Bajo la Laguna

Poco a poco, Maia volvía a la normalidad. Aún así, no dejaron que nadie se acercara.

—¡Ignacio! —le gritó Aidan, llevando a Eugenia en sus brazos. En su tono de voz había desespero.

—¡Está bien! No tienen porque preocuparse. Ya todo pasó —contestó sin dejar de ver el dulce rostro de su prima.

Ignacio sacó la daga de la boca de Amina, y tomó la mano de su hermano. Le miró preocupado.

—El guante me ha protegido —le aseguró—. Un par de curitas y podré conectarte.

—¡Je! ¡Payaso!

Amina abrió sus ojos. Ignacio sonrió, ayudándola a reincorporarse.

«¿Estás bien, mi loquita?».

«Un poco mareada y...». Se limpió la boca. «¿De quién es la sangre?»

«No tengo ninguna enfermedad contagiosa», le aseguró Ignacio. «¡Soy un niño sano!»

«Me alegra saberlo», le aseguró sonriendo. «Estoy cansada», confesó recostándose en el pecho de su primo.

—Bien. Y ahora, ¿qué hacemos?—comentó Ibrahim.

—Eugenia podrá aguantar el viaje hasta el hospital y puedo llevar a Amina hasta la llave de la Laguna, para purificar el Sello de Astrum. Yo lo haré por Ignis Fatuus —le respondió Ignacio.

—¿Cómo estás tan seguro de que Eugenia vivirá? —le cuentionó Itzel.

—Es lo que se supone hace el Beso de la Muerte. Da la vida o te lleva a un estado en donde no morirás —le aseguró Gonzalo.

—Mi Primogénita no hizo otra cosa que regalarle tiempo a Eugenia. Esta no despertará hasta que su cuerpo sane —aclaró Eun In.

—¿No era más fácil devolverle la vida? —sugirió Dominick.

—Amina no tiene, en estos momentos, la energía suficiente para hacerlo. Además, Eugenia no murió, y en caso de que lo hubiera hecho, no duraría más de un par de semanas con nosotros, luego fallecería. ¿Por qué decidieron enfrentar a la Imperatrix, Aidan? —preguntó Ignacio.

—A Amina le pereció muy sospechoso esa pared. —Señaló con su rostro la montaña que se extendía detrás de él—. La presencia de Natalia solo nos confirmó que quizá aquí estaban secuestrados los miembros de la Fraternitatem.

Itzel corrió hacia la pared, deslizando su mano a través de la misma.

—¿Cómo la derrumbamos?

—Si es una puerta, debe de tener algún cerrojo.

—¿Qué? ¿"El Señor de los Anillos" y tal? —se burló Dominick, ante la mirada reprobatoria de Itzel.

Eun In se acercó a la pared, descubriendo los seis Sellos rodear el sello maldito del Harusdragum, marcados de esa forma por el Solem para destruir dicha maldición.

—¡Aquí están! —dijo.

—¡Debemos entrar! —exigió Itzel, con sus ojos cargados de lágrimas. Loren debía de estar allí.

Ignacio cargó a Amina. La joven colocó su mano sobre el Sello de Astrum y este resplandeció. Ibrahim y Aidan la imitaron.

Gonzalo se acercó para sostener a Amina, mientras Ignacio representaba a Ignis Fatuus. Finalmente, Dominick e Itzel se acercaron al grupo.

Haces tornasoles atravesaron la piedra, haciendo que el negro Sello del Harusdra se desvaneciera, evaporándose sobre la roca. Las aguas de la Laguna se abrieron, revelando ante ellos una escalera que descendía a estrechos pasillos.

—Vayan ustedes —dijo Gonzalo—. Yo me quedaré con Eugenia y Amina.

—No confió en ustedes —agregó Dominick.

—Tendrás qué... —le respondió Ignacio.

—Yo...

—¡Basta, Dominick! —le gritó Itzel—. Solo entremos. Saquemos a esos pobres de allí. ¡Solo quiero tener a mi hermana conmigo. —Miró a Amina—. Si escapa, la buscaremos.

Dominick obedeció.

Ignacio besó la frente de su prima y se despidió de su hermano, entrando a la cabeza del grupo junto con Eun In. Aidan fue el último en entrar, mirando con ternura a ambas chicas, y dándole una sonrisa de confianza a Ignacio.

El grupo desapareció y las aguas se cerraron momentáneamente sobre ellos. Ahora bastaba un solo Sello del Solem para abrirla de nuevo.

—Gonzalo —murmuró Amina.

—Sí.

—Debes llevarla al hospital, ¡ya!

—Las llevaré a las dos.

—No. Yo regresaré a la Coetum. Solo debo dormir un poco... Pero ella no puede seguir esperando. Sería inhumano.

