Como oruga que se transforma

Dominick percibió el sufrimiento de Arrieta, así que desde las alturas de una columna de piedra descargó uno de sus rayos sobre su humanidad. No importaba el voltaje que utilizara, Arrieta no moriría mientras el dragón siguiera con vida.

El Imperator convulsionó frente a todos, pero lejos de caer arremetió con dardos venenosos que salían disparadas desde su cuerpo como un puerco espín. 

Aidan levantó tantas barreras de obsidiana como pudo, pero las mismas eran perforadas por los dardos, mas la aceleración de las mismas habían disminuído, de tal manera que eran fáciles de esquivar.

«—Hay que darse prisa. ¡Este tipo está loco! —recomendó Dominick—. Somos tres y no podemos con él».

«—Ya los asistiré —dijo Itzel».

«—¡Muévanse, muévanse! —les exigió Aidan». 

«—¿Por qué sangró? ¿Qué lo hizo sangrar? —Saskia continuaba atacando, pero asombrada por lo que acababa de ver».

«—Ignacio... Mi hermano debe de estar haciendo trizas a José... ¡Debemos darnos prisa, Ibrahim!».

«—Okey. —El Primogénito de Sidus respondió».

Ignacio miró su daga, limpió el filo en las botas de su pantalón y sonrió al ver las hojas relucientes.

—Tu sangre parece agua —se burló.

José lo observaba aterrado, sufriente, impotente. Jamás pensó que aquel chiquillo fastidioso que seguía a su cuadrilla a todas las misiones que Ignis Fatuus les asignaba terminaría convirtiéndose en una persona despiadada. El dolor y los sentimientos mezclados de las personas a las que había lastimado habían hecho que se orinara encima, pero esperar el próximo ataque del Custos lo haría defecarse.

Sin embargo, no fue de Ignacio de sonde provino el ataque. Para sorpresa del Custos y la suya propia, cayó convulsionando en la arena, mientras que un atroz y fétido olor a carne quemada hizo que Ignacio retrocediera.

El joven Mane al principio no supo lo que estaba ocurriendo pero, como un rayo de luz golpeando el cristal, su entendimiento se abrió, comprendiendo que si José había caído tal cual lo haría una persona electrocutada, significaba que lo que su padre sintiera y padeciera, este también lo percibiría dentro de la Dimensión.

—Entonces... —Sonrió, mirando a su rival revolcarse en la arena—. Así es cómo realmente funciona.   

Sentir la adrenalina que da el poder era el deleite de Irina. Atrás habían quedado los deseos pasionales. Poco importaba tener a Aidan o a Dominick cuando podía doblegarlos a sus antojos, no solo a ellos, sino a cualquiera.

La imponente danza de sus manos sentenciaba el destino de los miembros de la Fraternitatem Solem que se acercaban a ella, paralizándolos para luego degollarlos. No tenía porqué darse prisa, el destino le sonreía y lo estaba usando a su favor. Estaba plenamente convencida que Maia se convertiría en cenizas y ella sería enaltecida como la nueva Imperatrix.

Pero Itzel no dejó de seguirla, aun sumergida en sus propias batallas.

Entre ambas solo mediaban un par de metros. La Primogénita de Lumen supo que aquella era su oportunidad. Consciente de que debía apoyar a los chicos en el ataque a Arrieta, se apresuró. No quería dilatar más el encuentro con la muchacha.

De frente, una a la otra se miraron sin decir palabras. Irina mostró la suficiencia que la había acompañado desde siempre, en ella no había ningún resquicio de humildad. Sin embargo, era el tipo de persona que Itzel, en sus dieciocho años, siempre había enfrentado.

La Primogénita de Lumen optó por dejarla hacer el primer movimiento. Se acercó con cautela, dándole a entender que le temía, actitud que hizo que una de las comisuras de los labios de Irina subiera con satisfacción.

La joven non desiderabilias movió sus manos. Itzel esperó impaciente el desenlace. Sabía que no podría vencer el poder de Irina. Estaba a su merced.

Los segundos pasaron en una lentitud mortal. La joven Lumen no podía pensar. Quizás manipulando una espada, algún arma que llegara al cuerpo de Irina mucho antes que su macabro poder la doblegara, sería suficiente, pero era la primera vez que la adrenalina y la sed de venganza no la dejaban pensar.

