Corre, sal rápido

¡Hola! Las canciones de este capítulo son cortesía de @acac99, gracias por solicitarlas.

¡Espero que las disfruten!

No olviden comentar y ¡votar! ♥.♥

El rostro de Ignacio cuando bajó del vehículo de Leticia no tenía una expresión natural. Maia descendió del auto con una sonrisa particular; no necesitaba verle para saber  que su primo estaba realmente molesto. 

Ignacio necesitaba un poco más de tiempo para descansar. Le había insistido a su padre y a su tío para que regresaran tres días antes a Costa Azul, sin embargo no logró su objetivo. El viaje de regreso se había hecho en avión, no había durado ni una hora, pero eso no apaciguó su malestar.

—Si sigue enfadado me avisas, cariño —se despidió Leticia, dándole un beso en la frente a su hija.

—Pronto se le pasará, mamá —le contestó expandiendo su bastón.

A pesar de su molestia, Ignacio le esperó, colocó la mano de la joven sobre su hombro y comenzó a subir las escaleras.

—¿No estás emocionado por este nuevo lapso? ¡Este año nos graduamos!

—La verdad es que esas cosas nunca han llamado mi atención.

—«Cosas» es una palabra muy sosa.

—¡Bien, bien! Las prioridades del resto de la población.

—¡Hola chicos! —les saludó Aidan, dándole la mano a Ignacio—. ¿Cómo les fue en sus vacaciones? —Y un beso en la mejilla a Maia.

—¡Todo bien! —le respondió Maia.

—Sí, eso si no cuentas bajarte de un avión y venir a estudiar.

—¡Oh, vamos! Pensé que venías lleno de energía, mi pana.

—El frío del Páramo lo congelo.

—¡Muy graciosa! —se quejó Ignacio viendo a Aidan reír—. ¿La vas a llevar?

Su pregunta fue inconsciente pero inesperada. Maia y Aidan voltearon hacia Igancio, uno para verle, la otra para exigir una explicación.

—¡Iñaki! ¡Eres un aguafiestas! —le reclamó Maia.

—Hoy no —le respondió Aidan con una sonrisa—. Debo pasar primero por la biblioteca a entregar un libro o me quitarán el carnet. ¡Bien! Ignacio. Maia. —Sonrió dando la vuelta tras despedirse.

—¿Se puede saber qué es lo que pasa entre ustedes? —le preguntó anonadado, mientras veía al chico alejarse.

—Nada. Solo decidimos tratarnos como amigos —confesó alejándose un poco de él.

Cuestionando si lo que había oído era verdad o no, continuó observando a Aidan, quien antes de cruzar echó una mirada atrás. Se le veía compungido, pero lo estaba disimulando bien. Automáticamente reaccionó, si él estaba mal, su prima no podía estar pasándola mucho mejor.

De todos los recreos que la Fraternitatem había compartido, este parecía el más extraño de todos. Sentados en grupos distintos, cada miembro se congregó con otro. Saskia, Itzel y David hablaban en una mesa, Aidan e Ibrahim estaban en otra, y debajo del árbol de mangos, Dominick acompañaba a Maia y a su primo, a quien todavía no soportaba.

—¿Y cómo está tu abuela, Nick?

—La vi bien de salud, pero un poco triste. Me dolió separarme de ella —contestó observando con curiosidad a Ignacio que no debaja de rozar la tablet con su dedo.

—¿Te ha dicho algo el Prima sobre llevarla a vivir contigo?

—Todavía no se los planteo. La casa está infestada de mocosos. —Ignacio resopló con sorna—. ¿Algún problema?

—¿Hablas conmigo?

—Sí, ¡como resoplaste!

—Ni siquiera me interesa tu tema de conversación. ¡Hay asuntos más divertidos que escuchar tus cuentos!

