Decisiones adecuadas

Los chicos se sumergieron entre los cuerpos, muchos de los cuales eran totalmente desconocidos para ellos.

Eun In e Itzel corrían desesperadas entre los bloques, intentando dar con el paradero de sus seres queridos.

Alejándose del grupo, Ibrahim observó el tierno y ovalado rostro de una mujer de unos treinta años. Su faz llamó tanto su atención que no pudo quitar su mirada de ella. Su tez morena le recordaba a Saskia.

Pasó su mano sobre la frente de la mujer. El contacto de su cálida piel con la pétrea cara hizo refulgir un leve destelló de un rojo dorado en la clavícula derecha de la fémina.

Ibrahim palideció, levantando el rostro.

—¡He encontrado a la mamá de Saskia! —gritó, haciendo que Dominick saltara entre los bloques para llegar a ella.

El joven Sidus se tuvo que apartar en cuando el Primogénito de Aurum llegó. 

Se vieron.

—¿Es ella? —le preguntó.

—Su Sello tiene la misma tonalidad del de mi padre. Es de un rojo dorado, creo qué es porque no es un Primogénito, solo me heredó el Sello.

—¡Itzeeeeeeeel! —gritó Aidan, quién acababa de dar con el cuerpo de Loren.

La joven Lumen corrió derrapando entre los bloques hasta dar con su hermana. Le tomó de la mano, cayendo arrodillada, mientras la besaba con el rostro bañado de lágrimas.

—¡Mi Loren! ¡Mi hermosa hermana! ¿Estás bien, hermanita? ¿Estás bien, pequeña? —le preguntó bañando de besos y lágrimas su rostro, mientras lo acariciaba con filial ternura.

Aidan se retiró para darle su espacio. En aquella amplia sala se estaban acumulando muchas emociones.

—¡Appaaaaaaaaa! —gritó Eun In, al ver a su padre en uno de los bloques.

Su grito hizo que Ignacio reaccionara inconscientemente. Estimaba tanto a aquel hombre que había sido su maestro y un padre dentro de Ignis Fatuus, que no podía privarse de estar a su lado. 

Sin embargo, se detuvo a observar la devoción que la joven le mostraba a su papá. Él no podía quitarle aquel momento.

—¡Dominick! —le llamó Aidan—. ¡Vamos!

El joven Aurum extendió sus manos, abriendo un portal hacia el hospital de la Hermandad. 

No necesitaba del ejército de la Fraternitatem, sino de sus mejores galenos.    

Zulimar corría por los pasillos del Auditorium como si la vida se le fuera en ello. Conocía cada una de las crisis que Amina había padecido desde que fue condenada a prisión, por lo que temía encontrarla en mal estado.

Podía sentir detrás de ella a Elías. 

El líder del Prima la alcanzó, por lo que pudo notar su preocupación. Sintiéndose apoyada, aceleró. 

Dominick abrió el portal. Los rayos del sol penetraron en el cuarto subterráneo, donde los otros Primogénitos se encontraban con los secuestrados.

El ejército de Aurum observó, consternado, la dimensión en la que su Primogénito se encontraba, incapaces de dar un paso al frente sin la debida autorización, esperaron que Samuel se asomará para reunirse con Dominick.

Ambos hombres se abrazaron. La sonrisa del chico demostraba el triunfo de toda la Hermandad, por lo que Samuel mandó a las tropas a entrar al extenso salón azul.

No hubo conversación entre ellos, todos tenían claro que aquellas personas necesitaban asistencia. Con una rápida seña, los hombres de Aurum se posicionaron alrededor de los secuestrados, dos en cada mesa, para iniciar el traslado, por lo que el panorama del portal cambio de la sede del Auditorium al pasillo principal del hospital.

—¡Con cuidado! ¡Trasládenlos con cuidado! —ordenó Samuel, mientras sus hombres comenzaban a extender las tablillas de fibra de vidrio en donde colocarían los cuerpos. 

