Aquel Septiembre
"Como alma que lleva al diablo", era la expresión más adecuada para definir la manera en que Ignacio conducía el Peugeot de Letica, entretanto Gonzalo iba apretando las piernas, con el terror dibujado en el rostro.
Pero nada de lo que dijera haría que su hermano desacelerara. Por suerte, se encontraban en Venezuela y ningún policía iría detrás de ellos.
Las calles poco iluminadas y solitarias de Costa Azul se quedarían grabadas en la memoria del Custos de Ignis Fatuus y en las de su hermano, el Primogénito de Mane.
Eran casi la medianoche cuando el timbre de la casa Aigner rompió con el silencio del hogar.
Elizabeth y Andrés se despertaron, algo contrariados por la imprevista visita. El hombre vio la hora en su celular. Faltaba un cuarto para las doce.
Aquella hora no era apropiada para visitar, pero el timbre no dejaba de sonar. Tanta insistencia terminaron por sacarlo de la cama, con su esposa atrás.
En el pasillo se encontraron con una asustada Dafne. La familia Aigner tenía la creencia de que las malas noticias siempre viajaban de noche, por lo que Andrés se adelantó a bajar las escaleras, con sus preciadas mujeres detrás de él. En cuanto puso su mano en el pomo de la puerta, Elizabeth abrazó a su única hija, en un claro gesto de protección.
Muchas fueron las excusas que se pasaron por la mente de Andrés, al descubrir quiénes eran sus visitantes: Elías Zambrano y Martín Montero lo observaron, apenados. Ambos venían vestidos de blanco, y entre sus manos estaba la urna con los restos de Aidan.
—¿Qué...? —titubeó Andrés, intentando dar con las palabras adecuadas para no causar una herida mayor a su familia. Sin embargo, sus intentos se vieron frustrados al darse cuenta que las marcas rojas de la urna de su hijo se habían ennegrecido.
Amina se aferraba a su ilusión. Era tan real que su corazón no hizo más que desahogarse. Privada, se le dificultaba respirar y llorar, pero prefería que la muerte la sorprendiera en aquel instante a dejarlo ir.
Cada segundo la llenaba de miedo. Como todo en la vida, esto también tenía que pasar, debía acabar, aunque no lo quisiera.
«—¡No te vayas! ¡No te vayas! ¡no te vayas, por favor! —rogó—. Y si te vas, llévame contigo, por favor».
El chico la tomó del rostro, sintió su nariz rozar la suya. Eso era mucho más de lo que había imaginado que podría ocurrir. Quizás, si la besaba, ella podría morir. En los cuentos de hadas las princesas revivían con un beso, así que, ¿acaso no podría morir con uno?
—¡Mi pequeño y maravilloso Sol! —Le escuchó murmurar muy cerca de sus labios. Los sintió sobre los suyos, cálidos y fuertes, húmedos y anhelantes. Tan perfectos como los recordaba.
Sus suaves caricias que transformaron en fervorosa pasión. Lágrimas foráneas cayeron en su rostro, empapando sus ya humedecidas mejillas. Entonces, abrió sus ojos, consciente de que si no moría terminaría en un manicomio, por lo que debía darle un fin, mas, allí, frente a ella, iluminado por la tímida luz lunar, lo vio.
Seguía besándola, con sus mejillas empapadas de lágrimas y sus rubios mechones cayendo sin preocupación.
Amina puso sus manos en su pecho y se separó, dando un par de pasos atrás. Soñarlo era algo, verlo, ¡era demasiado!
Él pudo percibir sus dudas, así que la dejó. Sonrió, tan jovial como siempre lo había sido, y esperó. Ella negó, frotándose sus ojos para dejar de ver, mas el seguía allí.
—No iré a ningún lado, Ignis de Ardere. ¡Nunca más! —dijo tan claro, que la hizo llorar.
Corrió a abrazarla, y Amina se aferró a él con una fuerza superior a la que lo había hecho al principio.
—¡Aidan, Aidan! ¡Mi Aidan!
