De vuelta a la oscuridad

Entrando a la cocina de la residencia, Dominick optó por sentarse en la mesa tomando un racimo de mamones(1) que yacían sobre un cuenco de madera al centro de la isla de mármol. Zulimar lo vio desde el arco del comedor y se aventuró a acercarse, quintándole algunos frutos.

—La fruta robada suele ser más sabrosa, ¿no? —le reclamó el chico.

—Por lo visto las cosas no salieron como lo pensabas —concluyó, llevándose el fruto a los labios.

—No —suspiró, dándose el tiempo de degustar un mamón—. Lo extraño de todo esto es que tampoco me siento molesto.

Zulimar lo miró algo confundida. ¿Acaso había escuchado mal?

—¿Te sientes bien? —preguntó.

—¡No seas ridícula! —reclamó—. ¡Claro que estoy bien! Aunque las cosas no salieron como yo quería en la Coetum, siento una extraña calma... Te explicaré. —Se acomodó en el asiento—. Es como si me sintiera sereno con la decisión que la Fraternitatem Solem tomó hoy.

—Creo que se debe a que en el fondo tú tampoco estabas muy convencido de que su sentencia fuera la más correcta.

—Todavía tengo resentimientos en contra de Maia.

—Me imagino, pero si quieres sanar las cosas con tu padre, algún día lo tendrás que hacer con ella también —aconsejó, dejando las frutas a un lado—. No es bueno cargar con tanto resentimiento, Dominick. Tú eres un chico muy agraciado, desde donde se te mire, pero si insistes en guardar rencores, serás un tipo amargado, y nadie, ni Leah, querrá estar a tu lado.

—De ella lo dudo —bufó, haciendo sonreír a Zulimar.

—¿Por qué no vamos hoy  a hablar con tu padre?

—¿Hoy?

—Siento que es tu día de suerte para las reconciliaciones —respondió, guiñándole un ojo.

Dominick asintió, sonriente.

—Después de la cena, ¿está bien?

—¡Sí va!

La puerta de la casa de los Santamaría se abrió intempestivamente.

Hasta la sala llegaban las voces joviales de los tres chicos, atrayendo la atención de Amina, quien salió a recibirlos con una lata de leche condesada en la mano y la cucharilla en su boca. Asombrada, observó como Ignacio y Aidan venían abrazados, este último traía una botella de bebida gaseosa y Gonzalo, quien iba adelante, llevaba un par de bolsas con varias envolturas adentro.

—¡Llegó la comida! —anunció Gonzalo.

—Espero que no te hayas llenado comiendo puro dulce —le reclamó Ignacio.

—Solo tomé un poco —mintió, retirándose la cucharilla de la boca—. ¿Qué es todo esto? —preguntó sin entender la fuente de la algarabía de los jóvenes.

Los chicos se miraron, accediendo a que Aidan le explicara a su prima.

—Verás, mi pequeño sol, venimos de la Coetum, y... ¡hay motivos para celebrar!

—¿Celebrarán mi retorno a la cárcel o es que acaso me han dado un par de días más?

—No volverás a la cárcel, Amina —dijo Ignacio—. Astrum ha decidido darte libertad hasta saber cómo traer a Saskia otra vez.

—Pero, yo no lo sé. 

—En eso estamos claros, prima. Ni tú ni nadie lo sabe, peroooo... ¿Saco los platos? —quiso saber Gonzalo.

—¡Clarooo! No pienso comer arepas frías —respondió Ignacio.

—No..., no entiendo. —Miró a Aidan.

—¡Mi pequeño sol! —Aidan la tomó del rostro—. Astrum no quiso correr un riesgo luego de saber que Saskia, probablemente esté viva. —La chica negó con el rostro, seguía aturdida por la noticia. Entretanto, Ignacio le sacaba la botella a Aidan para preparar la mesa—. Itzel habló ante la Coetum y formuló la teoría de que quizás, si esperamos un poco más, Saskia pueda estar con nosotros, pero para ello te necesitamos con vida. Si Saskia vuelve, entonces no habrá delito.

—¿Creerán que soy inocente? —preguntó con los ojos cargados de inocencia.

Aidan asintió, dándose cuenta de cuánto la amaba. Besó brevemente sus labios en cuanto ella sonrió.

—¿Y por eso han comprado arepas?

—No —le respondió Ignacio, colocando las servilletas en la mesa—. Las arepas son un regalo por hacerle el desayuno al mamarracho este. —Señaló con un gesto a Gonzalo.

