Coetum
La puerta de la celda se abrió, y un bulto fue a estrellarse contra la humanidad de Amina. La joven recogió su cuerpo, protegiéndose el rostro, a la espera de otro golpe, pero solo escuchó las risas de sus agresores.
Para ese momento, el calor de la habitación había secado su cabello, el desagradable olor del vómito impregnaba todo el lugar. Los hombres se llevaron las manos hasta las narices para aguantar la respiración.
—Nuestra Primogénita no tiene ni un mínimo de consciencia sobre la salubridad de un lugar —comentó uno de ellos con sarcasmo.
—Quizá piense que limpiaremos para ella —le respondió el otro.
Amina apretó los puños indignada. Seguía con el rostro apartado, refugiado entre sus rodillas y brazos, oculto por su cabello.
—¡Vamos! Tu momento ha llegado —comentó el primero.
La chica no comprendió, iba a volverse, cuando sintió un fuerte apretón en su delgado brazo. De un templón fue levantada del suelo por aquel sujeto. El otro se agachó para recoger el cambio de ropa. Amina fue arrastrada fuera de su habitación. Iba descalza, con las manos entrelazadas, dispuesta a soltar un golpe si se le presentaba la oportunidad. Sus sentidos se mostraron alerta, tenía miedo de volver al cuarto de torturas, por lo que no supo si festejar o no cuando el hombre que la llevaba tomó otra dirección.
Fue arrojada dentro de un cuarto de piso de baldosa, lo supo en cuanto la frialdad de las mismas se coló por las plantas de sus pies. De nuevo el bulto de ropa le fue lanzado, golpeando su estómago. Se inclinó, más por instinto que por dolor, pues el golpe no fue fuerte, sin embargo la sobresaltó.
—¡Báñate! En quince minutos volveré a por ti. Si no estás lista te sacaré desnuda —le amenazó con una gutural carcajada.
Asustada, Amina usó sus manos para ubicarse dentro de aquel espacio desconocido. Arrastró sus pies con cuidado, para lo golpearse, conteniendo sus gemidos de angustia, pues quince minutos eran muy poco tiempo para familiarizarse con ese lugar.
La pieza no resultó ser muy amplia, dio con una puerta, la abrió encontrando en ella la ducha. Tanteó con sus manos las paredes, en algún sitio tenía que estar el jabón, mas este se encontraba en el suelo, al lado del champú, por lo que terminó pateándolos. Se agachó, azorada, tomándolos en sus manos y llevándolos cerca de la ducha. Se dirigió de nuevo a la puerta, cerrándola, para dar, inconscientemente, con el paño.
De prisa se desvistió, arrojando la ropa a un lado. Corrió hacia la ducha, abriéndola. No evitó llorar al sentir el agua caer en su rostro, escurriendo el sudor y el dolor que se había impregnado en su piel. El vital líquido iba acariciando su cuerpo, relajando todos sus músculos. Se sentía viva, por primera vez se encontraba feliz en aquel lugar.
Despertando de su ensoñación, se dio cuenta de que tenía que ser diligente o de lo contrario aquel sujeto cumpliría su amenaza. Enjabonó su piel y lavó muy bien su cabello, para luego sacar el jabón de su cuerpo. Cuando hubo concluido, tomó la toalla, secándose muy bien. Se envolvió en ella, olvidando la ropa que había tirado. Salió a la entrada, buscando con sus pies el bulto que le habían arrojado. Una vez que dio con este, lo tomó retornando al baño.
Se cambió y peinó su cabello. Salió de aquel sitio justo en el momento en que venían a por ella. El sujeto que la atrajo, le entregó unos zapatos de tela, que rápidamente se puso. Era agradable sentir sus pies protegidos, sin embargo no lo agradeció, detrás de aquella acción debía ocultarse un plan macabro.
Fue tomada por el brazo, corriendo a través de pasillos desconocidos. Sintió miedo, hasta que escuchó otras voces acercarse.
La detuvieron colocándola frente a algo. El calor del muro que se extendía ante ella así se lo sugirió.
—Estamos aquí, Amina —susurró Gonzalo, con calma, lo que hizo que la chica ganara seguridad. Si sus primos estaban a su lado, nada malo podía pasarle.
La puerta se abrió y Amina sintió el frío aire del nuevo espacio golpear su rostro. No se encontraba en las afueras de su prisión, pero al menos aquel lugar parecía más ameno, en especial cuando el sutil murmullo de muchas voces llegaron a sus oídos.