—¡Ya, vamos, chicos! —les detuvo Maia—. Creo que le deberías decir a tu Prima —le animó Maia en un intento por dejar el altercado a un lado—. Pide permiso para que la sra. Marcela pueda quedarse contigo unos días.

—Me parece una buena idea. ¿Y qué harás a la hora de salir?

—Iré casa a dormir. El viaje me tiene agotada —mintió—. Por cierto, me enteré esta mañana que Adribel se había ido.

—Sí. Ayer dejó el país. Prometimos estar en contacto, pero ya sabes cómo son las relaciones a distancias.

—La verdad es que no tengo idea.

Esta vez Ignacio se paró, alejándose de la mesa con su habitual media sonrisa. Había oído demasiadas estupideces en un solo minuto. Metió las manos en los bolsillos de su pantalón y se detuvo a hacer la cola para adquirir un batido de fresa. 

Sigilosamente observó todo lo que le rodeaba. La escena de la cafetería parecía muy tranquila para su gusto, pero eso era lo que buscaba la Fraternitatem: Primogénitos separados, aparentando que en el mundo no sucedía nada.

Delante de él se encontraban Natalia y Dafne. Las chicas hablaban de Costa Azul's Chocolate, un sitio recién inaugurado en la avenida Universidad en donde se encontraban las mejores bebidas chocolatadas y cupcakes. Luego Natalia le pidió sugerencias a Dafne para cuidar su nívea piel, pues sentía que el sol la estaba resintiendo, y eso acabaría con su belleza.

Sonriendo, Ignacio dio un paso atrás, tropezando a Itzel. Sacando las manos de sus bolsillos, inconscientemente le tomó por el brazo.

—¿Estás bien?

—¡Tranquilo, no soy de azúcar! —le respondió sin pensar.

—Lo tendré presente para cuando caiga un palo de agua.

Itzel no había entendido la respuesta hasta que se dio cuenta de que había estado hablando sobre «no ser de azúcar», la había tropezado, no la estaba mojando. Apenada se llevó la mano a la frente.

—Estoy adaptándome otra vez al colegio. ¡Lo siento!

—No te preocupes, grave hubiera sido que me respondieras que no eras gallina.

—¿Lo dices por el pisotón? —Ambos sonrieron—. ¡Sí, eso sería grave!

Ignacio se volvió al mostrador, pidió su batido de fresa y se alejó de la Primogénita de Lumen. Itzel, sonriendo, atontada, no dejaba de lamentarse por el papel de idiota que había desempeñado ante Ignacio. 

El joven se había mostrado más ameno tanto con ella, como con Ibrahim y Aidan, después del comienzo tan complicado que tuvieron. Aun así no estaba acostumbrada a su trato, menos a esa hermosa sonrisa que dibujaban un par de hermosos surcos cerca de las comisuras de los labios.

—Señorita, ¿qué desea? —repitió por tercera vez el joven desde el otro lado de la vitrina.

Volviendo en sí, solicitó los pretzel con chocolate.

El timbre de salida sonó. Ignacio ayudó a Maia a recoger sus útiles. Se quedaría unos minutos más, pues necesitaba solicitar algunos libros en la biblioteca. Además, tenía entendido que su prima saldría con Gonzalo después del colegio, así que su hermano vendría a buscarla.

Se despidieron en la entrada del salón. Maia siguió el rutinario camino hacia la salida. La multitud se había dispersado. Eran las doce y media, algunos irían a la cafetería para almorzar y esperar el turno de la tarde, pero ella ya no tenía más clases. En la puerta, recostado, con el pie sobre la pared del instituto y de brazos cruzados, le esperaba Aidan. Sonrió al verla detenerse en la entrada.

—Pensé que nunca saldrías.

—Nunca es algo exagerado —le respondió, saludándolo, de nuevo, con un beso en la mejilla.

—¿Ignacio no viene contigo?

—No. Gonzalo me viene a buscar.

—Entonces, ¿puedo acompañarte? —le solicitó al darse cuenta de que Gonzalo no había llegado.

