Dolor, nieve y mar
Para Dominick y Amina todo desapareció. Eran solo dos niños abrazados por el dolor, por la tristeza que consumía sus almas, la impotencia de saber que no pudieron hacer nada, a pesar de todo el poder con que el Solem les había bendecido.
Era difícil aceptar la muerte cuando se piensa que se le puede combatir.
El Primogénito de Aurum se sentía culpable por no haberla podido ayudar. Y aunque, dar la vida por sus líderes, era uno de los objetivos de los Prima de la Hermandad, jamás pensó que tendría que tomar un trago tan amargo.
«—¡Nick! ¡Lo siento tanto! ¡Siento no haber estado allí!— dijo Amina, de la única forma en la que podía comunicarse con el chico sin ser interrumpida por los gemidos de su llanto».
Las lágrimas de Dominick caían en su camisa, traspasando la tela y mojando su hombro, sensación que Amina jamás olvidaría.
«—No ha sido tu culpa, ni la de nadie —respondió—. A pesar de tanto dolor, sé que Zulimar sintió que aquella era la muerte más digna que podía sufrir... No estaba triste. Sin embargo, ¡duele! ¡Duele mucho! —confesó».
Su abrazo no había terminado cuando Elías y Samuel se aparecieron. Aidan e Ignacio fueron por Amina, para dejar que Dominick se refugiara en los brazos de sus Prima.
La escena era desgarradora, por lo que Gonzalo optó por escribirle a Ibrahim e Itzel, pensando en que los chicos serían de gran apoyo para el Primogénito de Aurum.
El constante repique del celular de Andrés terminó por robarle el sueño. Despertándose, se colocó sus lentes para revisar la pantalla de su celular. En él habían más de quince llamadas perdidas, todas de Alexander Di Santos, por lo que no tardó en regresarle la llamada, alejándose de la alcoba matrimonial.
—¡Dime! —habló en cuanto fue atendido.
—¡Disculpa que te haya llamado a esta hora! —Fue lo primero que dijo el hombre, al sentir la voz grave del padre de su Primogénito—. Y en especial, por la insistencia, pero es que no me quedó de otra.
—¿Qué pasó, Alexander? —preguntó un tanto nervioso.
—Se ha registrado un inusual incendio en Costa Azul. Sé que no nos involucramos en asuntos que no tienen que ver, exclusivamente, con miembros de la Fraternitatem Solem, pero...
—Creo que estás haciendo una introducción muy larga. ¿Podrías ir al grano?
—¡Lo siento! El incendio está ocurriendo en la calle Soublette.
—¿Y?
—Revisando los registros de la Fraternitatem —indicó, chequeando una vez más en su computador que los datos no fueran erróneos—, la dirección corresponde a la misma que Aurum reportó ser el hogar de los padres de su Primogénito.
—Su padre y su abuela —corrigió.
—¡Exacto!
—¿Te has comunicado con Aurum?
—Nadie responde.
—Iré para allá con Aidan. Mientras, sigue intentando contactar a alguien —manifestó, colgando.
Sin demorarse, tocó la puerta de la habitación de su hijo sin obtener respuesta. Abrió la misma encontrando la cama desordenada, algo habitual en el joven, así que procedió a llamarlo.
Aidan no tardó en responder, alejándose un poco del grupo.
—¡Papá! —saludó.
—¿Dónde estás?
—En el Hospital de la Fraternitatem...
—¿Estás bien? —preguntó el hombre angustiado—. ¿La abuela de Dominick está allí? ¿Su papá?
—¿Su abuela? —repitió Aidan algo confundido—. Sí, sí, yo estoy bien, aunque el papá de Dominick todavía sigue en la sala de operaciones.
—¿En la sala de operaciones?
—Sí. Los non desiderabilias atacaron a Dominick, a su padre y a Zulimar. La Prima de Aurum falleció.
—¡Santo cielo!
—Pero su padre y Dominick están bien.
—¿Y su abuela?
—No lo sé.
—Pregúntale dónde está.
—¿Por qué?
—¡Aidan, pregúntale! —le exigió.
Obedeciendo, el chico se acercó a su homólogo, con algo de vergüenza, interrumpiendo a Dominick y sus Prima.
—De verdad siento todo esto —comenzó—, en especial por interrumpir un momento tan privado.
—Háblame —pidió Dominick, limpiando su rostro.
—Mi papá pregunta que dónde está tu abuela.
—¿Mi abuela? ¿Para qué quiere saber tu papá de mi abuela?
—Me está preguntando por...
Pero Dominick no lo dejó continuar. Arrancándole el celular a Aidan, se reportó ante Andrés.