Para Amina fue imposible avisar de su llegada. El dolor de su brazo derecho, aunado al desgaste físico que había padecido cuando se enfrentó a la Imperatrix, la hacían sucumbir.

Por más que se arrastró, no pudo dar aviso de su presencia a los guardias de la Coetum. De nuevo se desvaneció antes de poder alcanzar el escritorio.

Diez minutos después, llegó Zulimar. 

Con rapidez abrió la reja, mientras Elías entraba para cargar a la joven.

—Debemos llevarla al hospital —le ordenó el hombre.

Zulimar hizo aparecer un portal, por el que Elías pasó, apareciendo en el pasillo principal del Hospital de la Fraternitatem.

Gonzalo observó al Prima de Aurum cargar a Maia. 

La joven yacía desmayada entre los brazos de Elías, por lo que corrió hacia ellos. 

El rostro del Custos mostraba la misma preocupación que el de Zulimar, quien entró detrás de estos. Sus miradas se cruzaron pero, con rapidez, el joven la desvió hacia su prima.

—¿Qué hacen aquí?

—Necesita ayuda —le respondió Elias de manera obvia.

—Ella no desea estar aquí. ¡Deben devolverla a su celda! —les exigió, temeroso de que su prima despertara, encontrándose fuera de la Coetum.

Su voz alcanzó los oídos de Montero, quien había avanzado con la asistencia de Eugenia, logrando estabilizarla. El galeno se acercó al grupo, palideciendo al ver el demacrado rostro de su Primogénita, pero en cuanto fue a tomarla, el portal de Aurum se abrió, y los gritos de Samuel llegaron hasta ellos, atrayendo su atención.

—¡Montero! —le llamó Elías, al ver que el médico se interesó por lo que estaba pasando al final del pasillo.

Los hombres de Aurum comenzaron a entrar, con los secuestrados, y entre ellos, Dominick y Samuel se acercaron al grupo.

—¿Qué es todo esto? —preguntó Zulimar.

—¡Los hemos encontrado! —respondió el chico radiante de felicidad—. Pero creemos que les han hecho algo, porque no responden, sin embargo están vivos.

—Han detenido el proceso de envejecimiento —respondió Montero automáticamente, al ver pasar el primer grupo de rescatados, donde reconoció el rostro de un amigo de su infancia, quien seguía siendo un niño—. Mas, no entiendo el porqué.

—¿Y qué haremos con la Primogénita de Ignis Fatuus? —quiso saber Zulimar, al darse cuenta que la joven había pasado a un segundo plano.

Pero al Dr. Montero no le dio tiempo de responder. 

Ignacio, quien entraba en el hospital, ayudando a Eun In en el traslado del Sr. Jung, observó con preocupación a su prima, para luego dirigirse a Gonzalo.

—¿Qué hace ella aquí? —lo interrogó.

—La han traído porque se ha desvanecido en su celda. No creo que esté bien, Iñaki.

—Regrésenla y que Montero mande a alguien para que la chequeé. —Miró al galeno—. Te necesitamos aquí. Ella puede esperar.

Sus palabras hicieron retroceder a Zulimar, la cual no podía entender la reacción del Primer Custos. Sin embargo, sus palabras fueron una orden. 

Gonzalo no lo cuestionó, y Montero encargó a un par de colegas, de su entera confianza, a acompañar a su Primogénita a la enfermería del Auditorium, donde recibiría asistencia.

Cada secuestrado iba siendo asignado a una habitación distinta. Todo el personal estaba ajetreado, dando asistencia a los recién llegados.

Itzel buscaba con desesperación a su mamá entre las personas que esperaban respuestas por sus conocidos. Susana, al verla, corrió para abrazar a su hija, desbordándose en llanto.

—¡Mami! ¡La he encontrado!

