Epílogo
La inmensa oscuridad la tragó por completo. No veía nada, tampoco escuchaba nada. Tristemente, ni siquiera podía encontrar el sonido de su corazón, al latir dentro de su pecho. Sentía el cuerpo flotando, en medio de la nada. El aire no se movía a su alrededor. Nada existía. Ni siquiera ella.
En aquel lugar eterno no había tristeza, dolor o preocupaciones. Pero tampoco los brazos fuertes de Raven ni la calidez de las manitas de Nico.
No sabía decir cuánto tiempo permaneció de aquella manera; a la deriva, en el mundo de la nada. El tiempo era inmensurable en aquel lugar extraño. Pero en un momento dado, un destello cruzó la oscuridad y notó cómo su cuerpo se sacudía.
Unas manos agarraron las suyas; fue como empezar a despertar.
La mente de Maddison se movió confusa y adormilada, mientras sus dedos se entrelazaban con los de alguien más. Cuando pudo abrir los ojos, vio el rostro de Scarlett, mirándola de frente, con dolor en las mejillas y su pelo rubio, ondeando en el aire.
Entonces lo notó: la brisa acariciaba su cuerpo nuevamente. Ya no era un espíritu frente a ella y eso, solo podía significar una cosa: estaba definitivamente muerta.
—Maddison, mira a tu alrededor —le pidió con la voz melosa.
Cuando lo hizo, con el ceño fruncido, el entorno cambió completamente. Maddison volvió a las calles de Ethova. Allí, contempló su cuerpo tirado en el suelo, junto a Raven.
—¿Qué es esto? —preguntó, confusa.
No sabía si se trataba de un recuerdo o una alucinación. Pero su sangre se entremezclaba con las lágrimas de su amado, mientras este seguía aferrado a su cuerpo.
«¿Y si fuera la realidad?», la duda la asaltó.
Vio incluso llegar a Antoine y cubrirse la boca, roto por el dolor. El conejo se arrodilló frente a su cuerpo sin vida y lo vio maldecir, aunque no escuchó nada.
—Si quieres, puedes escucharlos —le susurró Scarlett.
De pronto, sus lamentos se colaron por sus oídos y se hizo tan insoportable que no pudo evitar que las lágrimas empezaran a rodar por sus mejillas.
—¡Volveré a saltar otra vez! —exclamó Antoine, entre sollozos—. ¡Volveré a repetirlo todo! ¡Hasta que logre salvarla!
Fueron sus desgarradoras palabras las que completaron el puzzle mental de la muchacha. Maddison comprendió, entonces, todo lo que no había podido anteriormente: a pesar de que el conejo se había prometido no volver a usar su poder, había saldo en el tiempo, una y otra vez, con la esperanza de hallar un final feliz para todos. Pero, aunque fuera crudo, no había uno para ella. Maddison lo tenía asumido.
—¿Por qué me obligas a ver esto, Scarlett? —le preguntó a su antecesora. También trató de deshacerse de su agarre.
Pero ella tiró de ella y la abrazó mientras sus sentimientos se descontrolaban. La joven negó, en un primer momento, aquel contacto. Pero finalmente, se deshizo en sus brazos.
—Hay un bebé en tu vientre —murmuró.
Aquellas eran las mismas palabras que había pronunciado en su último sueño; las palabras en las que Maddison no podía dejar de pensar. Había sido incapaz de decírselo a nadie, ni siquiera a Raven.
Tampoco quería creer en ello, aunque la duda pudiera rondar por su cabeza durante aquel tiempo. Pero hacerlo, significaba aferrarse a una nueva esperanza. Y no podía permitírselo.
—No puedo dejar que otra persona pase por lo mismo que yo —añadió Scarlett, con la tristeza bañando su hermoso rostro.
La joven se llevó una mano al vientre y lo acarició con dolor. Si era cierto que estaba embarazada, aquella profecía se había llevado la posibilidad de que se conocieran.