—¡Chico!
—¿Cómo está? —saludó viendo a Aidan—. Me dijo su hijo que usted está preguntando por mi abuela.
—Sí.
—Ella está en casa. ¿Por qué?
—¿Quiénes están contigo además de Aidan?
—Elías, Samuel, Maia, Ignacio y Gonzalo.
—¿Podrías ponerme en altavoz?
—Sí —confirmó el chico, obedeciendo.
—Escuchen bien lo que les voy a decir y actúen con la mente fría —dijo Andrés—. El Prima Alexander me acaba de llamar reportando un incendio en la casa del padre de Dominick, no sé lo que ocurre, así que les recomiendo que se apersonen.
—¡Mi abuela! —gritó Dominick, sin dejar de terminar de hablar a Andrés.
Elías y Samuel fueron detrás de su Primogénito quien abría un portal para trasladarse hasta su residencia paterna.
Amina tomó del brazo a Ignacio. Este la miró.
—Ve con él, y usa mi Donum si lo ves necesario.
El Custos asintió, marchando detrás de Aurum.
Aidan atrajo a Maia, quedándose con ella en el solitario pasillo del hospital.
Deteniéndose por breves segundos frente a la casa que continuaba ardiendo, Dominick se tomó del cabello. Nunca pensó que aquello podría ocurrir, que los non desiderabilias se atrevieran a atentar contra los familiares que no pertenecían a la Fraternitatem Solem.
Desesperado por saber el paradero de su abuela, Dominick echó a correr hacia la casa, cuando fue sujetado por Elías y Samuel.
—¡Es una locura! —le reclamó Elías—. Si entras te quemarás.
—¡Mi abuela! ¡Mi abuela! —gritó el joven luchando para zafarse del agarre de los hombres.
—¡Te quemarás, Primogénito! —insistió Elías—. Uno de nosotros irá en tu lugar —continuó, observando a Samuel.
—Yo lo haré —respondió Ignacio.
Los tres hombres se sorprendieron al verlo, pues no habían reparado en su presencia, menos aún se dieron cuenta que el Guardián de Ignis Fatuus los había seguido.
—Aurum no puede permitir que un miembro de otro Clan muera por uno de los nuestros —recordó Samuel.
—El fuego no puede consumirme —confesó Ignacio, mientras cubría todo su cuerpo en llamas.
—¡La quemarás! ¿Cómo la sacarás si ardes como una antorcha? —Dominick hablaba desde su desesperación, quería detenerlo y no lo dejaría ir hasta que tuviera una explicación de lo qué haría.
—Sofocaré las llamas una vez que esté adentro. Es menos agotador para mí entrar así que hacerme camino entre ellas —contestó, haciendo referencia al fuego que envolvía su piel.
—¡El tiempo se va! —les recordó Elías.
Ignacio se echó a correr, atravesando las estructuras de cemento y piedra que comenzaban a ceder. Aquel hecho le indicó que el fuego tenía más tiempo del que había calculado, por lo que se dio prisa. Luego le agradecería a Aidan por cederle el Don de Neutrinidad.
Sus ojos, adaptados al calor de las llamas, ubicaron con rapidez el cuerpo envuelto en llamas de la anciana, sobre ella descansaba una viga que se había desprendido. El Custos extendió un campo hacia Marcela, sofocando las llamas a su alrededor, para luego ir a quitar la pesada viga.
Su esfuerzo se vio recompensado con rapidez, pudo echar la viga a un lado liberando a la anciana. Su cuerpo estaba cubierto de hollín y desprendía un desagradable aroma a carne quemada, al punto que Ignacio sintió nauseas.
Haciendo a un lado sus instintos naturales, dejó que su cuerpo volviera a la normalidad para acercarse al de Marcela. Con horror vio que la piel de la anciana lucía coriácea, con tonos negros y blancos en ella. Supo que aquello era una mala señal. Se arrodilló, asegurándose que todavía estuviera viva. Sus signos vitales eran muy débiles, pero seguían allí.
Corrió por el resto de la casa, buscando alguna manta que le permitiera envolver a Marcela para sacarla del lugar, encontrando una sábana debajo de la lavadora. La tomó, empapándola de agua y regresó con la mujer.
La cubrió, cargándola. Debía recibir asistencia cuanto antes.
Dominick esperaba impaciente, cuando su celular repicó. Atendió por inercia, dado a que todo su ser estaba con Ignacio, en aquella casa, buscando a su abuela.
—¡Primogénito, Primogénito! —saludó Rodríguez en tono de mofa—. ¿Te has enterado del hermoso regalo que dejé para ti?
