Capítulo XX: Sin aliento

Llevaban tres días en misión de entrenamiento en las Montañas de Hosk. A pesar de que la última Phyrgar conocida se remontaba ciento treinta años atrás, no existían registros precisos sobre sus poderes o habilidades, lo que lo complicaba todo. El único legado que había dejado era una profecía enigmática y la esperanza de que su descendiente hubiese vivido.

A pesar de ello, Raven se esforzaba por instruirla. Las montañas habían resultado un terreno perfecto, dado que estaba plagado de criaturas y peligros y por ello, la población no se atrevía a cruzar sus murallas.

Maddison podía explorar sus poderes, sin miedo de hacer daño a nadie y con la esperanza de lograr cazar algo para la cena. Aunque esta última parte también había resultado un tanto compleja y Raven, la mayoría de las veces, terminaba por encargarse él mismo.

Los dos jóvenes entrenaban de sol a sol, con dos únicos descansos en los que aprovechaban para descansar el cuerpo y la mente y para comer algo. Sus conversaciones se habían resumido en órdenes por parte de Raven y quejas por la suya. El resto del tiempo llenaban las horas de incómodos silencios.

A veces, el cuervo parecía querer decir algo. Pero tan pronto como abría la boca la volvía a cerrar. Era prácticamente como si fueran dos desconocidos. Y Maddison se encontraba tan enfadada, avergonzada e incómoda que era incapaz de pronunciar palabra alguna.

Era imposible pretender que aprendiese a controlar sus poderes en una semana, pero era cierto que sus habilidades habían mejorado un poco en aquellos tres días; ahora era capaz de extraer el fuego casi al momento y de invocarlo en menos tiempo si lograba concentrarse. 

Y era aquella parte la que más trabajo le daba, pues Raven seguía poniéndole los pelos de punta. Su cercanía lograba acelerarle el corazón y, por el contrario, cuando se alejaba bruscamente o cuando lo observaba en silencio mientras dormía, este se le estrujaba.

—Invoca el fuego y aguarda a mi señal —le susurró.

Ambos se encontraban tendidos en el suelo, detrás de unos arbustos. Por los huecos que dejaban las hojas y las ramas, la joven podía observar un león de montaña. Aquel animal que tanto la había aterrorizado en su primer encuentro, ya no le producía ni cosquillas.

La joven cerró los ojos y contuvo la respiración, se centró en las puntas de sus dedos hasta que empezó a notar el calor.

—Más rápido —le indicó Raven a su lado.

Maddison frunció el ceño, molesta; era su forma de darle órdenes la que la sacaba de quicio. Pero decidió apartar sus sentimientos y centró toda su energía en lograr que el calor pasara a toda su mano.

Una vez logrado, sin poder evitar sentirse orgullosa, volvió a abrir los ojos y miró de reojo a su acompañante, esperando una señal.

—¡Ahora! —gritó.

La bola de fuego salió disparada agujereando el arbusto hacia el animal, pero este se movió deprisa y la esquivó. La joven se mordió el labio, sintiéndose una inútil.

—¡Has vuelto a fallar! —le espetó Raven mientras se ponía de pie.

—¡Quizás si no hubieses dado ese grito! ¡Has espantado al animal antes de que hiciese el lanzamiento!

—¡Quizás si hubieses hecho el lanzamiento cuando lo he dicho! —contraatacó.

Maddison gruñó casi como un animal; estaba molesta, pero era consciente de que el león de montaña se preparaba para atacar.

La joven invocó una vez más el fuego, prácticamente al unísono en que el pensamiento se generaba en su mente e hizo un lanzamiento; no fue un solo tiro. Sonrió orgullosa; acababa de hacer tres lanzamientos consecutivos y a pesar de que había fallado en el primero y el último, el segundo había impactado en el costado izquierdo del animal.

Raven disparó su arco y remató al león de montaña. Saltó con gracia la maleza y caminó con paso decidido hasta él, cerciorándose de que estaba muerto; la sangre de la bestia manchaba el suelo del bosque.

