Dudas y celos

Para Ibrahim, aquel martes de escuela parecía toda una pesadilla. Su cuerpo comenzaba a sentir los flagelos del entrenamiento. Se sentó con Aidan, quejándose de que su vida no fuese un buen cuento de ciencia ficción, de esa manera, estaría impávido, sin sufrimiento alguno.

—Tan fresco como una lechuga.

—¡Pero amaneciste mallugado! Eso sin contar que llegaste en un solo paso a Costa Azul —le recordó Aidan, sin levantar la vista de su celular.

—¿Hablando con Eugenia?

—No.

—Entonces, debiste encontrar una buena app para música o algo de eso. ¿Un libro?

—Casi. Estoy leyendo sobre la Hermandad.

—¿Qué? —dijo, acercándose al joven—. ¿Acaso se atrevieron a publicar algo en la red?

Aidan se detuvo. Dominick había entrado al patio de recreo, por lo que le miró fijamente. Su fijación creo curiosidad en Ibrahim, quien no dejaba de seguir la mirada de su amigo. Aidan no disimulaba, al parecer cuánto perdió de tristeza, había ganado en descaro.

—Si sigues mirándolo así, lo traspasarás —le comentó.

—¿Qué es lo que le hace tan especial?

—¿Qué? ¿A Dominick? ¿Acaso no es obvio? Es quien más cuerpo tiene. Es normal que las chicas corran detrás de él.

—Eso no debe ser suficiente para que alguien se enamore de la manera en que ella lo hizo.

—No sé si te has dado cuenta, pero estoy más perdido que campesino en ciudad —comentó—. ¿Me podrías explicar de qué estamos hablando?

—No entiendo cómo puede andar tan tranquilo por el colegio, mientras ella está sufriendo.

—Bueno, Leah no está muy cuerda, después de todo.

—No estoy hablando de Leah.

—Entonces, deberías aclararme la señal, porque me siento en una galaxia desconocida.

—Maia.

—¡¿Maia?! —preguntó extrañado.

—Sí. Me pasé estos tres días pensando cómo era posible que una persona tan noble como ella fue capaz de someterse a tanto maltrato solo para protegerlo.

Ibrahim iba a responder, pero toda la situación vino hacia él como un golpe de luz. Quizá nada de aquello estaría pasando si un fragmento de lo que Amina había vivido en La Mazmorra no se hubiese colado a causa del poder de Eugenia en las Torres de la Muerte.

—Todas las personas, cuando aman, están dispuestas a proteger al objeto de su amor. Y ella no es la excepción.

—Pero debió ser él y no ella quien se sacrificara. Para mí, ¡es tan injusto! —Miró a Ibrahim; este descubrió sinceridad en cada una de sus palabras—. Ni siquiera se acercó a su habitación cuando estuvo convaleciente.

—¿Y qué te hace pensar que lo defendía a él?

—Tú eres gay. Yo tengo novia.

—Y supones que es él, porque tiene una especie de pegoste que nadie puede definir, ¿verdad? —Aidan asintió—. Ella no dijo nombre, así que puede ser cualquiera de nosotros. —Su respuesta no dejó satisfecho a su amigo y él lo sabía.

—No se fijaría en ti.

—Sí, ya me dijiste tu argumento sobre mi homosexualidad —contestó mordiendo su pan.

—No se fijaría en ti porque andas con su primo.

—Una razón de más para no hablar. Seguro que pensó que lastimaría a Gonzalo, confesando que está enamorada de mí, y que por él no podrá ser feliz. Conociendo a su segundo Custos como lo conozco, lo más probable es que este termine por dejarme.

—Creo que ella es una persona noble.

—Por eso mismo, Aidan. —Lo miró—. Porque es noble no sería capaz de lastimarlo.

—Entonces, tú también eres un indolente. —Ibrahim estuvo a punto de ahogarse con la bebida—. A pesar de saber todo lo que sabes, y de suponer que eres tú, ni siquiera te acercaste a su habitación.

—Lo hice.

—Sí, cuando me escuchaste gritar por auxilio.

—¡Aidan! —le quiso detener.

—Es otra razón más para saber que es imposible que se trate de ti.

—¿Por qué estás tan seguro que es Dominick?

—Es quién peor la trata. Algo debe imaginarse.

—¿Y si eres tú?

—¿Yo? —cuestionó, mientras un fugaz brillo cruzó sus verdes ojos, e Ibrahim lo notó—. ¡No la dejaría!

—¿Aun cuando eso signifique hacer sufrir a Eugenia? —Ibrahim lo vio dudar.

Satisfecho con su pregunta, el joven Sidus siguió comiendo. Había dado por concluida aquella conversación.

—Ella ha sufrido mucho más... Eugenia debería entender.

Sus palabras hicieron que Ibrahim palideciera. ¡No era posible que volviera a fijarse en ella!

Ese día, los Ignis Fatuus no fueron a la escuela. Sus padres habían decidido dejarlos descansar, luego de enterarse de los pormenores en las Torres de la Muerte. 