Esperó. Fue el rostro de Irina el que le comunicó que algo no estaba bien. La joven non desiderabilia se detuvo consternada. No entendía qué había ocurrido. Pero lo que para ella fue oscuridad, se convirtió en luz para Itzel, quien sin mediar, se lanzó al ataque. No usaría su Donum, quería disfrutar el momento.

Las espadas chocaron con la vehemencia de dos amantes que se reencuentran. Sin embargo, Irina seguía aturdida, mas esto no frenó a la Primogénita de Lumen. Esta mostraba su técnica, su rival comenzaba a retroceder sorprendida. Itzel sabía que si no se sacudía esa sensación rápido podría acabar con ella fácilmente.

Los golpes de la espada fueron disminuyendo paulatinamente. Quizás Irina tuviera un Donum difícil de derrotar, pero su destreza en el campo de batalla no era nada bueno. Sabiendo que era superior, Itzel no perdió tiempo en sacar la espada de su enemiga. El horror se dibujó en el rostro de Irina, quien retrocedió extendiendo sus manos en un intento de pedir clemencia.

Itzel movió su arma, haciendo un par de tajos en la piel de la hermosa y macabra joven. 

Lastimada, se revisó. Había caído en cuenta que podía morir. La piel le ardía, los nervios heridos hacían estragos en todo su cuerpo mientras la sangre brotaba cálida, sin vergüenza.

—Por lo que más quieras. ¡Déjame vivir, por Dios!  

—¡Ja! Lo haría, pero yo no soy Dios —respondió, corriendo hacia ella.

También Irina corrió en un intentó de huir. Pero las heridas y el miedo la hicieron caer. Itzel se detuvo, siguiéndola con lentitud, entretanto Irina no dejaba de rogar, arrastrándose entre las rocas.

—No me mates, ¡no me mates!

—¿Cuántos no te habrán rogado? Pero yo no vine a salvarte, sino a ajusticiarte. —Y diciendo esto, giró su espada y la envainó en el cuerpo de Irina, la cual convulsionó mientras sus pulmones eran ahogados en la sangre que terminó por salir expulsada de su boca, en dos bocanadas.

Itzel retiró su espada, contemplando los cuerpos de los hermanos caídos. Hizo una venia y corrió a asistir a Saskia y a Dominick, debido a que Aidan se encontraba muy cerca de Arrieta.

Las dagas de cristal surcaban los cielos venezolanos y no se detendrían hasta que Amina no acabara con la marca de Ignis Fatuus, y no lo haría hasta que Ignacio no concretara su venganza.

Teodoro era la misión de Gonzalo e ibrahim. Solo quedaba el Umbra Mortis para acompañar a Arrieta, y su hijo cuyo paradero dependía del Primer Custos.

Aun así, la batalla se mostraba feroz. Dejar el Sello de Ignis Fatuus para el final había sido una idea descabellada. Teodoro era bueno manipulando mentes, sus palabras podían confundir a cualquiera, y más en plena batalla. La idea de Ibrahim y Gonzalo siempre fue llegar juntos a él, pero la abundancia de los non desiderabilias terminaron por separarlos. 

Con una sonrisa angelical, Teodoro hizo frente a Ibrahim. El escuálido Primogénito no era su tipo pero, conociendo a Gonzalo como lo hacía, estaba más que seguro que este le sería fiel hasta la muerte, así que lastimarlo o incluso, matarlo, sería una herida que haría enloquecer al Custos.

—¿Has venido a tu cita solo? —se burló de Ibrahim.

—¿Eh? —El Primogénito de Sidus recién se dio cuenta de que estaba solo. Gonzalo no le acompañaba.

—¡Ja, ja, ja! ¿Pensaste que Gonzalo tenía las suficientes bolas como para enfrentarme? —se mofó, caminando hacia él con el ceño enseriado—. Puede amarte demasiado, pero yo siempre seré el primero para él, y como veo las cosas, también seré lo último.

—No pienso entregarte mi vida tan fácilmente.

—Ni yo tomarla sin divertirme un rato —respondió, tomando por desprevenido al joven.

