Asuntos imposibles de olvidar
Tan cansado estaba Aidan, que en cuanto su cara dio con la almohada cayó presa del sueño. Ese día había entrenado muy duro. Todavía no podía superar que su infalible flecha hubiese sido traspasada por una flecha ordinaria como la que lanzó la Primogénita de Ignis Fatuus, así como tampoco la derrota que supuso enfrentarse a los hermanos Santamaría que, sin dones, pudieron con su su equipo.
Desde su trinchera, también seguía el crecimiento profesional de Dominick. Era cierto, que de ordinario Aurum estuviera en la cima de la Fraternitatem Solem, pero él quería cambiar el orden de las cosas, y estaba seguro que si entrenaba fuertemente, no solo podía derrotar a Ignis Fatuus, sino superar con creces a Aurum, rompiendo el status quo de la Hermandad.
Tenía muy bien trazados sus objetivos y no se daría por vencido hasta que no los consiguiera. Él era un Ardere, y su Clan era un Clan respetado.
La noche era muy fría, más de lo normal. Aidan supo que no estaba en Apure, mucho menos en su país. No estaba solo, los Primogénitos lo acompañaban.
No podía verlos, era imposible hacerlo. En medio de ellos, la luz refulgente de una esfera le cegaba la vista; era como ver directamente al sol, y él solo sentía necesidad de ver hacia ella.
Habían más personas con él, ¡claro que las había! Pero no le importaba. Nada le importaba salvo la persona que se encontraba en medio de aquella bola luminosa.
Ella tenía un poder asombroso, podía subyugar cuanto le rodeaba y eso incluía su corazón.
Se estaba sacrificando y lo estaba haciendo por él. ¿Cómo no amar a una persona que es capaz de dejar su vida a un lado para darte lo que más deseas? Y él compartía sus sentimientos.
Como de una tierra lejana alguien pedía que la detuvieran, pero era imposible acercarse a ella.
¡Cuánto deseaba traspasar la barrera! Mas algo se lo impedía. Aidan se echó a correr con el sudor de la muerte en su frente; sin embargo, cuerpos pesados se hicieron con él. Su boca fue a dar al suelo, tragando la grama silvestre del lugar. Quiso levantarse, pero no pudo ir más allá; se lo estaban impidiendo. Él solo quería morir.
Entonces, en la oscuridad de la noche, una sombra fugaz pasó frente a él, arrojándose contra la esfera, que lo engulló en su totalidad. Admiró la proeza de aquella persona, y lo odio con toda su alma, porque debía ser él quien rescatara a la dueña de su corazón, y no un completo desconocido.
Su cuerpo fue despojado de la vida misma. Como un enclenque se levantó, intentando llegar al lugar de muerte, mientras que en su mente se repetían frases que pensó no tenían sentido: «Yo, te he entregado mi corazón, sin luna, sin que me lo pidieras, y aunque sé que no volveré a probar la miel de tus labios, mi amor por ti será siempre la base para entregarme una y otra vez».
Aidan cayó de rodillas, limpió su rostro bañado en lágrimas, sudor y tierra, mientras contemplaba aquel beso que debió ser suyo y le fue arrebatado. Pero más allá del beso, se estaba jugando una vida, una vida que le pertenecía y que él debía rescatar, mas aquel sujeto se le adelantó.
Su alma se estaba haciendo añicos. Él era el causante de aquella tragedia y de la unión de ambos corazón. «Te amo tanto, amada mía, que ni la muerte será suficiente para demostrarte, sangre mía, cuán dispuesto estoy por consumirme en ti».
—¡Nooooooooooo!
Un grito desgarrador salió del fondo de su alma, intentó acercarse a la esfera, tenía que impedir que aquel beso continuará, mas cayó postrado en tierra, con una en la pierna y otra en el pecho, con la cual se sujetó con fuerza su moribundo corazón. Frío, sudor y miedo se conjugaron, en cuanto la esfera de luz hizo explosión.
Un nuevo grito salió del fondo de su alma. Lágrimas de sangre reclamaban sus ojos.
La presencia de un rostro conocido se interpuso entre la explosión y él.
—¡Ella no será para ti! Es una maldición. ¡Aléjate!
Asustado, con la respiración agitada, Aidan despertó, cayendo de la cama. Se llevó la mano al pecho, quería morirse.
Sus sentimientos habían sido tan vívidos, tan reales que era imposible que se tratara de un simple sueño. Sin embargo, aquella joven de cabello largo y ensortijado, cuya piedra azul guindaba en el pecho, lo aterrorizó.
Su rostro tan próximo, su expresión de cólera encendida y la forma en que le había ordenado alejarse, lo llenó de terror.
A gatas intentó caminar hasta el borde de la cama para levantarse. Su cuerpo estaba debilitado por las emociones experimentadas en aquel sueño. Sentía la boca reseca. ¡Ni que decir de su frente sudorosa!
Verse al espejo fue la comprobación de que no estaba nada bien. Este no era un sueño premonitorio como los que alguna vez había tenido. Este iba más allá.
