Capítulo XXVI: El soplo
Al salir, Maddison tuvo que subirse al caballo de Raven, a pesar de notarlo frío y molesto. Pero incluso sin comprender por qué se había querido arriesgar a dejar con vida a Krosm, Raven le susurró que todo iría bien.
—Vamos a un lugar seguro —le prometió rozando su muslo con suavidad. Maddison se estremeció con su contacto.
Junto a los tres desconocidos, cabalgaron toda la noche. Los ojos se le iban cerrando. Abrazada a la espalda de su compañero, se dio el lujo de descansar la mente y centrarse en escuchar el sonido de las pisadas de los caballos sobre la tierra, rocas y ramas, de las zonas montañosas de Zerel, como una melodía monótona.
Transcurrió unas cinco horas, hasta que por fin hicieron parar los caballos. La joven salió del trance, sintiendo cada parte de su cuerpo pesadamente dolorida y claramente agotada. Estaban en medio de la nada, a oscuras y rodeados por árboles y montañas.
—¿Por qué paramos? ¿Qué ocurre? —se asustó.
—Hemos llegado —le informó su compañero antes de desmontar.
Gentilmente, la ayudó a hacer lo mismo y los tres individuos lo siguieron. A la expectativa, Maddison esperó, observando a su alrededor, sin entender muy bien dónde se suponía que habían ido a parar.
Entonces, reparó en las irregularidades que presentaba el suelo. Eran sutiles, pero alguien acostumbrado al mercado negro, sabía dónde mirar. Al verlos acercarse al lugar, supo que sus ojos no la engañaban, por muy cansada que se encontrase.
Dos de los misteriosos hombres que habían ayudado a Raven a rescatarla se agacharon al suelo y con sus manos lo limpiaron, de tierra y hojas. Tras la ardua tarea que les ocupó unos pocos minutos, finalmente, lograron desenterrar la trampilla, ingeniosamente oculta.
—Vamos, tendrás muchas preguntas. —Raven le tendió una mano; Maddison le sonrió.
—Ni te lo imaginas.
Con cuidado y con su ayuda, se puso de espaldas y empezó a descender por la escalera oculta en la trampilla. Raven iba en cabeza, junto a uno de los individuos. Los otros dos se quedaron a la retaguardia; el último cerró la trampilla y los dejó completamente a oscuras.
Las manos de Raven la buscaron a tientas y, al encontrarla, la rodearon por la cintura.
—Alarga un poco más el pie y llegarás al suelo —le susurró.
Maddison hizo exactamente lo que le había dicho: a tientas y con cuidado, tocando al fin tierra firme, agradeció que, por una vez, su torpeza, no la hubiera traicionado.
Todo seguía a oscuras. Los túneles se le hicieron realmente estrechos; las manos de Raven siguieron en su cintura, aun cuando bajó, y pegó su espalda contra su pecho. Con su aliento en el cuello, esperó impaciente, con la piel erizada.
La joven captó, por el rabillo del ojo, una antorcha para iluminarse y giró la cabeza instintivamente. Pero su completa atención fue eclipsada por los labios de Raven rozando su oreja.
—Ya casi estamos —le susurró.
Maddison se sonrojó.
—¡Por aquí! —los invitó uno de los enmascarados.
Con cuidado, intercambiaron posiciones en el estrecho túnel y lo empezaron a seguir. Maddison se pegó a la espalda de Raven durante todo el camino; él no soltó su mano ni por un segundo.
Conforme iban avanzando, las dimensiones del agujero subterráneo iban aumentando.
En un momento dado, haciendo puntillas con los pies, logró ver, por encima del hombro de su compañero, cómo el primer enmascarado había parado. Y a lo lejos, divisó una escotilla vertical lo suficientemente grande como para que pudiesen atravesarla de uno en uno.
Tras dar unos pasos más al frente, caminando ya al costado de Raven, llegaron a orillas de aquella entrada.
—¿Queréis hacer los honores? —preguntó el que había llegado en cabeza, aun sosteniendo la antorcha para iluminarlos.
Maddison miró de reojo a Raven, sin entender muy bien a qué se refería; él la condujo hasta la escotilla. Puso sus manos sobre esta y, con un gesto de cabeza, la invitó a hacer lo mismo.
Primero, giró lentamente; a duras penas se movía, aun esforzándose al máximo. El mecanismo iba duro y Maddison incluso estuvo a punto de resbalarse. Por ello, se apuntaló y apretó los dientes, decidida a abrir aquel monstruo.
