Como hierro ardiente
—¿No crees que es un poco exagerado ir a buscar esa espada? —reclamó Gonzalo, mientras manejaba por la solitaria autopista.
Ignacio iba a su lado en completo silencio. Comprendía que la aventura era un poco arriesgada, demasiado en cuanto al sacrificio que se les exigiría por ella, pero si Amina pretendía asistir a una ceremonia que podía terminar en tragedia sin chistar, él no la detendría.
—Andar contigo en la moto es un peligro mayor, y corro el riesgo.
—¡Oh vamos, Amina!
—¿Podrías simplemente manejar? —Ignacio rompió su silencio.
—¿Eso es todo lo que dirás, hermano?
—¿Qué quieres que diga, Gonzalo? ¿Qué es temerario? ¿Qué es una locura? ¿Qué, solo quizá, si unimos nuestros poderes podríamos acabar con la fuerza que se encuentra por detrás de Teodoro? ¡Me gustaría que fuera así! ¡Claro! Pero temo que no lo será. Hoy atacó y ni siquiera lo sentimos.
—Pero, Amina ha podido con él en el pasado.
—¡Mis dones están un poco locos, Zalo! —le recordó Amina—. Puede que le dé un golpe mortal a Teodoro, pero no sé que es lo que hay detrás de él, y eso me preocupa.
—Lo sé. Lo conozco muy bien.
El silencio reinó en el auto. No había más nada que decir, ellos comprendían lo complicada de su situación en esos momentos. Su único objetivo como miembros de la Hermandad era acabar con el Harusdragum, en cualquiera de sus versiones, al precio de sus propias vidas, si era necesario.
Ibrahim se tiró en el colchón con el plato repleto de pastel y crema, se sacó los zapatos con los pies, para luego cruzarlos sobre la cama, buscó el control al lado del escritorio y encendió el televisor. Eran las cuatro de la madrugada, una hora excelente para dormir, si tenía en cuenta que dentro de doce horas tendría cita con el resto de los Primogénitos.
Luego del ataque del misterioso Umbra Mortis, todos acordaron violar el decreto de la Coetum y tomar una decisión con respecto a la Espada del Sol y la Muerte. Sin dejar de pensar en lo complicado que sería sacar una espada del fondo de una montaña, comenzó a pasar los canales al azar, colocando un poco de música.
Debían estar locos para viajar cientos de kilómetros, quizá miles hacia un lugar completamente desconocido, con la palabra sacrificio respirándoles en la nuca. En la Hermandad nunca se tomaba a broma esta palabra, su significado conllevaba acción, una acción que se llevó la vida de Rafael y estuvo a punto de acabar con Gonzalo.
Gonzalo. El joven Custos estuvo presente cuando su prima enfrentó a Griselle, y en el instante en que absorbió los poderes de todos los Primogénitos, desapareciendo de sus vistas al ser tragada por otra dimensión y devuelta a sus brazos inconsciente. Él siempre estaba allí para ella, desde el ataque en la escuela hasta cuando enfrentó sola al terrible enemigo de los Ignis Fatuus.
Durante tres largos meses envidió cada movimiento que el chico realizaba alrededor de su Primogénita, deseando ser ella para tener su atención, y ahora que parecía tenerla, Teodoro le estaba complicando todo. No podía ser despiadado con el muchacho nuevo, no le conocía aunque estaba claro que en aquella relación uno de los tres estaba sobrando, sin embargo, supuso que él era quién se encontraba de más.
La noche no le alcanzó para aclarar cualquier malentendido con Gonzalo, el enfrentamiento del Umbra Mortis e Ignis Fatuus terminó por destruir sus esperanzas; le conocía tan bien que estaba claro en que su amado Custos jamás perdería el tiempo en aclaraciones románticas cuando tenía una batalla de frente. Reconocía que lo único que podía hacer era comer torta hasta matar la ansiedad.
—Moriré como vieja gruñona, sola y con el colesterol por la estratósfera —pensó, sin dejar de degustar el dulce bocado.
Con un beso en la mejilla, Eugenia se despidió de Aidan. En la entrada de su hogar lo esperaba Dafne, con una tierna sonrisa. No dijo nada.
El rumor de la aparición del Umbra Mortis corrió como pólvora por la fiesta, ningún miembro del Populo esperó su pedazo de pastel, rápidamente tomaron sus celulares para comunicarse con sus padres. Para todos los presentes en la fiesta, Eugenia corrió con suerte solo por ser el Oráculo de Ardere y estar emparentada con el Primogénito.