Esta era una experiencia vivida, de un pasado cercano. Lo sabía porque todos estaban allí, pero no podía dar con la chica.
—Tiene que ser Eugenia. No puede ser otra —se dijo detallando su demacrado rostro—. Pero... —dudó—, ¿por qué Evengeline dijo que era una maldición?
En las profundidades del Auditorium, donde la Umbra Solar tiene su descanso, los hombres de Ignis Fatuus se congregaron una vez más, realizando los rituales de obtención que el gran libro de la Fraternitatem Solem proponía para que el monolito cediera el poder del Primogénito a una persona más digna de llevarlo.
José Gabriel volvió a acercarse a la piedra. Había esperado el tiempo que el Prima de su Clan le recomendó guardar, preparándose con meditaciones y ejercicios físicos para enfrentar nuevamente a la Umbra Solar.
Tanto Monasterio como Ortega le había comentado a Arrieta que mientras más puro fuera el corazón de su hijo, mayor sería la probabilidad de que el Solem lo aceptara como miembro de los Primogénitos, sugerencia de la que Jung se abstuvo de participar.
Para ser un Primogénito de la Fraternitatem Solem se necesitaba mucho más que pureza de corazón y una consciencia tranquila.
El joven colocó las manos sobre la piedra y esta centelló bañando el espacio de luz. Era la primera vez que veían aquel fenómeno. Las veces anteriores no se había comportado así.
—Después de todo, al parecer, este par de ineptos tenían razón —pensó Arrieta con una sonrisa de triunfo en sus labios.
El juego de luces mermó, y con la oscuridad del lugar una nueva explosión de luz ocurrió. Mas, a diferencia de las otras veces, José Gabriel no solo salió expelido por los aires, sino que en cuando cayó al suelo, un ataque de tos lo sorprendió.
El Prima corrió al encuentro del chico.
Arrieta se arrodilló a su lado con una sonrisa de triunfo, mientras el chico apretaba su nariz.
—Un poco más, hijo, y es nuestra.
El joven miró a su padre con preocupación. Arrieta no entendía lo que su hijo quería decirle hasta que este bajó su mano en forma de cuenco. Horrorizado, el hombre retrocedió.
Para sorpresa de todo el Prima de Ignis Fatuus, las fosas nasales, cavidad bucal y la mano de José Arrieta estaban llenas de sangre.
La Umbra Solar lo estaba matando.
—Aun así lo intentaré una vez más, papá —le aseguró, mientras era socorrido—. Se lo merece nuestra noble sangre.
Con puntualidad, Amina bajó las escaleras, dirigiéndose a la cocina.
En la entrada la esperaba Ignacio con una enorme sonrisa, vistiendo un pantalón de mezclilla y una playera blanca. Se inclinó en cuando su prima le alcanzó.
—Pensé que te arrepentirías.
—Ya quisieran. —Sonrió.
Dentro del comedor y la cocina, todo era movimiento. Un grupo se encargaba de poner los manteles, mientras otros estaban organizando las bandejas y los vasos.
Amina entró. Su presencia hizo que más de uno se detuviera para observarla. Había pasado de ser una chica tímida y alegre a una persona lúgubre y temible.
Gonzalo puso un poco de música para que todos volvieran a centrarse en las labores que estaban realizando. Poco a poco, Maia fue pasando desapercibida entre su gente, comportándose como una más.
Los platos iban de mano en mano, al compás de la música, Ignis Fatuus se entregaba a lo que mejor sabía hacer, bailar.
No fue muy complicado para la Primogénita compartir la alegría de su Clan, incluso mucho de los suyos se acercaron a ella para improvisar cualquier tipo de danza.
La algarabía invadió a todos, incluso a Rosa María, quien olvidando su rivalidad con Amina, se unió al grupo para festejar.
A los pasillos comenzó a llegar la música y gritos de los jóvenes, lo que hizo extrañar a más de uno. Entre ellos se encontraba Aidan, quien dándole una curiosa mirada a Ibrahim, lo invitó a acelerar el paso para llegar al comedor.
Frenándose en la puerta, y con él todos los demás, observaron a un Ignis Fatuus sumergidos en su propia fiesta, mientras que el aroma de las empanadas de carne molida y queso, así como de la jugosa guasacaca corría por todo el ambiente.
Las bandejas pasaban por encima de los chicos, sin caerse, entretanto eran contemplados por lo mejor de la Hermandad.
De entre toda la gente, la risa de una joven llamó la atención de Aidan.
Las personas comenzaron a unirse al festejo, dejando al Primogénito de Ardere con una dulce y agradable sonrisa dibujada en su rostro. Ibrahim no se apartó de su lado, descubriendo a la persona que se había apoderado de la mirada de Aidan: Mientras, Maia intentaba quitarle una de las empanada a Ignacio.
La idea de despertar con una rutina diferente reanimó a todos los miembros de la Fraternitatem. Por los pasillos de la residencia solo se comentaba lo bien que la habían pasado en la compañía de Ignis Fatuus.