Pronto la rueda aligeró y empezó a moverse rápidamente, hasta que se escuchó el aire liberándose, como si hubiera hecho pop.
Sorprendida, observó a Raven alargar la mano para ofrecérsela. Maddison la tomó sin miedo, curiosa, y contempló su sonrisa encantadora; su enfado parecía haberse disipado. Incluso con el cansancio empañando su rostro, Raven Hale estaba guapísimo.
No sabía que le esperaba al otro lado, pero confiaba en él.
Entonces, el misterioso hombre que portaba la antorcha la apagó y los volvió a dejar a oscuras. La joven lo hubiera maldecido en voz alta, pero estaba demasiado cansa para ello. Aun así, no pudo evitar ponerse alerta.
Pronto se escuchó cómo alguien tiraba de la escotilla. Desconocía si había sido obra de Raven o del desconocido, pero la puerta se abrió y la luz los cegó desde el otro lado.
Ambos necesitaron unos instantes para acostumbrar la vista y para atravesarla y cuando lo hizo, Maddison, necesitó la ayuda de Raven para hacerlo.
Una amplia zona se abría al otro lado, con altas paredes blancas y suelo de mármol del mismo color. En aquel lugar, todo parecía resplandecer con intensidad; no había ni un lugar que pareciera sucio. Extrañada, buscó el causante de tanta luz y, cuando levantó la vista, estuvo a punto de caerse al suelo.
—¡Electricidad! —se asombró.
¡En aquel lugar había electricidad! Sorprendida, se pellizcó por si aquello seguía siendo algún extraño sueño, pero estaba claro que no lo era.
Los fluorescentes alumbraban la primera estancia, que parecía infinita, colgando de los altos techos impolutos. A Maddison le costaba creer que estuviesen bajo tierra. En cambio, Raven no parecía para nada sorprendido.
—¿Qué es este lugar? —se preguntó, ella, en voz alta.
Tan maravillada como se encontraba, no fue consciente de que no se encontraba a solas hasta un tiempo después: gente caminaba y desaparecía a través de distintos pasillos, con ropa limpia y sin ningún desperfecto visible.
—Vamos —la invitó Raven.
Ambos caminaron mientras Maddison se seguía sintiendo montada en una nube. En el centro de la sala, los esperaba una mujer que debía tener alrededor de cuarenta y pocos años. Esta gritó de alegría al ver atravesar al primer enmascarado y corrió hasta él. Los dos se fundieron en un dulce abrazo y ella le bajó la tela que cubría su boca para besar sus labios.
Tras separarse, se susurraron algo al oído y ambos bromearon y rieron. Luego, reparó en Raven y Maddison y sus ojos volvieron a iluminarse.
—¡Raven! ¡Qué alegría! —se dirigió a él mientras lo abrazaba. Maddison se quedó helada—. Espero que Travis os haya tratado bien.
—Hasta nos ha hecho abrir la escotilla para no tener que cansarse —rio él, mientras le correspondía el cálido gesto.
La desconocida levantó una ceja y miró acusadora a su compañero, que se sumó a sus risas. Maddison contempló aquella escena sin saber muy bien qué pensar. Raven le había dicho que eran amigos, pero por la familiaridad con la que se trataban, más bien parecían conocerse de toda la vida.
—Ella es Maddison —la presentó.
Ella se tensó; la mujer se acercó a ella con determinación y curiosidad y la observó largo y tendido antes de abalanzarse sobre ella y envolverla con los brazos. Para Maddison, fue un momento tenso e incómodo; no se lo esperaba. Simplemente, se quedó petrificada, sin saber muy bien cómo reaccionar y sin poder corresponderle.
—¡Tenía ganas de conocer a la famosa Maddison! —exclamó separándose un poco de ella—. Mi sobrino te menciona varias veces en sus cartas.
La nombrada abrió los ojos sorprendida y cayó en cuenta: tenían los mismos ojos azules, como Raven y la estatura menuda de Rania. La calidez y la ternura que desprendía le recordaban al cuadro que colgaba de la casa de los cuervos, allá en Crixross.
—Laura es la hermana pequeña de mi madre —aclaró él, al fin.
—Vaya —murmuró Maddison, incapaz de recuperarse de tanta sorpresa.
Hubo otro silencio incómodo y deseó que la tierra se la tragase en aquel mismo instante.
