Deudas de amor

La sombría tarde caía en Costa Azul.

Detrás del velo de una fingida alegría por haber recuperado todo su poder, Amina ocultaba el dolor causado por la perdida de una persona a la que había llegado a considerar su amiga.

Aferrándose a su abrigo, en la soledad del sofá de su casa, con sus ojos sumergidos en las tinieblas, intentaba darse algo de calor, ahuyentando sus propios demonios sedientos de ansiedad.

El tintineo de una cuchara al ser removida dentro de una taza se iba haciendo cada vez más audible. A pesar de su aflicción, Amina sonrió.

—No hay nada más reparador que una taza de chocolate —confesó la chica.

—Le pedí a Ignacio que hiciera café, pero me dijo que era para viejos —respondió, tendiéndole la taza, la cual la chica tomó titubeando.

Gonzalo la observó con algo de pena.

—Solo debo adaptarme —dijo, entendiendo el silencio de su primo.

—Te he dicho, Zalo, que mañana, durante el novenario podrás tragarte todo el café que desees —corroboró  Ignacio, apareciendo en la sala con su taza de chocolate y una bandeja de queso blanco y galletas Soda(1), merienda propia en tiempos de duelo.

—No es lo mismo comer en casa que en un novenario, aunque casi nadie suele ir la primera noche porque entonces no puedes faltar ningún día o el muerto los visitará.

—¡Zalo! —le reclamó Amina, después de lamerse los labios al probar el chocolate—. ¡Te ha quedado muy bien, Iñaki!

—Nada como la Maizina(2) para espesar.

—Tendrás que darme algunos consejos culinarios antes de que me vaya a vivir con Ibrahim —pidió Gonzalo, dándole un largo sorbo a su chocolate.

La noticia hizo que Amina se ahogara, dándole un ataque de tos, entretanto Ignacio escupía su sorbo, el cual, incluso, salió por su nariz.

Con presteza, el Primer Custos se limpió sin lograr que la desagradable sensación de sentir la bebida penetrar sus fosas nasales lo dejara.

—¡Tranquilos! Lo tengo planificado para unos años..., nada para el momento. Apenas tenemos un par de meses así que no hay apuro. ¡Ah! ¡Se asustaron! —Rio, bebiendo.

—No veo mal que te vayas a vivir con Ibrahim, solo que lo vi muy apresurado. ¡Tú ni siquiera tienes trabajo fijo! —aclaró Amina. 

—Por eso dije "en unos años", me quedan cinco semestres para graduarme y ese día le propondré que sea mi pareja formal..

—¿Y es que ahora son informales? —lo cuestionó Ignacio. Gonzalo lo miró de mala manera, por lo que el chico sonrió—. Esposo o, incluso, concubino suena hot aunque aquí no esté legalizado.

—No pienso llamarlo concubino, ¡me parece muy tierruo(3)! —se quejó Gonzalo.

—Solo digo —recordó Ignacio tomando una galleta con un trozo de queso—. Y mi recomendación es que aprendas a hervir agua.

Gonzalo frunció el ceño por el comentario, mientras que Amina se echaba a reír, pero tuvo que parar en cuanto su teléfono comenzó a repicar.

Con diligencia atendió la llamada, entretanto sus primos se veían sin dejar de comer. La chica solo pronunciaba monosílabas dicotómicas, hasta que, al final, dejó salir un «te acompañaré», para colgar la llamada.

—Y, ¿bien? —quiso saber Gonzalo, al darse cuenta de que su hermano no hablaría.

—Era Dominick —informó, tanteando sobre la mesa con sus manos para dar con las galletas y el queso. Sus primos continuaban observándola, pero ninguno tomó la iniciativa de ayudarla, Amina debía recuperar sus destrezas—. Me pidió que lo acompañara a visitar a su padre esta tarde —continuó, logrando servirse el bocado.

—¿Él vendrá a por ti o tendremos que llevarte? —preguntó Ignacio.