Maddison se lamentó por el bebé que jamás conocería y se arrepintió de no habérselo contado a Raven. Merecía saberlo, aunque significara agravar su dolor, al saber que los acababa de perder a ambos.
—Creo que las dos sabemos que es demasiado tarde —sollozó.
Ella posó su mano encima de la suya y la obligó a mirarla de nuevo.
—Eso no es cierto —dijo—. Te doy las gracias por haberme prestado tu cuerpo. Con el poco poder que me quedaba, hemos podido cumplir la profecía.
La joven no entendió a qué se refería su antepasada. A esas alturas, ya había comprendido que Scarlett había tomado su cuerpo y, además, era consciente de que, en algún momento, sus almas se habían fusionado en una sola. Pero sus misteriosas palabras no lograban esclarecerle la mente.
—Es hora de que vuelvas con tus amigos —sentenció.
Maddison la miró con sorpresa y confusión, mientras las lágrimas seguían rodando por sus ojos. «¿Volver de entre los muertos? ¿Era eso posible? ¿O hablaba de una forma metafórica?», dudó en silencio.
—Una Phyrgar debía morir para cumplir con la profecía —se explicó—. Por eso he antepuesto mi alma a la tuya —le susurró.
Scarlett había muerto en su lugar, por segunda vez.
Aquello no se lo esperaba. Inmediatamente, el alivio la invadió, aunque no pudo evitar sentirse mal por su antepasada. Había sido separada de su bebé, nada más nacer, y había sido asesinada a sangre fría. Y aquí estaba, muriendo una vez más, para salvar a otra Phyrgar.
—No te sientas mal por mí —le susurró, alargando una mano y recogiendo una de las lágrimas que recorrían su rostro—. Gracias a ti, podré marcharme y hallar la paz que tanto he deseado. Llevo demasiado tiempo anclada en este mundo. Ahora, nada me retiene en este plano.
Maddison escudriñó su rostro en busca de arrepentimiento, pero no lo halló. En cambio, tenía las facciones relajadas y sonreía hasta los ojos. Scarlett deseaba tanto aquello, que la felicidad parecía escapársele por los polos. Para ella, había sido una larga espera. Pero por fin había tomado venganza.
De repente, una luz blanca brotó a su alrededor y fue tomando fuerza, mientras un agujero negro aparecía justo a los pies de Maddison.
—Ha sido un placer, Maddison —se despidió.
Cuando quiso darse cuenta, Scarlett Phyrgar había desaparecido y su alma estaba viajando de regreso a su cuerpo inerte.
Fue como despertar de una mala pesadilla: Maddison tomó una inmensa bocanada y se reincorporó, notando, nuevamente, el latido persistente de su corazón.
El rostro de Raven se desencajó al verla volver a la vida, de la misma forma que Antoine pareció al borde de un desmayo.
—¿Podemos volver a casa? —fue lo primero que se le ocurrió preguntar.
Treinta y cuatro semanas más tarde...
La situación del reino estaba empezando a mejorar. Tras la caída de Joseph VII y de la destrucción de la monarquía en Ethova, junto a su emblemático castillo, la gente se había alborotado de tal forma que el caos había reinado durante las primeras semanas.
Finalmente, la paz estaba siendo restaurada y el orden en Ethova regresaba junto a una nueva alianza. Esta implicaba directamente a Laura y a Leonidas, junto a otros políticos que surgieron a favor del movimiento.
Muchos temieron al dragón carmesí que había surcado sus cielos; otros lo aclamaron. Había multitud de opiniones, tantas, que si se hubieran convocado unas votaciones para decidir si Maddison era una asesina o una heroína, aquel proceso habría terminado por tomarles meses, si no años.
De todas formas, para tranquilizar a la población, se había hecho correr la voz de que la bestia había muerto. Nadie sabía quién había terminado con ella, pero habían surgido varias historias alrededor de ello.
Maddison había decidido retirarse en Crixross. En aquel lugar, había encontrado su propio hogar. Y a pesar de que ya no era necesario que la gente con poderes se ocultase, muchos habían decidido quedarse. Y en aquella pequeña comunidad, habían continuado prosperando.