—Debe tener muchas dudas —dijo ella, dándose cuenta de lo desubicada que se encontraba la joven.
Maddison agradeció cuando cambió de tema y soltó una risita nerviosa. Luego, sus mejillas se encendieron.
—Encantada —murmuró.
Laura pareció complacida con su última intervención.
—¡Bienvenida a nuestro hogar! —exclamó extendiendo los brazos, mostrando su alrededor—. Vayamos a hacer un tour —añadió. Y contra todo pronóstico, cogió a Maddison de las manos y tiró de ella.
Era muy decidida, sin duda. Arrastrada por ella, Maddison no pudo hacer otra cosa que seguirla. Aun cuando vio que Raven también iba tras ellas, no se detuvo y siguió avanzando mientras agitaba un dedo en el aire.
—¡Solo señoritas! —le dejó claro a su sobrino.
Raven levantó las manos, muerto de risa. Por mucho que Maddison le pidió, en silencio, ayuda con la mirada, él simplemente la dejó a su suerte. Debía confiar mucho en ella.
Laura condujo a Maddison a través de los pasillos que conectaban la sala en la que se habían encontrado con el resto del lugar. Aunque todos lados le parecían iguales.
—Al principio puede ser complicado orientarse aquí. Te parecerá un laberinto, pero te acostumbrarás —le sonrió.
Maddison captó su última afirmación y recelosa, no perdió la oportunidad:
—¿Acostumbrarme?
Laura se mojó los labios antes de contestar con rapidez.
—Acostumbrarte durante el tiempo que estés aquí, claro. Tengo entendido que hay algún que otro problemilla con la justicia y quizás sea sensato aguardar a que pase un poco todo —señaló—. ¡Mira! Aquí está el comedor. Es donde nos reunimos todos, religiosamente, a cenar, cada noche.
—Todo muy blanco —apuntilló ella.
Laura rio a su lado. Aquella sala seguía teniendo la misma tonalidad y luz blanca que el resto de lo que había visto. Al ser bajo tierra, no tenía ventanas y disponía varias mesas largas metalizadas y sillas del mismo material. Todo extremadamente higiénico.
En uno de los extremos estaban las encimeras que conectaban con una gran cocina; ya se podía ver a algunas personas empezar a preparar la cena en grandes ollas.
—¿Usan magia? —se preguntó Maddison.
—No. —Laura negó con la cabeza—. La mayoría de nosotros somos corrientes. O rebeldes, como nos gusta llamarnos. Gente que hemos reclutado para la causa. Aunque otra gran parte somos brujos.
—¿La causa? —preguntó Maddison, mientras Laura la conducía al ala de los dormitorios.
—La liberación de Ethova. Tanto para la gente corriente como para los brujos. Sabedores o no del mundo mágico.
La joven paró en seco en medio del pasillo, justo enfrente de una puerta que rezaba Dormitorio A08.
—Tengo la sensación de que en este baile ya está participando mucha gente —pronunció.
Era como volver a sentir la presión del apellido Phyrgar aplastándole el alma. Así se sintió la primera vez que lo escuchó.
Laura, perspicaz, pareció darse cuenta de ello y la tomó por los hombros. Con ternura, le sonrió.
—Tengo entendido que, precisamente tú, aún no estás dispuesta a salir a la pista.
El corazón de Maddison dio un vuelco. Lo sabía.
—No comprendo muy bien la causa, como la llamáis. No sé prácticamente nada del mundo mágico. Mucho menos de mi legado. No puedo sentirlo como mío —le confesó, asumiendo que Laura estaba al corriente de la sangre que corría por sus venas.
Ella lo comprendió al instante.
—Hace mucho tiempo, la gente vivía en paz y armonía, como ya te habrán contado Leonidas o Tera —se explicó—. Además del terror que supuso para los de nuestra clase tener que ser perseguidos, cazados y masacrados, mucha gente de aquí tampoco está contenta con el gobernante ni sus antecesores. Tú sabes lo que es, jovencita, pasar hambre y ser tratada como un desecho. Puedo verlo en tus ojos, como lo he visto en muchos de nuestra comunidad. La gente pobre, enferma y débil es prescindible.
—Pero aun así... —trató de objetar.
Pero antes de que pudiese pronunciar nada, Laura la cortó:
—Hagamos una cosa —le ofreció—: dejemos pasar los dormitorios para más tarde y acompáñame a otro sitio. Quiero que lo veas con tus propios ojos.