Él sonrió con ternura, mientras en sus mejillas se dibujaron sus suaves hoyuelos.
—¡Te he echado de menos, mi pequeño Sol! Pero tu esencia me acompañó en cada momento.
—¡Aodh! ¡Mi Aodh! —trepó aún más en su blanca franela de algodón—. Prométeme que esto no es un sueño, y si lo es, dime al menos que mañana volverás a visitarme en ellos.
—No es un sueño, amada mía. Mas, quiero visitarte en ellos cada noche, cada día, cada segundo de tu vida... ¡Te amo tanto, tantísimo, Amina Santamaría! ¡Tanto, tanto!
—¡Yo también te amo tanto, tanto, Aidan Aigner! ¡Tanto, tantísimo...!
Con un rápido movimiento y de forma perfecta, Ignacio se estacionó, bajando del carro, con Gonzalo, detrás de él.
Ninguno de los dos fue capaz de bajar a la playa. Desde sus posiciones podían ver con claridad a su prima, mas esta no se encontraba sola, estaba en compañía de otra persona.
—¡Llámalos a todos, Zalo! ¡Ya, ya! —ordenó, bajando un poco más. Sin embargo, no se atrevió a interferir en la intimidad de la pareja, esperaría por los otros.
—¿Dónde está? —Fue lo único que pudo preguntar Andrés, mientras su mujer e hija se abrazaban a llorar de alegría.
—Ha ido a presentar sus respetos a nuestra Primogénita —le explicó Montero—. Debe entender que, aun cuando continuará siendo el líder de su Clan, Aidan ha trascendido la historia de la Fraternitatem Solem.
—Lo sé, pero sigue siendo mi hij... —No pudo continuar.
Desde la muerte de Aidan, se había mantenido firme, siendo la fortaleza de su familia, pero aquello era mucho más de lo que alguna vez habría deseado. ¿Cómo podía haber resucitado? Por más que se lo explicaran, no podría entenderlo. Solo la presencia de su hijo, al que pensó perdido, le daría consuelo, y sin embargo, debía esperar para volverlo a ver.
El mensaje de Gonzalo era medio extraño, eso fue lo que les pareció al resto de los Primogénitos, mas ninguno se negó a asistir a la playa.
Dominick les facilitó el traslado a todos, encontrándose con un palidecido, Gonzalo.
—Mi vida, ¿qué ocurre? —le preguntó Ibrahim preguntado.
El chico solo levantó su mano, señalando al frente. Todos voltearon, primero dieron con Ignacio, pero más allá se encontraban dos figuras, una era Amina, lo sabían por su tamaño y la ropa que llevaba, pero ¿la otra?
—¿Qué rayos es...? —murmuró Dominick.
Entonces, Ignacio comenzó a correr hacia Amina y el chico, con el resto de la Hermandad tras él.
Sus rápidos movimientos llamaron la atención de la pareja, quienes se voltearon, abrazados, para recibirlos.
—Creo que el rumor se corrió muy rápido —dijo Amina.
Aidan le dio un besó en la sien y sonrió. Bajó su brazo del hombro de la chica para tomar con fuerza su mano, mientras era embestido por Ignacio y el resto de la Hermandad, que entre lágrimas y sin palabras, buscaban abrazarlo.
Y él correspondió a todos, sin soltar a Amina.
—¿Eres tú? —le preguntó Ibrahim.
—Soy yo, bro... ¡Soy yo! —afirmó, abrazándolo.
Nuevas lágrimas eran derramadas por la Fraternitatem Solem pero esta vez eran de felicidad, pues el Solem les había devuelto aquello que pensaron habían perdido para siempre.
Antes de que el alba sorprendiera las tinieblas, la puerta de la casa de los Aigner se abrió.
Andrés, Elizabeth y Dafne había esperado en vilo, por más de cuatro horas, la aparición de su hijo y hermano.
El sonido de la puerta hizo que el hombre, sentado en el sofá, reclinado sobre sus piernas, se irguiera con lentitud. Su rostro era una mezcla se sentimientos, entretanto su corazón palpitaba con demencial vehemencia. La casa se encontraba en media penumbra, mas no necesitaba luz para ver.