—Es el desayuno más caro que he tenido que pagar —confesó Gonzalo colocando las arepas, todavía en su envoltura, sobre una bandeja al centro de la mesa—. Pero, ¡son las mejores arepas de pernil que probarán en toda su existencia!

Amina y Aidan se acercaron a la mesa para tomar asiento. 

—La próxima vez haremos una vaca(2) y compraremos hamburguesa —sugirió Aidan, poniendo su mano en el hombro de Gonzalo.

—Espero que no se quede solo en palabras —suspiró Gonzalo. 

—Por cierto, Amina —comentó Aidan, mientras todos comenzaban a servirse—, ¿quieres venir hoy a mi casa?

—Pronto serán las nueve de la noche, niño —intervino Igncaio, haciendo que Aidan se sonrojara.

—Pensé que...

—¡Déjalos Iñaki, irán por el otro round! —apoyó Gonzalo llevándose la arepa a la boca.

—¡Zalooooo!— gritó Amina apenada.

—No haremos nada —aseguró Aidan.

—No me importa lo que hagan —insistió Ignacio saboreando su empanada—, lo único que no quiero es un híbrido de ustedes corriendo por ahí antes de que mis tíos lleguen, porque allí sí que se acabó la Fraternitatem Solem.

—Estamos siendo responsables —quiso defenderse Aidan.

—¡Aidan! —le gritó Amina, dándole un puntapié por debajo de la mesa—. Estás jugando contigo para sacarte información. —El chico se sonrojó—. Tú solo come y no le hagas caso.

El joven Ardere asintió, dándole el primer mordisco a su arepa. La mezcla de sabores lo hizo cerrar sus ojos.

—¡Están realmente buenas! —dijo el chico.

Los primos rieron. Era bueno compartir la mesa con él.

Itzel abrió la puerta de su casa. El calor hogareño la golpeó con una mezcla de hermosos y tristes recuerdos. Cerró sus ojos, dejando correr las lágrimas. 

Las risas, las discusiones, las empanizadas que Aidan una vez le regaló, las uñas de Loren, las lágrimas por la traición, todo giró alrededor de ella, y en medio, como un Sol resplandeciente, David caminaba con la más hermosa sonrisa.

Mi Primogénita.

La joven se llevó la mano al corazón, aferrándose con fuerza a su camisa, cuando las carcajadas de un par de niños la trajo de vuelta a la realidad. 

Gabriel corría detrás de un audaz Tobías, quien con rostro de niño revoltoso, hacia fintas para que su pequeño hermano de seis años no pudiera atraparlo. El más joven, al darse cuenta de que jamás daría con él, se sintió frustrado, pero un fugaz pensamiento cruzó por su mente. Quitándose el zapato, se lo arrojó a Tobías, el cual acababa de darle la espalda para seguir escapando de este, rumbo al patio.

El hecho de ver la astucia de Gabriel y el rostro desconcertado de Tobías, mientras giraba para admirar la osadía de su hermano, hizo que las lágrimas de Itzel se transformaran en risas. Se llevó una mano a los labios, para luego aferrar su estómago.

Los niños repararon en su presencia, corriendo a abrazar a su hermana, dejando el momento de tensión atrás. Sus gritos atrajeron a la madre y a Loren. Las mujeres Lumen se unieron al júbilo de los pequeños, y entre sollozos de emoción, Susana besó el cabello de su primogénita, porque ahora estaban completos y en su hogar.

—¡Bienvenida a casa, mi niña! ¡Bienvenida!

Sacudiendo sus manos frías, Dominick intentaba darse valor antes de entrar a la casa paterna. Miró a Zulimar. La chica asintió, brindándole confianza para que fuera a conversar con Octavio.

—¿No quieres acompañarme?

—Lo harás bien, Dom. Pero, si algo llega a salir mal, entraré y le patearé el trasero.

Sus palabras hicieron sonreír a Dominick, pero también le cedieron la confianza en sí mismo que no sentía. Respiró profundo y tocó el timbre.

Marcela salió, con una sonrisa en los labios, a recibir a su nieto. Conocía, de antemano, el deseo de su nieto, así que dispuso todo para que padre e hijo se encontraran.

La casa estaba silenciosa, más de lo que Dominick hubiese querido. Siguió hasta el comedor, en compañía de su abuela, allí lo esperaba su padre, sentado en uno de los bancos altos de la isla de la cocina, con los brazos cruzados sobre su pecho. 

