Al caer el sol
—¿Y eso? ¿Desde cuándo cambiaste de opinión? —le reclamó Dominick.
—Desde que Loren despertó. —Miró a Maia—. Ella me confió las últimas recomendaciones de Luis Enrique. —Los ojos de la joven Lumen se llenaron de lágrimas—. Él le pidió que la defendiéramos.. —Desvió la mirada, no se permitiría derramar una lágrima frente a una asesina—. Si Maia llega a caer en manos de Natalia, todos estaremos perdidos. La Fraternitatem Solem estaría condenada... por lo que debemos ir con todo. Si perdemos es mejor hacerlo ahora y no pasar a la historia como unos cobardes.
Susana miró con orgullo a su hija mayor.
—Es cierto, Primogénita —declaró Monasterio—. También debemos tener en cuenta, como lo he dicho en otras ocasiones, que esta Imperatrix no es igual a los otros. Se necesita un poder muy grande para contenerla.
—¡Y me imagino que solo tu Primogénita tiene semejante poder! —exclamó con sarcasmo Javier Sotomayor.
—Una antigua leyenda reza que semejante poder solo puede ser derrotado con tres Sellos Reales, y mi Primogénita los posee —confesó Monasterio.
—Porque mató a nuestra Primogénita —atacó Marco Valbuena, entretanto Dominick sonreía con suficiencia.
—Ese fue el real motivo por el que mató a Saskia. ¡Quería los tres Sellos! —La miró cargado de ira.
—¡Basta de atacarla! —Se impuso Ibrahim—. Esa actitud solo nos perjudicará mañana. ¡Basta!
—Si tiene los tres Sellos entonces ella será la que se enfrente a la Imperatrix —decidió Hortencia Botero—. Si la vence, librará a la Fraternitatem Solem de un cruel final..., pero si muere en batalla, daremos por saldada su deuda con nuestra Hermandad.
Amina tragó grueso ante estas palabras. Por donde quisiera mirarlo estaba condenada.
«¿Lo harás?», le preguntó Ignacio sin verla.
«¿Qué otra opción tengo?», le respondió.
«¡Creo que es una locura, Amina!» intervino Ignacio. «Podrías tener unos días más para ver a nuestros tíos».
«Ya no tengo nada más, Ignacio... Y no deseo despedirme de ellos. Prefiero mil veces que me recuerden como me vieron la última vez: libre, siendo la Primogénita de su Clan».
«Amina...», suspiró Ignacio.
«No sufras por mí, Iñaki. Sabes de antemano que esta es una guerra perdida. A lo sumo podré contenerla, pero jamás matarla. Yo no poseo los tres Sellos Reales. Mane no tiene Primogénito aún y el Sello de Ignis Fatuus sigue resistiéndoseme».
«Prima, hay algo que debemos contarte». Gonzalo se atrevió a participar en la conversación.
Ignacio se giró a verlo, a pesar de que todos continuaban sumergidos en la discusión del cómo atacarían a los ejércitos del Harusdragum.
«El Sello de Ignis Fatuus está apareciendo en mí. Cada día se fortalece más y siento mi Donum correr por mis venas».
«¡Zalo!», exclamó, mientras era traicionada por una lágrima que se deslizaba de sus ojos.
«Tu Sello también puede aparecer y...», continuó el chico.
«¡Basta, Zalo, basta!», le detuvo Ignacio. «No podemos engañarnos, ni darle falsas esperanzas a Amina, porque quizás sea tarde cuando el Sello del Phoenix aparezca otra vez»
«¿De qué hablas?», lo cuestionó la chica.
«Tú lo sabes bien, Amina. Me lo dijiste una vez... Estás maldita». Sin ningún escrúpulo, Ignacio se giró a verla, a pesar de que más de uno se incómodo por su actitud, incluida Maia.
Con el rostro desencajado, Amina intentó zafarse de una situación de la que no podía huir.
«¡Ignacio!»
«¡Niégalo! ¡Niégalo y no insistiré!», le pidió, pero el silencio de Maia solo le confirmó sus sospechas. Gonzalo cerró sus ojos; nunca pensó que la situación se volviera tan complicada. «Lo sabías y te lo callaste».
«Ya mucho han tenido que soportar por mí».
«¿Sabes quién te maldijo?», le preguntó sin dejar de mirarla.
—Creo que es una falta de respeto que ustedes tengan su propia conversación cuando se está hablando de la vida de todos —le reclamó Itzel a Ignacio, pero este la ignoró.
«¿Lo sabes?», insistió autoritariamente.
Amina asintió, bajando su rostro, mientras las lágrimas se escapaban, recorriendo sus mejillas.
«Evengeline lo hizo... Ackley sabía que lo haría, he intentó protegerme. Yo estuve allí ese día. Elyo escapó por mí... Yo los vi morir. Yo sentí el Fuego del Phoenix en manos de Evengeline y supe que estaba perdida..., pero solo ahora lo acepto».
«¿Lo sabes?», preguntó haciendo un mayor énfasis.
