Capítulo XXII: La ladrona
Después de enviar una carta a Crixross, a través del cuervo, donde Raven informaba que aceptaba la misión y que Maddison le iba a acompañar, se prepararon deprisa y aguardaron a que el sol saliese por la mañana.
Maddison se sentía impaciente por volver cerca de casa. Visitar a Robert los haría desviarse, brevemente, de su destino, pero de esa manera tenía la posibilidad de saldar la deuda que tenían pendiente; contra todo pronóstico. Solo esperaba que él estuviese bien y que aquella misteriosa enfermedad que azotaba Ethova no se lo hubiese llevado también.
—Los que poseemos capacidades mágicas somos inmunes a la mayoría de las enfermedades —le contó Raven—. Eso, sumado al hecho que vivimos aislados, explica por qué el virus no ha llegado a Crixross.
Su explicación la tranquilizó, pues aquello significaba que no había riesgo de contagiarse y llevar el virus hasta la comunidad. Si Raven estaba en lo cierto, Crixross era el lugar más seguro para Nico.
Sin más dilación, se habían puesto en marcha y habían atravesado la muralla, adentrándose a pie en Sinful Amazons, en busca del siguiente portal que los llevaría directos a Zerel. Según le había contado Raven, había diversos portales para viajar a lo largo y ancho de Ethova; suponía una manera rápida de moverse, gracias a las piedras que se les había entregado antes de partir de entrenamiento.
Y así había sido. Tras llegar al sur de Zerel, Maddison pidió efectuar una parada técnica, con el único objetivo de conseguir la moneda de cambio.
—La cabra siempre tira al monte, escuché una vez —dijo él.
La joven lo hizo callar con un gesto y siguió observando.
—Soy una ladrona. Eso no cambiará ahora que soy una Phyrgar.
Parecía haberle cogido el gusto a pronunciar su propio apellido; ese que aún no creía que le perteneciese, con todo lo que ello conllevaba. La joven empezaba a sentir como suya una identidad que realmente desconocía. Pero de alguna manera, había dejado de ser Maddison, la muchacha con poca suerte, asocial y debilucha para convertirse en Maddison Phyrgar, descendiente de la estirpe Phyrgar, con el poder del dragón; un animal antiguo que hacía mucho tiempo que había desaparecido de la faz de la tierra.
—No es Black, pero se le parece —susurró recordando a su breve compañero—. Será suficiente para saldar mi deuda con Robert.
—¿Por qué siempre terminamos robando caballos?
Maddison le pidió nuevamente que se mantuviese callado. Raven parecía exasperado y no podía culparle; era la segunda vez que se veía involucrado en la misma clase de hurto. Aunque aquella vez, no iba a requerir su ayuda; solo necesitaba cerciorarse de que su querido objetivo estuviese lo suficientemente dormido y rezar para que el caballo no hiciese mucho ruido.
Así que se acercó lentamente y en silencio. Cuando entró en el campo visual del caballo, este ni se inmutó. La joven le acarició el lomo, agradecida de que se tratase de un animal dócil, y empezó a desligarlo del árbol, con cuidado y paciencia.
—¡No pienso ofrecerle otro aplazamiento!
Maddison se sobresaltó pensando que el hombre se había despertado y dio un traspié. No se cayó de milagro; logró recuperar el equilibrio y se sujetó al animal. Con pánico en los ojos observó de dónde provenía la voz, pero gracias a sus sonoros ronquidos comprobó que simplemente estaba hablando en sueños, pues este seguía tumbado bajo del árbol con los ojos cerrados.
—¡Debe trescientos thoves más intereses!
Tiró del animal y se alejó de la escena del crimen aprisa, miedosa de que finalmente abriese los ojos por sus propios gritos. Aunque, si era capaz de dormirse escuchando sus ronquidos, lo más seguro es que eso no sucediese.
Probablemente, cuando despertase de su siesta, pensase que no había atado tan bien como pensaba las riendas y que el caballo se había escapado. Al fin y al cabo, no debía de costarle mucho lograr reemplazar el animal. La joven suspiró aliviada cuando alcanzó a Raven, que la esperaba a una distancia prudencial.