Los engranajes de una nueva Ethova se habían puesto en marcha. Poco a poco, las cosas estaban cambiando. Habían entrado en un periodo de transición y cada vez era más común ver a la comunidad mágica relacionarse con la gente corriente.
Aún existían muchos prejuicios; no todo el mundo estaba contento y abierto con aquellos cambios. Pero la acogida había sido mayormente positiva. Había que darle tiempo al tiempo.
Pero para Maddison, lo primero y más importante, era que Nico se había despertado; se encontraba sano y salvo.
Explicarle a Antoine y al resto que se había salvado gracias al espíritu de Scarlett había sido, para todos, una sorpresa. Sobre todo, para el conejo, que reconoció que jamás se había esperado a ver qué ocurría tras su muerte; empeñado en cambiar su final y salvarla, había vuelto a saltar en el tiempo y había empezado un nuevo ciclo.
Después de confirmar su embarazo con la abuela Tera, Maddison, se había armado de valor y se lo había contado a Raven. Él había necesitado algo más de diez minutos para asimilar las palabras que acababan de salir por su boca, pero había terminado por derrochar lágrimas de alegría. Nico había sido el siguiente; había correteado de alegría por el lugar, proclamando, que iba a tener un hermano o una hermana. Ni Maddison ni Raven habían tenido tiempo de pedirle que guardara silencio. Así que, de una forma un tanto cómica, el resto de Crixross se había enterado de su estado.
Su relación con Arianne parecía haber alcanzado una nueva fase: no eran amigas, pero se toleraban. Entre ellas parecía seguir existiendo una especie de rivalidad invisible, aunque realmente fuera más por parte de la rubia que de ella. Finalmente, había aceptado que Raven y Maddison iban a formar una familia y les había dado su bendición. Sorprendentemente, había terminado encaprichándose con una nueva víctima. Si alguien le hubiera dicho, hace meses, a Maddison, la identidad de su nuevo gran amor, lo habría llamado loco.
Arianne suspiraba, contra todo pronóstico, por el joven capitán Jack Krosm, que tras desvelar las mentiras del virus de Burham, había sido admitido como parte esencial de la nueva alianza. Y parecía que su amor iba viento en popa; ellos también esperaban un bebé.
La rubia, que no dudaba en competir contra Maddison en todo, le gustaba proclamar a los cuatro vientos su nueva buena. Aunque a la joven, aquello, incluso la divertía: por mucho que tratase de luchar contra el tiempo, su embarazo estaba llegando a su fin y el de Arianne recién había empezado.
Por su negativa a casarse, la abuela Tera no dejaba de repetirle que era una mala influencia y que estaba dando un ejemplo erróneo al resto de jóvenes. Aquello, era algo con lo que luchaba diariamente y que terminó digiriendo de una forma divertida. Ella se exasperaba, cada vez que alguien sacaba el tema, y Maddison dejaba claro, una vez más, que no pensaba cambiar de parecer.
Aunque, primeramente, Raven se había mostrado descontento con su decisión, había terminado por ceder. Si algo les había enseñado aquella aventura era que su amor era incondicional y eterno. No necesitaban unirse en santo matrimonio para ser familia o compartir un mismo camino. Maddison solo deseaba recuperar el tiempo perdido. Además, de la forma más tierna, Raven le había manifestado su deseo de que sus hijos llevaran el apellido Phyrgar:
—Sigamos cambiando las cosas —le había dicho, con una sonrisa en los labios.
Y cuando llegó el momento, Rania tuvo que quedarse con el pequeño Nico hasta nueva orden y la abuela Tera vino a su encuentro: no quería perderse el alumbramiento por nada del mundo.
—Tienes que empujar, cariño —trató de animarla Raven—. Solo un empujón más.
Maddison lo agarró de la camisa, furiosa y empapada de sudor, y lo atrajo hacia ella. «¿Es que acaso está bien de la cabeza? ¿Sabe lo que es engendrar una vida? ¡Llevarla en el vientre durante nueve lunas! ¡Luego hacerla nacer!», lo maldijo mentalmente. Todo su cuerpo ardía.
