemos. Sus razones tendrían para actuar cómo lo hicieron.

Eugenia no respondió, preocupada se aferró a las asas de su morral. Aidan la miró, atrayéndola hacia él con una dulce sonrisa.

—¡Vamos! No hay de qué preocuparse. Los Ignis Fatuus son pana, ya lo verás.

—Creo que me será imposible verlos como personas honestas muy a pesar de que Maia me cae bien y todo lo eso.

—No voy a presionarte al respecto, los hechos harán que cambies de opinión.

—¿Tanto los admira?

—No es para menos.

—Te gusta, ¿verdad?

Aidan bajó el rostro, no podía negar un sentimiento que era obvio para todos.

—Te vi llorando por ella cuando fue atacada en el gimnasio. Pensé que era por consideración, pero cuando la vi pelear de la forma en que lo hizo me di cuenta de que, si ya conocías esa faceta de ella, era imposible que tus lágrimas se debieran a debilidad o consideración.

—Eugenia es un asunto del que no me gusta hablar.

Eugenia bajó su rostro, para luego enfocarse en el camino. Ningún tema de conversación venía a su mente, era realmente incómodo ir a su lado y no poder decir nada. ¿Dónde había quedado el lazo que los había unido? Entre ellos nunca había faltado la camaradería y el bochinche, no había discusión que les molestara, ni asunto que no pudieran tratar con toda la sinceridad del mundo.

Definitivamente, Aidan había cambiado, ya no era el niño tierno que corría a compartir sus golosinas, ni él que insistía para aprender a montar la tabla, ni el chico enamorado que la seguía en la escuela, que deseaba tocar guitarra para componerle canciones. Este Aidan era muy diferente al que había dejado en Costa Azul cuatro años atrás.

—¿Aún vas al tobogán natural?

—No. Desde que te fuiste dejé de ir. —La miró con expresión de conformismo.

—Pensé que habías vuelto —Aidan la miró con curiosidad—. Bueno —rectificó—, con Celeste y Dafne.

—Sabes que Celeste es algo tímida. Todavía no me explicó cómo se hizo tan buena amiga de mi hermana.

—Sí —Sonrió—. Mi prima es un cielo.

El silencio volvió a reinar entre ellos. Eugenia bajó el rostro, ¡se le estaba complicando tanto!

—¿No te gustaría volver?

—¿Eh? —le preguntó Aidan.

Al parecer el chico se había desligado de la conversación en cuanto ella calló.

—Al tobogán, ¿te gustaría volver?

—¡Je! La verdad es que no tengo muchas ganas de ir, pero si quieres puedo acompañarte con Dafne, luego de que entreguemos los bolsos.

Dominick entró en la residencia de su Clan. El recibidor estaba lleno de jóvenes vestidos de negro, los cuales revisaban sus armas. Detrás de ellos apareció Samuel ataviado con unas botas de cuero negro y su largo suéter negro. El Primogénito sonrió.

—¿Piensas ir a la Sierra Nevada o qué?

—¡Ja! ¡Muy gracioso! Pero quién sabe, a lo mejor hemos conseguido una forma de transportarnos.

—Bien, siempre y cuando no caigan en el Auyantepui y los atraviesa un rayo.

—Lo del rayo nos puede pasar en cualquier práctica contigo. Tu puntería no es muy certera, Primogénito.

—¡Emm!

Dominick colocó su mano en el hombre de su Prima.

—¿Quieres acompañarnos?

—No. Ya tuve mucha acción por hoy.

—¿Fueron atacados?

—No, directamente. Me tocó presenciar cómo la Primogénita de Ignis Fatuus le daba una lección de cortesía al Umbra Mortis.

—¿Se atrevió a aparecer frente ustedes? —le interrogó preocupado—. ¿Lograron matarle? ¿Alguien resultó herido?

—Sí. No. No —titubeó—. Sí se apareció. Maia no lo mató. Y el único que salió lastimado fue él.

—¿No le mató? —preguntó escandalizado.

—No, y tampoco sé por qué no lo hizo. A veces me cuestiono si fue o no correcto hacer el Absolute Officium con ella. No parece necesitar de mi ayuda.

—La Primogénita de Ignis Fatuus no es un ser ordinario, ni siquiera dentro del grupo de los Primogénitos —le aclaró—. Quizás tú, con tu Donum no puedas hacer nada por ella, pero nosotros como Prima sí podemos. De todas maneras, si tus intención es demostrarle que puede contar con tus habilidades, sigue practicando, llegará el día en que harás uso de tu fuerza, y sea cual sea la deuda que tengas con ella, la darás por saldada.

Samuel enganchó la vaina en su cinturón y salió con la tropa de Aurum. La mayoría no tenía ni un mes en casa, por lo que tenían que nivelarlos con el resto.

El estómago de Dominick sonó. Nunca había sentido tanta hambre como ese día, por lo que se dirigió a la cocina. Zulimar estaba sirviéndose comida. Dominick se fijó en su atuendo, era el que solía usar para presentarse ante la Coetum.

