Dividida

Para Aidan no fue sencillo ver como su amigo se retorcía en el suelo mientras el resto de la Hermandad era golpeado a mansalva por un ser que eran incapaz de ver. 

No tenía que preguntarle a Ignacio cómo se sentía, pues el rostro compungido del joven era una muestra de sus luchas internas.

Aidan nada quiso más que aprender a ser un verdadero guerrero y si en verdad anhelaba hacer realidad sus sueños, tenía que dejar a un lado los sentimentalismos, tal como Ignacio lo hacía, y enfrentarse a las vicisitudes con la mayor entereza posible.

Las embestidas de sus compañeros también lo preocupaban. Dominick y las chicas se cubrían los rostros, resistiendo lo más que podían cada golpe que un sujeto invisible les asestaban.

—Por favor, Amina —murmuró Ignacio—. Acaba con esto ya.

Como si la chica hubiera escuchado su plegaria, el ataque terminó. 

Itzel y los demás cayeron adoloridos al suelo. Aidan se atrevió a dar un paso al frente saliendo al encuentro de su amigo, entretanto el Custos de Ignis corrió a socorrer a los otros.

No habían terminado de reunirse cuando una de las paredes de la cueva se abrió. Aidan miró sorprendido a Ignacio, pero el joven no sabía de que se trataba. El Custos ya había estado en esa cueva, en un paseo con sus padres, mas se estaba dando cuenta de que aquello no sería un recorrido normal.

—¿Estás bien? —le preguntó Aidan a su amigo.

Ibrahim asintió con la boca reseca. Ninguno era capaz de hablar sobre lo que les había pasado, eran conscientes que aquella era la primera prueba y que debían escuchar a Ignacio si querían sobrevivir. Afincándose del hombre de su hermano, Ibrahim se introdujo con Aidan a través de la pared, seguido por los demás. No era momento de descansar.

El nuevo espacio era aún más silencioso, el bullicio de los guácharos se había perdido por completo, en cambio el correr del riachuelo se escuchaba con más fuerza. Comenzaba a hacer frío, por lo que agradecieron haber traído abrigos. 

Ibrahim se acomodó el suyo, incorporándose.

—¿Qué fue lo que pasó allá? —le preguntó Aidan, entretanto los demás exploraban la disposición de las paredes de piedra.

—No puedo recordarlo, solo sé que tenía un enorme terror a morir —Aidan lo observó preocupado—. ¡Estoy bien! —Sonrió, abrazando a su mejor amigo.

Apoyada en sus rodillas, Amina intentó reponerse, cuando una lanzada atravesó su corazón. Conocía muy bien aquel dolor, lo había experimentado los últimos días, haciéndose intenso en los recientes minutos. 

¿De qué te sirve querer a alguien que no podías tener?

Si había pensado que el miedo de la muerte era terrible, el dolor de la traición era mucho peor. Tener un corazón dividido y si no lo aceptaba podía llegar a destruir toda su paz interna.

Ella se había acostumbrado a no ser querida por nadie, a correr detrás de un amor no correspondido, a soñar con Ibrahim. Sin embargo su condición sexual era el mayor impedimento, obstáculo que terminó convirtiéndose en un refugio para Itzel, un lugar donde proteger su corazón.

Sobre su alma pesaba el abandono del padre, lo menos que deseaba era repetir los errores de Susana, y lo más seguro para protegerse era amar a un imposible, a alguien que no pudiera alcanzar, de esa forma tan perversa y siniestra mantendría su corazón ocupado en conflictos que no se resolverían, mientras ella lograba su meta de superación.

La historia de amor de Itzel distaba años luz de la de Sabrina y José. Ibrahim nació del miedo, mientras que el proyecto de vida de la Primogénita de Lumen se fundamentaba en el sacrificio y la negación del amor. Ella no se permitía emociones, la razón debía prevalecer por encima de todo, es por ello que se le hizo fácil enamorarse de su mejor amigo, accedió porque él era gay y jamás podía tenerlo.

Pero las decisiones que se toman inconscientemente, suelen tener repercusiones, y en la chica estaban sembrando confusión.