El joven Aurum no tuvo tiempo de decidir qué actitud tomar frente a su padre. La experiencia en el campo de guerra y de la vida en comunidad le habían regalado una seguridad que, hasta ese instante, desconocía.

—Papá, ¡bendición!

—¡Dios te bendiga! —Por mucho que el orgullo de Octavio se lo impidiera, no pudo evitar responder. 

—Necesito más que la bendición —comentó con un tono de voz tan límpido que no había ningún dejo de orgullo en él—, necesito que todo esté bien entre nosotros.

—El "nosotros" solo se limita a nuestro vínculo de sangre.

—Hay mucho más, papá.

—¿Para qué viniste?

—Más que un para qué, existe un por qué. Porque lo quiero. Lo extraño.

—Entonces, ¿por qué te fuiste?

—Fue usted quién me corrió.

—¡Nunca te ha importado la familia! Y ahora soy yo él que no quiere nada de ti.

Dominick asintió, bajando su rostro. No podía hacer nada más, hablar era confrontarlo, y al hacerlo abriría más la brecha entre ellos.

—Lo entiendo.

Dando la media vuelta, se acercó a su abuela, depositando un beso en la frente de la llorosa mujer. Marcela entendió, así que no lo detuvo. Ella tampoco tenía palabras para mejorar la situación.

El chico abrió la puerta y salió de la vista de su familia.

La mujer miró a su yerno, negando con su rostro. Reprobaba la actitud que había tenido para con su único hijo.

Zulimar esperaba a su Primogénito recostada del auto. Miró su reloj. Dominick no llevaba ni cinco minutos dentro de la casa cuando ya estaba de regreso. Sorprendida, se irguió. No tenía que preguntar, el rostro compungido del chico fue un relato perfecto, expresando más de lo que las palabras podían transmitir.

Ella fue a acercarse, pero él negó, apartándose. 

Entendiendo la situación, Zulimar lo dejó marchar. Observó el camino tomado por el joven hasta que se perdió de su vista. Entonces, decidió entrar.

Sin esperar a ser invitada, se detuvo frente a Octavio. La presencia de la joven tomó por sorpresa al hombre, quien solo balbució.

—Usted es el hombre más imbécil que puede existir en la faz de la Tierra. ¡¿Cómo se atreve a despreciar a un ser humano que más que llevar su sangre, es la otra mitad perfecta de quien fue su mujer?! —Apuntó a su pecho. Octavio no reaccionaba, y Marcela tampoco tenía ni la menor idea de qué hacer—. Ese chico que dejó ir, lleva un legado por el que su esposa dio la vida. ¡Helena escondió su herencia y preparó a su único hijo para que se convirtiera en el extraordinario ser qué es!

—¡Tú no conociste a mi mujer!

—¡No! Pero su hijo es una referencia de ella, porque si fuera por usted, Dominick sería un hijo de su madre, en toda la extensión de la palabra.

—¡Estás en mi casa! —le gritó.

—¡Y ni siquiera lo he ofendido como se merece! —respondió con un tono de voz más elevado que el de Octavio—. Pero, mi Primogénito no me perdonaría que complicara más las cosas entre nosotros. Así que solo diré esto. ¿Quiere saber el verdadero motivo por el que Dominick vino a humillarse ante usted?

—¡No! ¡No quiero! Solo deseo que se marche ahora mismo —ordenó, señalando hacia la puerta de la entrada.

—Me voy a ir, pero antes hablaré. Hace un par de días estuvo a punto de morir en el desierto. Con suerte, salió vivo, como el resto de nosotros. Sin embargo, quizás no haya una segunda vez. Su hijo se enfrenta a enemigos muy fuertes.

—¡Él así lo quiso!

—No fue su decisión, fue suya y de su mujer. A fin de cuentas, ustedes fueron los que lo trajeron a la vida.

Lo miró con una sonrisa de suficiencia e ira, marchándose. 

Estaba molesta, así que, una vez en la calle, optó por correr detrás de su Primogénito.

—Iré por los pedazos de torta y refresco. ¡No tardo! —aseguró Aidan, dándole un beso a Amina en la frente.

No era la primera vez que Amina se encontraba en la habitación del Primogénito de Ardere, por lo que los recuerdos golpearon su mente. Miró con detenimiento cada rincón del cuarto, desde el clóset a su izquierda, las mesitas a ambos lados de la cama medio arreglada, la silla cerca del ventanal cuyo visillo se movía ligeramente a causa del aire acondicionado, la guitarra a un lado, la puerta del baño, y al lado de este el desordenado escritorio donde había hecho espacio para colocar el televisor, haciendo a un lado la computadora.