Una daga voló, clavándose en la pierna de Ibrahim. El joven grito al sentir el objeto como un témpano de hielo que al perforar su piel iba quemándolo y durmiendo su extremidad. Ibrahim sabía que aquel instrumento lo debilitaría. Temió por Gonzalo, él no tenía Donum y si no lo defendía sería presa fácil de Teodoro. 

Se tomó la pierna, haciendo presión alrededor de la parte afectada. Las lágrimas surcaban sus mejillas, aun cuando intentaba reprimirlas. ¿Por qué siempre tenía que ser el más débil? No merecía la sangre legendaria que corría por sus venas. Quizás morir era lo mejor.

—Eres el punto de quiebre de la Fraternitatem Solem. Habría sido mejor que tu madre te abortara.

—¿Qué? —Ibrahim titubeó. ¿De qué le estaba hablando?

—Tus abuelos maternos no te querían, Ibrahim. Debieron desecharte en aquel momento. A lo mejor, tu padre hubiese concebido un hijo más capaz con otra mujer. Pero, no, estás aquí. 

El labio inferior de Ibrahim tembló. Su cuerpo se estremecía ante aquellas revelaciones. Aquel era el motivo por el cual su madre jamás lo dejó pisar la casa materna, muy a pesar de las suplicas de sus abuelos. Pero no creería todo. 

—¡Es mentira! —gritó—. ¿Cómo puedes decir eso?

Teodoro soltó una divertida carcajada.

—Es un secreto a voces dentro de la comunidad de los non desiderabilias. El Harusdragum no guarda ningún secreto para con nosotros, así dominamos sus puntos débiles y sabemos cuándo y cómo usarlos. Fue así como Natalia pudo tomar las fotos de Aidan y Maia, y entregarlas a Arrieta. Sin esa prueba, tus queridos Santamaría no habrían podido compadecer ante su Coetum. ¡Lástima que no los mataron!

—¡Gonzalo estuvo a punto de morir, maldito! —gritó, llorando.

—Gonzalo así lo quiso. Nadie lo obligó a entregarme su Donum de Serenidad. Habría resistido a la Umbra Solar. Pero, a diferencia de ti, él es un guerrero y pudo sobrevivir. Ahora tú debes ser eliminado, porque la naturaleza es sabia y lo débil tiene que desaparecer.

—Si tanto quieres mi muerte, ven y toma mi vida.

—Lo haré.

Con una cruel sonrisa, Teodoro caminó hacia el joven, lanzando sus dardos de cristal. 

Utilizando las energías que le quedaban, Ibrahim esquivaba con fuertes ráfagas de viento las armas mortales de su enemigo. Su cuerpo se iba adormitando, pero no se rendiría. Si Teodoro lo iba a matar, él tenía que estar consciente en ese momento: consciente y de pie.

El ataque del Umbra Mortis se intensificó, mas Ibrahim luchaba por resistir. Gruesas gotas de sudor resbalaban por el contorno de su rostro mojado por la tormenta, su cabello adherido a su nuca, sus lentes empañados por la lluvia y la respiración se agitaba. Mientras más cerca se encontraba Teodoro, más densa era la cantidad de dardos.

Cayó de rodillas, tensando su mentón. La lluvia estaba haciendo que la sangre de su pantalón empapara más rápido toda la nívea tela.

—Es una pena que Gonzalo no te vea morir. —Deseó Teodoro, a escasos centímetros de Ibrahim, mientras una daga de cristal se formaba en su mano. La subió para bajarla con rapidez.

Ibrahim cerró sus ojos, evocando a sus padres y a Gonzalo. Tuvo una buena vida. A pesar de que sus abuelos quisieron arrebatarle su existencia, siempre se sintió amado por sus progenitores, por Aidan, Itzel, Saskia, Dominick, Maia e Ignacio. Y adorado por Gonzalo y Mango...

—¡Pues aquí estoy! —respondió Gonzalo apareciendo detrás de Teodoro.

—¿Eh? —Sorprendido, el Umbra Mortis se giró. Su mirada se desorbitó al ver que su antiguo amante subía la espada—. ¡Gonzalo!

—La naturaleza ha hablado —dijo. Sin pensarlo mucho cortó en dos al chico.

El rostro desconcertado de Teodoro y una solitaria y egoísta lágrima fue lo último que Gonzalo vería de él. 