Y un par de minutos después, Aidan comprendió que lo de "emparentada" era más que un lazo de amistad. La joven no se despegó de su brazo, él no tuvo valor para echarla de su lado. Entendía lo asustada que se encontraba, hacerle cara a algo tan maligno como ese sujeto no era sencillo, el mismo Ignacio había estado a punto de morir, Eugenia era más delicada.
Por otro lado, él le había prometido protección, así que debía ser consecuente con sus actos, o eso era lo que su abuelo siempre intentó enseñarle. Se lo debía, lo hacía para honrar su memoria.
Abrazó a Dafne, entrando a la casa.
—Tengo más de mil solicitudes en cada una de las redes que manejo.
—¿Y a qué se debe el aumento de tu popularidad, Rapunzel?
—A que mi hermano, el emo, protegió al Oráculo. ¡No tienes ni idea de la cantidad de chicas que quieren contigo!
—¡Gracias al cielo no tengo ni donde caerme muerto! ¿Te imaginas que me asesinen en la próxima pelea? Papá no tendría para mantener a tantas mujeres.
—Con una sola me basta.
—¿Te basta? —le cuestionó, mirándola con recelo—. ¿Qué es lo que tu rubia cabecita está maquinando, hermanita?
—Dafne Sofia Aigner Fuentes piensa que deberías escoger entre Natalia y Eugenia.
—Aidan Sael Aigner Fuentes opina que si mamá y tú se van a regir por las normas de la Edad Media, entonces consigan a una que pueda parir como conejo, así no se perderá el Sello.
—¡Aidan! —le reclamó, golpeando su brazo—. Tu insinuación es de muy mal gusto.
—Buscarme novia como si fuera un tarado, también lo es.
—Pero no son malas chicas —se quejó.
—En ningún momento he dicho tal cosa. Esto no funciona así.
—¿Aún te gusta la Primogénita de Ignis Fatuus?
—Somos amigos.
—¿Eso no responde a mi pregunta?
—Te responderé cuando me digas qué te traes con Ignacio.
—¿Ignacio? —Sus hermosos ojos ámbar crecieron todavía más.
—Te he visto, pequeña piojosa —le confesó al oído, acercando su mano a la cara de su hermana. Le besó el cabello por encima de la oreja—. No me mientas.
La sangre ardiente subió a sus mejillas, no podía engañar a su mellizo. Esa siempre había sido la razón por la que ambos evitaban ser confidentes entre ellos, una vez que se abrían era imposible ocultar cualquier sentimiento. La necesidad de huir se hizo presente, y sin siquiera despedirse, Dafne subió corriendo los últimos peldaños de la escalera para perderse detrás de la puerta de su habitación.
Deteniéndose, Aidan sonrió, negando con su rostro. No insistiría, su hermana le acababa de revelar los secretos de su corazón. Se inclinó un poco, arrastrando el cuerpo para terminar de subir la escalera. Se sentía agotado. La noche no había transcurrido como él la había soñado, pero aquella ilusión valió la jornada.
Se paró frente al espejo del baño, retirando cada uno de los falsos piercing que adornaban su rostro y el collar de púas. Esbozó una sonrisa torcida al ver su cabello uva.
Después de echarse un rápido baño, se lanzó en su cama, tomó el celular y le escribió un mensaje a Amina. Esperó por varios minutos la respuesta, hasta que el sueño lo venció.
Por más que intentaron entrar silenciosamente a la casa, no pudieron evitar ser sorprendidos por Leticia. Su tía les esperaba medio dormida en el sofá. Ignacio sonrió al verla, haciéndole señas a su hermano.
—Por lo menos Amina tendrá quién le quite las culebras de la cabeza —se mofó Ignacio.
—Víboras suena más bonito, Ignacio —le respondió Leticia, poniéndose de pie.
Los chicos corrieron a las duchas, mientras Maia soportaba con estoicismo cada templón para desenmarañar su cabello.
—Espero no tener que cortar tu cabello, cariño.
—¡Mamá! —se quejó.
No le contaría nada a su madre sobre su propuesta de buscar la Espada del Sol y la Muerte. Ni siquiera de excursión la dejarían entrar a una montaña, era peligroso para los videntes, aún más para ella, pero no se detendría. Estaba dispuesta a ir, aunque eso significara hacerlo sola.
Su teléfono repicó, justo cuando apoyó la cabeza en la almohada.
—¡Buenas noches, preciosa! No pude acercarme para agradecerte lo que hiciste por Eugenia. Una vez más todo Ardere te debe la vida.