Ella asintió, justo cuando su teléfono repicó.

—Un momento —le pidió a Aidan, llevándose el móvil a su oído—. ¿Sí? —hizo silencio—. ¿Cómo que llegarás en una hora, Gonzalo? —Esperó un momento—. ¡Na' guará! —se quejó—. ¡Vale! De todas maneras si Iñaki sale primero entonces me iré con él. Yo te aviso. —Colgó.

—¿Ocurre algo?

—Sí. Zalo no vendrá por mí. —Se sentó molesta en las escaleras—. ¡Es un fastidio tener que esperar una hora! Ignacio se quedará revisando un material para su trabajo de grado, mamá irá a almorzar con mi papá, y a mi primo se le hizo tarde en el banco. Al parecer se le olvido depositar lo de la inscripción. Resulta que no aceptan transferencias, entonces, está esperando a que le toque su turno. ¡Solo falta que me orine un perro!

—Aún estoy yo —le contestó, sentándose a su lado.

—¡Gracias! —Sonrió—. ¿Pero esperar conmigo puede traerte problemas con tu familia?

—¡Maia! —resopló con ironía—. Nunca he llegado temprano a casa salvo que me esté muriendo de hambre.

—¡Eso! —exclamó la chica llevándose la mano al estómago, el cual comenzaba a sonarle—. Salí confiando que estaría en casa antes del almuerzo.

—¿Tienes hambre? —preguntó dulcemente; ella asintió—. ¿Me aceptarías una invitación a comer? ¡Claro, solo puedo invitarte una pizza!

—¡Un pan con mantequilla sería más que bien recibido por mí!

—Entonces, ¡vamos! —se animó, poniéndose de pie, para luego ayudarla.

Ibrahim recogió el morral del suelo. Dominick, que se le había adelantado, se paró a su lado. Viéndolo con el rabillo del ojo, le sonrió, saliendo del escritorio.

—Me siento como «niño pequeño es escoltado a la salida de la escuela».

—Puedo continuar mi camino si quieres.

—¡No vale! —le respondió—. Es bueno no tener que salir solo del colegio.

En el pasillo se encontraron con estudiantes y profesores, los cuales comenzaban a aglomerarse, apresurados por terminar el primer día de clases.

El grupo de cultura se encontraba apostado frente a tres carteleras ubicadas en uno de los pasillos, estaban desvistiéndolas para colocar información relacionada con las festividades de carnaval, lo que complicaba el tránsito por el pasillo.

—¡Es una locura! No hemos terminado de digerir la última hallaca y ya estamos presionados por carnaval.

—¡Y no sabes la que nos espera! —le aseguró Ibrahim.

—¿No me digas que nos obligarán a disfrazarnos?

Ibrahim sonrió maliciosamente.

—Eso es lo de menos... En cuanto ponemos un pie en la calle empieza el verdadero desastre. Lo único bueno es que desde hace un par de años prohibieron las bombas de orina. —Dominick lo vio con repugnancia—. ¡Claro! Siempre hay un gracioso que quiere unos días más de vacaciones.

—Es bueno saberlo.

—¿Te prepararás para el bombardeo?

—No. La verdad es que no pienso venir.

—¿Odias «jugar» carnaval?

—Una cosa así —comentó desanimado.

—Pensé que deseabas vengarte de Ignacio —insinuó, observando el breve destello de malicia en el rostro de Dominick—. Sería una buena idea que desde ya fueras escondiendo los...

No pudo terminar la frase. El fuerte sonido de una detonación dentro del edificio llegó hasta ellos. Instintivamente, Dominick e Ibrahim se agacharon, cubriéndose la cabeza. Las paredes del instituto se estremecieron, retumbando bajo un ruido de intensidad grave, cual si fuera un terremoto y la tierra rugiera bajo sus pies.

