El error de Ackley
Ignacio se separó. Aquel beso le había puesto los nervios de punta. Había trabajado arduamente en olvidarse de su prima, y ahora debía besarla para ayudarla a recuperar el poder que la Umbra Solar le había arrebatado, haciendo aparecer el Sello extinto de Mane.
Amina dio un paso atrás, sonrojada, sin quitar la vista de Ignacio. No estaba huyendo de él, pero debía alejarse un poco. Se llevó la mano empuñada a la frente, un corrientazo en su Sello, la hizo caer de rodillas. Era extraño, pues el Sello de Ignis Fatuus estaba prácticamente muerto en ella.
Ignacio corrió hacia ella, mojando su blanco pantalón.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, sosteniéndola entre sus brazos.
Luego de un par de segundos, todo comenzó a nublarse para Maia. El Phoenix refulgió en su frente, e Ignacio lo sintió en la de él.
No podía creer que por medio de aquel beso hubiesen recobrado su antiguo poder. Montero les había explicado que aquello le daría control a Amina, mas no que serían como antes de la Umbra Solar.
—¿Estás bien?
Ella asintió, con una sonrisa en sus labios. Ambos se pusieron de pie. Sus ojos centellaron llenos de fuego, sin embargo continuaba viendo.
Amina volvió a sacar su espada e Ignacio hizo lo mismo. Los hierros chocaron. Las ráfagas de fuego que salían de los mismos podían verse desde donde los demás estaban.
Ignacio disparó unas balas de fuego, haciendo que Amina retrocediera de un saltó. Del cuerpo de la chica salió una pared invisible, producto de Mane, que repelió el ataque; empujó a Ignacio, quien sin perder el equilibrio, cayó arrodillado, posicionándose rápidamente. Él también podía sentir un enorme poder en su cuerpo.
La joven abrió sus brazos, se sentía tan poderosa que dejó caer la espada. Llevó sus manos al pecho un ave salió de ella. Ignacio se cubrió con su campo, sabía que la embestida iba a mandarlo a otra playa.
—¡Primogénitaaaaaa! —le gritó, antes de que el ave llegara a él.
Bien posicionada las piernas, esperó el ataque, cuando el Sello de su cuello, palpitó. Con un sutil movimiento, Amina había enviado por debajo del ave un campo de protección. El Donum le ganó al del Phoenix en velocidad, reforzando al de Ignacio. Aun así, derrapó en la arena un par de metros, en cuanto el Fénix chocó con él.
Maia se preparó para el contraataque. Aún le costaba recibir su Donum de vuelta. El Phoenix siempre actuaba como un boomerang, retornando a su amo, luego de cada ataque. Se llevó las manos al pecho, cruzándolas sobre ellas.
El Phoenix volvió a ella con una fuerza mayor a la que había impactado a Ignacio. El golpe la elevó por los aires.
Ignacio corrió hacia ella, deteniéndose al ver las alas de fuego de Mane extenderse en su espalda. Ambas se agitaron, deteniéndola, en el aire.
Con la gracia de un ave que desciende, su pie tocó el mar. Amina sonrió. Sus Sellos habían trabajado en equipo, tenía el control de los dos.
Llena de felicidad corrió a los brazos de Ignacio. Este la recibió con un corazón que con vehemencia golpeaba su pecho.
—Por lo visto, tienes toda la razón, Gonzalo —dijo Ibrahim con la voz lo suficientemente elevada para que, quienes lo acompañaban, escucharan—. Nacieron para estar juntos.
Sonrió dando media vuelta. Con sus palabras había lastimado a Dominick. Ya se estaba cansando de sus insinuaciones tan grotescas, y además se atrevió a atacar a Aidan, cuyos celos comenzaban a aflorar bajo su piel, situación que Eugenia había notado.
Los sucesos de esa tarde continuaron dando vueltas en la mente del Oráculo de Ardere. Eran como ratones que roían toda su integridad. Quizás actuó con imprudencia al robarle la tristeza a Aidan. Fue impulsiva, no se detuvo a pensar lo que él quería, ni el significado de las palabras «No te alejes de mi lado». Tenía la extraña sensación de que había escogido el camino más fácil y todo se volvería en su contra.
Natalia la encontró en una de las terrazas de la segunda planta, sentada mirando hacia la playa, por lo que se animó a ir a por ella.
Se sentó a su lado, luego de pedirle permiso. Para Eugenia, Natalia era una agradable muchacha con la que le hubiese gustado ir al cine o de compras, sin embargo, la Hermandad y Aidan se habían convertido en su prioridad después de regresar a Costa Azul.