—¿Regalo? ¿Cuál regalo? —preguntó el chico, algo confundido, sin apartar la mirada y el corazón de la casa en llamas.
—Tu abuela ardiendo.
—¡Maldito! ¡Eres un maldito! —gritó Dominick al darse cuenta de que había sido Rodríguez el causante de aquella tragedia.
—Es un pequeño detalle que hemos decidido hacerle a tu Fraternitatem Solem. Por mis familiares asesinados, por la humillación que me hicieron sufrir.
—¡Mira, maldito becerro! Te juró que si mi abuela llega a morir, no quedará ni un solo miembro de tu familia en toda la faz de la Tierra. Yo mismo me encargaré de perseguirlos y darles muerte.
El hombre soltó una carcajada. Dominick iba a responderle de una forma más ruda, pero Ignacio salió de la casa con su abuela.
—¡Rápido, Dominick! ¡Está muy mal! —indicó el Custos de Ignis Fatuus.
Dominick abrió un portal hacia el hospital, donde volvieron a desaparecer, entretanto la casa colapsaba.
Los Primogénitos de Sidus y Lumen llegaron al hospital de la Hermandad. Gonzalo salió al encuentro de Ibrahim, mientras Aidan y Amina lo hacían con Itzel.
—¿Cómo está la situación? —preguntó Ibrahim, luego de besar a su novio.
—Todavía no sabemos nada de la abuelita de Dominick —respondió Amina, justo cuando el portal de Aurum apareció.
Los gritos de Dominick atrajeron al personal, quienes dieron rápida asistencia a Marcela.
El Primogénito de Aurum iba a por su abuela cuando Montero lo detuvo. El chico lo miró con el terror dibujado en su rostro.
—¿Puedo hablar contigo un momento?
—¿Mi papá...? —Dominick solo murmuró.
—Ha soportado la operación. Solo tienes que esperar a que despierte para que vayas a verlo.
—¡Gracias, doctor! ¡No sabe cuánto le agradezco lo que ha hecho por mi padre!
—Primogénito —dijo el galeno con gravedad—, su padre es un hombre fuerte, por eso pudo resistir, incluso la operación, pero sus cuerdas vocales han sido gravemente lastimadas, y es muy probable que no pueda volver a hablar.
Las palabras de Montero derrumbaron a Dominick, quien hubiese caído al suelo si Aidan y Gonzalo no lo hubieran sujetado.
En el silencio, Amina podía sentir el dolor de Dominick. Nadie había dicho nada sobre su invidencia, y ella lo prefería así, pues su amigo era quien realmente importaba en aquellos momentos.
Las horas pasaban y el amanecer estaba muy cerca. Elías se había retirado para preparar el funeral de Zulimar, así que Samuel se quedó con el resto de los Primogénitos y sus padres que comenzaban a llegar.
—Necesito estar un rato con Dominick. —Amina le pidió a Aidan, quien no se separaba de ella.
—Te llevaré, y aprovecho para conversar un rato con Eugenia. Siento que la tengo abandonada.
Maia sonrió con ternura, aceptando el trato.
Ambos se dirigieron a la Unidad de Quemados del Hospital. Aidan divisó a un Dominick impaciente, sentado en uno de los sofás, moviendo sus piernas.
El joven Ardere hizo un gesto de amabilidad, que fue respondido por el fornido chico, aceptando que Amina se sentara a su lado. Cuando se aseguró de que su novia estaba acomodada, se retiró para darles privacidad.
—Lamento molestarte en estos momento.
—No lo haces... Necesito a una amiga, y nadie me conoce más que tú —confesó compungido.
—Siento mucho lo de tu padre.
—Yo también, pero al menos sigue con vida. Solo que no sé cómo se tomará el hecho de que no podrá hablar nunca más.
—Nick, haré una concepción contigo.
El chico la miró extrañado, pero Amina no dijo nada más, solo llevó su mano derecha al corazón del chico, mientras tomaba la de este para atraerlo hasta ella.
«—No puedo darle el Don de Telepatía a tu padre, pues en su cuerpo no hay genes que le hagan miembro de la Fraternitatem Solem, pero si comparte mucho contigo, y tú eres miembro de esta Hermandad —aseguró—. Será así como te comunicarás con él. De corazón a corazón, el idioma del amor. Si tu padre se llena de odio, tú no podrás escucharlo, ni él expresarse, pero cuando el amor y el perdón hablen, entonces todo fluirá entre ustedes, y podrán escucharse, tal como lo haces en estos momentos conmigo».
Los ojos de Dominick se llenaron de lágrimas una vez más.
