Desde la Dimensión del Tiempo

«¡Estoy preparado!». Fue la respuesta que dio Aidan, luego de que su mirada se cruzara, en una fracción de segundos, con la de su mejor amigo.

Atrás había quedado aquel día en el Jardín de Infancia donde coincidieron la primera vez, Aidan tomado de la mano de Rafael e Ibrahim jugando con unas plastilinas de colores. Ahora, su vida, su futuro, se resumía a aquel instante, en donde juntos, una vez más, tenían que enfrentarse a todo.

Ibrahim asintió, flexionando un poco sus rodillas, llevó sus manos a sus costados e hizo que un viento puro se elevara entre la arena, separando los fragmentos de las diminutas rocas de la corriente de aire.

El flujo de aire rápido se arremolinó alrededor de Aidan, haciendo que su pesado cuerpo fuera tan liviano como una pluma.

El Primogénito de Ardere se estremeció al darse cuenta que su cuerpo se colocaba de puntillas, para luego desprenderse por completo del suelo. Sus ojos se desorbitaron. No pudo evitar sentir una especie de pavor: se había enfrentado a embravecidas olas, pero jamás su cuerpo había estado suspendido en el aire.

Erguido, Aidan subió un par de metros, pero luego su liviano cuerpo comenzó a flotar, perdiendo el equilibrio. El peso de su cabeza lo hizo irse hacia atrás, y por más que intentaba retomar su posición con la ayuda de sus manos, lo único que lograba era dar vueltas sobre su cabeza una y otra vez.

«¿Qué rayos estás haciendo?», le reclamó Ibrahim, pensando que su amigo se encontraba jugando.

«¡Esto es demasiado incómodo! No puedo controlar mi cuerpo», le respondió.

«Pues invéntate algo», le exigió Ignacio, quien era incapaz de desconectarse de aquella conversación. «O de lo contrario, te bajaré y subiré yo».

Para Aidan sus palabras fueron mucho más que una simple amenaza. Ignacio e Ibrahim tenían toda la razón: no era el momento de bromear, la vida de todos estaba en sus manos, y la Imperatrix se encontraba a unos escasos metros.

Entonces, su corazón retumbó y su inconsciencia dirigió sus verdosos ojos hacia ella. Amina yacía como un ángel sobre todos, dormida bajo el poder de los cuatro Sellos que la protegían, tan regia y perfecta, mientras que él solo estaba sirviendo de bufón para todos.

Frunció el ceño, cerró sus ojos, repitiéndose que aquello era como estar en una tabla de surf, se posicionó bien sobre la corriente de aire y su cuerpo dejó de girar inanimadamente.

«Dime, Ibra, ¿cómo me muevo hacia Natalia?», quiso saber.

«De la misma manera como te desplazas en la tierra», le recordó Ibrahim. «¡Con los pies!».

El rostro amable de Aidan se transformó en torvo, y un macabro placer cruzó su corazón. Estaba decidido a arrebatarle la vida a Natalia.

Dominick no sabía si angustiarse o no por Aidan, lo único que tenía claro, en cuanto lo vio subir, era que si no dominaba su postura, pasarían a la historia de la Fraternitatem Solem como los más grandes fracasados.

Sonrió, con una malicia llena de pesadumbre, cuando lo vio girar. Le llenaba de alegría saber que Ignacio se había equivocado, pues siempre consideró que la persona más idónea para subir era él, pero a pesar de todo, deseaba que Aidan pudiera bajar con vida y no terminara sus días siendo el "bueno para nada" que siempre fue.

Al verlo controlar su posición, su corazón se aligeró. Aidan haría el trabajo en el aire, y a él le correspondía lucirse en tierra.

En cuanto el Primogénito de Ardere comenzó a desplazarse hacia Natalia, Ignacio vio propicio dar las últimas indicaciones, pues la verdadera batalla estaba por comenzar.

«Primogénito de Ardere», llamó a Ignacio, recibiendo una confirmación de Aidan. «Tus armas no podrán hacer nada contra la Imperatrix. Sin embargo, debes herirla con tu espada para que puedas invocar la Espada del Sol y la Muerte. Natalia tiene un poder que desconocemos, así que debes usar toda tu astucia si no quieres caer del cielo y convertirte en cadáver».

Sus palabras estremecieron a Itzel.

«¿No crees que eres un poco cruel?», le reclamó la chica.