—Últimamente, tengo la sensación de que es menos lo que te ríes cada día —le comentó la pálida chica.
—¡Je! Tu apreciación ha dado en el blanco. Sin embargo, soy feliz.
—Hubo un tiempo en que deseé estar en tu posición —dijo, mirando la luna alzarse sobre el mar, mientras captaba toda la atención de Eugenia—. Hubiese dado mi alma para que Aidan se fijara en mí, pero no pude hacer nada.
—¿Qué pasó?
—Subestimé a mi rival. Pensé que podía vencer a la débil niña ciega, y ella terminó por derrotarme. Quizás si hubiese luchado en contra de una materialista como Irina, habría conseguido algo, pero no pude obtener ni la lástima de Aidan.
—Sin embargo, tengo entendido que corrió a salvarte cuando fuiste herida.
—Cierto, lo hizo. Pero no porque me amara, ni porque su sentido altruista lo impulsara a sacrificarse por mí. Simplemente, se sentía culpable de lo que me pasó.
—¿Y no es esa una forma de expresarte su cariño?
—Lo fue, pero no lo acercó a mí, solo lo terminó de alejar. Lo peor de todo es que ni siquiera fue él quién consiguió la Cor Luna para mí, sino que lo hizo ella. Amina fue la que realmente me rescató.
—De verdad, siento mucho que lo tuyo con Aidan no se pudiera dar.
—No estaba destinado a ser, aunque fue un Oráculo quien le aseguró a mis padres que así sería.
—Los Oráculos podemos equivocarnos.
—Lo sé. Justamente ahora estoy presenciando cómo te equivocas con Aidan.
—¿No entiendo?
—Dafne me comentó que habías usado tu Donum para extraer su dolor a través de un beso. —Eugenia no contestó, ¿por qué Dafne tiene que contar secretos que no le corresponde?—. No creas que no apoyo tu idea de alejarlos. Amina no puede hacerle ningún bien a Aidan. Mas, considero que la estrategia no fue la más adecuada.
—¿Por qué lo dices? Antes de que Aidan la quisiera, me quería a mí.
—Tu argumento es válido solo si el amor que sintió por ti es más fuerte que lo que sintió por ella. Si no es así, entonces estás destinada a perderlo.
—Eso solo pasará si Aidan se vuelve a enamorarse de ella, y Maia no es lo que Aidan una vez amó.
-No quieras engañarte, Oráculo querido. La razón de Aidan, y no su corazón, lo obligará a recobrar lo que ha perdido. Tarde o temprano terminará dando con ella, salvo que su amor por ti haya sido más grande- le repitió.
—Si Aidan se vuelve a enamorar de ella enloquecerá o morirá.
—¡Ja! Eso sería muy triste, pues no solo te habrías encargado de robarle el amor, lo que tú llamas "tristeza", sino que también le estarías arrebatando la vida. —Levantó un dedo en actitud altanera—. Eso sin contar que has secuestrado sus últimos días. Morirá lleno de infelicidad, y créeme, la muerte le será mucho mejor que la locura.
Eugenia palideció. Natalia tenía toda la razón, ella había socavado la vida Aidan. De muy mala manera le estaba teniendo entre sus manos.
—Haré todo lo posible porque nada de eso pase.
Natalia se puso de pie con una sonrisa de superioridad.
—Espero que nada pase. Sería una lástima tener que recordar a Aidan como fue antes de que tú llegarás. Sin embargo, quizás pueda ayudarte.
Sin decir más, la joven se marchó, dejando aún más turbada a Eugenia.
Natalia no vino a darle esperanzas, sino a dibujar terribles realidades. Quizás odiara a los Oráculos, porque con ella las predicciones fallaron pero, ¿a quién quería engañar? Ella sabía que la joven decía la verdad.
Lo peor de todo era que no sabía cómo luchar en contra de Amina, porque la chica no estaba haciendo nada para reconquistarlo, y sin embargo, él deseaba estar, de alguna forma, con ella. Aun así, ¿cómo podía ayudarla Natalia?
A las once y media de la noche, Ignacio esperaba, alejado de la residencia de Aurum, la visita del Dr. Montero. Habían acordado comentarle cualquier novedad, y la aparición del Sello de Ignis Fatuus en Amina: ¡Sí que lo era!
Consultó por tercera vez su reloj. Iba completamente vestido de negro para pasar desapercibido. No fue tan complicado salir de la casa, aunque tuvo que hacerlo por el balcón, lo menos que quería era levantar sospechas o ser el presa de un incómodo interrogatorio. Ni siquiera su Primogénita sabía de dicha reunión y tampoco la despertaría.