La muerte de Teodoro trajo como consecuencia la desaparición de los dardos y de la daga que Ibrahim tenía en la pierna. Gonzalo corrió hacia Ibrahim ayudándolo a ponerse de pie.

—¡Eres muy valiente, cielo!

—Lo sé. —Sonrió, sintiendo que el dolor se desvanecía—. Pero la próxima vez deja que te hieran a ti.

—Lamento haberte expuesto, pero era un plan que me parecía perfecto. ¡Eres un increíble actor!

Ibrahim se acomodó los lentes, sonriendo con perspicacia.

—Espero me pagues con creces, porque engañar a Teodoro no fue sencillo.

—Lamento mucho lo de tus abuelos.

—Era algo que ya sabía —respondió, besando a su novio. 

Sonriendo, Ignacio se acercó a José. Lo tomó de la mano, desbloqueando su movimiento.

—Eres un triste gusano —le dijo, al ver como su enemigo de infancia se arrestraba en la arena.

José pudo pararse en sus brazos y piernas, tosiendo para luego expulsar sangre. Intentaba alejarse de Ignacio con mucha lentitud.

—No te he liberado de tu rigidez porque me caigas bien. Lo he hecho porque no pienso matarte así.

—Entonces, dame un arma —pidió con una voz rugosa.

—Nada de armas, imbécil. Esto lo arreglaremos a golpe limpio.

—Estoy herido —dijo en tono de burla, aunque era la verdad—. Tienes ventaja sobre mí.

—Tú siempre tuviste ventaja sobre otros, ¿y eso te importó? —Ignacio le preguntó— No. Así que estoy verdaderamente comprometido con la idea de que mueras aprendiendo una lección, la primera lección de tu vida.

El joven Arrieta se paró, casi tambaleando, con las comisuras de los labios manchadas de sangre. Rio.

—Puedes matarme y ya.

—Eso no es divertido. Pero para que no digas que soy una lacra(1) y tal, bueno aunque dudo que en el infierno puedas hablar. En fin, para que no pienses que soy una porquería, tipo maldita rata, aunque lo soy, te llevaré al Auyantepuy.

—Lo haces por qué aquí puedo sucumbir.

—No. Lo hago porque no será calida(2) matarte y que nadie vea.

Sin decir nada más, el escenario volvió a cambiar.  Rodeados de la sangre de Hermanos e Indeseables tomaron posturas de combate.

Resistiendo, Amina enfrentaba al dragón. Necesita tener alguna señal de Ignacio para acabar con la agonía de todos.

Era consciente de que, los Primogénitos rodeaban a Arrieta, pero este no dejaba de defenderse como si nada le afectara. Tenía que derrotar a la bestia para que pudieran matarlo, o de lo contrario, el sacrificio de muchos no valdría la pena.

—No dejaré que las almas que como oruga se han transformado y alzado vuelo como mariposas sientan que su vida ha pasado en vano —se dijo, dándose ánimos.

El Harusdragum abrió  sus fauces, pero para sorpresa de Amina, de su dantesco hocico no salió fuego, sino flechas. Como pudo, la Primogénita hizo un escudo de fuego, pero las saetas perforaron su campo de protección y una de ellas terminó por herirla en el hombro izquierdo.

El fuego abrasador la debilitó. Incapaz de controlar sus alas, se precipitó.  

Su caída era una mala señal para la Hermandad del Sol.

Gonzalo, quien permanecía atento a su prima, la vio chocar contra el suelo e incorporarse penosamente. También se percató de que el dragón volvía a por ella. 

«—¡Ibrahim! —le gritó a la única persona que podía hacer algo»

Sin tiempo que perder, Ibrahim la subió, desplazándola por los aires como si se tratara de una muñeca de papel. Él no tenía todas sus fuerzas, así que rogó para que Amina se repusiera. 

Ignacio atacó sin piedad, mientras que José sentía que la vida volvía a él. Cada choque era una danza acoplada, en donde ambos se lastimaban. 

Los minutos iban pasando y estos abrumaron a Ignacio, no quería prolongar aquello por mucho más, menos sabiendo que Amina había caído.

José esquivó un par de patadas, pero los giros de Ignacio acortaron la distancia. El Arrieta se defendía, mas el Custos, en un salto acrobático terminó por quebrarle el cuello a su víctima.