Ignacio quiso aprovechar el día para comportarse como un chico normal: andar descalzo por la casa, comer todo lo que encontrara en la nevera, verificar el calendario de fútbol en la televisión satelital, actualizar sus redes sociales y continuar investigando qué ofertas académicas le ofrecen las universidades del país. Tenía que planificar su futuro, aun cuando no sobreviviera ese día.

Apenas abrió la nevera, el timbre de la casa sonó. Gonzalo se había vuelto a mudar con sus tíos y sus padres habían salido, por lo que refunfuñando se dirigió a la puerta. 

Allí encontró al sr. Jung con su habitual traje de vestir, siempre tan pulcro y elegante.

Custos de Ignis Fatuus.

Prima.

—¿Tiene unos minutos para mí? —preguntó, sin atreverse a ver los pies del chico.

Sin vergüenza ante su ropaje, le permitió pasar, pidiéndole que se pusiera cómodo. 

En otra ocasión, habría corrido en busca de un par de zapatos, pero no permitiría que nada le arruinara su día como un "chico normal".

—Estamos muy alegres por el triunfo de nuestra Primogénita —comenzó—, y aún más contentos porque has sido de mucha ayuda en su recuperación.

—No sé si debo sentirme agradecido o no. Y no me lo tome a mal, pero la situación de Amina de verdad que me tiene algo inquieto. —Jung lo miró extrañado—. Cada día parece que empeora más.

—Entiendo su preocupación, por ello siento que debo explicarme mejor. —Ignacio lo miró con curiosidad—. Durante la semana que pasó, la Coetum descubrió los cadáveres de tres miembros del Populo escondidos en un container en el muelle. —El joven palideció—. Todo parece indicar que quiénes los atacaron aplicaron el mismo modus operanti que han usado en los asesinatos en el resto del país.

—¿Harusdra?

—Me temo que sí.

—Lo que dice es muy grave. Si están matando en Costa Azul es porque han perdido el respeto por la Fraternitatem.

—Tengo mi teoría al respecto.

—¿Cuál es?

—Al perder nuestro Clan todo su Poder, el enemigo dejó de temernos.

—Es una teoría muy lógica. El poder de Amina era lo suficientemente fuerte como para arrasar con toda la vida en la tierra.

—Lo sabemos. Quizás, ese sea el motivo por el que Arrieta intentó que la Umbra Solar le cediera el Donum de nuestra Primogénita a su hijo.

—¿Qué hizo qué? —Los rasgados ojos del joven se achicaron. Ignacio estuvo a punto de montar en cólera—. ¡¿No me diga que Arrieta se atrevió a profanar la Umbra Solar, mientras Amina era sometida a la prueba de las Torres?!

Jung no respondió, e Ignacio no tuvo que preguntar más. Su furia hizo que el Sello de Mane y la mitad del Sello del Phoenix se revelaran, causando asombro en Tae Woo, porque el joven estaba recuperando la marca de Ignis Fatuus.

»¡Ese maldito viejo! —gritó, dirigiéndose hacia la puerta—. ¿Cómo se atrevió a profanar el mayor de los Donum de nuestro Clan? ¡Mataré a José Gabriel si es necesario, pero de que les quito el Donum, se lo quito!

—¡Espera! —Jung lo tomó del brazo—. José Gabriel no pudo hacerse con el Donum. —Ignacio se quedó en una sola pieza—. El Sello de Mane se reveló y la Umbra Solar no cedió el poder de contiene dentro.

Ignacio lo miró confundido. ¿Cómo podía ser eso posible? El momento para apoderarse del Donum de la Primogénita y los Custodes era precisamente cuando esta estaba atravesando la prueba de las Torres, al someterse al Oráculo de Ardere, después de ser obligada por su Clan a pelear por su liderazgo, como en efecto ocurrió.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Hay alguien que puede explicarlo mejor que yo.

—¿Alguien?

—El Prima Monasterio.

—¿Monasterio? —preguntó, incrédulo—. ¿Desde cuando el perro faldero de Arrieta nos brinda información? ¿Cómo puedes confiar en él?

—Porque, además de mí, es el único miembro del Prima que porta el Sello de Mane, y la sangre de Ian no traiciona. Hicimos un juramento de defender a nuestra Primogénita y así lo mantendremos.

—Está bien, Jung. Te acompañaré, y trataré de convencer a los otros para que asistan conmigo, pero si Monasterio resulta ser un traidor, no pestañaré en borrar todos sus genes de la faz de la tierra.

Jung hizo una breve inclinación. Él respetaba la decisión de su Custos, por lo que esperaba que Monasterio tuviera rectitud en su obrar.

Ibrahim se dirigió a la Biblioteca con los brazos cargados de libros. Jamás pensó que preparar un Trabajo Especial de Grado sería tan complicado. Iba muy atrasado, y todo porque había decidido entrenar antes de estudiar. Tendría que sacar tiempo de donde no tenía si quería entregar el trabajo a tiempo.