Sentir los pasos del visitante en el recibidor hizo que Andrés se pusiera en pie, contemplando ante él una imagen familiar y más amada que su propia vida.
—¡Papá! —saludó Aidan—. ¡Bendición!
—¡Campeón, campeón! —gritó Andrés entré lágrimas, saltando por encima del sofá, con sus mujeres acompañándolo.
Su padre lo abrazó con la misma fuerza demencial que Amina lo había hecho horas atrás, al igual que su madre.
Por primera vez, Amina quiso separarse, mas el chico no la soltó, así que ella también fue abrazada por Andrés y Dafne. Sin embargo, fue Elizabeth la que la hizo sentirse especial.
La mujer la tomó del rostro y besó su frente.
—¡Gracias, hija, gracias! ¡Y que el Solem te bendiga! —dijo, sin dejar de besarla y abrazarla.
Aidan sonrió ante las palabras de su madre para Amina, haciéndole un guiño que le sacó una hermosa sonrisa a la Primogénita de Ignis Fatuus.
—¿Cómo...? ¡Cómo pudo volver a la vida? O es que todos estamos metidos en una extraña dimensión. —Itzel no pudo ocultar más su curiosidad.
Sentados alrededor de una fogata improvisada por Ignacio, los Primogénitos esperaban el retorno de Aidan. El cansancio y la tristeza habían desaparecido de sus cuerpos y almas, ahora solo reinaba la incertidumbre. ¿Aquello era cierto? ¿Hasta cuando estaría con ellos?
La noche anterior, Montero se dirigió con la alta jerarquía de la Coetum a la capilla ardiente para retirar la urna de Aidan, antes de la medianoche. El propósito de la Fraternitatem Solem siempre había sido entregar los restos del Primogénito un día antes de ser trasladado al lugar donde finalmente descansaría.
Las puertas de la capilla, que permanecieron cerradas por nueve días, fueron abiertas. Las lámparas se mantenían encendidas y las flores conservaban su aroma y belleza. La urna seguía sobre la mesa, no había sido movida, ni rota. Ningún ser humano había entrado a aquel lugar.
Sin embargo, en el pasillo, sobre la roja alfombra, yacía un joven desnudo, apoyado en sus rodillas y manos, cabizbajo, con los rubios mechones cayendo con libertad. En su espalda refulgían dos alas de fuego.
Montero, Elías y Hortencia quedaron estupefactos ante la visión. El joven levantó su rostro, se le notaba consternado. En su frente relucía el Sello de Ignis Fatuus, y de su cuello colgaba la lágrima de diamante.
El galeno se atrevió a observar la mano del chico, reconociendo la espiral diamante de Ardere.
Ese fue el relató que horas atrás, Jung les había dado, el motivo por el cual Ignacio manejó como un profesional de la Fórmula Uno por las calles de Costa Azul.
—Okey. Tenemos claro que está vivo, pero ¿cómo? —preguntó Dominick—. ¡Es algo imposible!
—Lo es, por donde lo mires —confesó Gonzalo—. Jung también nos dijo que el día de la incineración, al mermar el fuego, él y Montero notaron algo extraño moverse entre las cenizas. Pensaron que había sido una ilusión, un espejismo o un fenómeno causado por el viento, mas al final de la ceremonia, un Phoenix se elevó.
»Ellos presentaron sus reverencias. Ese suceso nunca había ocurrido antes en nuestro Clan. Con ninguno de los Primogénitos. Por lo que, temerosos, Martín y Jung se acercaron a la pira para revisar las cenizas y comprobar que Aidan no siguiera allí... Efectivamente, así fue. De él solo quedó polvo, mas en medio de sus restos, incrustado en una pequeña piedra de carbón encontraron un diamante que, al extraerlo, tenía la forma de una lágrima.
»Decidieron colocarla en la urna, mas aquel era el segundo prodigio que notaron, por lo que Jung decidió investigar al respecto —concluyó Gonzalo.