—¿Cómo haremos? Porque solo puedo abrir el portal una vez.

—Ella está inconsciente. Llévala al hospital. Yo iré directo a la Coetum... Pero avísale a Zulimar que vaya a verme.

—Amina—murmuró.

—Te quiero mucho, Zalo... Nunca olvides que te quiero.

Dándole un beso en la frente, Ignacio la dejó descansar apoyada de una roca, para ir a por Eugenia.

Por última vez, el Custos de Ignis Fatuus observó a su prima, desapareciendo con una agonizante Eugenia.

Amina cerró sus ojos y cayó desmayada sobre el colchón de la celda que la Coetum le había asignado dentro de la prisión de la Fraternitatem Solem.

Las oscuras y frías aguas se abrieron ante ellos, descubriendo unas escalinatas de piedra caliza blanca por la cual descendieron. Ignacio iba a la cabeza de la expedición.

A medida que se internaban bajo las profundidades de la Laguna, el espacio se iba tornando más oscuro, por lo que el Custos se vio obligado a encender una luz que los iluminara, proyectando sus sombras como espectros en las laberínticas paredes subterráneas.

Aidan, al ir de último, se detuvo expectante, contemplando el magnífico techo natural que se cerraba sobre ellos. A través del espejo de serenas aguas se podía detallar las altas montañas de la Cordillera Andina, la profusa vegetación y las indefinidas siluetas de blancas nubes que, como copos relucientes, surcaban las aguas desde el azul cielo.

Deseó, con todo su corazón, que Amina pudiera estar allí para contemplar aquel hermoso espectáculo. Mas, pensar así, solo hizo que su alma se agitara, ella había quedado herida a la orilla de la laguna, siendo cuidada por Gonzalo. Aunque parecía que su situación era optima, no podía dejar de pensar que las cosas no estaban tan bien.

No quería quedarse atrás, por lo que echó a correr detrás del resto.

Gonzalo se manifestó en el último piso del edificio de Salud de la Fraternitatem Solem, llevando en sus brazos a una inconsciente Eugenia.

Su repentina aparición puso en alerta a todo el personal médico, incluso Montero se apersonó, mandando a traer una camilla para colocar al Oráculo de Ardere.

—¿Qué pasó, Gonzalo?

—Fuimos atacados por la Imperatrix, pero solo ella resultó gravemente herida. Amina le puso en una especie de estado de coma inducido, así que espero pueda sobrevivir.

—¡Bien! La atenderemos de inmediato.

Iba a marcharse cuando Gonzalo le tomó del brazo.

—Doctor, hay algo más.

—¿Qué?

—Mi prima también resultó herida.

—¿Dónde está?

—En la Coetum.

—¡Llama a Zulimar! Dile que abra un portal para trasladarme hasta allá. Comunícale que Amina se encuentra en la prisión. ¡No debiste dejarla ir allí!

Montero se marchó con Zulimar, mientras Gonzalo le repicaba a Zulimar. 

El galeno tenía la razón.

Media hora les había llevado introducirse a las profundidades de la guarida de los Harusdra. Sentían que habían recorrido cientos de kilómetros entre aquel laberinto de paredes.

—¿Estás segura de que era el lugar? —le preguntó Dominick a Eun In, controlando la respiración.

—Es. De lo contrario no se hubiese abierto la Laguna.

—Pero no hemos encontrado nada —se quejó Itzel.

Ignacio, quien seguía a la cabeza del grupo, bajó sus manos, luego de de echar un vistazo alrededor. Las paredes continuaban mostrándose macizas, en ellas ni siquiera había una señal que les indicara la entrada a una galería. Con cierta frustración, sus manos se encendieron aún más, iluminando todo el lugar.

Un paso detrás de él se encontraba Ibrahim. Este bajó su mirada, en un intento por idear alguna estrategia, o al menos, encontrar alguna explicación por el cual no habían encontrado algo aún, cuando centró su concentración en una extraña figura esbozada en la superficie del piso rosa marrón.

—¿Qué es...? —murmuró, agachándose para aprovecharla luz brindada por Ignacio. Tuvo el impulso de poner su mano sobre el suelo, justo para notar como la imagen se rotaba—. ¡Mierda! —gritó perdiendo el equilibrio.

Los demás se voltearon a verlo.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Ignacio.

—¡Es una cabeza! —gritó, apuntando al suelo—. Estamos parados sobre ellos.

Ignacio y el resto se sorprendieron, bajando el rostro, mientras que el Custos terminaba de iluminar la estancia, encendiendo todo su cuerpo.

Bajo ellos se encontraban cientos de cuerpos secuestrados por los non desiderabilias desde muchos años atrás.