—Vendrá a por mí —dijo la chica, deleitándose con el sabor salado del queso y la seca pero crujiente galleta, para luego beberse todo su chocolate y exigir que le sirvieran un poco más.

Por segunda vez, Saskia abrió sus ojos. El cansancio la había vencido en un primer momento, por lo que, a pesar del frío, decidió quedarse en la arena un rato más.

El Sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el firmamento de un intenso y triste anaranjado. No evitó pensar en el llamado "Sol del ganado", donde el astro rey se manifestaba como una enorme yema que hace contraste con los cálidos colores que el mismo proyecta, vistiendo la atmósfera de vida, luz y un toque de nostalgia y añoranza por el día que fenece.

Los copos de nieve seguían cayendo con algo de timidez sobre ella, derritiéndose cuando debían durar un poco más, por lo que su ropa de combate se encontraba empapada.

Dándose cuenta de que no podía seguir ahí, debido a que la noche se acercaba, se incorporó sobre sus codos, con lentitud, para dar un vistazo al lugar. 

La salada fragancia del mar se entremezclaba con la oxigenada brisa llenaron sus pulmones de vida. Aspiró con toda la fuerza de su ser, volviendo a ver.

Estaba sola.

Confirmando su situación terminó por sentarse. Tuvo la sensación de que su cuerpo no le pertenecía, lo notaba pesado, lento para responder a las órdenes emanadas desde su sistema nervioso.

El peculiar movimiento de los gases corporales dentro de su estómago le indicaron que no se había alimentado. Colocó una de sus manos sobre este, intentando calmar su necesidad. 

En cuanto la palma de su mano entró en contacto con la tela, tuvo la impresión de que algo no se encontraba bien, pues el tejido se sentía mucho más grueso en aquel lugar. Bajó su mirada, percibiendo una amplia mancha de sangre. Con nerviosismo, palpó su espalda, dándose cuenta de que había sido herida.

El golpe de adrenalina la hizo ponerse de pie. Con presteza se quitó el chaleco roto, subiendo el camisón para comprobar que su piel estaba intacta, no había ni una cicatriz que la hiciera dudar; lo mismo pasaba en su espalda.

Se bajó el blusón y tomó su chaqueta buscando con desespero su celular, lo sacó pero este no respondía. La batería se había agotado.

Desesperada, se llevó las manos a la cabeza para moverla de un lado a otro por instinto. Algo había pasado, una persona resultó muerta, pues la nieve lo delataba; ella había sido herida pero, al parecer, su sangre no era su sangre, y con la última persona con la que había estado era Maia Santamaría, mas la chica no se encontraba allí.

Su corazón golpeó con vehemencia su pecho y un escalofrío de muerte subió a través de su espina dorsal.

—Si ella no está y yo sí... Si hay nieve y tristeza es porque hubo muerte —murmuró, con el sudor frío corriendo por su frente—. Sus Custodes tuvieron que llevársela... Yo —titubeó—, no pude... ¡La maté! —dijo angustiada.

Saskia se echó a correr. Necesitaba salir de la playa y presentarse ante la Coetum, pero antes debía ver a su madre por última vez. 

Al final no pudo protegerla. 

Dominick había sido puntual en recoger a Amina. Sus primos la había dejado ir sola, dándole de nuevo un voto de confianza al Primogénito de Aurum.

El recorrido hacia el Hospital lo habían hecho en completo silencio. Sin embargo, en medio de la nada, Amina movió su mano hasta la de su amigo, dándole un ligero apretón que él agradeció con una dulce sonrisa, giró su mano y tomó la suya, besándola con ternura.

Y fue en ese inocente beso donde ambos comprendieron que el Solem deseaba más de ellos. Aún habían palabras que no se habían dicho, sentimientos no expresados pero destinados a ser bálsamo para ellos.

Tomados de la mano, caminaron por los pasillos del Hospital de la Fraternitatem Solem. Se habían deshecho de la ropa de duelo para no llamar la atención de Octavio, ni del resto de pacientes que, al no pertenecer a la Hermandad, verían confundidos a la pequeña comitiva.

