Campo de protección

Aidan entregó el examen de Castellano. Aún faltaba media hora para terminar, pero no podía dejar de pensar en lo descortés que había sido con Maia. Suplicando permiso, la docente lo dejó marcharse. Natalia observó cómo salía corriendo del salón, incluso se llevó la primera mesa de su fila.

Una vez fuera del salón, Aidan observó ambos lados del pasillo, preguntándose dónde estaría. Decidió buscarla en la cafetería, allí se encontró con Saskia, Itzel y Eugenia. Las chicas se acercaron, entretanto él se lamentó por no poder continuar su búsqueda sin causar preocupación en ellas.

—¡Aidan! ¿Qué haces fuera del salón? —interrogó Itzel. 

—¿No tenías examen? —le preguntó Eugenia.

—Sí, tenía —respondió intranquilo—. ¿No han visto a Maia?

—¿No estaba presentando contigo? —le respondió Saskia.

—Salió hace unos quince minutos.

—Probablemente esté en la Biblioteca —insinuó Eugenia—. Podemos ir a buscarla allí.

—Yo vengo de la biblioteca y no la vi.

—¡Epa! —saludó Dominick, sujetando fuertemente una de las asas de su morral.

—¡Dominick! —le contestó Saskia, presentándole a Eugenia.

El chico le sonrió, mostrando su más encantadora mirada. Itzel, resopló negando con sus ojos; aquello era el colmo del cinismo, ¡coquetearle frente a Aidan! Mas, el rubio joven pareció no darse cuenta de las insinuaciones de Dominick. Sin embargo, Eugenia le tomó del brazo, gesto que le hizo reaccionar, y fijarse en el Primogénito de Aurum.

—¿Has visto a Maia?

—No, desde ayer no la veo. ¿Por qué?

—¡Mierda! —exclamó, dándose la vuelta.

Desde que llegó al colegio, Aidan había sentido una mala vibra brotar en todo el edificio, pero la emoción por el encuentro con Eugenia había minimizado sus preocupaciones. Eso y el hecho de ignorar por completo a Maia habían ocupado sus pensamientos durante toda la mañana, mas ahora la maligna sensación parecía haber aumentado, estaba preocupado por Maia.

Haciendo uso de su Donum de Neutrinidad, recorrió los pasillos del colegio con sus hermanos detrás de él. Su gesto preocupado y su reacción le indicaron al resto que no solo quería hablar con Maia, algo estaba ocurriendo, y ellos lo desconocían.

Se detuvieron frente a la enorme puerta del gimnasio.

—Está aquí.

—¿Estás seguro? —le cuestionó Saskia—. Este gimnasio tiene tres años clausurado. Dudo mucho que la puerta esté abierta y más aún que Maia, siendo ciega, se encuentre aquí.

—¡Saskia! —le reclamó Itzel.

—¿Qué? ¡Es cierto! ¿Sabes cuántos pasillos debe transitar para llegar aquí? Está muy separado de todos los lugares que ella suele frecuentar.

En eso, Saskia tenía toda la razón. Sin embargo, los razonamientos de Saskia no detuvieron a Aidan. Colocó sus manos en la barra de la puerta y la empujó. La pesada puerta se abrió. El lugar estaba en la penumbra, y con trabajo los rayos solares penetraban los empañados vidrios de polvo. Las chicas estornudaron. Aidan dio un paso al oscuro lugar, detrás de él entró Dominick, adelantándose. Volteó su mano, haciendo que la palma de la misma quedara hacia arriba.

—¿Qué haces? —le preguntó Aidan, llevándose la franela a la nariz.

—Solo un poco de luz, Ardere.

De su mano brotó una pequeña chispa de donde se desprendían pequeñas centellas, que iluminaron todo el lugar.

—¿Qué? —se burló Aidan—. ¿Ahora eres un bombillo?

Dominick iba a responderle, cuando su mirada se fijó en un bulto que yacía acurrucado en posición fetal en el suelo. Bombeó la esfera eléctrica, la cual subió hasta detenerse en el techo, entretanto corría para levantar a su amiga. Las chicas ya habían entrado.

Al descubrir el cuerpo de Maia en el suelo, Aidan dio un paso para ir tras Dominick, pero Eugenia y el resto se aferraron a sus brazos por lo que el peso de las mismas evitó que se moviera más de lo que lo estaba haciendo.

—¡Maia! —gritó Dominick acercándose.

La chica apenas se movió. Sacó su mano derecha de entre su camisa.

—¡Aléjate! —le gritó, suplicante—. ¡No te acerques!

Pero su voz de ruego solo fue un aliciente para Dominick, quién incapaz de detenerse, acortó más la distancia que había entre ellos.

—¡Aléjate! —le gritó.

Pero esta vez no hubo súplica en su voz, de su dolorida mano una luz violeta se propagó, la misma golpeó el pecho de Dominick, quien salió expendido por los aires. En un rápido movimiento, Saskia se proyectó, tomando al joven por la espalda, para amortiguar el golpe contra la pared.

El Primogénito de Aurum descendió los tres metros que lo separaban del suelo, golpeándose las rodillas. 

Saskia e Itzel salieron a su encuentro, mientras que Aidan corrió hacia Maia. Se arrodilló, arrastrándose por el polvoriento piso, intentaba acercarse a ella.

—¡Amina! —susurró con cariño, mientras deslizaba sus dedos hacia la chica.