Con las mismas energías que el resto de sus compañeros, Aidan e Ibrahim se dirigieron hacía el salón de las armas, querían darse prisa antes de que el mismo se abarrotara de personas.
—No sé si fue la música o la guasacaca, pero ¡qué desayuno más espectacular! —comentó Ibrahim.
—Ni que lo digas —le contestó Dominick, alcanzándolos—. Por un momento, pensé que las empanadas no alcanzarían para todos.
—¿Y con qué armas practicarán hoy? —preguntó Aidan, mientras templaba un arco.
—Es cinismo en pasta poder crear armas y tener que escoger una —le respondió Ibrahim.
—Mientras más pesado sea el instrumento, más ligero se hará el mío —contestó. Dominick e Ibrhim lo miraron extrañado, Aidan no era una persona a quien se le diera la filosofía—. Es lo que me dijo Gregorio —confesó, subiendo uno de sus hombros.
—¡Aaaah! ¡Así, ni modo! —le aseguró Ibrahim—. Tengo ganas de hacer algo de espada, quizá Gonzalo pueda darme una clase.
—Aunque él es pana, no creo que Ignis Fatuus esté muy entusiasmado en compartir sus habilidades con alguno de nosotros —intervino Dominick—. He notado que, a medida que pasa la semana, ellos se van volviendo más introvertidos.
—¡Sip, cómo esta mañana! —se burló, Ibrahim—. Por cierto, ¿qué tienes pensado hacer para tu cumple? —preguntó cambiando el tema.
—Aún no lo sé. Quizá una pequeña fiesta a orillas de la playa, o decida quedarme con mi abuela. Tener que pasarme la semana sin abrazarla es un suplicio.
—Ella es como una madre para ti, ¿verdad? —quiso saber Aidan.
—Lo es. Hay quien dice que los abuelos se vuelven mejores padres con los nietos, y eso en mi abuela es cien por ciento cierto. No tengo nada que reclamarle. Ha sido la mejor segunda madre del mundo.
—¿Y sabes algo de tu papá?
—No, Ibrahim. Mi papá es un tema que aún no puedo enfrentar. A veces hasta he llegado a cuestionarme si la Hermandad no me ha endurecido con respecto a mi relación con él.
—¿En qué sentido? —Ibrahim quiso ir un poco más allá.
—Siento que no lo necesito, y lamentablemente, estar lejos de él me hace bien. Lo peor de todo es que no me quiero sentir así. No quiero estar como si no lo necesitara, y me aterra pensar en ello, porque descubrir que es verdad, que no lo necesito, me hará una persona muy oscura.
—Algo como George —comentó Luis Enrique, quien se había colado a la habitación, escuchando la conversación de los Primogénitos.
—Alguien como Louis —le aseguró Dominick.
La situación familiar de Dominick era tan complicada, que solo Aidan se percató de que Amina había ingresado al salón. Desde muy temprano, la joven había estado alistada para ir a la práctica. La algarabía que la había llenado en la mañana, ya no estaba, había vuelto a ser la joven fría con mirada torva, capaz de derrocar a quien tuviera de frente.
El Primogénito de Ardere la observó detenerse frente a los estantes de espadas. Tomó varios modelos, haciendo un par de movimientos con ellos para luego dejarlos en su lugar. Él se atrevió a abandonar su grupo, acercándose para tomar unas espadas de madera que tenían grabadas el Sello de su Clan, eran las preferidas por Adrián y Miguel, espadas perfectas para entrenar a un verdadero guerrero.
—¡Hola! —la saludó, pero ella ni lo miró—. Creo que estas te servirán —dijo, tendiéndole las espadas. Amina las miró con desprecio, dedicándole una sonrisa de suficiencia a Aidan.
Sin mediar palabra, alzó la mano y tomó una de las katanas que había en los estantes superiores.
»No creo que sea una buena idea —le aseguró el joven.
La chica sacó la espada, realizando los mismos movimientos que había hecho desde que tomó la primera espada y la envainó, dándole a entender que se la llevaría.
»¡Puedes lastimarte! —le gritó, llamando la atención de los otros.
Amina, quien ya iba de salida, se detuvo a observarlo.
—Mantente en tus asuntos, Ardere.
—Esto es una práctica, no una guerra a muerte —le recordó.
—Este es mi cuerpo y puedo hacer con él lo que se me antoje. Mortificate por mantener a salvo el tuyo y déjame a mí en paz. —Dando la media vuelta, salió.
—¿Es que acaso piensa matarse? —le preguntó al resto.
—Maia ha cambiado tanto que hasta me asusta. Desde que salió de La Mazmorra es otra. Ya no sé si amarla u odiarla —confesó Dominick, ganándose las miradas curiosas de todos—. ¡No lo tomen en sentido literal!
—¡Je! —Sonrió Ibrahim, dándole un ligero golpecito en el hombro antes de salir del Salón de Armas.
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