Ignacio apretó sus puños. Ante ellos estaba reunidos todos los miembros de la Fraternitatem Solem. Su primer impulso, luego de constatar que su hermano y su prima se encontraban bien, fue buscar a sus padres en la Coetum, intuía que si Arrieta les había llevado a aquel sitio tan sagrado para la Hermandad era porque los expondría a la humillación y, por nada del mundo, se abstendría de alimentar su morbo mostrándole a los hermanos Ismael e Israel como sus hijos eran deshonrados, rebajados a la nada.
—La Primogénita de Ignis Fatuus y sus Custodes —gritó el hombre que llevaba a su prima.
El hombre la tenía sujeta por el brazo izquierdo. Amina seguía con las palmas tomadas, cual si cargara puestas unas esposas, sabía bien que si soltaba sus manos descargaría su furia en ese sujeto y, quizás le arrebataría la vida a todos los que estaban reunidos en aquel salón.
Descender el pasillo le indicó que estaba en la Coetum. Detrás de ella iba Ignacio, con la mirada al frente y la nariz respingada, no había en su rostro ningún rastro de miedo, era todo un monumento de integridad y seguridad, al punto que Gonzalo terminó por imitarlo, él no sería menos que su hermano menor.
La entrada de los jóvenes de Ignis Fatuus causó estragos en más de uno. Muchos fueron los miembros del Prima que se mostraron incómodos en sus butacas, y algunos de ellos se dirigían miradas inquietantes. Habían asistido creyendo que Arrieta presentaría el caso, como dictan el Protocolo de la Fraternitatem Solem, pero la presencia de los reos solo significaba que aquello iba a ser más que un juicio, estaban ante la ejecución de una sentencia.
Entre el Populo se encontraba Elizabeth, por primera vez se sintió satisfecha porque la Primogénita de Ignis Fatuus recibiría una corrección. No entendía como aquella niña se había convertido en la favorita de los Prima, siempre lograba salir bien librada en cada juicio donde ella y los suyos se presentaban.
Con una sonrisa de suficiencia dirigió su mirada hacia los padres de esta, Leticia se encontraba fuertemente aferrada al brazo de Israel y su rostro reflejaba la angustia que estaba viviendo, nada deseaba más que levantarse de su puesto y salir a besar a su querida niña, pero de hacerlo, la expulsarían de la sala, por lo que contra su voluntad, estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano por continuar allí. Fue en ese instante en donde Elizabeth se permitió albergar la duda, ¿qué estuviera haciendo ella si esa chica fuera Aidan o Dafne?
Para Amina cada peldaño que subía era una daga que atravesaba su alma. Años de estudio sobre los Procedimientos Legales de la Hermandad le indicaban que Arrieta no les daría un juicio justo, que no estaban allí para defenderse y que, sin importar la opinión del resto de los Prima, él haría con ellos lo que se le viniera en gana, ya lo estaba haciendo con cada tortura a la que los sometía.
Fue colocada de espaldas a una de las barandas que se elevó de la base cuadrada en el centro de la Coetum. De ella colgaban cuatro cadenas, con las primeras dos le sujetaron las muñecas, y con las otras los tobillos. Las cadenas de las piernas estaban posicionadas a una altura tal que no le permitían dar un paso, de hacerlo, se iría de bruces, lastimando sus brazos y rodillas.
Sus primos también fueron sujetados de la misma manera, quedando a distancias iguales.
Aquella posición, aunque incómoda resultaba perfecta para Ignacio, así podía contemplar a su hermano y a Amina con total naturalidad. Tenerlos de frente le facilitaría comunicarse con ellos y trasmitirle confianza. Él no los abandonaría.
—Hermano Ignis Fatuus, ¿se puede saber el motivo por el cual nos han convocado? —quiso saber Hortencia Botero. La señora estaba algo molesta al sentir que sus funciones como Presidente de la Coetum estaban siendo usurpadas por el Prima de Ignis Fatuus.
—Vengo a presentar a estos malhechores, cuyos delitos me son imposibles callar.
—¿Qué delito ha cometido su Primogénita para que la trate como una delincuente? —preguntó Zamora—. Este tipo de actos no solo supone una humillación para ella, sino también para todo su Clan.
—Los delitos que mi Primogénita ha cometido me obligan a presentarla ante ustedes. No seré yo el que cause la ruina de la Fraternitatem Solem, ni la de Ignis Fatuus.