Superado el mal de Ibrahim, sus sentimientos se encontraron en el limbo. Le gustó David, ¡oh, claro que le gusto! Pero era una amor condenado a quedarse en el pasado, era lo que la lógica le indicaba, y nada más grandioso para su corazón que tener que llorar por alguien que nunca estaría a su lado, edificar ilusiones de encuentros que no se darían, mas el chico, violando todas las leyes de la Física, o por lo menos las que hasta ahora el hombre conocía, traspasó la barrera del tiempo, presentándose frente a ella.

De la misma forma en que su corazón había sido suspendido al dejar a Ibrahim, fue sorprendido por el amor, y antes de que pudiera razonarlo metódicamente, se encontró aceptando a Luis Enrique.

Insatisfacción, era lo que sentía. Lo quería, lo amaba, de eso no dudaba, pero se encontraba insatisfecha, su corazón necesitaba de alguien a quien amar y no tener, alguien que la hiciera soñar, obligándola a tener los pies sobre la tierra. 

David era un novio maravilloso, no sabría como vivir sin él, mas un hábito que se vuelve costumbre no puede desaparecer de la noche a la mañana, e Itzel se encontraba amando a otro en el silencio de su corazón.

Aquel salón era tan apacible, que Itzel se atrevió a sentarse junto a su amiga. Dominick seguía revisando las paredes de la estancia en busca de un Sello semejante al que les había recibido en la prueba anterior. 

Ignacio observó a Ibrahim dándole una sonrisa.

—Has mejorado considerablemente —le dijo.

—No lo hubiera hecho si ustedes no se hubiesen tomado el tiempo de ayudarme.

—Dale las gracias a mi hermano.

—Sé que Gonzalo me dio su palabra, Ignacio, pero también conozco cuál ha sido tu rol en todo esto.

—¡Me van a hacer llorar! —le reclamó Aidan, burlándose de ambos.

—Debes de estar preocupado por tu prima —le aseguró Saskia—. ¿Cuál crees que es la prueba que enfrentó?

—No lo sé. Aunque te puedo asegurar que más que estar preocupado, confío en que pueda superarlas todas.

—Sabes que la carga emocional que tendrá sobre ella puede enloquecerla —le recalcó Dominick—. Es lo que Eugenia me aseguró antes de entrar.

—Si la escogieron es porque tiene la capacidad de triunfar. Amina puede resistir pruebas que nosotros seis somos capaces de fallar —concluyó Aidan.

Itzel le miró, siempre era maravilloso contemplar a Aidan llamar a la chica "Amina": un aura sobrenatural lo rodeaba, haciéndolo más llamativo de lo que ya era.

Urimare les había prometido ceguera, sin embargo, sus ojos se habían adaptado, no para contemplar la cueva y sus bellezas geológicas, sino los aspectos sobrenaturales de la misma. 

Detrás de Aidan e Ignacio, la mano de Lumen apareció con su refulgiente sol en el interior. Atraída por su Sello, Itzel se levantó adolorida, caminando hacia el lugar donde se hallaba la marca. El Sello dorado de su brazo destelló, invitándola a colocar su mano sobre la pared. Tal como ocurrió con el de Sidus, de un rojo intenso pasó a morado, y la confusión se hizo sobre ellos.

No sabían lo que querían, lo que anhelaban: agua o comida. El desesperó por saciar sus necesidades físicas les llevó a buscar el riachuelo, mas se encontraban atrapados en la caverna y del Salón de Silencio no saldrían hasta que Amina superara la prueba.

Ignacio se volteó a contemplar a Itzel, ¿qué era lo que tenía tan insatisfecha a su alma?

¿Cómo podía juzgar a su amiga?

Amina quería arrancarse el corazón. Era tan complicado luchar contra un sentimiento que no se deseaba. La naturaleza de Itzel le impedía ser infiel, pero su moralidad era boicoteada por un maleducado corazón.

Fue allí cuando le vio, él era perfecto en todos los sentidos. 

En la cúspide del poder, jamás se atrevería a volver sus ojos hacia ella, porque tenía su fortuna puesta en otra, y aun así podía centrar toda su concentración en la batalla. Era perfecto en todos los sentidos.

De entre todas las posibles ilusiones que la Primogénita de Ignis Fatuus había tenido nunca llegó a imaginarse que Itzel miraría a Ignacio de la forma en que lo miraba. Era un sentimiento tan oculto que ni siquiera ella se había dado cuenta de lo que crecía en su ser. Era la forma en que ella se refugiaba del dolor, una manera práctica de sobrevivir, de sucumbir al verdadero amor, de perder una vida perfectamente sola.