Ibrahim se percató, mientras luchaba por mantener el equilibrio, que la mayoría de los estudiantes y docentes continuaban caminando, con la mayor tranquilidad.

—¡Nos están atacando! —pensó—. ¡Nos están atacando! —le gritó a Dominick.

Aturdido, Dominick se volvió para contradecirlo, cuando tres jóvenes le atravesaron. Con los ojos desorbitados, miró a Ibrahim.

Gritos provenientes del exterior hicieron que se echaran a correr hacia la salida. La Hermandad estaba en peligro y era su deber protegerla.

—¿No deberíamos marcharnos ya? —David le preguntó a Itzel, jugando con un mechón de su cabello.

Se encontraba sentado con las piernas abiertas, frente a ella.

—¡Nou! —respondió soltando el pitillo con el cual succionaba el batido de mango—. ¡David, en serio! Debo terminar de leer esto.

—Pero ese libro no nos lo han asignado —se quejó, besando su mejilla—. Pensé que iríamos al cine.

—¡Lo sé! Es que quiero saber si atrapan a Jean Baptiste o no.

—¡It! —se quejó—. Te falta medio libro.

—¡Vamos, David! —exclamó, bajando el libro, sin cerrarlo—. Esto es importante para mí.

—¿Sabes que sacaron una película sobre el libro?

—No es lo mismo.

David se acomodó en su asiento, extendiendo las manos hacia adelante, mirando hacia la entrada del patio del recreo. Era complicado ser novio de Itzel. Quizá habían ido muy rápido. 

Fue gratificante para él descubrir su verdadera identidad frente a la Primogénita de Lumen. Desde que compartió con ella en su Aldea, se había sentido atraído por su inteligencia y extraordinaria belleza. Ella era muy distinta a todas las jóvenes que había conocido, tanto en su época como en esta.

Había compartido con Susana y sus hermanitos, después de que salvaran a Natalia, y les había adorado. Tobías congenió con él automáticamente hasta el extremo de ofrecerse para enseñarle a jugar béisbol, Loren estaba aprovechando su amplio conocimiento en lengua moderna para terminar sus traducciones, y Gabrielito amaba las tardes en que solía llevarle chocolate o se quedaba con él a jugar en el barro.

Estas habían sido unas Navidades muy diferentes para él. Natalia se había ido con los Aigner, así que él fue bien recibido en la casa Perdomo. Susana se deleitaba todas las tardes con las historias de George, las cuales le ahorraron a Itzel tener que terminar el libro; al final, no todo lo que estaba escrito sobre él era verdad.

Pero no solo la familia de Itzel le había abierto las puertas de su casa. Aidan e Ibrahim se habían hecho cercanos, incluso intentó surfear, aunque terminó por desistir. En las últimas cuatro semanas conoció cómo era la convivencia entre los Primogénitos de la Fraternitatem, aun cuando sus reuniones no eran tan frecuentes.

Itzel, Aidan e Ibrahim tenían un vínculo muy estrecho, casi de hermanos, solían apoyarse en todo y para todo. Además de los chicos, Itzel también tenía una excelente relación con Saskia, quien se quedó muchas noches en su casa. Tuvo la impresión de que Saskia se ocultaba detrás de un antifaz de despistada, a veces de introvertida cuando algo no le interesa, sin embargo era una joven muy inteligente, que no se sentía apreciada y, por ende, era incapaz de reconocer el increíble valor de su vida para los demás.

De Aidan e Ibrahim, a veces tenía la impresión de que no necesitaban hablar para entenderse. No comprendía como Aidan podía llevarse tan bien y ser tan cercano a una persona que era completamente diferente a él, y eso le causaba admiración. 

En cuanto a Dominick podía considerarlo un amigo ocasional de aquellos dos, su verdadera devoción era Maia, y así lo demostraba cada vez que esta aparecía en el grupo, pero también tenía una buena relación con Ibrahim y solía compartir algunos ratos con Aidan.