Entregado a sus cavilaciones no vio a Eugenia, quien salió con presteza de la Biblioteca. La joven terminó llevándoselo por delante, lo que hizo que los libros cayeran desordenados al suelo.

—¡La bibliotecaria me matará! —llorró Ibrahim—. Prometí que sería cuidadoso con los libros.

—Lo siento, Ibrahim —se disculpó la joven, ayudando a recoger el desastre que había ocasionado—. De verdad, no fue mi intensión.

—Lo sé, pero ya conoces a la sra. Escalona. ¡Jamás entiende razones! Sus libros son más preciados que nuestras vidas.

—Lo sé.

—¿Y por qué llevas prisa?

—Es que tengo hambre, y ya pronto está por acabar el recreo.

—¿Y por qué no fuiste a comer? —preguntó, mientras la joven colocaba los libros en su brazo—. ¡Gracias! En el patio está Aidan.

La joven no dijo nada, pero su gesto fue comprensible para Ibrahim, quien sonrió.

—¿Se puede saber por qué estás huyendo?

—¡Ay, Ibrahim! Desde que volvimos de Apure no hace más que hablar de Maia. ¡Está empecinado en que nos convirtamos en sus amigos! Más aún, que seamos una especie de pareja protectora, ¡cómo si ella lo necesitara!

—Aidan es muy obstinado, además de que le encanta luchar por causas perdidas.

—¡Lo sé! Lo conozco muy bien, y sin embargo, pensé que aquello no pasaría de más.

—Te equivocas, Eugenia. Tú conocías al Aidan niño, ese que solo era tozudo, no al sujeto que aceptó ser uno de los Primogénitos de la Fraternitatem Solem

—Aidan siempre ha sido protector —le respondió la chica.

—Sí, con las personas que ha conocido desde niños, pero no con extraños, ¿verdad? —intentó herirla.

—¡Exacto! Y Maia no es una extraña para él.

—¡Lo es! Ella es una completa extraña para él, como lo es Dominick e Ignacio. El Aidan que tú conociste hubiese tardado un año en mostrar un dejo de confianza, mas no este Aidan.

—¿Qué quieres decir?

—Quisiste ayudarlo, Eugenia, y te admiro por ello, pero antes de hacerlo tuviste que indagar un poco sobre su historia con Maia.

—Ibra... —le interrumpió.

—Ella fue la primera persona por la que Aidan se preocupó, al punto de hacerla subir a su espalda para defenderla de los Harusdra. Por ella, le dio la espalda a Irina. ¡Maia logró en un par de semanas lo que yo, con mi amistad de siglos, no puede hacer! Y eso, quizás pudiste borrarlo de la memoria y del corazón de Aidan, mas no de las profundidades de su subconsciente. Probablemente, ni él, ni nadie, hubiese visto el sufrimiento que Maia tuvo que atravesar durante su estadía en La Mazmorra, no estaría preocupándose por ella. Pero, al tener consciencia de esto, comenzó a cuestionarse sobre lo qué podía hacer para mejorar su situación.

—Has hablado con él sobre esto, ¿verdad?

—Sí. Lo acabo de hacer.

—¡Ibrahim! —se quejó.

—Yo no he tocado el tema, Eugenia. Fue él quien lo hizo. Y temo que algo, muy en el fondo de su ser, lo obligue a averiguar más y más sobre ella, entonces terminará tropezándose con una verdad que no recuerda.

—¡Eso no puede pasar, Ibrahim! Traería graves consecuencias para Aidan. ¡Podría enloquecer o morir!

—Esas consecuencias tuviste que preverlas antes de hacer lo que hiciste.

—¡Ya es muy tarde para tomar otro camino! Por favor, ayúdame a detenerlo.

—Lo único que puedo hacer por ti, Eugenia, es aconsejarte que pongas al tanto a Maia. Solo ella puede ayudarte.

—Tú también puedes hacerlo.

—Ya una vez me metí entre ellos, y por poco Maia no muere. Salí muy bien librado, ¿sabes? Porque a pesar de todo, Aidan no terminó odiándome, por lo que no pienso entrometer otra vez. —Miró el rostro compungido de Eugenia—. Te tengo mucho cariño, lo sabes, ¿verdad? Mas debes entender mis razones. Te lo pido en nombre de la amistad que tenemos desde niños.

—Está bien, no insistiré —contestó marchándose.

—¡Eugenia! —La llamó—. De verdad, de panita y todo, deseo que nada malo pase, pero si Maia no te ayuda, deberás pensar en una estrategia para resguardar la vida de tu Primogénito.

Ibrahim entró en la biblioteca, dejando a la joven petrificada en el medio del pasillo. Ella sabía, mejor que nadie, que debía actuar de otra manera, solo así terminaría de romper los débiles lazos que mantenían unidos a Aidan y Maia.

—Solo necesito un eclipse total de luna —pensó—. Solo así, protegeré a Aidan y a mi Clan.

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