Sus palabras la desmotivaron a responder. Todo su mensaje se centraba en Eugenia.
«Lo siento, pero debo hacerlo por ti», recordó.
¡Cómo dolía cada palabra! El significado oculto de aquella expresión. Bien se lo había informado Dominick «Eugenia hará que él te olvide sin que se dé cuenta».
Era cierto, y ella no podía hacer nada al respecto.
Las palabras de Maia quemaban como hierro en su corazón. Dominick se sentía herido, humillado hasta lo más profundo de su ser. No entendía cómo podía seguir queriendo a una persona que no hacía más que pensar en otra.
Maldecía la suerte de Aidan. ¿Cómo se podía ser un idiota y tener tantas almas valiosas a su merced? Él no merecía el amor de Maia, pero tampoco el de Eugenia, ni siquiera la amistad de Ibrahim e Itzel, esos lazos fraternos que muchas veces intentó romper.
Necesitaba descubrir qué era lo que le hacía tan especial, hasta el punto de ser desleal y todavía así ser amado por los suyos.
Ataron en la puerta de su habitación. Zulimar le había asignado un nuevo dormitorio. Era hora de estar encerrada en su cuarto, pero la preocupación por la actitud de su Primogénito le tenía ansiosa.
Dominick no había dicho nada durante todo el trayecto a la Residencia Aurum. Por un instante pensó que el joven se encontraba agotado; intentó varias veces iniciar una conversación, observando como la mandíbula del chico se tensaba. Su gesto fue más que un incentivo para callar, concentrándose en el silencioso paisaje que le presentaba la noche de Costa azul.
Sin embargo, una vez en casa, no podía conciliar el sueño. La idea de que Dominick no se encontraba bien, le hizo levantarse de la cama, olvidar sus temores y tocarle la puerta. Él no la hizo esperar. Se sorprendió al verla.
—¡Leah! ¿Qué haces aquí?
—¡Eh! —titubeó, no estaba preparada para ser recibida—. Solo quería saber si estabas bien.
—La verdad es que no lo estoy.
Su respuesta fue muy seca, casi cortante. Aturdida por su franqueza, quedó paralizada, intentando coordinar alguna palabra que lo recorfortara. Ante su turbación, Dominick actuó, la tomó del brazo, jalándola hacia la habitación para luego cerrar la puerta.
No quería pensar. Se había cuestionado tantas veces, dentro de la Hermandad, que necesitaba ser solamente él. La besó, con firmeza y pasión, apoyándola en la puerta. Sus manos viajaban por su cuerpo, deseaba sofocar cada una de las palabras de Maia, necesitaba borrarla de su memoria y de su vida.
El Sello de Aurum refulgió con fuerza en su espalda. Leah se había entregado a sus besos y él, francamente, no deseaba parar. Su mano sintió el ardiente Sello del Populo de su Clan en la espalda desnuda de la chica. Ella sonrió cuando sintió su caricia en su hombro. Se separó de él, observando sus oscurecidas pupilas.
—El Populo de Aurum —jadeó, volteando a Dominick para encontrarse frente a su Sello. Este no entendía lo que la joven estaba haciendo, por lo que quiso voltearse, pero ella sonrió, besando su espalda— reverencia al Primogénito de Aurum. —Volvió a besarle.
—¿Qué haces?- preguntó con un tono ronco, cargado de deseo.
—Debes hacer lo mismo, Dominick, si deseas estar conmigo esta noche.
Le dio la espalda, apartando su castaño cabello de su hombro. Dominick titubeó, no tenía ni idea de lo que aquella oración significaba, pero si eso le iba a ayudar a sanar la profunda herida de su corazón, no dudaría en hacerlo.
—¿Qué debo decir?
—Debes decir y hacer. Dirás: El Primogénito de Aurum, besando mi Sello, reverencia al Populo de Aurum, y de nuevo besas mi Sello, tal como yo lo he hecho con el tuyo.
—El Primogénito de Aurum —Besó el Sello como Leah le había señalado— reverencia al Populo de Aurum. —Volvió a besarlo.
Sintió como las palabras eran tatuadas en su corazón. Los besos de Leah le hicieron olvidar hasta su propia existencia, eran dos volcanes que acababan de despertar luego de un profundo letargo. En la medida en que iban uniéndose sus Sellos iban mutando, el de ella mostraba destellos dorados, el suyo era diamante bajo un haz de luz.
Los truenos irrumpieron en la pacífica madrugada de Costa Azul, una inesperada tormenta se desató en la playa.
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