—Eso no explica, ¿por qué resucitó? —insistió Ibrahim.
—Aidan no resucitó —corrigió Ignacio—. Es más que eso. Ignis Fatuus no recibe el nombre de Hijos del Phoenix en vano. Sus orígenes son el propio Solem, por lo que es un pueblo que siempre renacerán de sus cenizas. La Lágrima del Phoenix es el regalo que el Solem le ha dado a mi Clan, así como Astrum tiene la Espada del Sol y la Muerte y Lumen la Cor Luna. Es muy extraño que estos regalos se revelen, incluso algunos no son cedidos jamás, es decir están mas no se manifiestan.
»La Lágrima del Phoenix es uno de estos regalos. Evengeline, en un intento por salvar a la Fraternitatem Solem, hizo uso de su Donum, activando el poder de la Lágrima sin saberlo, así maldijo a Agatha y la hizo vivir hasta nuestra época. Sin embargo, cuando Amina la mató, la Lágrima volvió a ella.
—¿Cómo pudo Evengeline usar el poder de la Lágrima si desconocía su existencia? —quiso saber Saskia.
—Pudo porque Ackley la amaba tanto que se sacrificó por ella —le respondió Gonzalo.
—¡Ya va! ¡Ya va! —intervino Ibrahim—. ¿Nos estás diciendo que Aidan no morirá jamás?
Ignacio y Gonzalo se observaron, sonriendo divertidos.
—Bueno, tampoco la cosa es así —aclaró Ignacio—. Es cierto, Aidan no podrá morir así nada más. Nada lo podrá matar, mientras Amina conserve la vida. Si mi prima muere, entonces él tendrá que decidir si seguir viviendo como un ser humano normal o morir con Amina.
—¡Eso es muy romántico! —declaró Itzel.
—Lo es —corroboró Gonzalo.
—Todavía no me queda claro, ¿qué fue lo que hizo ese chamo para ganarse tal premio? —Dominick pensó en voz alta.
—A ver, menor —dijo Ignacio—. Te lo explicaré como si fueras un mocoso, que lo eres. —Dominick lo miró de soslayo—. A diferencia del resto de los Primogénitos que han pertenecido a Ignis Fatuus, Amina es la única que ha contado, a plenitud, con el Donum del Phoenix. Sin embargo, este Donum estuvo incompleto por culpa de Evengeline. De haberlo estado, la madre de Amina jamás habría muerto, porque si bien el escudo de Mane solo podía, o puede, protegerla a ella, la Lágrima habría protegido a su progenitora cuando fue atacada por los non desiderabilias.
»Extrañamente, esta desgracia terminó convirtiéndose en una bendición para Aidan, quien amando a Amina con una intensidad indescriptible, logró apoderarse de la Lágrima del Phoenix, sin siquiera saberlo.
—¡Oye, Iñaki! ¿Recuerdas cuando te reclamé lo de las Alas en la Batalla de Los Médanos? —comentó Gonzalo.
—Sí, Zalo.
—Pues creo que las Alas de Mane no lo mataron, no por el hecho de que Aidan ya hubiese hecho algunas promesas a Amina, sino porque él ya poseía dicha Lágrima.
Ignacio no dijo nada, pero la hipótesis de su hermano no era tan descabellada. Aidan pudo usar sin problemas las Alas de Mane porque ya se había convertido en el Phoenix de Ignis Fatuus, gracias al amor y devoción que sentía por Amina.
Julio y agosto habían pasado, solo quedaban pocos días libres para que los chicos terminaran de disfrutar de sus últimas vacaciones escolares.
Saskia, Dominick, Gonzalo, Ibrahim e Ignacio corrían en la playa, detrás de Itzel para arrebatarle una pelota, haciendo uso de su Donum impedía que llegaran a ella.
—¡Es trampa! —gritó Dominick en medio de una carcajada.
—Voy a debilitar su campo de energía —propuso Ignacio—. Saskia...
—¡Entendido!