Maddison la siguió sin rechistar. Tras pasear un rato por los pasillos interminables y de parar cada poco para que Laura y la gente de aquel lugar se saludase, finalmente le explicó que ya habían llegado.
—¿Qué es esto? —preguntó, Maddison, al observar como el entorno cambiaba.
Tras una puerta doble, se encontraba un lugar totalmente diferente; casi parecía sacado de un cuento de hadas. Seguía siendo algo antinatural, pues estaban en un complejo subterráneo. Pero el suelo se había convertido en tierra y había árboles y flores plantadas por doquier. Unos quince niños jugaban correteando de un lugar a otro, riendo y bromeando.
—No solo hay adultos. También tenemos muchos niños, que han sufrido cosas inimaginables a su corta edad. La gran mayoría, son huérfanos. Si te cuesta hacerlo por un apellido o por un legado que te es desconocido, deberías replantearte querer cambiar el mundo por Nico y por los otros niños.
Sus palabras la ablandaron; Maddison no pudo evitar imaginarse al pequeño correteando por el lugar con los otros niños. Casi podía oír su vocecilla gritándole para que lo persiguiera y jugara con él.
—Espero que le des una vuelta —insistió Laura.
Con aquella reflexión rondándole la cabeza y la intervención de una mujer que acababa de acercarse a la tía de Raven, Maddison desconectó por un momento.
Laura le pidió que la disculpara un momento y desapareció; la joven siguió observando a los niños y sonrió.
No supo muy bien cuanto tiempo pasó, pero se relajó viéndolos jugar sin preocupación alguna. Aquello era lo que ella deseaba para Nico. ¿No sería maravilloso?
—¿Maddison?
Alguien la llamó y al girar la cabeza, saliendo del dulce trance, se encontró con una muchacha de cabello negro, recogido en un bonito moño, recolocándose las gafas de pasta rojas. Maddison se sorprendió: no era habitual ver a alguien portando unas. Para la mayoría de los pobres, poder usar unas era un privilegio demasiado caro y difícil de mantener.
—Laura te pide disculpas, pero le ha surgido algo —le informó. Estaba inquieta, pero Maddison desconocía si se trataba de su personalidad—. Si quieres, acompáñame y te guiaré hasta tu dormitorio para que puedas descansar un poco. Seguro que estarás agotada.
La joven asintió con la cabeza, sintiendo que algo iba mal, pero no quiso darle demasiadas vueltas.
A paso ligero, se dirigieron a los dormitorios y pararon frente a la puerta número cuatrocientos cincuenta.
—Puedes usar esta llave —le comentó la chica, entregándole una tarjeta—. Hay que pasar esta parte por el lector y la puerta se desbloqueará. Si tienes problemas con ella, pásate por mantenimiento y te darán una nueva. Dentro encontrarás las comodidades suficientes para darte una ducha, descansar o entretenerte. No llevas ninguna pertenencia, según anotaron en el registro, pero se te hará llegar todo lo necesario para una estancia cómoda.
La chica, que debía tener más o menos la edad de Raven, parloteaba sin cesar, de forma atropellada. A Maddison le costó retener toda la información que le había soltado a bocajarro, pero le supo mal pedirle que volviese a empezar.
—Gracias —le agradeció en su lugar—. Por cierto, no sé tu nombre.
Ella se sonrojó.
—Ellen —pronunció.
Luego giró sobre sus talones y se marchó tras una rápida disculpa.
Maddison observó la tarjeta que le había extendido y tal y como le había dicho, la acercó al cachivache que había situado a un lado de la manija. Nada más entrar en contacto, una luz verde se encendió y un sonoro pitido se escuchó. La joven quedó asombrada al comprobar que, efectivamente, la puerta se había desbloqueado.
—Esto parece brujería —alucinó.
Incluso se le escapó una risilla. Claro que Maddison sabía que la tecnología existía, pero, aquellos artefactos, siempre llegaban a sus manos rotos o defectuosos. Y todos eran para venderlos o intercambiarlos en el mercado negro, por lo que, jamás se había parado a averiguar cuál era su función.
Tras recuperarse de la sorpresa, decidió empujar la puerta y adentrarse en su hogar temporal. Olía a flores y a talco. Maddison se inspiró con los ojos cerrados, se relajó, y luego decidió explorarlo.