—¿Nunca te sientes culpable? —preguntó él.
Maddison se subió al animal y lo invitó a hacer lo mismo. Raven se acomodó en su espalda y se pegó a ella. Aquello hizo que la mente de la joven viajase a la noche anterior y se acaloró casi de inmediato; peor fue cuando pasó los brazos por sus caderas. La joven se abanicó y tragó saliva antes de poder ofrecerle una contestación, tratando de calmar sus hormonas, mientras le indicaba al caballo que se pusiera en marcha.
—No robo a los pobres ni a los necesitados —se defendió casi en un hilo de voz—. Por el tamaño de la barriga de ese señor y por la ropa que lleva, vive mucho mejor que más de la mitad de la población. Además, ¿no has escuchado la conversación que mantenía en sus sueños? Lo más seguro es que sea un recaudador.
—¿Qué diablos es un recaudador? —preguntó él, mostrándose confuso.
Maddison estuvo a punto de hacer parar el caballo en seco. «No puede estar hablando en serio», pensó.
—¿De verdad no sabes que es un recaudador?
Para su sorpresa, Raven estalló en risas; ella se giró levemente con el ceño fruncido y se lo encontró descojonado.
—¡Me estabas tomando el pelo! —le espetó.
—Por supuesto, magissa mnimí. En Crixross vivimos aislados, pero estamos al tanto de todo lo que sucede en Ethova.
Raven tenía, sin duda, un humor especial. Pero a pesar de que ella se hiciera la molesta, tenía que confesar que adoraba que le hiciese esa clase de bromas. Aquella complicidad era algo que nunca había experimentado con nadie; la vida solitaria era algo que no echaba de menos.
Ambos fueron ascendiendo por el territorio bordeándolo a caballo, evitando adentrarse en pueblos y aldeas, pues realmente no era necesario. Maddison había llegado a un acuerdo con Raven para visitar a Robert en el mercado negro; después pondrían rumbo al lugar especificado para encontrarse con el confidente.
Otra de las cosas que sin duda Maddison no echaba de menos era el clima cambiante de Ethova. Nada más salir del bosque, el sol resplandeciente brillaba en lo alto y la tierra se mostraba seca y resquebrajada. Era algo habitual para ella, pues muchas veces había recorrido aquellos caminos. Pero tan pronto se desviaron un poco, empezó a llover y Raven sugirió que parasen para buscar refugio; parecía que se avecinaba tormenta.
—Si seguimos, dentro de quince minutos volverá a salir el sol —le prometió.
Conocía el territorio como la palma de su mano, así que Raven decidió seguir la sugerencia sin rechistar. Tras quince minutos más a caballo dejó de llover de repente y el sol volvió a brillar en todo lo alto del cielo.
—Ahí está el arcoíris —comentó asombrado.
Su sonrisa le recordaba a la sonrisa de un niño pequeño observando algún dulce o juguete, maravillado.
—No suele llover en Crixross —apuntó ella. Era otra de las curiosidades de las que se había dado cuenta.
—Forma parte de un microclima, como este. —Raven siguió observando el arcoíris mientras hablaba—. Pero podemos hacer que llueva, si nos conviene. Para eso es el poder de la ballena, entre otras cualidades.
—Aún no he tenido el placer de conocerla.
—Conocerle —la rectificó—. Jacobo vive en el punto más alejado de Crixross, junto al mar.
—Eso tiene sentido.
—Ya iremos de visita —sonrió—. Es un buen amigo.
A galope, prosiguieron por el camino hasta que, a lo lejos, divisó las entradas subterráneas y la emoción la invadió; Maddison no pensaba volver, pero gracias a Raven y a Crixross, se le había abierto un abanico de infinitas oportunidades.
La joven hizo frenar al caballo y aminoró la marcha hasta llegar al lado de la cavidad.
—Una hora —le recordó Raven.