«—¡Gracias! —respondió, arrojándose a los brazos de la chica».
Con un par de golpecitos, Aidan se anunció en la habitación de Eugenia. La joven lo recibió con una dulce sonrisa, mientras lo observaba extrañada.
—Es de madrugada, Aidan Aigner, ¿qué haces por aquí? ¿Te caíste de la cama?
—Para serte sincero, poco es lo que he parado por allí.
—¿En qué andas metido?
—Esta ha sido una noche de terror para la Fraternitatem Solem... Dominick y su familia fueron cruelmente atacados. Pensé en venir a darme una pasadita por aquí, pero recordé que no es hora para visitas.
—Pero igual tocaste.
—¡Je! Si te desperté, ¡un millón de disculpas!
—No. La verdad no lo has hecho. Esta noche no podía dormir.
Aidan la miró con curiosidad.
—Quizás tenga que ver con lo que le está pasando a Dominick, al que espero le digas que lo siento mucho... Últimamente no estoy durmiendo muy bien.
—¿Premoniciones? —interrogó el chico.
Ella asintió.
—Algo no anda bien. Desde hace un par de días puedo sentir una enorme presencia maligna surgir desde los abismos.
—¿Arrieta?
—Algo peor que Arrieta.
—Eugenia, ¿adónde debemos ir?
La chica lo miró con gravedad, pero el estruendo de los rayos rompió el momento.
Amina no se había separado de Dominick cuando Montero apareció.
El galeno lucía cansado. Aquella había sido una jornada muy dura, una que jamás olvidaría. Se detuvo frente a su Primogénita y el chico. Este lo miró con el miedo dibujado en el alma, haciendo que se le hiciera un nudo en la garganta al médico.
—¿Qué ha pasado con mi abuela, doc? ¿Está bien?
El médico negó.
—¡Lo siento mucho! Los especialistas hicieron todo lo que estaba en sus manos pero las vías respiratorias de Marcela estaban muy afectadas, sin tomar en cuenta las graves quemaduras que sufrió.
Montero no tuvo que decir más, Dominick se llevó las manos al rostro llorando con toda su alma.
—¡No! ¡No! ¡No! —repetía sin cesar, mientras caía de rodillas marcado por el dolor.
La impotencia hizo que su poder se saliera de control, esbozando en todo el firmamento de Costa Azul los relámpagos de su desolación.
Poco le importaba destruir al mundo, tanto como él se encontraba destruido.
Dos días esperó Aurum para dar santa sepultura a Zulimar y a Marcela, quien a pesar de no permanecer a la Fraternitatem Solem, fue la madre de una Primogénita y la abuela del actual heredero del Clan.
Aquel tiempo fue suficiente para que Dominick pudiera mantenerse un poco más firme, aunque el dolor seguía siendo el mismo.
Una vez más, la Fraternitatem Solem se congregó en silencio en la colina del campo santo, todos vestidos de blanco, debido al Solsticio de Invierno.
Con el corazón hecho añicos, Amina subía con la ayuda de Ignacio. En momentos como aquel necesitaba el abrazo de sus padres, los cuales comenzaba a extrañar.
La solemne ceremonia se llevó con mucho respeto, mientras las lágrimas dejaban su imborrable huella en más de uno. Los Sellos de los seis Clanes subieron al cielo en forma de fuego, entretanto el Solem los consolaba con una inmaculada nevada.
—Quiero venganza —murmuró Amina a Ignacio—. Acabemos con esto ya —resolvió.
Su Custos asintió, no había marcha atrás.
Los copos de nieve caían en la playa.
Las gélidas partículas tocaron la tibia piel de la joven.
Parpadeando con pereza, esta abrió sus ojos, contemplando el silente mar. Nunca había imaginado la majestuosidad de aquella playa, una de tantas en el Mar Caribe, pero tan hermosa que era digna de toda admiración.
Ella no recordaba cómo había llegado allí, ni cuanto tiempo estuvo acostada en la cálida arena, sin embargo el frío comenzaba a calar hasta sus huesos. Aquel contraste le hizo estremecerse.
Entonces, recordó que había llegado allí buscando a Amina, habían luchado, pero no tenía memoria de nada más.
Sonrió.
—¡Eres una descarada, Maia! ¿Cómo te atreviste a dejarme aquí, abandonada a mi suerte? —se dijo.
Miró al cielo, recordando que aquella nieve tan peculiar solo significaba una cosa: un miembro de la Fraternitatem había fallecido.
Saskia se llevó la mano al corazón y se preguntó qué era lo que estaba ocurriendo.
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