Cuando los Clanes se unan

Desorientado, era así como Aidan se sentía. 

Por primera vez en su vida se encontraba perdido en la misma playa por la que había caminado cada día. Su mundo se había transformado en un desorden de hechos y emociones que no le permitían ver por donde andaba.

Se sentía emborrachado, sin siquiera haber tomado una copa. Todo le pesaba, le estorbaba. La vida se le antojó confusa, maligna, despiadada.

Sin poder dar más un paso, cayó en la arena, se llevó ambas manos a sus rubios cabellos y se echó a llorar. 

Hasta ese momento no se había imaginado cuán enorme era la distancia que lo separaba de Amina. Por un instante pensó que podría saltar cualquier obstáculo, hacer incluso hasta lo impensable, pero se había equivocado. Simplemente, ella yacía tan distante como el Sol de la Luna, quienes estaban condenados a correr uno detrás del otro en el mismo firmamento, sin tocarse.

De repente sus ojos se negaron a derramar una lágrima más. ¿En qué momento se había convertido en un derrotista? Él, que había acabado con una Imperatrix, y que día a día luchaba por lo que quería, que le había prometido a su abuelo cuidar de Amina, ¿por qué tenía que albergar desesperanzas? Pero tener esperanzas no significaba que todo volviera a ser como era antes.

—Aidan. —La voz de su amigo se escuchó lejana, a pesar de estar a un par de metros de él.

El joven Ardere lo miró, sonriendo compungido. La expresión de tristeza en su rostro, el verlo agachado, con los brazos apoyados en sus rodillas y los antebrazos sobre su cabeza, lo desbastó. No perdió un segundo más, se acercó a él y lo abrazó, con un cielo estrellado brillando sobre ellos.


El silencio de su propia casa la abrumaba, pero la soledad era incluso mejor que estar rodeada de personas que la consideraban una asesina, o peor aún, una especie de maligna Primogénita capaz de secuestrar y matar a las personas que le mostraran oposición.

Las blancas luces de mercurio iluminaban toda la estancia. La claridad le molestaba esa noche más que nunca. ¡Deseaba tanto volver a ser invidente! Que la luz se apagara y la oscuridad rodeara todo su ser, pues así se sentía, abandonada, sola, en la más fuerte penumbra.

Deslizando sus dedos por el borde de las sillas del comedor, se trasladó con paso solemne hacia su habitación.

Su situación dolía, pero lo que más le perturbaba era que cada paso dado, la estaba alejando de su único objetivo, poder escribir el punto final en la Fraternitatem Solem

Se encontraba agobiada por su triste destino.

Entró su habitación, tomando la tablet que bien tuvo la Coetum de facilitarle.

No entendía por qué tuvieron que darle unos días fuera de prisión cuando lo que quería era adelantar las agujas del reloj.

Una lágrima se deslizó por su mejilla. Suspirando y levantando su mirada, se limpió, observando la delicada torre Eiffel que se encontraba esbozada en el closet de su habitación. ¡Con cuánta delicadeza Leticia había arreglado todo su cuarto! Ella siempre había estado rodeada de amor, incluso de aquellos a quienes no le correspondía dárselo.

Negó con el rostro. No podía seguir allí. Pensó por un momento a donde ir, observando a través de la ventana la hamaca que una vez Ignacio y Gonzalo colgaron para leer el diario de Ackley. ¡Cuán lejos habían quedado aquellos días!

Quiso recostarse una vez más en ella, así que salió de su habitación para caminar por la fresca grama.

El cielo estrellado era el mejor lienzo que podía tener en ese instante. La suave brisa que se colaba entre las ramas de los árboles y el pausado movimiento de la hamaca le dieron el valor de abrir el audiolibro y continuar escuchando.

Las estrellas dibujaban un mundo de fantasía, en donde lo imposible se iba haciendo realidad, en la medida en que Dexter se iba dando cuenta de sus sentimientos por Emma.

Pero la vida no era un libro, y si lo era, se dificultaba conocer los caprichos del escritor. ¿Cuál sería su línea final? ¿Cuándo y cómo sería escrita o era ella quién la escribiría?

Pensar en ella y en esos amantes ficticios no le estaba haciendo bien. Las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos. Agobiada por una neblina de tristeza, se sentó en la hamaca, intentando sacudirse la pesadumbre, cuando la presencia de un desconocido la desconcertó.

—Señorita Maia Santamaría, ¿acaso desconoce las tradiciones de la Fraternitatem Solem? —preguntó Aidan con una tierna sonrisa en los labios—. Ha dejado plantado al Primogénito de Ardere, héroe de la Batalla de Los Médanos —confesó con solemnidad, colocándose en puntillas y llevando su mano derecha, donde resplandeció su Sello, hacia su corazón.

—¿Qué haces aquí? —titubeó desconcertada. ¿Acaso aquello era una ilusión?

—Me ha dejado como novia de pueblo, "vestida y sin fiesta"

—¿No es "alborotada"?