Sin embargo, y a pesar de la unidad que se podía observar entre ellos, los miembros de Ignis Fatuus eran completamente diferentes, su comportamiento era más parecido a la Fraternitatem Solem que él conocía, donde los Primogénitos eran considerados seres superiores. 

Le era imposible no sentirse intimidado cada vez que aparecían, siempre tan seguros de sí mismos, tan unidos entre ellos. No entendía qué era lo que les motivaba a acercarse al resto de los Primogénitos cuando había un abismo en conocimiento, preparación y fuerza. Ignis Fatuus había pasado de ser el Clan sumiso y atento, al Clan más poderoso y temible que podía existir, justo lo que sus Primogénitos contemporáneos, en especial su hermano George y Louis, querían evitar...

Y, lo sorprendente de todo eso era el trato que mantenían con los otros miembros de la Hermandad. Gonzalo se la llevaba bien con todos, siempre tenía una broma bajo la manga, no solía mortificarse por nada y daba la sensación de ser el menos fuerte, hasta que se metían con su prima. Daba la impresión que no se llevaba bien con su hermano, pero ambos se compenetraban a la perfección. 

Ignacio era una persona directa, para él las verdades se decían completas o no se decían; descubrió que odiaba perder el tiempo en estupideces, era competitivo, temerario y sarcástico, no le gustaba ser importunado, solo Maia lo controlaba, odiaba a Dominick, y ese sentimiento era mutuo, mas lo que llamaba su atención era que, a diferencia de Gonzalo, quien no tenía favoritos, este estaba dispuesto a defender a Aidan. 

No tenía una palabra exacta para describir la relación entre ellos dos: Aidan lo admiraba e Ignacio lo respetaba, al punto de que el Primogénito de Ardere era el único miembro de la Fraternitatem que no le molestaba recibir en su grupo y al que obedecía.

Finalmente, estaba Maia. Era una joven cálida y gentil, mucho más cercana de lo que eran Evengeline y Jane con los suyos. Le tenía mucho cariño a Itzel, la consideraba su amiga, mientras que por Saskia solía mostrarse más maternal y reservada. De trato dulce con Dominick, próxima a sus primos, era imposible determinar a quién quería más o con cuál se llevaba mejor. 

Su presencia operaba un cambio en los Primogénitos de Aurum y Ardere, transformación que le preocupaba, en especial porque Aidan se convertía en otra persona cuando estaba junto a ella, mucho más amable y atento, sí, pero también era capaz de terminar con la vida de cualquiera que se le acercara a la chica, y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo por él, lo había comprobado aquella noche donde le obligaron a enviarlos al pasado.

Itzel se volteó a verle. Le encantaba contemplar su perfil griego, la suavidad de las líneas de su rostro y de su cabello. Acercándose, le dio un beso en la mejilla, y él la miró sonriendo, como si retornara de un sueño.

—Discúlpame por ser, a veces, tan Lumen.

Él sonrió, colocando su mano sobre su mejilla.

—Es que a veces olvido que yo también soy así.

Itzel se acercó, besando sus suaves labios. Era su primer novio, y en ocasiones no sabía como actuar, pero amaba sus besos, la forma en que la hacía sentir única, respetada y deseada. Itzel pasó su mano entre los brazos de David, enredando sus dedos en su cabello, cuando un temblor les hizo separarse. David metió sus manos para sujetarla, entretanto él se plantaba firmemente para servir de apoyo y mantener el equilibrio.

—¿Qué fue eso? —le preguntó Itzel asustada.

—Nos están atacando —le gritó Saskia, derrapando por el pasillo.

Itzel y David se vieron, levantándose automáticamente. Sus cuerpos se habían convertido en neutrinos. Con la agilidad adquirida por semanas de entrenamiento, Itzel tomó el libro, lo introdujo en su morral, metiendo ambos brazos por las asas, mientras corría al lado de David.

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