Ella asintió con la cabeza. Veinte minutos por los túneles para ir y veinte minutos para volver; incluso le iba a sobrar tiempo para reencontrarse con Robert y que pudieran ponerse al día. Aunque no podía contarle la existencia de Crixross ni de la magia, sentía unas ganas inmensas de poder charlar con él y asegurarle que todo les iba estupendamente; tanto a ella como a Nico. Gracias a él habían podido emprender aquel viaje con alguna oportunidad.
—Sigo sin entender por qué no puedo acompañarte —le espetó.
—Es mejor que haga esto sola.
Maddison le prometió que no se demoraría y descendió por el hueco del suelo hacia la entrada de los túneles, completamente a oscuras, mientras rezaba porque Robert aceptará un caballo distinto. Como no podía meter al animal hasta el mercado negro, su idea era que su amigo fuera a por él tras su reencuentro.
No se cruzó con nadie vagando por aquel lugar. La mayoría de las ventas ya se habrían cerrado y decidió aumentar el ritmo para cerciorarse de no llegar tarde. Una vez en el mercado negro, bajo tierra, eran pocos los que aún estaban por ahí, cada uno inmerso en sus quehaceres.
Cuando llegó al puestecillo de su antiguo amigo y socio, lo encontró pendiente de sus cosas, totalmente ajeno a su presencia. La joven se acercó con sigilo; deseaba ver la cara que ponía al verla de regreso.
Primeramente, la ignoró, mientras hojeaba uno de sus cuadernos donde apuntaba la contabilidad. Ella no se dio por vencida, así que siseó para llamar su atención, divertida y tratando de aguantar la risa. Cuando levantó la mirada, su rostro reflejo la sorpresa; tanto, que parecía haber visto un fantasma. Robert estaba pálido.
—¿Es que te has vuelto loca? —preguntó sin ton ni son.
—Yo también me alegra verte, Robert. Vengo a pagar mi deuda —le dijo señalando el caballo.
Sinceramente, le ofendía su reacción. Maddison esperaba, por lo menos, un intento de abrazo por recibimiento. En su lugar, Robert, lejos de mostrarse contento o agradecido, la tomó enfadado del brazo y tiró de ella hasta la trastienda, por lo que la joven no tuvo más remedio que soltar el caballo y seguirle antes de que terminara por romperle algún hueso con tantos tirones.
—¡Me vas a hacer daño! ¡Robert!
—¡Todos te buscan en Ethova! —Paró en seco y la encaró.
—¿Qué quieres decir?
Robert se pasó las manos por la cara, exasperado, y terminó por arrojarle un papel arrugado. La joven lo desdobló con incredulidad, para terminar descubriendo su cara estampada junto a una anotación que rezaba: La ladrona. Se busca, con recompensa.
Parecía que iba a ser también una profeta, como su antecesora; aquella misma mañana, bien temprano, le había dicho a Raven que seguía siendo una ladrona. Y así es como la estaba apodando el gobierno para darle caza. «¿Puede ser por el caballo robado?», se preguntó. Aunque estaba claro que era imposible; había transcurrido solo doce horas desde que había cometido aquel hurto y nadie la había visto. Estaba segura.
—¡No quiero saber qué es lo que hiciste! Solo me haría falta eso... ¡Que me detuviesen por cómplice! Pero ten por seguro que eres un objetivo incluso en el mercado negro. No te voy a vender, por el cariño que te tengo, pero tienes que salir de aquí, ya —gruñó.
—Robert, ni siquiera sé de lo que me hablas —trató de explicarse.
—Toma esto. —Su viejo socio le tiró una vieja chaqueta marrón y un sombrero negro—. Cúbrete y que no te vean salir de mi tienda. ¡Tienes suerte que a esta hora hay poca afluencia!
—Pero mi deuda... ¡Hay un caballo en la superficie!
—¡Llévate el caballo! —le espetó—. ¡Lo necesitas tú más que yo! Vete a saber qué has hecho... Tiene que ser algo grave para que tu carita esté ahí estampada. ¡Y es una buena recompensa!
Robert la empujó para que se fuese sin posibilidad de hacer nada; se quedó helada, sin saber muy bien que hacer o que decir, así que simplemente se propuso salir por la puerta por pie propio.