«—Quizás piensen que somos santeros— recordó Amina el comentario que en una oportunidad Gonzalo le hizo al conversan sobre el Solsticio de Verano. La chica sonrió».

Se detuvieron frente a la habitación de Octavio Díaz. Según indicaciones de una de las enfermeras de guardia debían esperar a Montero antes de entrar.

—¿Qué crees que nos dirá? —preguntó Dominick, cuando un carraspeo a su espalda lo hizo darse la vuelta.

—¡Primogénitos! —saludó el galeno con una venia que fue respondida por los chicos—. Me alegran que hayan esperado.

—¿Ocurre algo con mi papá? —soltó Dominick, sintiendo el ligero apretón de Amina en su mano.

—Su padre está evolucionando como amerita en estos casos —confesó.

—Entonces, ... —quiso saber el chico.

—Solo quiero recordarle que su padre aún no puede recibir noticias fuertes —dijo Montero haciendo alusión al fallecimiento de Marcela—, por lo que le voy a pedir mucha prudencia al respecto.

—La tendré —le aseguró con toda la firmeza que se puede conservar en medio de tanto dolor.

—Nick, no es necesario que yo esté presente. Solo tienes que poner tu mano en su corazón y dejar que el ponga la suya en el tuyo y todo fluirá.

—Lo sé. Recuerdo muy bien cada una de tus palabras, solo que... no creo poder hacerlo solo.

—En ese caso... —Lo tomó de ambas manos—. No pienso dejarte Dominick Díaz.

El chico sonrió, respirando profundo antes de entrar. Amina escuchó el clip de la puerta, mudando su rostro al de uno más sereno y tierno. Quería darle una buena impresión al padre de su amigo, en especial porque ella sería la encargada de ejecutar aquel acto de amor.

—¡Papá! —Dominick llamó a Octavio.

El hombre volteó. Sus ojos se humedecieron de la emoción. Jamás se había sentido tan dichoso de ver a su hijo como aquel día. 

Abrió sus labios pero las palabras no salieron, solo sintió una desagradable presión en su garganta y el sabor del óxido inundar, apaciblemente, sus cuerdas vocales. Se llevó la mano al vendaje del cuello, el cual lucía manchado de sangre y yodo, mientras que con la otra llamaba a Dominick, pidiéndole se acercara.

El Primogénito le echó un vistazo a su amiga pero esta tenía la mirada perdida en algún punto de la habitación. Sin embargo, Amina comenzaba a recordar aquellas sensaciones que siempre había percibido de otros, por lo que le dio una palmadita a su amigo y lo dejó ir. Todavía no era momento para acercarse.

—Papá, ¡bendición! —saludó una vez más, acercándose a Octavio. El hombre se desesperó, quería echarle la bendición pero no podía. Dominick supo leer la necesidad de su padre, por lo que, con rapidez, señaló a la menuda chica que yacía de pie cerca de la puerta—. No sé si recuerdas a Maia. —Lo miró—. Ella es una vieja amiga. Me acompañó de niño cuando mamá se encontraba en el hospital. —Las lágrimas recorrieron las mejillas de Octavio, quien le dio una breve mirada a la chica para centrar la atención en su hijo—. Ella también es parte de mi nuevo mundo y está aquí para ayudarnos —concluyó, al darse cuenta de que sus palabras estaban afectando a su padre.

Volvió a la puerta a por su amiga. Con sutileza, Dominick llevó a Amina a la cama de su padre.

—Buenas noches, Sr. Octavio. Yo soy Ami... Maia Santamaría. He escuchado mucho de usted.

Octavio se dio cuenta de que los movimientos de la joven no iban sincronizados con su mirada, así que se mostró desconcertado lo que hizo sonreír a Dominick.

—¡Tranquilo, papá! Maia es invidente.

El fornido hombre miró a la chica quien tenía una hermosa y tierna sonrisa dibujada en su rostro, como si aquella condición le complacía.