«Soy sincero. Yo nunca me voy por las ramas cuando tengo que decir algo. Mientras más claro esté, menos errores cometerá». Le aseguró el Primer Custos. «Primogénito de Aurum, necesito que te encargues de los ejércitos de Ardere, Sidus e IgnisFatuus», le ordenó.

«¿Me dejarás liderar tu Clan?», se mofó Dominick.

«No es mi Clan, es el de mi Primogénita. Y, de todas maneras, si perdemos nadie recordará que hiciste esto, así que procura no cagarla».

Dominick sonrió, convencido de que Ignacio se tragaría sus palabras, e Ignacio hizo lo mismo al darse cuenta de lo manipulable que era el Primogénito de Aurum. Bastaba con hacerlo enfadar, echarle en cara que no servía y era capaz de bajar al mismo Infierno y acabar con el demonio.

El joven Aurum abrió un portal apareciendo frente a Ignis Fatuus, entretanto Itzel se posicionaba como líder de Astrum, Aurum y Lumen.

«Escúchenme bien, guerreros de Ignis Fatuus, Ardere y Sidus, nuestra misión es arrasar con todo lo que nos atraviese, aunque se nos vaya la vida en eso. Demuestren que son mejores que sus Primogénitos, y que siempre se diga en la Fraternitatem Solem que, sin ustedes, ellos no son nada».

Las elocuentes palabras de Dominick enardecieron a los tres Clanes, pero también captó la atención de sus Primogénitos. Por ellas, Aidan echó un fugaz vistazo a tierra, sonriendo ante el descaro de Dominick en autoproclamarse líder y, además, denigrarlos ante su propia gente. También hizo que Ibrahim se descuidara, haciendo que Aidan descendiera un par de metros.

«¡Hey 'mano! ¿Me piensas matar?», se quejó el Primogénito de Ardere.

«¡Perdón! ¡Voy a patear al becerro ese cuando esto termine», prometió.

«¿Becerro? Ja, ja, ja esa palabra suena muy tierrua(1) en tu boca, como si un león comiera pasto», se burló Aidan.

«Más te vale pasto que paja, ¡becerro!», se burló, relajándose un poco.

«Ja, ja, ja, ja. ¡'Ta bien! ¡'Ta bien!». Se rio Aidan, volviendo a lo suyo.

Gonzalo le echó un vistazo a Ignacio, mientras se desplazaban concéntricamente alrededor del escudo que mantenía en resguardo a Ibrahim.

El rostro de suficiencia de Ignacio le dijo más a su hermano que las palabras que pudiera pronunciar.

«Cada día me sorprendes más», le confesó.

«Y esto apenas comienza Zalo», le aseguró.

Natalia se detuvo en cuanto tomó consciencia de que Aidan podría dominar su estado actual. Por un instante creyó que el Primogénito de Ardere caería, pero se recuperó, y aunque su avance en el aire parecía una pantomima, poco a poco fue adquiriendo agilidad, como si hubiese nacido para volar.

La Imperatrix echó un vistazo a lo más alto del firmamento, lanzando una mirada cargada de odio a la Primogénita de Ignis Fatuus. Deseaba acabar con ella, pero no lo podría hacer hasta derrotar a su adversario.

—Aunque pensándolo bien, si lo mato primero y la dejo vivir un poco más, su sufrimiento será mayor, y mi regocijo llegará al éxtasis —pensó, relamiéndose los labios de placer.

Un par de aletazos que la dirigieron hacia Aidan, entretanto de sus brazos se deslizaban un par de espadas transparentes como el cristal, pero de un material tan resistente como el acero y liviano como el algodón.

—No sabes cuánto he anhelado este momento, Aidan Aigner, Primogénito de Ardere. Será todo un placer bañarme en tu sangre, pues no solo pienso matarte, ¡haré un festín con tu carne!

—Tan hermosa y no eres más que una caníbal.

—Soy muchas cosas, Aidan Aigner... pero hoy solo seré tu peor pesadilla.

Natalia blandió sus espadas que chocaron con el filo de obsidiana, entonces Aidan sintió un par de latigazos ardientes como el fuego quemarle los antebrazos.

—¡Ay!—. Su grito inconsciente provocó las risas de Natalia.

—¿Te duele? —se burló—. Tengo mucho más para ti y tus amiguitos, mi Primogénito.

Desde la lejanía, Teodoro evaluó toda la situación. Había esperado a que Ignacio moviera todas sus piezas, así que era su momento.