-¿Irás al Auditorium?

—Vengo de allá.

—¿Alguna novedad?

Zulimar se sirvió la salsa de mariscos, para mirarle pícaramente.

—Últimamente, todo se está moviendo muy rápido.

—¿Qué quieres decir?

—Los Harusdras se están tomando en serio los ataques, y al parecer Arrieta también.

—¿Qué? ¿Acaso pidió que enfrentemos a los non desiderabilias?

—Ese viejo es incapaz de proyectar tanta nobleza. He pensado seriamente que lo único que le preocupa es su Primogénita.

—¡Porque la quiere quitar del camino! —exclamó con mofa.

—Me está intrigando esa relación. ¿Cuál será el motivo que mueve a ese viejo?

—¿No existe un código de honor entre los miembros del Prima o algo?

—¡Ne! Y aún existiendo, no me pidas respeto para un desgraciado que me hace estar de madrugada en el Auditorium perdiendo ocho horas de mi vida en la misma discusión de siempre.

—¿Qué era lo que quería?

—Investigar lo qué pasó en el gimnasio del colegio. Unos fulanos dones —Giró el tenedor en el espagueti—. ¡Ni le pare! La verdad es que ya me tiene fastidiada. Al final cuatro Clanes no estuvieron de acuerdo con citar a Amina.

—¿Y cuál fue el otro Clan que los apoyó?

Astrum. Los bichos como que andan medio locos, pero a esos los entiendo. Soledad quiere darle a su Clan el estatus que jamás han tenido: ser los mejores. Lo que no entiende es que, mientras esté aliada con Arrieta siempre estará por debajo de él.

—¡Umm! —asintió Dominick degustando la salsa de mariscos.

—Por cierto, hemos contratado a una persona de otro Clan para que te entrene.

—¿No somos acaso los mejores en técnicas de guerra?

—Sí, es cierto, pero esto no tiene nada que ver con técnicas de ataque. No sé si has escuchado alguna vez hablar del Donum Maiorum.

—Son tantos dones que, de pana, dan dolor de cabeza.

—Más te vale que domines ese, puede ser de gran ayuda para la Fraternitatem.

—¿De qué trata ese?

—Es un don que hace único a nuestro Clan. Pensamos que si Ardere pudo compartir el suyo con ustedes, e incluso con todo el Populo, tú podrías tener contacto con el nuestro y hacer lo mismo.

—¿Hablas del Don de Neutrinidad?

—Sí, ese mismo. La Neutrinidad que se manifestó en cada uno de ustedes, antes que los dones exclusivos del Solem.

—¿Cuál es nuestro Donum Maiorum? —Zulimar le miró preocupada—. Lo preguntó por si acaso ya se ha manifestado y no me he dado cuenta.

—Teletransportación.

—¿Tipo Goku y tal?

—No. No te pegas los dedos a la frente y desapareces.

—Abro una puerta , ¿entonces?

—Tampoco. Creas un vórtice con tu deseo.

—¿Tipo el de Maia o tirando a agujero negro?

—¡Payaso! —le reclamó—. Solo tú desapareces en forma de vórtice —Una expresión de locura pasó por el rostro de Dominick—. ¡Esto es serio! No sé mucho de él, solo lo que está registrado en los libros, pero sé que si pones empeño, lo lograrás.

—¿Quién vendrá a entrenarme? ¿Aidan?

—No, el Oráculo de Ardere.

—¿Qué es esto? ¿Historia griega o qué? —se burló.

—El Oráculo de Ardere es una persona. En una oportunidad fue Evengeline.

—¿Y quién es? Porque si se trata de la hermana de Aidan, ¡paso!

—No, no es Dafne Aigner. Se trata de Eugenia Santos.

Rápidamente,se tragó el agua, ahogándose.

—¿Eugenia?

Ibrahim se lanzó de espaldas sobre el colchón. Abrió sus brazos, observando el techo. Hizo un intento por estirarse solo para tomar el control del aire acondicionado, sentía que el bochorno lo estaba matando. 

Cerró sus ojos, se encontraba cansado, pero hasta dormir le incomodaba. Pensó que quizá si se quedaba allí, acostado en la nada, el sueño terminaría por apoderarse de él.

No sabía qué era lo que le había pasado esa mañana. No estaba interesado en involucrarse con Teodoro, no lo conocía, ni tenía la más remota idea de cuál era su relación con Gonzalo. Lo menos que deseaba en ese momento era quedar atrapado en un triángulo amoroso, en donde él fuese el utilizado.

Una almohada cayó en su cara; algo molesto, abrió sus ojos. Jan estaba frente a él, sonriendo.

—Creo que este es uno de esos momentos en que deseo que desaparezcas.

—Lo haría, pero tu mamá anda algo intensa con tu fiesta de cumpleaños.Serás mayor de edad.

—¡Gracias por recordarme que soy el más viejo del grupo! 

—Ya estás algo viejo.

—Sigo siendo mantenido por mis padres —le aseguró, sin levantarse.