Ignacio, cuya mirada, ante los ojos de Itzel, estaban puestas en Amina. 

¿Cuánto dolor no sentiría Luis Enrique si se enteraba? ¿Cuán detestable sería para Ignacio, el poderoso Custos, contemplarla? ¿Cuánta indignación sentía consigo misma? 

Porque, Luis Enrique no se merecía aquellos sentimientos, porque era poca cosa para Ignacio, y porque ella se sentía sin la voluntad para corregir las ligerezas de su corazón.

Aun así, no se atrevería a faltarle al hombre que amaba, porque Ignacio era solo el artificio para continuar con sus objetivos, para alcanzar la autonomía que su madre jamás pudo lograr.

La lucha de Itzel, su ansiedad, era huir. No tenía la fuerza para ser sincera consigo mismo y consentir su amor por Luis Enrique que, por consiguiente, tenía que aceptar las consecuencias de sus malas decisiones, pero no podía enfrentarse a la soledad, eso era imposible con el corazón dividido.

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Amina. ¡Cuánta confusión había en aquella alma! Se preguntó cómo hacía Itzel para mantener los demonios de su corazón atados en la penumbra y seguir siendo fortaleza para los demás. 

La pena que embargaba el alma de su amiga podría ser considerado como una tontería, cualquier persona con una "moral más firme" hubiese rechazado la tentación y se hubiera mostrado más decidida, pero Itzel era solo una joven que comenzaba a vivir, que resolvió no mirar por el cristal de los errores paternos y terminó confundiéndose aún más, pero antes de lastimar a alguien se sacrificaría así misma, pues era incapaz de dañar, conscientemente a los que la rodeaba.

No podía juzgarla porque ahora que sentía el dolor de su corazón.

Las gotas saladas que brotaban de sus ojos al final cayeron sobre la piedra. Urimare se acercó a ella, levitando, para sostenerle la barbilla.

—Primogénita —le dijo—, la sangre de Guapotori corre en ti.

Sus palabras encerraban un enorme significado. Había superado otra prueba, y tenía que recuperarse de inmediato, sus hermanos necesitaban de ella.

Itzel sollozaba apoyada en la loza de piedra, mientras su amigos corrían desesperados, gritando porque la sed y hambre estaba acabando con ellos. Las punzadas en el estomago, los retortijones y las pastosidad en su boca les empezaba a jugar una mala pasada.

Sus ansías estaban acabando con sus compañeros. Le bastó voltearse para contemplar a un Dominick arrastrarse por el suelo, sediento, entretanto Ibrahim se rompía los dedos intentando abrir un agujero en la piedra para poder empapar sus labios.

Saskia comenzaba a comer tierra, y Aidan arrancaba el pobre musgo que creía en lo más recóndito del Salón.

Solo Ignacio se mantenía, arrodillado, en el mismo lugar, sus labios estaban semi-abiertos, respiraba con dificultad, se quitó con amargura el abrigo de capa que le cubría a pesar que el frío aumentaba dentro de la cueva. Sus labios estaban resecos y no podía mojarlos con nada, pero debía aguantar, se había preparado para ser un guerrero, y cualquier flagelo que su cuerpo sintiera tenía que ser soportado de manera estoica.

Tal como llegó, la aflicción se fue. Ibrahim contempló con terror sus dedos destruidos; poco a poco el flujo salival de Dominick volvió a la normalidad. Aidan y Saskia comenzaron a escupir todo lo que se habían llevado a la boca, la última incluso vomitó, entretanto Itzel se desvanecía. Con la escasa fuerza recuperada, Ignacio se apresuró a sujetarla. Ella le sonrió, apartando su mirada. Por primera vez solo quería estar lejos de él.

—Creo que deberíamos descansar un poco —sugirió Dominick, cuando se sintió atraído por un fuego fatuo.

Se irguió, echándose a correr detrás del fantasmal espectro. 

Aidan e Ignacio se vieron, no había tiempo para tomarse un receso, la batalla no se detendría hasta que tuvieran la espada o la sangre de Amina se derramara.

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