Con un par de señas, mandó una horda de non desiderabilias a atacar. Poseían el Donum de su Imperatrix, podían quemar la piel de quienes atacaban. Aquel no era un don que el campo de Amina pudiera detener, porque no era un poder para devorar energía, ni someterla, sino para lastimar la carne.

Era una estrategia muy sabia, algo que la Fraternitatem Solem no había previsto. Sin embargo, no era la única carta bajo la manga que tenían.

Los Harusdra conocían muy bien la debilidad de sus adversarios, por lo que reservaron un segundo pelotón, el cual se encargaría de exterminar al Primogénito de Aurum y su gente.

Bastó una simple mirada para que Gonzalo supiera que todo se complicaría. El ejército de los non desiderabilias que habían enfrentado, después de que las dagas de cristal fueran detenidas, comenzó a retroceder, dándole paso a una horda mejor entrenada, condición que constató al percibir la contextura física de aquellos sujetos.

«¿Qué crees que planeen?», le preguntó a su hermano menor, quien se detenía a tomar un respiro.

«No lo sé, pero nada bueno vendrá de allí. Teodoro no piensa moverse de su posición, así que estos nuevos pelotones deben contar con un don maldito que desconocemos».

«¡En mal momento fuimos a rescatar a esa maldita!». La rabia se había apoderado de Gonzalo.

«Sobrevivimos a la Umbra Solar, así que no pienso morir por un Donum menor», le aseguró, balanceándose en ambas piernas para lanzar su nuevo ataque.

A diferencia de Dominick, Itzel no tuvo que dar ningún discurso emotivo. Su sola presencia era más que motivación para los Clanes que habían quedado a su mando.

Esperó, como sus homólogos, la llegada del enemigo y corrió a enfrentarlos. 

Pronto se daría cuenta que cada choque de espadas, cada golpe acertado, cada estocada mortal producía en sus pieles heridas semejantes a quemaduras.

El ejército de la Fraternitatem Solem se llenó de terror ante aquel suceso. Era como recibir latigazos de brazas ardientes, que no solo quemaban su piel, sino que los estremecía hasta los tuétanos.

«¿Qué rayos es esto?», se quejó la chica, al darse cuenta que ni el escudo de Amina, ni su Donum la protegerían.

«¿Qué sientes?», quiso saber Gonzalo, en un gesto de caballerosidad, al darse cuenta que las mismas hordas que lo atacaban eran del ejército que adversaba a Itzel, mas él no podía sentir nada.

«¡Nos quema! ¡Esta mierda nos quema! Si los tocamos, queman. Si chocamos armas, queman. Si los matamos, ¡queman! ¿No lo sientes?», quiso saber algo confundida.

«Es parte del fuego en el que se fundió la Cor Luna», le respondió Ignacio, inmune, al igual que su hermano, a aquel macabro poder. «Por eso, Ackley la llamaba "Roca de Fuego"».

«¿Quieres decir que ese poder proviene de Natalia?», indagó Dominick, el cual permanecía atento al informe de Itzel, pero desconocía la sensación, pues él tampoco la estaba padeciendo, dado a que aquellas hordas no iban a por él.

«Sí. Ella les ha cedido tal poder», afirmó Ignacio, atento a lo que la segunda horda pudiera hacer.

Consciente de lo que ocurría bajo sus pies, Aidan se esforzaba por llegar a la Imperatrix.

El escozor de los latigazos que emanaban del cuerpo de Natalia comenzó a tener un efecto cada vez menos duradero en él, por lo que ganó confianza y fue en su ataque.

Las espadas chocaban con agilidad. Natalia era una experta y Aidan no se quedaba atrás. Aquella era su arma de combate preferida; no hubo una tarde que no dedicara a entrenar por una o dos horas consecutivas, así que, el Primogénito de Ardere se defendía muy bien de los embates de la Imperatrix, quien en cada golpe lo hacía retroceder o flaquear.

—¿Cuánto tiempo crees que soportarás? —se burló Natalia.

—Todo el que sea necesario —respondió, esquivando un mortal golpe de su adversaria.

Tenía que actuar rápido, su espada debía estar impregnada de la sangre de la líder de los Harusdra para poder invocar la Espada del Sol y la Muerte.

Aidan tomó la decisión de cambiar el escudo por una espada corta, de esa manera podía detener los golpes e intentar contraatacar. Sin embargo, sentía que algo no estaba bien. Su equilibrio era cada vez más inestable.