Era una habitación pequeña, con una cómoda, sin desperfectos y una cama de ciento treinta y cinco; suficiente para albergar a dos personas. También había un espejo de pie, apoyado al lado de la cama, el cual Maddison sorteó; no se veía con coraje de observarse en él.
En cambio, alargó una mano y la pasó por las sábanas, deleitándose de la suavidad de la tela azul cielo. Estaba deseando tumbarse en ellas, pero no quería manchar nada.
Tan embelesada se hallaba que, ni siquiera, se fijó en que la puerta que quedaba a su derecha estaba entreabierta.
—¿Maddison? —La voz de Raven la sorprendió y la joven dio un respingo, tropezó y estuvo a punto de tirar el espejo al suelo.
—¡Madre mía! ¡Qué susto! —se quejó.
Raven apareció frente a ella, conteniendo una sonrisa, envuelto en vapor y con una toalla anudada a la cintura. Llevaba el torso desnudo y el pecho, al igual que el cabello, mojado. Sus ojos viajaron instintivamente a sus abdominales, y las mejillas se le encendieron.
—¿Qué haces aquí? —fue todo lo que se le ocurrió preguntar.
La joven se golpeó mentalmente, sintiéndose estúpida y frunció el ceño, pero Raven se acercó, burlón, y la rodeó con los brazos.
—También es mi habitación —le susurró al oído. Un escalofrío delicioso la recorrió—. Y me he tomado la libertad de darme una ducha. Pero si lo prefieres, puedo volver ahí dentro y me acompañas.
Los nervios de Maddison se dispararon, al igual que su pulso.
—No hace falta que gastes tanta agua —se le ocurrió contestar. A pesar de la rapidez con la que lo había dicho, no pudo mirarle a los ojos.
Raven se carcajeó.
—Pero aún no hemos tenido ni un momento desde que nos reencontramos —insistió acercándola a su cuerpo. Luego, la besó con ternura—. Si te llega a pasar algo... —le susurró pegando su frente a la de la joven.
Ella se atrevió a acariciar su mejilla, con calidez.
—Sabía que vendrías a por mí.
Entonces fue ella quien lo besó. Y a partir de aquel momento, ninguno de los dos puso freno a sus deseos. Bajo el agua y rodeados de vapor, se dejaron llevar hasta terminar envueltos en un par de toallas mojadas, sobre la cama, tratando de recuperar el aliento.
—¿Seguro que no te hizo daño, aquel desgraciado? —preguntó él, tras un tiempo de descanso, reconduciendo la conversación.
Maddison no sabía si se refería a Jack Krosm o al integrante de la guardia de la noche, pero, de todas formas, negó con la cabeza.
—El sicario tenía órdenes de no tocarme ni un pelo y el capitán parecía un hombre justo. Completamente diferente a su hermano —le contó de todas formas—. Solo parecía interesado en conocer la verdad y que la justicia hiciera su trabajo.
Raven no pareció convencido con su explicación, así que Maddison ahondó más para complacerlo:
—Contaba con mis poderes, pero me limité a no usarlos. Mientras charlaba con Krosm, averigüé muchas cosas sobre él: su hermano hablaba de mí en sus informes, no tiene acceso a información clasificada y no conoce nada sobre mis poderes. También estaba al tanto de algunas de las cosas que hacía su hermano y no parecía contento con ello.
—No debiste confiarte tanto —la regañó.
Maddison entrecruzó sus dedos con los de él.
—Como te he dicho, sabía que vendrías a por mí. Estaba segura de que no me abandonarías.
Raven besó la punta de su nariz y la miró fijamente a los ojos.
—Jamás.
Se acurrucaron brevemente en silencio, hasta que llegó el momento de Maddison de preguntar.
—Este lugar... —empezó diciendo. Tuvo que buscar las palabras idóneas—, es una maldita locura.
Raven abrió los ojos con morriña y la miró somnoliento.
—Laura siempre se ha sentido muy cerca de los humanos —le contó—. Si aún no te has fijado, Travis, es una persona corriente. Aunque puede dar la impresión errónea, nuestro enemigo es el gobierno, no la población. Todos queremos lo mismo.
—No me había fijado —respondió sorprendida. Había dado por sentado que Travis era como ellos—. Lo cierto es que, esto, es como diez veces Crixross. Si allí aún me siento fuera de lugar, aquí me siento como una pequeña hormiga perdida.
El moreno se carcajeó.
—Haces comparaciones un tanto extrañas.
—Mi especialidad es ser rarita.