—¡Igual! La tía dice que te hará una fiesta de disfraces, pero para no ridiculizar a nadie, les exigirá que traigan una máscara.

—¿Estás ayudándola a preparar mi fiesta?

—Solo estoy sirviendo de mensajero.

—¡Bien! Te acompañaré. No creo que un disfraz sea una buena idea, pero lo de las máscaras, se las compro.

Ignacio no había perdido el tiempo, mientras Gonzalo los trasladaba a casa, se encargó de llamar al doctor Montero. En cuanto llegaron el galeno descendió del auto. Gonzalo estrechó su mano con el médico, jamás le agradecería lo suficiente por estar tan atento a las necesidades de su prima y de todos ellos.

—¿Cómo te sientes, Amina? —le preguntó, entretanto Gonzalo abría la puerta de la sala.

—Tengo muchas ganas de llorar, pero temo que el veneno siga allí.

—¿Te sientes mal? —se preocupó Ignacio.

—No es esa clase de sentimiento, por el contrario, fue ¡emocionante! No tienes ni idea de lo que disfrute enfrentarme a Teodoro.

—Veamos. —Montero acercó la linterna a sus ojos.

Poco a poco la blanca costra se iba desprendiendo de sus córneas. Sacó una gotas de su maletín y se las aplicó. 

Maia tuvo una extraña sensación. Sus ojos comenzaron a escocer, tuvo la intención de estrujarse con las manos, pero el doctor Montero la detuvo.

—Necesito que llores. No quiero quitar las costras de forma mecánica porque puedo complicar el órgano, así que, probablemente, puedan desprenderse de manera natural.

Maia no necesitó más explicaciones, sus lagrimales respondieron al estímulo externo.

Gonzalo e Ignacio habían salido de la habitación de su prima. El mayor caminaba de un lado a otro con las manos en la cintura cuando la puerta de la sala se abrió. Leticia venía con unas bolsas de mercado. Los chicos se vieron, algo palidecidos, sin embargo, Gonzalo reaccionó rápidamente, ayudándola con las compras.

—Pensé que llegarían tarde del colegio —confesó al ver a Ignacio en el comedor.

—Hoy es uno de esos días locos cuando la mayoría de los profesores se enferman y nos mandan de vuelta al hogar.

Gonzalo sonrió ante ante la respuesta de su hermano, de verdad que podía ser muy ocurrente cuando se lo proponía.

—¿Y Amina?

—La iré a buscar —respondió Gonzalo.

—¡Espera, Gonzalo! ¿Me pueden explicar qué hace el auto de Montero frente a nuestra casa?

Ambos hermanos se vieron. El problema de no ser sincero desde un principio era que podías perder la credibilidad al ser descubierto.

—Tía... —Ignacio dio un paso al frente.

—¡Quiero la verdad! —exigió, mientras Gonzalo bajaba su rostro.

—Ayer nos enteramos de un método para sanar a Amina, y se lo hemos aplicado. Estamos esperando que el doctor Montero le termine de atender para ver si ha funcionado.

—¿Qué método? ¿Qué han hecho?

—Solo...

Pero no terminó de escuchar a Gonzalo, corrió hacia la habitación de su hija.

—¿En qué estabas pensando? —le reclamó Gonzalo.

—Lo siento, olvidé el detallazo del carro —confesó, escuchando el timbre.

—¿Más visitas? —Fue lo único que dijo Gonzalo.

Ignacio se rascó la cabeza, caminando hacia la entrada. 

Por primera vez, Gonzalo se sintió como un intruso en la casa de sus tíos. Lo que más le preocupaba era confesarle a su tía el método que habían empleado para hacer que Amina expulsara el veneno.

En la sala entraron los tres miembros de Ardere. Aidan había sido alcanzado por Dafne, la cual insistió en acompañarlo; desde que su interés por Ignacio afloró decidió ganarse la confianza de la Primogénita de Ignis Fatuus.

—¡Gracias por traernos los bolsos!

—¡De nada! ¿Cómo se encuentra Maia?

—Es mejor que no hablemos de eso en estos momentos —confesó Gonzalo—. Mi tía se acaba de enterar que el veneno fue extraído, pero no tiene ni la menor idea de cómo lo hizo mi prima.

—Si alguno de nosotros habla del tema, Zalo y yo terminaremos siendo aborrecidos por nuestros tíos.

—¡Tranquilo, mi pana! Ninguno dirá nada —aseguró Aidan, tranquilizando, dándole una mirada a su hermana y a Eugenia.

—¿Quieren algo de tomar? —les preguntó Ignacio—. No sé si quieren quedarse a ver que tal salió Amina en la revisión médica.

Eugenia dudó, pero la respuesta afirmativa de Dafne fue más que un impulso para que Aidan accediera a quedarse. 

Ignacio le agradeció el gesto al joven Primogénito, dio la media vuelta y fue a preparar algo de té frío para la visita. 

Gonzalo se disculpó para retirarse, necesitaba ver cómo iba todo, Leticia no salía, y él seguía angustiado por las consecuencias de la mentira.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top