Abajo, Ibrahim comenzaba a mostrar signos de cansancio, mantener a Aidan en el aire era sencillo, si esto no implicaba asegurarle la estabilidad en cada movimiento. Mientras más ajetreo mostraba su amigo en la batalla aérea, más agotador era controlar las corrientes de aire, porque el éxito de cada acción motora del Primogénito de Ardere dependían en un cincuenta por ciento de trabajo que Ibrahim estaba haciendo.

Creyéndose inmune, Dominick se enfrentó con la horda de non desiderabilias que se distribuyeron en su flanco. Quiso mostrar su poderío, así le devolvería un poco de calma al ejército de la Fraternitatem Solem.

Invocó su centella, arrojándola hacia uno de los Indeseables, acertando en el pecho del mismo. Pero su grito de júbilo se transformó en asombro y terror cuando la piel de su adversario se volvió madera, y del oscuro agujero, surgió arena que suturó la carne del Harusdra.

Aquel hecho monstruoso terminó por desboronar las esperanzas de la Hermandad.

Ignacio, dándose cuenta de la trascendencia de dicho suceso, quiso mostrar que solo fue un error de cálculo del Primogénito de Aurum. Cubrió su cuerpo en llamas, dirigiéndose hacia las hordas, sin alejarse mucho de Ibrahim. Golpeó a un par de ellos, usando la espada y su puño, pero la piel de estos era dura como roble y del impacto solo quedaba arena que se volvía a solidificar en carne.

«¿Qué mierda es esta?», preguntó aturdido.

El Primer Custos de Ignis Fatuus jamás había enfrentado a un enemigo semejante, un adversario que podía resistir al poder del fuego.

«Si controlaras el agua podrías mojarlos y hacer bolas de arena», se mofó Gonzalo. «¡Son demasiado brutales!».

«¿Es en serio?», le respondió de mala gana.

«Solo es arena, hermanito». Se rio. «Cambiemos de flanco y te demostraré lo que tu hermano mayor puede hacer».

Ignacio no dudó, obedeciendo a su herman. En un rápido movimiento, Gonzalo pasó a ocupar su posición, guardó su espada y sacó su arco, invocando sus flechas, las cuales comenzaron a derretir la arena como roca fundida.

«¡Zalo!», gritó Ignacio emocionado.

«Teodoro es predecible», confesó. «Para la arena, nada mejor que el ardiente magma, Iñaki».

Sabiendo que el reloj estaba en su contra, Aidan se dio prisa. Se agachó para esquivar un certero golpe de Natalia, con lo que pudo posicionarse detrás de esta.

Supo que era su oportunidad, así que contraatacó con todo, pero la Imperatrix era ágil y pudo esquivarlo.

—No me matarás como si fuera una estúpida.

—Sé que no será fácil, pero te juro que lo haré.

El chasquido de las armas se perdían en el fragor de la batalla terrestre, aun así Aidan no dejaba de atacar.

Paró la espada larga de Natalia con su espada corta, y en un rápido movimiento hizo lo mismo con la otra. Ambos quedaron con los brazos extendidos, en una jugada que se les antojaba sin opciones, pero el Primogénito de Ardere se arriesgó a realizar una acción bien estudiada. 

Aplicando toda su fuerza, bajó la espada larga de la Imperatrix hacia su izquierda, e hizo lo mismo con la diestra, soltando con presteza su espada larga y blandiéndola en dirección de su mortal enemiga.

Natalia intentó alejarse, pero no fue lo suficientemente rápida: la espada de Ardere hizo un ligero corte en el brazo de su piel, lo bastante profundo para que su sangre, impregnada de la esencia de la Cor Luna, mojara el filo de obsidiana.

El Sello del hierro de Ardere centelló, haciendo que un nuevo poder inundará todo el ser de Aidan. Supo que era el momento perfecto para intentar obtener la legendaria arma de Astrum.

—Espada del Sol y la Muerte —pronunció solo audible para Natalia, tomando su espada de obsidiana con ambas manos.

Esta centelló, haciendo que su dueño sintiera un ligero temblor en sus manos, mientras que la empuñadura de obsidiana con vetas de cuero se iba transformando en una hermosa empuñadura de oro, y la hoja, transfigurada, mostró ante la mirada atónita de Natalia, los seis Sellos de la Fraternitetem Solem.

Aidan no dijo nada, solo se lanzó al ataque.

Natalia, despavorida, se defendió, pero los golpes le hacían temblar. 

El Primogénito de Ardere aplicaba toda su fuerza masculina para golpearla, e iba venciendo, hasta que su cuerpo comenzó a bajar y subir en el aire, sin que lo pudiera controlar.