Ignacio extendió sus manos, el fuego de Ignis cubrió el escudo protector de Lumen, sofocándolo. Itzel cayó en la arena, con la pelota aferrada a su pecho, paralizada a causa de la risa, entretanto Saskia se proyectaba para quitársela.
—¿No es un poco infantil? —cuestionó Aidan, sentado con Amina, un poco alejado del grupo, les veía atacarse los unos a los otros para hacerse con la pelota.
Recostada de su pecho, Amina abrió sus ojos, sonriendo ante los gritos de los chicos. Ese era uno de los pocos momentos en los que Aidan lograba el milagro de devolverle la vista.
—No sé porque tengo el presentimiento de que deseas unirte a ellos, ¿no es así?
Aidan la miró con ternura.
—Algo de eso, pero antes quiero llevarte a un lado.
—¿Adónde iremos, Aodh? —preguntó con curiosidad, mirándolo fijamente.
Limpiando la arena de sus manos, la tomó del rostro, besando su frente.
—Cierra tus ojos.
La playa estaba desolada. Amina tuvo la impresión de que era un lunes cualquiera. No solo la soledad del lugar llamó su atención, también lo hizo la fuerza del oleaje.
—Sabes que no sé nadar —le recordó— y el mar no está como para darse un baño.
—No te traje aquí por... —Hizo silencio. Había sido un largo camino. Miró a su alrededor y solo ellos estaban allí. Sonrió. La mira confusa de Amina le arrebato el corazón—. ¿Confías en mí?
—Sí, sabes que sí.
Atrayéndola, colocó sus manos en su cuello, acariciando suavemente sus mejillas.
—Te amo, por encima de todo lo terrenal, ¡te amo! —le confesó.
Amina iba a responderle, pero sus labios no la dejaron. Presionando dulcemente los suyos, le hizo olvidar las palabras para expresar con su cuerpo los sentimientos que embargaban su corazón.
Aidan la recostó con ternura en la arena, sujetándose a su cintura, mientras ella se aferraba a su espalda. El Sello de Ardere destelló como diamante al sol, revelando el dorado Sello de Ignis Fatuus y el Sello de Mane. Los Sellos de Amina le hicieron compañía a los suyos. Ya no pertenecían a un solo Clan, ahora ambos eran uno.
Aidan le había rogado hacer el último ritual de entrega, mas Amina le pidió esperar a que su compromiso fuera formal ante la sociedad. Él aceptó, podía darse el lujo de hacerlo, por el tiempo que fuera necesario.
Conocía muy bien cada uno de los rituales que había llevado a cabo y la entrega de los mismos. El respeto y el sacrificio que significa las palabras Ignis de Ignis, Ignis de Ardere; la entrega del corazón y los sentimientos cedidos por medio de una danza milenaria, solo le faltaba realizar la entrega de su poder y la fidelidad a través de la reverencia. Él no necesitaba un ritual para amarla eternamente, estaba dispuesto a cualquier cosa por ella, cada día más.
Intuyendo que no estaban solos, besó con más pasión a Amina. Esta abrió los ojos, pero con la fuerza del beso los volvió a cerrar.
A unos metros de ellos, un joven caucásico clavaba su tabla en la arena, subiendo el cierre de su traje neoprano. Los miró con despreció, tomando su tabla para echarse al mar.
La playa estaba en calma, remando se adentró a lo más profundo. El mar, azul rey, con su suave espuma, combinaba a la perfección con el azul blancuzco del cielo, donde el sol radiante iluminaba el espacio y hacía refulgir las nubes.
Aidan se separó de Amina, observándola lleno de amor. La joven abrió sus ojos y sonrió.
—Te traje aquí porque quiero que conozcas a alguien. —Sentándose a un lado, la ayudó a incorporarse—. ¿Ves a aquel chamo?
—Creo que es el único que está aquí. ¿Cuándo apareció? —preguntó contemplando al joven de cabellos rubios que vuelto al horizonte esperaba su ola.