—¿Un empujón más? —gruñó, en su lugar—. ¡Si supieras lo que es parir, no hablarías con tantas libertades!
Estaba exhausta. Maddison llevaba más de doce horas de parto y aquel bebé parecía no querer nacer de ninguna manera. Pasaba del llanto a la ira cada quince minutos. Y aquella experiencia, que no le habían dejado de repetir que sería tan maravillosa, se estaba convirtiendo en una pesadilla.
Al principio había sido soportable: había empezado como una pequeña molestia. Pero con el paso del tiempo, cada contracción había empeorado. Raven había vuelto hacía solo unos días de su última expedición, y aquella misma madrugada, mientras abrazaba su cuerpo desnudo en su casa, había roto aguas.
Tenía el umbral del dolor por las nubes, y, aun así, sentía que estaba a punto de perder la cabeza.
—Mi deber es recordaros que aún no os habéis casado —intervino la abuela Tera, que era la comadrona que estaba asistiendo al parto.
Maddison la miró con resentimiento.
—¡No pienso casarme! ¡Ni por toda la cerveza de Ethova! —exclamó entre jadeos.
Parecía una bestia herida. No sabía cuánto más podría soportar aquel dolor insufrible, que le atravesaba el cuerpo entero y se centraba justo en sus riñones.
—Pero no te gusta la cerveza, magissa mnimí.
—¡Por eso mismo! —le espetó ella, justo antes de que la siguiente contracción la golpeara.
A pesar de sus quejidos, sus gritos y sus gruñidos, Maddison trató de respirar hondo y siguió cada una de las directrices que le iba lanzando la abuela Tera.
—¡Veo la cabeza! —exclamó esta, tras media hora.
—¡Ahora sí, cariño! —le dijo Raven, a la vez que levantaba sus manos entrelazadas y se las llevaba a los labios para besarlas—. Un último empujón y todo habrá terminado.
—No me hagas volver a pasar por esto —le suplicó.
Antes de que pudiera ser consciente, su barriga se endureció anunciando una nueva ola de contracciones y se preparó para empujar nuevamente. Lo hizo con la mandíbula prieta, abierta de piernas y rodeada de dos de las personas que consideraba más importantes en su vida.
Antes de lo esperado, se escuchó el llanto del bebé y todo lo malo que había experimentado hasta el momento, quedó en el olvido. Entonces, Maddison, comprendió lo hermoso de aquella experiencia.
—Felicidades —dijo la abuela Tera, envolviendo al recién nacido en una suave tela—, es una niña.
Los ojos de Raven brillaron al escuchar sus palabras; ambos lloraron de felicidad cuando se la pusieron en el pecho. Fue amor a primera vista: la pequeña tenía las mejillas rosadas y una mata de cabello oscuro en la cabeza. Sus ojos estaban aún cerrados, empañados en lágrimas. Pero el sonido de su corazón y la voz suave de Raven fueron suficientes para calmar sus lloros.
La calidez envolvente de aquella bebé, que representaba, para ellos, lo grande de su amor, fue el más hermoso regalo que jamás pudieron llegar a imaginar.
Antes de anunciar su nombre, Nico se unió a ellos, junto a Rania, Raymond y los gemelos Hale.
Juntos, la inesperada familia, contempló aquella pequeña humana con los ojos aguados. Y cuando la abuela Tera quiso darles un momento a solas, Maddison le pidió que se quedara. También quería honrarla: a ella y a su historia.
—¿Preparada para seguir cambiando las cosas? —le preguntó Raven en un susurro. Estaba de lo más emocionado.
Maddison había vuelto a nacer dos veces aquel mismo año: la primera, gracias a Scarlett, que la había devuelto a la vida, y la segunda, gracias a aquella niña preciosa, que la acababa de convertir en madre. Así fue, que no dudó en pronunciar las siguientes palabras:
—Bienvenida, Ada Scarlett Phyrgar.
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