—Si los delitos solo incluyen a su Primogénita, ¿se puede saber que hacen los Custodes aquí? —inquirió Susana.
—Ellos han sido cómplices de su delito.
—¡Delito, delito, delito! —exclamó Soledad con un dejó de fastidio—. ¿Hasta cuándo repetirás la misma palabra y nos dejarás en ascuas por saber que fue la supuesta "falta" que la "intachable" niña de Ignis Fatuus cometió? —reclamó, haciendo énfasis en las palabras entrecomillas.
—Mi Primogénita guarda sentimientos por otro Primogénito. —Un fuerte murmullo recorrió toda la sala. Amina cerró sus ojos, intentando no pensar en Aidan, no se perdonaría si lo lastimaban por su culpa. Por su parte, Elizabeth palideció, volteándose para contemplar a un molesto Andrés: ¿Cómo se le ocurría hacer alusión de su hijo?—. Sentimientos que no son correspondidos —aclaró, viendo fijamente a Andrés—, pero que mi Primogénita insiste en que lo sean.
La mirada torva de Ignacio se dirigió al estrado de Ignis Fatuus, estaba dispuesto a arrancarle el corazón a Arrieta con sus propias manos y a carne viva. Sin embargo, la mirada pacífica del sr. Jung, alivio un poco su pena, aunque ya el daño estaba hecho.
—En ese caso el Primogénito debe compadecer —le aseguró Kevin Gómez—. Es preferible que toda la Fraternitatem se sienta segura ante sus afirmaciones.
—Jamás perdonaría a otro Clan si fuera culpable de tales acciones. Mi rectitud en el obrar se aplica no solo a mi Clan sino a todos los que integramos esta sagrada Hermandad —gritó Arrieta, ante el chisteó de Gonzalo: el joven no aguantaba tanta hipocresía—. Tengo pruebas y he interrogado a varios testigos que me han asegurado que el joven no se encuentra involucrado sentimentalmente con ella.
—Y, entonces, ¿por qué tratar un tema tan íntimo para Ignis Fatuus frente a tantos desconocidos? —le persuadió Di Santos.
—Porque esta Coetum tiene que cimentar bases sólidas dentro de la Fraternitatem Solem, erradicando de raíz cualquier perversión que se pueda presentar, entre ellas repetir los errores de Ackley que nos costaron siglos de humillaciones. Esta es la muestra de que el Prima de Ignis Fatuus siempre ha obrado por el bien de todos, y no quiere otra cosa que la felicidad y existencia de nuestra sagrada Hermandad.
—¿Qué propones? —quiso saber Rodríguez de Aurum.
—Someterlos a la Umbra Solar.
Gonzalo miró a un calculador Ignacio. La mandíbula de su hermano se tensó con fuerza, al final ese era el objetivo de Arrieta: arrebatarles sus dones.
La murmuración se convirtió en gritos. Aunque los presentes estaban conscientes de que la Primogénita de Ignis Fatuus debía ser castigada, impidiendo así que sus acciones volvieran a repetirse dentro de la Fraternitatem Solem, se oponían a que la misma fuera sometida a la Umbra Solar. Eso significaba que su Donum sería arrebatado por completo, y conservado hasta que pudiera reproducirse. Sería sometida al trato propio de una bestia.
Mas los gritos no hicieron cambiar de opinión de Arrieta, ni de su Prima. Los demás Clanes sabían que, una vez el Clan de origen tomaba aquella resolución, su opinión de nada servía.
Entre los tres jóvenes ascendió un menhir tallado con la historia de los Clanes, dividido a la mitad por una piedra zafiro estrella amarilla de quince centímetros de grosor. Aquella piedra preciosa que parecía contener el sol dentro de ella era la temible Umbra Solar.
Fue inevitable para Gonzalo no estremecerse ante la presencia de aquel monumento de tortura para los Primogénitos. No quería imaginarse los efectos que tal piedra tendría sobre Ignacio y él, simples Custodes, conociendo de antemano que muchos herederos del Solem habían muerte entregando su Donum.
Elizabeth sonrió. Era el momento de justicia que tanto había clamado al Solem, mientras que a su izquierda, dentro de los curules del Populo de Ignis Fatuus, Leticia se aferraba al brazo de su esposo, con su rostro bañado de lágrimas cual dolorosa.
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