Sus palabras llenaron de terror a Aidan, quien se puso de pie, buscando con desespero a la pareja de amantes que había visto ese día. Se llevó una de sus manos hacia el cabello, en un gesto de total confusión. Amina lo siguió parándose a su lado, aun con la mirada fija en el surfista. Dio dos pasos al frente y se detuvo sonriendo.
—¿Eres tú? —quiso que le confirmara, pues se dio cuenta de lo que ocurría.
Saliendo de su turbación, Aidan comprendió que aquella pareja, a la que había llamado «Idiotas» eran ellos y no unos extraños.
—Sí —confesó tímidamente, colocándose detrás de ella—. Hoy es el día en que el Don de Neutrinidad apareció.
El mar se recogió, el joven se acostó en su tabla, lanzándose al encuentro de la ola. Giró la tabla, esperando un par de segundos, se impulsó, apoyando sus pies firmemente en esta.
Amina sonrió, era la primera vez que veía a Aidan surfear, un Aidan que no conocía, que no llevaba Sello, un Aidan despreocupado cuyo corazón pertenecía a otra.
El Primogénito de Ardere sonrió, acercándose más a Amina.
—¡Qué imbécil era! En ese momento pensaba que nosotros eramos unos "idiotas".
—¿Ah sí? —Sonrió con mofa.
Levantando sus manos, Aidan vio como un ave de fuego aparecía a las espaldas de su ego, dio un paso, mirando a Maia. Las manos de la joven subieron, el ave ascendió glorioso al cielo, en cuanto sus falanges se cerraron sobre sus palmas, el pájaro entró en picada dentro del mar.
El Aidan sin Sello acababa de salir del túnel cuando una segunda ola surgió. Con malicia, Amina sonrió.
Dentro de aquella ola, el Primogénito de Ardere vio nuevamente el Phoenix, con sus alas desplegadas. Era una imagen majestuosa. Estremeciéndose, miró a Amina.
—¿Fuiste tú? —preguntó aturdido.
—Nadie nos llama idiotas —le aseguró—, ni siquiera nuestros "yo" del pasado.
Aidan sonrió, entretanto su otro "yo" comenzaba a luchar por su vida.
Amina se volvió a él con una sonrisa infantil, metiendo las manos en su short de mezclilla.
—¿Esperamos a que salga?
—No voy a morir —afirmó, mientras el Sello de Ardere titilaba en su mano. El Don de Neutrinidad había aparecido en aquel Aidan—. Sigo aquí. —Tomó de nuevo su rostro, besando su frente—. ¡Gracias! Gracias por la revolcada, y por aparecer en mi vida.
—Lamento la experiencia. —Sonrió, mirándolo con aquella dulzura que le desarmaba por completo.
—Iñaki me preguntó qué decisión tomaría en el momento en que la Lágrima del Phoenix desapareciera de mi cuerpo.
—No debes responder —le interrumpió temerosa—. Es un regalo que el Phoenix te concedió por tu entrega. No debes sentirte coaccionado por él, no es un trueque, no es...
Colocando su índice con ternura sobre sus labios, la silenció. Recostó su frente sobre la de ella, la tomó por la cintura, sintiendo el calor de su cuerpo.
—Desde ese día sé cual es la respuesta. Siempre mucho antes la he conocido. No podría continuar sin ti. No quiero la vida que acabas de ver, soy feliz siendo quién soy ahora. Si mueres, me iré contigo. No necesito más días en la Tierra, ni nada de lo que el mundo me pueda ofrecer. Contigo he conocido la tristeza, la alegría, el dolor y el amor. Estoy completo. Me siento completo. No quiero nada más.
—¡Te amo, Aodh! ¡Mi Ignis de Ignis!
—¡Te amo, Amina! ¡Mi Ignis de Ardere! ¡Mi pequeño sol!
Besando los labios de su amada, volvieron a su presente.
En el horizonte, Ibrahim apareció acomodándose los lentes, mientras un Aidan perturbado salía del mar, dándose cuenta de que la joven pareja había desaparecido.
La Hermandad del Sol.
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