De los ojos de Maia brotaron dos lágrimas. Su cuerpo estaba frío, sus labios se habían tornado morado, pero el intenso dolor de su mano derecha, la misma con la que había herido a Dominick, le mantenía despierta.

—¡Amina! —murmuró, siendo solo audible para ella, entretanto se acostaba por completo en el suelo, pensando en que esa era la mejor estrategia para no salir lastimado—. ¡Por favor!

—¡No, Aidan, no! —le rogó Eugenia, al darse cuenta de sus intenciones.

—¡Déjala! —le gritó Dominick—. ¡Está loca! Me ha atacado y hará lo mismo contigo.

Con una mirada compungida, Aidan rogaba desde su corazón que Maia atendiera sus súplicas.

—¡Por favor! —le pidió con ternura.

La joven temblando subió su rostro, descubriéndole a Aidan su terrible situación. Este tuvo el impulso de retroceder despavorido al contemplar las pupilas de la chica, las cuales habían pasado de un hermoso marrón cobrizo a un blanco azulado.

—¡Ibrahim! ¡Detente, por favor! —le suplicó Gonzalo, estacionando la moto frente al colegio—. ¿Es que no piensas hablarme?

—¿Ahora si quieres hablar? ¡Me extraña! Porque hasta no hace mucho llegué a pensar que solo era un fastidio para ti —le reclamó.

—¡Vamos! —Le detuvo tomándole del brazo para ponerse frente a él—. Ayer no me encontraba de buen humor por lo de mi hermano.

—¡Ah, cierto! Es que había olvidado lo de tu hermano —confesó—. ¡Oh! ¡Espera! Resulta que yo también estuve allí —añadió con sarcasmo.

—Ibrahim, por favor.

—¿Qué es lo que quieres, Gonzalo?

—Solo quiero que hablemos. Sé que ayer no me porté muy bien contigo y quería explicarte.

—No tienes que darme ninguna explicación, no eres mi pareja, mucho menos mi amigo. En todo caso, un conocido y hasta hace unos días mi entrenador, pero ya no necesito más de ti.

Subió las escaleras.

—Déjame cuidarte, Ibrahim! Hay cosas que no comprendes.

—¿Cosas que no comprendo? ¡Hello! ¡No se si te diste cuenta, pero soy uno de los Primogénitos de la Fraternitatem Solem! ¡Y de bolas que hay muchas cosas que no comprendo, pero en eso estamos todos! No necesito de un guardián, Gonzalo, hasta ahora no lo he necesitado.

Gonzalo le vio entrar al instituto. Por más que deseara prevenirlo en contra de Teodoro no tenía el derecho de hacerlo, Ibrahim había sido muy claro con él: no era su pareja, ni su amigo, ni su guardián. 

En parte, era su culpa que el joven no quisiera acercarse a él. Dando la media vuelta se sentó en las escaleras, cuando una aguda punzada atravesó el corazón de su Sello. Un grito sordo salió de sus labios, entretanto se sujetaba la sien: su prima estaba en peligro.

Bastó con que la cálida mirada de Aidan se tropezara con los níveos ojos de Maia, para que el cuerpo de esta se desenrollara, obligándola a estar boca arriba. La respiración de Maia comenzó a agitarse, por lo que Aidan se incorporó, pero no pudo acercarse a ella. La chica dirigió su rostro hacia él, emanando de su cuerpo un campo de protección de un hermoso azul. Aidan retrocedió, empujado por el campo. Eugenia se aferró de su brazo.

—¡Cuidado! —le susurró al oído.

Mas la precaución no era precisamente lo que el chico tenía en mente. Colocó su mano sobre el domo, el cual había dejado de expandirse. 

Itzel se preparó para contraatacar, en caso de un ataque, pero del campo no salió fuerza alguna.

Maia comenzó a ser elevada por su cintura; sus piernas, sus brazos y su cabeza cayeron como peso muerto en el aire. Estaba asustada, no podía comprender lo que estaba pasando, ni qué había ocasionado todo aquello.

—Te haré saber quién tiene el poder dentro de nuestro Clan. —Escuchó una voz masculina, grave, seductora y maliciosa en su cabeza, haciendo que la joven se retorciera en el aire.

Aidan se puso rápidamente de pie. No comprendía lo que pasaba, el simple hecho de que Maia se encontrara en el aire era de por sí malo, y se tornó peor cuando comenzó a contorsionarse en el aire. Puso ambas manos en la cúpula que le separaba de ella, con Eugenia detrás él, preguntándole qué era lo que estaba ocurriendo.

—¿Un campo? —se atrevió a preguntar Dominick—. ¿Por qué tiene un campo si ese Donum le corresponde solo a Ignacio?

Era cierto. El campo de protección que Maia había extendido alrededor de ella no le estaba protegiendo, aquella barrera era para resguardarlos de lo que ocurría dentro. 

Itzel comprendió inmediatamente que este escudo de energía era distinto al de Ignacio, incluso en el color, y del suyo propio, aunque dudaba que Amina, al ser atacada de aquella manera, tuviera fuerzas para emplear un poder tan desgastante. Dudó hasta que el Sello de Ignis Fatuus se dibujó en lo alto de la semiesfera. 

—¿Cómo es posible...? —repitió Dominick—. ¿Por qué Ignis Fatuus puede manejar campos de protección? —exigió saber.

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