«¡Ya basta, Ignacio!», quiso detenerlo Gonzalo.
—Es imposible que te escuchen, Itzel, para ellos nosotros siempre seremos seres inferiores —le recordó Dominick, quien no se había percatado de las lágrimas de Amina.
«Sí», sollozo, sin fuerza para contenerse. «Sé que debo morir».
«¡No necesariamente tienes que ser tú!», le gritó Ignacio.
—No, Iñaki —le reclamó con un hilo de voz.
—No dejaré que lo hagas —le respondió su Custos.
—Es mi... —Las lágrimas comenzaron a ahogarla.
—¿Estás llorando? —se quiso burlar Dominick.
—¡Ya, madura! —le gritó Aidan, molesto, contrariado y adolorido al sentir que Amina se quebraría por completo—. ¡Pareces el propio carajito! ¡Madura!
—Creo que es mejor que me la llevé. —Saltó Zulimar, dándole un rápido vistazo a Hotencia, quien la autorizó a salir con la Primogénita de Ignis Fatuus.
La joven Prima la tomó del brazo, llevándola casi arrastrada a la puerta.
Aidan e Ibrahim, junto a sus Clanes se pusieron de pie al verla retirarse.
Ibrahim miró a su amigo, este estaba afligido, tanto o más que su novio, así que aguardó. Ya habría tiempo para conversar.
«¡No dejaré que lo hagas!», le dijo Ignacio antes de que saliera.
«Es mi decisión», le aseguró, deteniéndose para mirarlo por encima de su hombro. Le regaló una tímida sonrisa. «Fue bueno verte, mi Custos», confesó, saliendo definitivamente del salón.
Ignacio cayó en su silla. Poco le importó el interrogatorio al que la Coetum prendía someterlo. Él tenía su objetivo muy claro.
Era cierto que Amina moriría, de una forma u otra. Pero, ¿qué pasaría si Aidan moría primero? Aunque, también tenía claro que la muerte del Primogénito de Ardere acabaría por completo con su prima, por lo que debía pensar en alguna solución antes de que la Maldición de Evengeline se consumara.
—¡Ignacio! —le gritó Itzel, pero él solo se levantó de su puesto dirigiéndose a la puerta.
—¡Ya dejen de planificar! —Se volteó para decirles—. En este juego todo está decidido.
—¡Hermano!
—No hay nada más que hacer, Zalo... es por el bien de la Fraternitatem Solem —dijo saliendo de la habitación.
Eun In había decidido no entrar a la reunión de la Coetum, a pesar de que fue invitada. Ella necesitaba estar un poco alejada de los acontecimientos que se desarrollarían dentro de la Fraternitatem.
Respiró profundo, recostándose en el auto de los Santamaría cuando su móvil le avisó que una llamada estaba entrando. Era del Hospital. Sin dudar, pero con el corazón en la garganta, contestó.
—¿La Srta. Jung Eun In?
—Sí. Con ella habla.
—Queremos informarle que su padre acaba de despertar.
—¡Appa! —respondió con un nudo formándose sobre sus cuerdas vocales.
Las piernas le temblaron, sus ojos se nublaron de lágrimas, estuvo a punto de caer de rodillas de no ser por el rápido movimiento de Ignacio, quién la sujeto.
—¿Qué ocurre? —le preguntó el chico preocupado.
—Ignacio, mi padre... ¡Mi appa ha despertado!
El joven Custos la miró escéptico, pero pronto una sonrisa se dibujó en su rostro. Tener a Jung entre ellos era más que un motivo de alegría, era esperanza para su Clan.
—¡Vamos! —Le invitó, ayudándola a mantener el equilibrio, mientras que él corría a encender el auto.
Zulimar le quitó las esposas a Maia. Había silencio entre ellas. La Primogénita no hizo más que hipar durante todo el camino. Su rostro estaba hinchado y sonrojado, se había contenido más de lo que debía.
—¿Qué es lo que hará? —Quiso saber la Prima de Aurum.
Sin embargo, su pregunta solo derrumbó a Maia, quien cayó de rodillas, con las manos en su rostro, derramando copioso llanto sobre sus piernas.
Conmovida, Zulimar se arrodillo frente a ella, atrayéndola hacia sí. Entonces, Amina bajó sus defensas, y la joven Prima pudo sentir sus lágrimas traspasar las barreras de la tela de combate y mojar su hombro, justo cuando sus propias lágrimas comenzaban a aflorar.
—¡Es un maldito imbécil! —aseguró Gonzalo, caminando por los pasillos de la Coetum para encontrarse con su hermano.
—Esa actitud no va a mejorar nada, cielo.
—Lo sé, Ibrahim, pero eso no quita que quiera partirle la cara a Dominick. ¿Por qué se comporta de esa manera? ¿Qué es lo que tanto le enfada de mi prima?
Ibrahim le tomó del brazo, deteniéndolo para obligarlo a verle.
—¿Acaso no lo sabes?
—¡Es una estupidez!