Las gotas de sudor corrían con rapidez por los contornos del rostro de Ibrahim. Se encontraba muy agotado. Sus piernas flaquearon y no puedo evitar que sus rodillas se doblaran.

El efecto de la cúpula de poder se terminaba. No había nada que le pudiera brindar serenidad, salvo una buena ducha y una cura de sueño. Su visión se iba nublando, no necesitaba usar anteojos, de nada le servían. Un agudo pitido en sus oídos le indicó que había alcanzado sus límites y estaba por rebasarlos.

Intentó controlar su respiración, pero la gran cantidad de bocanadas de aire no le ayudaban a solucionar nada. Sus brazos flaquearon, no podía mantenerlos por más tiempo elevados. Entonces, lo supo. Estaba perdido.

«Lo siento, Aidan. ¡Te he fallado!», murmuró cayendo inconsciente en la arena.

El grito de Aidan y las palabras de Ibrahim desconcertaron a todos los Primogénitos y a los Custodes.

Gonzalo abandonó su posición y corrió a socorrer a su novio, tomándolo entre sus brazos e intentando reanimarlo.

—¡Dime algo, cielo! ¡Háblame, Ibrahim, por favor! —suplicó, mientras Ignacio le exigía volver a su posición.

  «¡Ayúdenme!», suplicó Aidan, sintiendo la nada abrirse paso bajo su espalda. 

Movía sus manos y piernas de forma desesperada, intentando aferrarse a un objeto invisible. Sus ojos se desviaron hacia Amina, dándose cuenta que esa podía ser la última vez que la vería. Así acabaría su historia, cuando de un sórdido golpe se detuvo.  

Itzel, en una reacción inteligente, extendiendo sus brazos hacia un Aidan que iba en caída libre. Pudo detenerlo en el aire, pero este era incapaz de volver a subir, ni de continuar el descenso, pues la Primogénita de Lumen no tenía la menor idea de cómo controlar su Donum en esa situación.

«No te dejaré caer, Aidan», le dijo su amiga, haciendo un máximo esfuerzo.

«Súbeme», le pidió.

«¡No puedo!», respondió con sinceridad.

«Si me regresas a tierra estamos perdidos», le recordó.

«Es que ni siquiera puedo bajarte, solo mantenerte allí, hasta que Ibrahim se recupere».

«Ibrahim no se recuperará», dijo, secamente Ignacio, al darse cuenta de que su plan había fallado.

El Primer Custos de Ignis Fatuus miró al cielo, observando a una triunfante Natalia reír a carcajadas, entretanto ascendía para acabar con la vida de su prima.

La caída de Aidan hizo que Itzel se olvidara de defenderse. 

Zulimar salió a resguardarla, pero los ataques de los non desiderabilias se volvieron más violentos, por lo que terminó cayendo derrotada.

El Ejército avanzaba hacia la humanidad de Itzel. Ella observó las hordas con terror, en especial porque quienes intentaban detener su avance no lo lograban. Era consciente de que si la derrotaban, Aidan también moriría.

«¡Me matarán! ¡Me matarán!», gritó desesperada.

Ignacio se giró, dándose cuenta de que la Primogénita de Lumen estaba en peligro mortal. Abandonó su posición, ya no le quedaba mucho por hacer, entonces vio como una lanza macabra salía de las filas enemigas, dirigiéndose infaliblemente hacia Itzel.

El joven echó a correr con todas sus energías, quitándose a cuantos podía de encima, mas era consciente de que no llegaría a tiempo.

Sin embargo, un golpe invisible desvió la trayectoria de la lanza, haciendo que todo el caos se detuviera.

Ignacio miró aturdido la imagen que se materializaba delante de Itzel, mientras que la Primogénita de Lumen, negaba lo que sus ojos estaban viendo.

—Esto apenas comienza —dijo una joven ataviada con traje blanco de combate, el mismo usado por la Fraternitatem Solem, y mostrándose en todo su esplendor. Apoyó el báculo de cristal que llevaba en la mano izquierda con fuerza en la arena y medio giró el rostro para ver a su compañera—. No los dejaré, Itzel, se lo prometí a Amina. ¡Clanes de la Fraternitatem Solem al ataque!

La Primogénita de Astrum se había materializado ante ellos. 

La Espada del Sol y la Muerte la había librado de la Dimensión del Tiempo.

***

(1) Tierrua:  vulgar, de muy poca clase.   

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