Con alivio vio a Montero acercarse, pero no venía solo. Jung y Monasterio lo acompañaban. Últimamente, Monasterio era una especie de plus añadido al grupo de adultos fieles y protectores que quedaban en Ignis Fatuus. Un extra por él que no sabía si alegrarse o no.
—Custos de Ignis Fatuus —saludó el galeno, haciendo una leve reverencia que fue imitada por los otros dos.
—Doctor. Prima —respondió, devolviendo el gesto de respeto.
—Perdona que no te avisara de que me acompañarían, y espero que no te moleste. Es que lo de la aparición del Sello del Phoenix me dejó un poco confuso, en especial por la forma en que apareció.
—Sin embargo, pensé que el padecimiento de mi prima seguiría siendo un secreto entre usted y mi familia.
—No tome a mal nuestra presencia, Primer Custos —intervino Jung—. Estamos aquí porque pensamos que podríamos ser de ayuda. Lo menos que deseamos es perder a nuestra Primogénita. Como usted, nos preocupamos plenamente por su integridad.
—Entonces, me imagino que están al tanto de todo, ¿o no?
Montero lo miró. Si bien el galeno los había invitado a acompañarle para conversar sobre la situación de Amina, jamás le había comentado más de lo que ocurrió ese día en el entrenamiento.
—Hace unas semanas le comenté a nuestro Custos que quizás un beso suyo podía equilibrar las energías de nuestra Primogénita.
—¿Un beso? —preguntó Monasterio, ganándose la torva mirada de Ignacio—. No me malentiendan. Es que siento que el método es un poco... ¿extraño?
—Tienes toda la razón en suponerlo. Fue una simple hipótesis que había que comprobar. ¿Por qué un beso? Porque en él no solo va involucrado toda una carga emocional sino química, y es esa reacción la que quería manipular en nuestra Primogénita. Además, ambos comparten Munera, dones que tienen la misma fuente original, son complementos.
—¿Gonzalo también podría...? —preguntó Ignacio intrigado.
—Temo que el poder de Gonzalo ha mermado —intervino Jung. Ignacio no tuvo que preguntar, sabía muy bien a qué se refería—. Él mismo ha hecho de su Donum un poder de segunda.
Aquella era una dura descalificación, pero era verdad; y ése era el verdadero motivo por el cual, tanto Amina como él, al apropiarse del Donum de Gonzalo, podían controlarlo y experimentar técnicas que de ordinario su hermano mayor no podía hacer sin debilitarse.
—Aun así me parece extraño que el Sello de Ignis Fatuus apareciera hoy, pues no ocurrió así en Apure..., aquel día en que entró en crisis —recordó Montero.
—¿Entró en crisis? ¿Qué quieres decir? —Monasterio quiso indagar.
—Mi prima ha estado padeciendo terribles dolores en sus muñecas desde que intentó arrebatarle sus Sellos, aquella tarde en casa de mis tíos.
—Lo recuerdo muy bien. La migraña me duró un par de semanas —comentó Monasterio, llevándose la mano a la frente.
—Médicamente, pensamos que fue a causa del esfuerzo, que con reposo y unas férulas bastaría, pero al parecer el dolor se ha hecho más frecuente —dijo Montero.
—¿Qué tanto? —quiso saber Jung, con el rostro enseriado.
—Lo suficiente como para que el Sello de Mane comenzara a repeler a todo el mundo —confesó Ignacio, ante la mirada curiosa de los tres hombres—. Sí, esa fue la primera vez que el Sello de Mane apareció, pero ni Amina, ni Gonzalo sabían de qué se trataban. Sin embargo, el Oráculo de Ardere insinuó que la marca que había aparecido era el Sello de Mane.
—¿Qué sabe ella de nuestro Clan? —le interrogó Monasterio.
—Nada, creo. Es más, me atrevería a asegurar que aquello fue una especie de premonición, una palabra lanzada al aire que logró atinar. Solo eso... —Se hizo un breve silencio—. Y Aidan... Aidan también tenía conocimiento sobre nuestro Clan.
—¿El Primogénito de Ardere? —Jung interrogó con algo de asombro—. ¿Cómo pudo saberlo un joven que conoce tan poco de la Fraternitatem Solem?
Ignacio resopló. Al parecer había hablado más de la cuenta.