—¡Maddie! —llamó su atención—. Espero que el pequeño Nico esté bien de salud.
Aquello último lo dijo casi en un susurro, como si temiese que alguien los pudiera escuchar. Maddison entendió que no se había dejado de preocupar por ellos jamás, a pesar de todo. Sonrió agradecida por aquella pequeña muestra de cariño y asintió con la cabeza. Sin decir nada más, la joven se colocó el sombrero y se pasó por encima de los hombros la vieja chaqueta; apartó las cortinas de la trastienda y salió con la cabeza gacha.
Maddison no volvió la cabeza; ni siquiera levantó la mirada del suelo hasta que se escabulló por los túneles y se adentró en la oscuridad. No usó ninguna antorcha; no era necesario. El calor empezó a hormiguear en sus dedos hasta que las llamas iluminaron el lugar. No pudo evitar sonreír ante tal hazaña; poco a poco sentía más control sobre sus poderes.
No fue hasta pasados diez minutos de trayecto que empezó a notar que no estaba sola. Preocupada, aumentó el ritmo de su ascenso a la superficie. Incluso dio un respingo al percibir una sombra que le pisaba los talones.
Un individuo cubierto con una capucha negra la estaba siguiendo; podía averiguar que era un hombre por su forma de moverse, así por su complexión corpulenta.
El corazón le empezó a martillear; todos los músculos se le endurecieron. Cuanto más corría, más deprisa iba el desconocido tras ella.
Maddison trató de aprovechar un giro para apagar el fuego y aguardó oculta en un hueco de la pared. Conteniendo la respiración y tratando de acallar sus propios latidos, escuchó pasos acercarse.
Cuando el sonido la alcanzó e intuyó que el desconocido pasaba frente a ella, se abalanzó rápida y ferozmente sobre él. Trataba de jugar la baza de la sorpresa.
Se escucharon gruñidos, trató de resistirse y empezaron una pelea cuerpo a cuerpo hasta que la tomó del cuello y la lanzó contra la pared.
—Eres a la que llaman La ladrona —espetó.
Su voz grave la hizo estremecer. Robert tenía razón; ni el mercado negro era seguro para ella.
Maddison no podía divisar su rostro, pues la oscuridad era tan negra que se le dificultaba la tarea de observar sus facciones. El aire empezaba a faltar en sus pulmones mientras luchaba por zafarse de su agarre.
La joven se removía nerviosa mientras la risa de aquel desconocido se mezclaba con el eco. No iba a lograr mantenerse consciente, así que decidió cambiar de plan y estiró las manos en busca de algo que la ayudase a sobrevivir.
Sus no tardaron en encontrarlo; Maddison logró arrancar una piedra que sobresalía de la pared y sin miramiento la estampó contra su cabeza. Usó toda la fuerza que poseía; estaba decidida a salir de ahí con vida.
Se escuchó un quejido y un golpe seco en el suelo. Aliviada, tosió por inercia tratando de recuperar el aliento. Luego, alumbró nuevamente el camino.
El cuerpo de aquel hombre yacía sin conciencia en el suelo, a sus pies; había tenido la suerte de acabar la pelea con un solo golpe afortunadamente certero.
Aun temblando, se acercó y alumbró al susodicho para examinarlo con detenimiento; la insignia de la orden de la noche colgaba en sus ropajes. Era un asesino a sueldo.
Angustiada y dándose cuenta de lo que significaba aquello, echó a correr hasta salir de los túneles. Tenía el corazón encogido y no podía negar el terror que la embriagaba. Si la orden de la noche la buscaba, corría más peligro del que hubiera podido imaginar.
—Debemos irnos, deprisa —le indicó a Raven nada más verle. Se sentía aliviada de que él estuviera bien; por un momento, había temido que los hubieran relacionado. Pero no tenía tiempo para expresarlo con palabras.
Él, confuso y preocupado, le rogó que parase un momento.
—¿Qué sucede?
—¡Debemos irnos! ¡Ya! —exclamó con miedo.
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