Maddison quiso guiñarle el ojo y hacerse la interesante, pero solo logró hacer una especie de mueca que le causó aún más gracia a Raven, dando paso a un ataque de risa.
—¡Basta de burlarte! —lo regañó. Aunque ella también se divertía—. Aún tengo preguntas y necesito que te pongas serio.
—Adelante —se rindió.
—¿Cómo me encontraste? —quiso saber, curiosa.
Sabía que daría con ella, pero no sabía cómo había logrado tal hazaña.
—Mandé cuervos hasta mi tía para pedir ayuda. Primero, dimos con el informante, que fue el que inicialmente nos vendió.
—Entonces, me reconoció —reflexionó ella sintiéndose culpable.
—Incapaz de mantener la boca cerrada —le recriminó él, pasando los dedos por sus labios.
Aquel contacto la excitó. Pero necesitaba despejar sus dudas.
—Tras interrogarlo, Laura, consiguió que nos diese una ubicación probable —añadió—. Yo prometí cortarle las pelotas si no te encontraba ahí.
—Por suerte, para mí, me encontraste.
—Así es, magissa mnimí. También para sus pelotas —susurró con una sonrisa en los labios.
Luego, se acercó a ella y depositó otro beso en sus labios; fue breve, cálido y tierno. Se quedaron así durante un tiempo indeterminado, riendo entre caricias y besos, entre anécdotas y alguna que otra cosquilla, como si nada más importara.
Pero como siempre solía suceder, la paz les duró poco y pronto alguien llamó a su puerta con urgencia. Raven se levantó alarmado, recogiendo una toalla del suelo y cubriéndose de cintura para abajo. Maddison se incorporó y se pasó la sábana por encima.
—¿Travis? ¿Qué sucede? —lo escuchó preguntar-
—Laura os necesita en su despacho.
—¿Ahora? Necesitamos un momento, al menos.
—Raven, es una urgencia —le dejó claro.
En su voz había algo extraño, más allá de la insistencia.
Como aún no les habían entregado ropa limpia, tuvieron que volver a vestirse con la que habían traído del exterior. Lo hicieron deprisa y en silencio.
Al salir, Travis ni siquiera los miró a los ojos. Por mucho que Raven insistió, no logró que soltara prenda; no había manera de sonsacarle cuál era la urgencia que los había arrancado de la cama de su dormitorio.
Al llegar al despacho, Laura los esperaba con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Rápidamente, les pidió que se sentaran y ella hizo lo mismo, al otro lado de un escritorio de caoba.
—¿Qué está sucediendo, Laura? —Raven no quiso perder ni un segundo.
Ella apretó los puños y tensó la mandíbula, pero no aguardó ni un instante en contarles lo que estaba ocurriendo.
—El informante con el que os reunisteis no solo te vendió a Jack Krosm —comentó, mirando a Maddison con preocupación—. También vendió a Crixross.
Su mente viajó rápidamente hasta Nico y cada parte de su ser se encendió. Sintiendo que algo no iba bien, se levantó de la silla y se arqueó sobre el escritorio, temblando.
—¿Qué quieres decir? —preguntó temerosa.
—El secreto que tan recelosamente hemos estado guardando acaba de salir a la luz. No sé cómo, pero lo saben. Todos están en peligro —le contestó Laura, con dureza.
El mundo de Maddison se tambaleó y se sintió al borde del precipicio. Irremediablemente, trató de aferrarse al borde del escritorio, pero fue gracias a Raven que no terminó de bruces al suelo.
—Tengo que salir de aquí —le suplicó a su compañero—. Nico me necesita.
—En cuanto he recibido la información, he mandado un pequeño equipo que estaba cerca de la zona para avisarlos y ayudarlos a evacuar —trató de explicar. Pero a esas alturas, la mente de la joven ya divagaba por la preocupación—. Tampoco llegaríais a tiempo. Solo podéis esperar, como todos.
—¿Esperar? —le preguntó ella, con los ojos empañados.
—Debiste haberme contado lo que pasaba —le recriminó Raven, con dureza—. ¿Cuánto hace que lo sabes, Laura?
Pero ella no contestó, con culpabilidad bañando su rostro.
La cabeza de Maddison daba vueltas y pronto, la bilis, le subió por la garganta. Por mucho que lo intentó, no consiguió aguantarse las ganas y terminó manchando todo el escritorio con su vómito, mientras Raven trataba de sujetarle el cabello en vano.
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