El inerte cuerpo de José cayó en tierra, bañado por la lluvia.

—Y así mueres... Degollado como la gallina que siempre fuiste.

Sonrió, escupiendo el cuerpo del Harusdra para ver al cielo.

«—Todo tuyo, amada prima. —Sus palabras fueron una orden para Amina». 

Volver en sí no fue tan sencillo para Amina. Se sentía como un títere bailando en el aire.

Lo primero que vio fue al dragón perseguirla. Era la presa. 

Miró a Tierra. Ignacio ya se encontraba allí. Todos intentaban cercar a Arrieta, pero les era imposible. Amina sabía que su primo podría ser un arma sorpresiva y de apoyo para Aidan.

El hombro le dolía, pero eso no la detendría. Emitiendo un quejido, movió sus alas, gesto que hizo que Ibrahim la liberara.

Apesadumbrada voló hacia el Harudragum quien volvía a abrir sus fauces para dispararle. Con sagacidad, Amina se desplazó en forma de espiral, invocó una bala de fuego y la arrojó con fuerza golpeando al animal entre los ojos.

El grito de la bestia fue estremecedor, pero el animal no se detuvo, fue a por ella. Amina lo esquivó sacando la espada de Ardere, se elevó un metro del cuerpo de su enemigo, y se dejó caer, cercenando la cabeza del Harudragum, justo por donde el Sello de Mane se encontraba.

Habiendo acabado con el animal, se abandonó, dejándose guiar por la gravedad.

La desaparición del Harusdragum fue un golpe mortal para Arrieta. Sintiendo que la mitad de sus fuerzas se desvanecían, se dobló, gritando desde lo más profundo de su corrompida alma.

La fuerza de su grito hizo que los Primogénitos fueran expelidos como hojas al viento. Solo Aidan pudo mantenerse en su lugar, al clavar la Espada del Sol y la Muerte entre las hendiduras de la roca donde se hallaba parado.

Arrieta se irguió sacando divisó al joven Ardere y fue a por él. Aidan sacó la espada y le esperó con paciencia. No había nada que perder.

El hombre atacó y Aidan se defendió bloqueando el golpe. 

Humillado y sintiéndose perdido, Arriera intentó herir a un ágil Aidan, quien disfrutaba esquivarlo.

—¿Crees que podrás vencerme?

—Eres un viejo debilitado. ¡Claro que lo haré! —respondió el chico sin dejar de atacar.

Cada golpe del hombre iba acompañado de un gesto de desagradable dolor. Las pupilas del hombre se revistieron de terror ante el infierno que le acompañaría en su muerte.  Aidan sabía que los demonios que había desatado iban a por este, y él lo aprovecharía al máximo.

Las palabras estorbaban entre ellos. Su aguerrida batalla era contemplada por todos lo que, aún caídos, seguían con un nudo en sus estómagos el brutal desenlace.

Pero lo inesperado ocurrió. Frente a Aidan el cuerpo de Amina caía. Gritó, haciendo que Arrieta se percatara de que algo le afligía. 

Dándose cuenta de que le importaba más Amina y que solo deseaba estar con ella, Aidan giró sobre sus pies para dar la estocada final. La Espada del Sol y la Muerte, fue a enterrarse Arrieta. El cuerpo del hombre cayó encima del hombro del chico. Se acercó a él lo más que pudo, haciendo que Aidan sintiera su aliento en su oído.

—¿Pensaste que sería fácil? —le murmuró, riendo a duras penas—. ¡Je! Te dije que no me vencerías.

Aidan abrió sus labios para responder pero un buche de sangre fue lo único que salió de él.

Había matado a Arrieta, pero Arrieta también lo había herido de muerte.

***

(1) Lacra: Término que se refiere a una persona que es mala gente, capaces de hacer mucho daño.

(2) Calida: Término que se emplea en Venezuela para decir que algo o alguien es lo máximo y que después de eso no existe nada mejor.

***

¡Hola! Siento mucho que este capítulo haya sido tan largo. 

Solo nos queda uno. Espero publicarlo antes del domingo. ¡Gracias a todos por su apoyo!

Les dejo una imagen del Salto Ángel desde otro ángulo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top