Dio un paso, temerosa de no poder continuar. No quería evocar momentos dolorosos, en los que tuvo que tomar decisiones radicales que terminaron arrebatándole hasta las esperanzas.

Pero el valor la acompañó hasta la cama. Se sentó en ella, suspirando profundamente mientras esperaba a que la puerta se abriera.

Impaciente, volvió a ponerse de pie, dando un paseo por la habitación. Toda ella olía a canole. El aroma de playa impregnaba cada fibra de tela, cada molécula de aire. Inconsciente, una de sus comisuras se elevó, justo cuando reparó en un marco digital que se encontraba en una de las mesitas de noche.

Caminó hacia él, tomándolo entre sus manos, mientras una sucesión de fotos iba presentándole eventos que reconocía pero jamás había visto: un día en el comedor del colegio, el cumpleaños de Ibrahim, ellos dentro del bumper balls, un anciano que asumió era Rafael. 

Sus ojos se llenaron de lágrimas justo cuando Aidan posó su mentón sobre su hombro, abrazándola con ternura, para observar con ella las fotos.

—Quise ponerlas allí para no olvidar nada. Ni un solo momento. No quiero que te vuelvas a ir de mi memoria.

—Te prometo que nunca más me iré —confesó la chica, volviéndose a él.

Las lágrimas corrían por sus sonrojadas mejillas. Él las limpió con delicadeza, besando su frente.

—Yo tampoco me iré. Pero, mira... no estamos aquí para recordar momentos tristes, sino para cumplir con mi parte de la apuesta.

—¿Apuesta? Pensé que ya te habías cobrado.

—Sí, lo hice, pero pensé que no era justo contigo. Si no hubieses estado allá, arriba, no habría tenido oportunidad contra Natalia. Eso, sin contar que las alas que me mantuvieron en el aire pertenecen a tu Clan.

—Aidan, sabes que nosotros no lo...

Pero él no la dejó terminar. Puso una mano es sus labios para silenciarla con dulzura.

—Cumpliré mi parte del trato y... —Corrió hacia la otra mesita, sacando su tablet—. Tengo el libro descargado, el cual leeré para ti, y... —Se dirigió al escritorio donde yacía el televisor—. También conseguí la película, así que no solo leeré para ti, también la veremos.

Amina sonrió. Podía negarse a ver películas con Gonzalo, pero a Aidan no podía decirle que no.

Acomodándose en la cama, tomaron las golosinas, dejando que el tiempo pasara.

Para Amina fue muy triste escuchar el final, ver que la vida continua y, que aun cuando se siga amando, personas nuevas entrarán en sus historias de vida. Casi estuvo para negarse a ver la película, pero Aidan la convenció con incontables besos en las mejillas.

Arropados hasta la cintura se concentraron el las escenas que transcurrían frente a ellos. 

Era toda una nueva experiencia para Amina, quien  sentía aún más cada palabra escrita en el libro. Se emocionó cuando Em aceptó a Dex, y fueron tan fuertes sus emociones que su vista se nubló.

Parpadeó un par de segundos, pero nada volvió a aparecer frente a ella. Su corazón retumbaba con vehemencia en su pecho. Los minutos sucedieron a los segundos, y sus ojos se negaban a volver a ver.

Aidan se giró para darle un beso en la frente cuando la sintió con una temperatura sobrenatural.

—¿Te encuentras bien? — preguntó dando un salto en la cama para revisar el resto de su temperatura corporal.

—Aidan... mis Sellos.

El chico le tomó el brazo derecho, allí seguía el Sello de la maldición con sus vetas doradas, el Sello plateado de Lumen, y el resto.

—Todos están bien —confesó, palideciendo.   

Ante él se comenzó a revelar el Sello del Phoenix, en tonos tornasoles, como diamante incrustado en la piel de la joven. Revisó sobresaltado el resto de los Sellos, los cuales en su mayoría, incluido en el Mane, comenzaron a desaparecer, solo el de Ardere se mantuvo, pero la silueta negra se tiñó de dorado.

El joven miró atónito a Maia, quien con una sonrisa asintió.

—Sí, Aodh. ¡He recuperado mi poder!

***

(1)Mamones: Fruto conocido en otros países como mamoncillo, huaya, limoncillo, guaco, entre otros.

(2)Hacer una vaca: Expresión venezolana que significa recoger dinero entre todos para comprar algo.

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