—Bueno, sí, pero eso sonaba a lanzar plumas y tal —respondió risueño.

—Lo siento —contestó, bajando su rostro—. No quise hacerte un desplante. No...

—¡Hey, hey! —Se inclinó para estar a la altura de su rostro. Con sutileza, tomó su mentón y lo puso a la altura del suyo—. No he venido a recriminarla, señorita. Solo vengo a cobrar mi apuesta.

—¿Apuesta? —susurró, sonrojándose.

—¿Has olvidado que prometimos que quién venciera a la Imperatrix recibiría un premio del otro?

—Sí, sí —respondió sin poderse controlar. Dejó la tablet a un lado, en un intento por ganar tiempo para reponerse. Su corazón acelerado amenazaba con delatarla—. Dime, mi Primogénito, ¿qué desea?

—Un baile.

—¿Un baile? —preguntó, mirando a todos lados. No había un equipo de sonido cerca, por lo que deberían entrar a casa. Pero, ¿y si él no quería bailar allí?—. Deme un chance y le prometo que estaré lista —contestó, marchándose pero Aidan la sujetó del brazo.

—¡Hey! ¿Desde cuándo existe tanto formalismo entre nosotros?

—Han pasado muchas cosas entre nosotros. Cosas que nos ha llevado a tratarnos así.

—Pero yo no quiero ser tratado de esa manera. —La detuvo—. Te recuerdo como una buena amiga... Bueno, sí, un poco amargada a veces, pero eres una buena amiga, así que deseo que me vuelvas a tratar como antes.

Los ojos de Amina volvieron a llenarse de lágrimas.

—No creo que sea justo —le dijo la chica.

—¿Justo para quién? —la cuestionó. Ella bajó su rostro, así que él decidió cambiar de táctica. Lo menos que deseaba era hacerla correr—. Maia, estoy aquí por una apuesta. Puedes tratarme como lo desees, con el respeto con que se trata a un rey o el desprecio con el que es tratado un esclavo. Aquí lo importante es que, sea como sea, tengas a bien hablarme. No me enfadaré, ni te exigiré nada distinto a lo que me quieras dar.

—Y dime, ¿qué puedo responder a eso?

—Nada. No necesitas responderme nada. Solo tenlo presente, y sea cual sea tu decisión, tu propia actitud me lo hará saber.

—-Te muestras muy amable, aun sabiendo que estás por encima de mí. Soy una rea, y desde hoy tu Clan está por encima de todos, en la cúspide en donde una vez Ignis Fatuus estuvo.

—Pero si estoy allí es porque tu Clan me ha elevado. No lo he hecho por méritos propios. Mira —dijo moviendo el rostro y cerrando sus ojos—, me he escapado de una mega rumba, solo porque para mí era más importante estar aquí contigo. Ni siquiera es por la apuesta —reconoció, mientras la piel de Amina comenzaba a arder y su corazón amenazaba con salirse de su pecho—. Solo pensaba en que te estarías sintiendo tan mal que no quisiste compartir con nosotros porque, a fin de cuentas, si no hubieses ascendido como escudo, ninguno estaría aquí.

—Solo por eso, por la nobleza, humildad y sencillez que estás mostrando, haré lo que quieras. ¿Cuál es tu deseo, Primogénito? ¿Qué quieres que haga por ti?

—Un baile —le repitió—. Es todo lo que deseo.

Amina abrió sus brazos, mirándolo para que la tomara, pero él no dio ningún paso hacia ella.

—¿No deseas bailar? —preguntó, confundida.

—Quiero bailar contigo, pero no el tipo de baile que podemos tener en una fiesta o en cualquier lugar nocturno.

—¿Qué clase de baile quieres? Porque no te puedo ceder las alas de Mane, ese es solo un regalo que mis Custodes pueden otorgar.

—No, ¡nada de alas! —Rio—. Solo quiero que realices la danza de Ignis Fatuus.

—¡Aidan! —Lo detuvo sorprendida.

—Solo te pido eso, Maia.

—Sabes que ese tipo de danza es muy delicada de realizar, ¿verdad?

—Sí, pero solo tiene efecto si yo danzo contigo.

—Tienes razón.

Amina, obediente, comenzó a mover sus manos, pero Aidan la detuvo.

—No, Maia, así no.

—Entonces, ¿cómo?

—Como lo harías si tu Sello estuviera.

El corazón de Amina volvió a acelerarse. Cerró sus ojos, tragando con dificultad. No ver, significaba cualquier cosa. Sin embargo, una apuesta era una apuesta, ¿y quién era ella para negarse a pagar su deuda?

Una vez más, sus manos danzaron al aire, y comenzó a moverse a través del jardín, realizando los ancestrales movimientos de su Clan, sin saber que Aidan había comenzado a ejecutar los de Ardere, aquella danza que se había perdido mucho antes de los tiempos de Evengeline, y que él había estado investigando y estudiando a escondidas para cuando este día llegara.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top