—Cualquiera con el orgullo herido actuaría como él.
—"Cualquier imbécil", querrás decir.
Ibrahim asintió, suspirando.
—Dominick siempre se ha sentido solo. Creyó que podía ser bueno para Amina y resultó que ella lo sobrepasaba. Además, tampoco lo escogió. Y si a eso le suma que siempre se ha sentido solo. —Tomó un respiro—. ¡Tienes allí un peligroso cóctel!
—Al parecer lo conoces muy bien.
—Tengo casi un año estudiando con él, y ¿adivina con quién se junta?
Gonzalo sonrió, abrazando a Ibrahim.
—Definitivamente, tú eres muy bueno para mí, Sidus.
—Y tú eres lo que yo quería, Ignis Fatuus. —Se separó para verlo—. ¿O Mane?
—¡Vámonos de aquí! —le respondió Gonzalo con una hermosa sonrisa en su rostro.
El salón de reuniones se había quedado prácticamente solo. Aidan había permanecido sentado y en silencio, aparentemente ajeno a todo lo que le rodeada.
Cerca de la puerta se encontraba Itzel, caminando de un lado al otro, con las manos en la cintura, visiblemente molesta. Entretanto, Dominick terminaba de recoger unos papeles, golpeándolos, para acomodarlos, con la mesa.
—¡Habla! —le dijo el chico de Aurum, sin dejar de arreglar sus documentos.
—¿Hasta cuándo te comportarás como un niño? —Lo enfrentó Itzel.
—¿Perdón? —le dijo, volteándose a verla—. ¿Me estás reclamando mi actitud, cuando tú también la has apoyado?
—¡He apoyado la causa, Dominick, no tu obsesión por Maia! —Lo encaró.
—¿Mi obsesión? Ni siquiera la conoces, ni me conoces tan bien como para referirte a mis sentimientos. ¡Ella es una asesina y lo sabes!
—Es algo que no discuto, pero debes de estar claro que primero es la Fraternitatem Solem.
—¿Tanto te afectó lo que dijo Luis Enrique? —La atacó.
La mirada de Itzel se llenó de lágrimas y sintió que todo su ser se quebraba. Los labios le temblaban por una extraña mezcla entre el dolor y la rabia. Volteó su mirada hacia otro lugar. ¿Cómo se atrevía a ser tan vil?
—Siento que estoy frente a algún escenario del Teresa Carreño —confesó, atrayendo las miradas de ambos chicos, quienes habían olvidado que él seguía allí. El Primogénito de Ardere se encontraba de brazos cruzados sobre su pecho, mirándolos sin perder detalle alguno.
—¿Qué vas a decir tú? —le reclamó Dominick.
—¡No! —Le detuvo—. A mí no me involucren en sus dramatismos. —Miro a Itzel—. Siento mucho haber esperado más de ti, pero no se puede sacar buen fruto de la rabia y el dolor. —Sus palabras hicieron que Itzel cerrara sus ojos, obligándose a abrirlos en otro punto, mientras las lágrimas comenzaban a salir—. Es triste darme cuenta que en el fondo somos unos monstruos. —Se volteó hacia Dominick—. Deberíamos llevar una máscara como la de la Imperatrix, a fin de cuentas tenemos más que esconder que la misma Natalia.
—Ni siquiera sabes quién es ella —le respondió Dominick.
—Es la asesina de Saskia. Pero no es la única asesina. —Aidan lo miró con sus iris llenas del más profundo verde—. Ustedes, nosotros —corrigió— hemos estado debatiendo por días el futuro de la Primogénita de Ignis Fatuus, porque deseamos que pague con su sangre la ofensa que le hizo a Astrum. ¿Y eso no nos convierte en asesinos? —Dominick iba a hablar pero él no se lo permitió—. ¡Sí! Estoy claro que lo somos, hemos acabado con non desiderabilias, y con cuanta vaina se nos ha atravesado, pero ahora hablamos de una de los nuestros.
—No podemos simplemente olvidar lo que hizo —le recordó Itzel.
—Por eso somos tan iguales o peores que ella, Itzel. No estoy hablando de olvidar, sino de perdonar. —Sin siquiera imaginárselo, Aidan le acababa de recordar a Itzel el último mensaje que David había dejado para ella, lo que ocasionó un mayor dolor en la chica—. Al final, Maia morirá, pero nosotros quedaremos con vida, y en nuestras consciencias estará presente, cada día, que llevamos a la muerte a una de los nuestros. Al caer el sol ninguno es mejor que el otro. Al oscurecerse el mundo, todos somos iguales.
—Aidan —susurró Dominick.
—O quizás estoy equivocado y podamos vivir en paz. Porque, sinceramente, ni siquiera sé si tenemos consciencia. ¡Con permiso!
Rodó la silla, saliendo lo más rápido que pudo de aquel lugar.
Itzel y Dominick quedaron solos. Se miraron en silencio. Había tanto dolor en ellos, pero, a pesar de todo, las palabras de Aidan significaban algo más.
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