—Tiene toda la razón, sr. Jung. Aidan como el resto de los Primogénitos, por causa del descuido de sus Clanes, solo conocían de la Fraternitatem Solem el tórrido romance entre Ackley y Evengeline. No manejaban información sobre Mane, así como tampoco era de su conocimiento el motivo por el cual la Hermandad prohíbe la unión entre Primogénitos, pero algo ocurrió. Algo que decidimos no contarles porque consideramos que, además de traernos problemas, más de lo que ya teníamos, ninguno de ustedes nos entenderían.
—Pues creo que llegó el momento de que hables sobre ese "algo" que hizo que Mane saliera a la palestra —le exigió Montero.
—Por órdenes de la Coetum, los Primogénitos comenzaron a leer sobre los últimos Primogénitos... —Los Prima afirmaron—. Sin embargo, el Donum Maiorum de Lumen se reveló.
—Control sobre el tiempo —informó Jung.
—Sí, control sobre el tiempo. Y, por un fenómeno que aún no podemos explicar, se entrelazó con el de Ardere, haciendo que sus Primogénitos viajaran al pasado, al siglo XVII, mientras dormían en nuestra época. El hecho es que fueron a parar a la Aldea de Ackley.
—¿Y le creyeron? —opinó Monasterio, mas Ignacio no percibió tono de burla en su pregunta.
—Para serle sincero, yo le creí porque tuve que ir al pasado. Fue de Evengeline de quien obtuvimos la Cor Luna, la piedra que sirvió de antídoto para salvarle la vida a Natalia. —Montero afirmó lo dicho por el joven—. Y luego, Ackley estuvo en nuestra fiesta de Solsticio. —Aquella noticia hizo que los tres cambiaran de actitud—. ¿Recuerdan al chico de ropas raras?
—¡Sí, claro! Mi pequeña se tomó una foto con él —confirmó Monasterio—. Mi esposa y yo pensamos que era un actor contratado por algún Clan.
—No. No era un actor, era el verdadero Ackley.
—Entonces, obtuvieron información de primera mano —interrumpió Jung.
—Sí, incluido el hecho de que Ackley tenía sangre Lumen.
—¿Pasó algo más? —De repente Monasterio parecía otro.
—No entiendo. ¿Qué es lo que quiere saber?
—Pasó algo más. ¿Recuerda algo extraño o extraordinario que pudo ocurrir en aquellas visitas?
—No. Además de viajar en el tiempo y de someternos a las pruebas de la antigua Fraternitatem, no pasó nada del otro mundo.
—¿Qué puebas?—El tono de Montero hizo que Ignacio se sintiera un poco nervioso.
—Les pidieron a nuestros Primogénitos absorber todos los poderes.
—¿Acaso estaban locos? —Jung perdió el control—. ¿No saben lo peligroso qué es éso?
—No lo supimos hasta que Amina casi explota frente a nosotros.
—¡Muchachos estúpidos! —Monasterio sonó tan molestó que Ignacio tuvo el atrevimiento de pensar si aquel hombre no sufría de algún trastorno, sus cambios de humor le estaban asustando—. ¡Pudieron matarla!
—Pero, no pasó. Ackley atravesó el campo que la envolvía y dándole un beso contrarresto los poderes de Amina. Después nos la regresó. Se la dio a Gonzalo y le pidió que no fuera tocada por nadie que no perteneciera a nuestro Clan. También ocurrió un milagro, Amina pudo ver por primera vez.
Jung y Monasterio se vieron, mientras Montero intentaba hacerse una idea de lo que los Prima estaban pensando en ese momento.
—Ackley no contrarrestó ningún poder, joven Custos. Él se los arrebató —comentó tajante, Monasterio—. No le hizo ningún favor. Si Amina no podía con los catorce Munera, debieron dejar que todo siguiera su curso natural.
—¡¿Cómo se le ocurre?! —exclamó enfadado—. Ninguno iba a dejar que muriera.
—Por duro que suene, joven Custos, Monasterio tiene razón. Debieron dejarla seguir el curso natural. No fue el intento de arrebatarnos los Sellos lo que comenzó a causar el malestar a nuestra Primogénita, sino fue ese hecho, que si bien dentro de nuestra época fue posterior a nuestra reunión en la casa de sus tíos, realmente ocurrió casi cuatro siglos atrás —manifestó Jung.
—Exactamente, ¿qué es lo que me está queriendo decir?