—¡Mi niña! ¡Mis niñas! —pronunció la mujer, entretanto era tomada de la mano y llevada hacia el cuarto que le habían asignado a Loren.

Montero había dado órdenes que ningún familiar entrara en las habitaciones, pero se hizo la excepción con Susana e Itzel, tomando en cuenta el luto reciente que las embargaba.

Susana corrió a tomar el dulce rostro de su hijita entre sus manos, mientras lo cubría de besos. Itzel le cedió un poco de espacio, cubriendo sus labios para silenciar los gemidos de su feliz corazón.

Habían recorrido un largo y turbulento camino para poder encontrarla. La pregunta ahora era por cuánto tiempo estaría así. Sin embargo, era un alivio tenerla con ellas, saber que está en un lugar a donde pueden visitarla, abrazarla, hacerla sentir querida.

Aquel conmovedor momento le hizo recordar a la joven Primogénita que la muerte de Luis enrique no fue en vano, y que Maia había cumplido su promesa, aun a precio de sangre tan estimada y amada por ella.

Contrario a lo que todos esperaban, Zulimar decidió volver con Amina a la Coetum. Sentía que podía ser más útil a la pobre Primogénita abandonada que a los cientos de rescatados cuyos familiares esperaban por visitar.

Los galenos colocaron un par de bolsas de suero en la perchera, que iban a introducirse en la humanidad de la joven por medio de dos vías. Le comunicaron a la Prima que aquel suero había sido creado por el Dr. Montero para estabilizar el organismo de la joven, mas no dieron otra explicación.

Cuando se retiraron, Zulimar acercó el sillón a la camilla y se sentó, observando a la chica. 

Ella esperaría a que Amina abriera los ojos, no la abandonaría.

Aidan abrazó a su padre frente a la habitación de Eugenia. 

Los padres de la chica estaban conversando con uno de los doctores sobre la salud de su hija.

—¡Han sido muy valientes! —reconoció Andrés.

—¿Cómo está ella?

—Al parecer, se repondrá. Montero estuvo aquí hace una hora y nos explicó que el poder de su Primogénita había detenido el avance de la hemorragia, y que aprovecharon el mismo para salvarle la vida a la joven, así que podría decirse que es un milagro que este viva.

—Pero, Maia no tiene todo su poder, papá. ¿Cómo pudo detener la hemorragia?

—Pues, Montero no nos lo va a explicar.

Aidan observó con perspicacia a su padre, recordando lo que Amina le había dicho sobre los Sellos. Al parecer no solo estaban luchando por prevalecer en su cuerpo y hacerla su Primogénita, también estaban cediéndole poderes que antes no tenía.

Amina abrió los ojos, encontrándose con el rostro sereno de Zulimar. La chica se había quedado dormida con el correr de las horas. 

Sonrió. No la despertaría, no sin antes darse un pequeño vistazo.

Tocó con sus dedos la piel ardiente en donde el Sello de Mane se encontraba, para hacer lo mismo con el Sello de Astrum. Después, subió su brazo, observando el plateado Sello de Lumen, y sintiendo el pinchazo en su muñeca.

Un gesto de dolor cruzó por su faz. Al parecer nada de lo que hiciera le quitaría aquella terrible sensación. Decidió desviar la mirada. De nada valía preocuparse por algo que no podía solucionar. Hasta ese momento solo le servía esperar y aceptar que moriría marcada por una maldición que lejos de protegerla, cada día la torturaba más.

Mas terminó cediendo a la tentación. Elevó sus manos para ver la marca apoderarse de su piel. Sintió miedo y repulsión. 

Había sido cruelmente marcada por un destino que no le pertenecía.

Si tan solo hubiese tomado las decisiones adecuadas... Si tan solo se hubiese dado cuenta antes de dar su corazón... Nada de eso hubiera pasado.

Cerró sus ojos, dejando escapar ardientes lágrimas de dolor. 

Le quedaba poco..., ya no tenía que sufrir más.

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