—Sí, Sr. Octavio, soy ciega de nacimiento —confirmó, omitiendo el hecho de que por un tiempo pudo ver—. Al igual que Dominick, fui escogida por un poder superior para hacerle frente a las personas que lo atacaron. Pertenezco al Clan Ignis Fatuus, soy su Primogénita y líder, así que puedo manipular algunos dones que el Clan de Dominick no posee, como la habilidad de dialogar sin necesidad de pronunciar palabra alguna.

Octavio miró asombrado a Dominick.

—Telepatía, papá —respondió como si entendiera la duda del hombre.

—No será tan sencillo —acalró Maia—, debido a que usted no pertenece a la Fraternitatem Solem, pero podrá hacerlo. —Giró un poco su rostro hacia donde sintió que estaba Dominik—. Nick. —El chico le tomó la mano para colocarla sobre la de su padre. Amina la tomó llevándola a la nada—. Si quiere hablar con su hijo solo deberá poner su mano en su corazón y dejar que él ponga la suya en el suyo —indicó, soltando a ambos hombres cuyas manos se encontraban ya en el corazón del otro—. Pero si en algún momento uno de ustedes llega a agredir al otro, entonces no podrán oírse.

Después de sentir que todo había quedado claro, Amina dio un paso atrás.

«—Papá. —Volvió a decir Dominick, esta vez sin mover sus labios».

Octavio escuchó con nitidez la voz de su hijo dentro de su cabeza. No podía creer que aquello fuera posible. Miró a la chica, la cual seguía con su rostro bañado de felicidad y volvió a colocar su mirada en los marrones iris de su hijo.

«—¿Dom? —se atrevió a decir».

El chico se emocionó al punto de llorar.

«—Sí, papá, soy Dom... Estoy aquí».

«—¡Hijo mío, perdóname! ¡Perdóname por ser tan impertinente e insensible! Por mostrarme siempre tan cruel contigo, tan ajeno a tus sentimientos... Sé que esto no justifica mis malas acciones, ni lo mal que te traté, pero simplemente nunca supe como lidiar con la muerte de tu madre, ¡y tú tienes tanto de ella que temí amarte más de lo que ya te amaba, para luego tener que perderte! —confesó—. Cuando te vi en peligro, con esa chica, que tanto me dijo y me hizo pensar, derrotada, asesinada cerca de ti, sentí que todo mi mundo se desplomaba».

«—Papá, yo también debo pedirte perdón por no comprenderte... Jamás me puse en tu lugar, no podía, y en muchas ocasiones te juzgué mal».

«—No, hijo, no. —Lo detuvo—. Eras un chiquillo. Yo era quien debía estar para ti. Fui yo quien te falló».

«—¡Papá!». —Dominick se lanzó a los brazos de su padre—. Todo está perdonado —sollozó en voz alta—. No hay deudas de amor entre nosotros.

Estuvieron abrazados por unos minutos hasta que Octavio separó a Dominick para colocar su mano en el corazón de su hijo. Entendiendo que tenía algo que decir, Dominick puso la suya en el de él.

«—¡Dios te bendiga, mi pequeño Dom! ¡Cuán feliz se pondrá Marcela cuando se entere!».

Esta vez fue Dominick quien se separó. 

El dolor por la perdida lo invadió. Llorando, como no se había permitido hacerlo hasta ese momento, tomó las manos de su padre entre las suyas y las beso.

Para Octavio, aquella reacción significaba que su hijo estaba de acuerdo: Marcela se llevaría una enorme alegría.

***

(1) Galletas de Soda: Es una galleta fina y crujiente que suele llevar sal. En Venezuela, se consume sin sal.

(2) Maizina: Polvo blanco de maíz, también conocida como fécula o almidón.

(3) Tierruo: Persona inculta.

***

¡Hola! Siento estar ausente, tengo lechina (varicela) y las dos primeras semanas estuve de cuarentena, pero he adelantado en mi cuaderno mucho. Son capítulos muy largos, este no lo transcribí completo para que no sea tan agotador. Iré subiéndolos en estos días.

Les dejo el "Sol del ganado", la puesta de Sol en los Llanos venezolanos.



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