—Verá... —Monasterio tomó la palabra—. Nuestra Primogénita puede absorber poderes porque su sangre, en el transcurso de los siglos, se ha ido mezclando con otros Clanes. Desde antiguo existía la creencia de que el Primer Clan, la tribu que el Solem marcó como suya, podía dominar todos los Munera, dones que decidió compartir. Este Clan era el Phoenix. Su sangre permaneció pura por muchos siglos, hasta que Taurel se mezcló con Abasi y Mane desapareció, ese fue el primer mestizaje registrado. Luego, Monica lo hizo con Petro, y de allí nuestra unión con Lumen. Legalmente, en el cuerpo de Amina habitan tres Sellos, uno sometido por voluntad y otro por la herencia de su procedencia; el Sello de un Prima jamás será superior al Sello de un Primogénito.
—Todo eso lo sé muy bien. Es parte de nuestra historia, y lo que no aprendí en el internado lo he investigado.
—Lo sé. Pero lo que usted no maneja es lo siguiente: Quizá la intención de Ackley fue ayudar a Amina, pero lo que hizo fue arrebatarle parte de su poder. Si él no hubiese realizado semejante acto de imprudencia, el poder de Phoenix jamás se hubiese debilitado, porque para realizar ese tipo de ritual se debe empezar por tu Clan de procedencia, y terminar con él, ¿o eso no fue lo que pasó?
—Fue así. Amina nos arrebató los Munera a Gonzalo y a mí, y de último, luego de tenerlos todos, se hizo con él de Ackley.
—Cuando Ackley la besó, debilitó el poder de Amina —intervino Jung—. Mejor dicho, debilitó al Phoenix.
—Exacto, Tae Woo. Al debilitarse el Sello, el poder de la Primogénita sufrió un desequilibrio. Es por ello que cada vez que intentó usar todo su poder el dolor que acaban de comentar se manifestaba, como consecuencia de la lucha de las tres energías que radican en su sangre.
—Entonces, eso quiere decir que todo el padecimiento de Amina, ¿es culpa de Ackley?
—Sí. —Monasterio no titubeó al responder, siendo respaldado por Jung—. Y para rematar, la Umbra terminó de complicarlo todo. Si ya el Sello de Mane se puesto de manifiesto, aunque veladamente, después de haber sido sometido a la Umbra se mostró en todo se esplendor. —Ambos hombres exhibieron el Sello—. Y no se irá.
—Eso me preocupa. —Montero tomó la palabra—. Porque eso quiere decir que Amina jamás volverá a recuperar su salud.
—No sea tan pesimista, Montero —le atajo Monasterio—. Aún tenemos que esperar por ver qué ocurre cuando la Primogénita recupere el poder del Phoenix nuevamente. Quizás los Sellos se somentan.
—¿Y si eso no pasa?
—Terminará por pasar. —Jung tranquilizó a Ignacio—. Alguno de los Sellos se impondrá a los otros.
—Me gusta pensar que el Sello de Mane solo está cumpliendo un papel de protector, aunque suene algo romántico. ¡Claro está! Una vez que se ha revelado no se volverá a ocultar, ni siquiera en el momento en que nuestra Primogénita recuperé todo su poder.
—Eso es un alivio. Pero, ¿me gustaría saber por qué no volvió a ser ciega cuando el Sello del Phoenix apareció? Sus ojos se volvieron de fuego, pero Amina podía verme.
—Porque usted no es un Primogénito. El Primogénito es su hermano, pero ha fraccionado tanto su poder que es como si no lo fuera —le aclaró Jung—. Y ése es el motivo por el cual el Sello de Mane ha escogido a Amina, saltándose toda su línea de sangre.
Aquellas palabras fueron muy duras de oír para Ignacio. Supo de inmediato que esa información no podría compartirla con su hermano, porque le causaría una herida de muerte. Ya era suficiente con la carga moral y emocional que llevaba sobre sus hombros, por haber compartido su Donum de protección con Teodoro. Si él no hubiese hecho semejante renuncia, el Sello de Primogenitura de Mane hubiese sido de él.
—Una cosa más, sr. Monasterio... —El hombre miró con admiración a Ignacio, pues sintió respeto en su tono de voz—. Si el acto de Ackley causó tales consecuencias en Amina, ¿a él como lo afecto?
Los cuatro se miraron. No había mucho que discutir. Si Amina estaba padeciendo a causa de un desequilibrio en sus poderes, Ackley también fue presa del mismo destino. En él no se revelaron otros Sellos, pero si perdió el poder de su Donum.
No pudo sofocar las llamas aquella noche, sino que las aumentó; no fue un castigo del Solem por unirse con Evengeline, como por siglos la Fraternitatem creyó, sino producto de aquel beso que le hizo quedarse con el poder de Amina.
Un poder muy superior al suyo, y que él pensó que podía controlar.
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