El dantesco escenario hizo que Itzel se tapara los labios en un intento de contener sus lágrimas. Domincik la atrajo hacia él. También se encontraba perturbado, en especial porque no sabía dónde poner sus pies para no pisar a las víctimas de los Harusdra.

—¿Cómo los sacamos? —preguntó Aidan—. Porque si intentamos romper el suelo, podemos lastimarlos.

—El suelo es como una especie de portal —contestó Eun In, agachándose para palpar la superficie—. Necesitamos de los Munera de Aurum, Ardere y Lumen para poder sacarlos.

—Dinos que tenemos que hacer —respondió Aidan.

—Crea la silueta de una puerta de cobre por donde Dominick pueda hacer circular corriente eléctrica.

—¿Y yo? —quiso saber Itzel—. ¿Qué haré?

—Invertirás el campo eléctrico, solo así podremos sacar los cuerpos.

—Física básica —respondió Ignacio con una sonrisa en los labios.

—¿Y si sale mal? —quiso saber Itzel—. ¿Cómo puedo confiar en ustedes?

—Mi padre está allí, junto con tu hermana —le respondió Eun In—. No sería tan tonta como para dejarlo morir, ahora que he dado con él.

—No tenemos de otra que confiar —le tranquilizó Dominick—. De lo contrario, habremos perdido el tiempo.

Aidan extendió su mano, en el piso comenzó a surgir un grueso marco de cobre que asemejaba la silueta de una puerta. Cuando hubo concluido su trabajo, le hizo un gesto a Dominick, quien descargó una centella sobre la misma.

La explosión del primer impacto hizo que todos se cubrieran. Itzel tenía que darse prisa, antes de que ocurriera el cortocircuito sin cambiar el sentido de la corriente, por lo que, manipulando el campo magnético, consiguió su objetivo.

El cobre se recalentó, mas en la medida en que el corto se iba produciendo, el marco se iba introduciendo en el suelo, quedando al ras con el mismo.

La fracción de tierra rosa marrón que estaba inscrita dentro del marco de cobre se convirtió en polvo.

—¿Cómo bajaremos? —quiso saber Itzel.

Entonces, Aidan hizo que una extraña piedra caliza azul surgiera desde la planta baja hasta ellos. Sonrió cuando hubo concluido con el trabajo.

—Una escalera de Ardere para todos ustedes.

Con una sonrisa de felicidad, Eun In se aventuró a ser la primera, seguida por Itzel.

Cuando habían bajado la mitad de las escaleras, se detuvo. Ante ellos había una amplia sala en tonalidades azules. Del suelo sobresalían bloques de mármol blanco en donde yacían los cuerpos secuestrados de los miembros de la Fraternitatem Solem, desnudos, cubiertos solo por una toalla que cubría sus partes íntimas.

Los ojos de Eun In se llenaron de lágrimas, corriendo para sumergirse entre los bloques de mármol, buscando a su amado padre. Itzel le siguió, entretanto los chicos terminaban de bajar, sorprendiéndose por la multitud de personas que yacían en el subsuelo.

—Los hemos encontrado —dijo Aidan, mirando a Dominick, quien sería el encargado de abrir el portal que le daría acceso a los miembros de la Coetum escogidos para concluir el rescate.

Zulimar caminaba de un lado a otro, al frente del regimiento de Aurum

Elías y Samuel no dejaban de contemplarla, pues su actitud no era la que acostumbraba en situaciones de emergencia.

Desde el día anterior no habían recibido notificación alguna de los Primogénitos y el tiempo se agotaba.

—Si sigue así, hará que todos terminemos padeciendo un colapso nervioso —le comentó Samuel en torno de burla a Elías.

Justo en ese momento, el móvil de la chica repicó, haciendo que la misma se detuviera. Sintiendo el corazón en su garganta, Zulimar leyó en la pantalla el nombre del Custos de Ignis Fatuus, así que atendió dándole una mirada a los otros Prima, que se pusieron alerta.

Custos —saludó.

—¡Hola Zulimar! Disculpa que te llame.

—¿Están todos bien?

—Me imagino que sí. Yo tuve que regresar con Eugenia. Natalia se presentó y bueno... No llamo para eso. Amina está herida, pero no quiso venir conmigo.

—¿Dónde está la Primogénita de Ignis Fatuus? —preguntó aterrada, mientras los hombres de su Clan se dirigían miradas torvas.

—En la celda de la Coetum. Montero la quiere aquí.

—Enseguida —respondió, echándose a correr, mientras colgaba la llamada.

—¡Zulimar! —le llamó Elías.

—La Primogénita de Ignis Fatuus está aquí. ¡Ha vuelto a su celda!

Solo bastó decir eso para que el hombre corriera detrás de ella, dejando a Samuel a cargo del regimiento y atento a la aparición de su Primogénito.

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