—Prepara el fuego —se dirigió a ella sin ni siquiera girarse.

Nunca antes había tenido aquel problema, el de sentir el corazón roto. Era una sensación que jamás había probado, debido a que era reticente en relacionarse con la gente, a no ser que fuese para establecer contactos, para lograr encargos. No sabía cómo gestionar sus sentimientos; a veces dejaba escapar alguna lágrima en silencio, mientras abrazaba su cuerpo, observando a Raven de espaldas, y otras muchas se sorprendía a sí misma al añorar un contacto físico que ni siquiera habían mantenido.

Maddison volvió al pequeño campamento sin mediar palabra y se puso a hacer aquello que se le había encomendado. Recogió ramas secas y las apiló hasta que tuvo suficientes. Luego, prendió fuego con su magia.

Se quedó observando como las llamas bailaban hasta que escuchó ruido y sin necesidad de darse la vuelta, supo que Raven había llegado arrastrando al animal. La joven aguardó al lado de la hoguera a que terminara de abrirlo en canal y de sacar las partes que iban a aprovechar. 

Pero aquella noche apenas probó bocado; sentía el estómago cerrado y el silencio que se interponía entre ambos le parecía aplastante. Tras unos minutos haciéndose compañía, únicamente de cuerpo presente, la joven se levantó y le indicó a su acompañante que iba a acostarse. Raven no respondió; ni siquiera levantó la cabeza.

Maddison se metió en el saco de dormir y cerró los ojos con fuerza; solo deseaba quedarse rápidamente, dormida y enfrentarse, a la siguiente mañana, a otro día incómodo de entrenamiento. Quedaban cuatro días para volver a Crixross. Era todo lo que debía aguantar; una vez de vuelta podría volver a alejarse y cerciorarse de no encontrarse con él.

Aun así, se volvió a dormir envuelta en tristeza, con la mandíbula prieta y tratando de tranquilizar su espíritu.

Krosm la visitó aquella noche en sueños. Maddison revivió cada segundo de la historia que casi le había arrebatado a Nico, solo que esa vez, Raven no aparecía para salvarlos; ella no tenía poderes y el pequeño terminaba quemado en la hoguera mientras el monstruo que les había hecho aquello la obligaba a verlo. La angustia la sobrepasaba; muy a su pesar, no era consciente de que todo aquello no era más que un sueño.

—¡Maddison! ¡Maddison!

Fue la voz de Raven la que la arrancó de la pesadilla. Cuando abrió los ojos, este la sostenía con terror en los suyos. No podía dejar de temblar y mucho menos de articular alguna palabra.

—¿Te duele algo? ¿Qué sucede? —preguntó alterado.

Raven estaba sobre ella, sosteniéndola por los hombros. La joven parpadeó tratando de averiguar si seguía de lleno en la pesadilla o si se había librado de ella.

Cuando Maddison logró volver a la realidad y ser consciente de ello, solo pudo perderse en la inmensidad de sus ojos azules, con la respiración agitada y el corazón disparado. En aquel instante se dio cuenta de que hacía mucho que no se miraban de aquella manera: directamente a los ojos. Y se vino abajo; las lágrimas brotaron de sus ojos de una forma descontrolada, le dolía el pecho y le faltaba el aire.

—¡Tienes que respirar! —le indicó, Raven, nervioso—. Mírame. Mírame a los ojos y trata de calmarte.

Pero por más que lo intentaba el aire no parecía llegar a sus pulmones. Entre lágrimas, empezó a toser y se dobló sobre sí misma, con una mano sujetándose a Raven y la otra apretándose el pecho, donde se encontraba su desbocado corazón.

Estaba empezando a perder la conciencia; la visión se le volvió borrosa y un horrible pitido se impuso en sus oídos.

—Maddison, estás teniendo un ataque de pánico —le explicó su compañero mientras la tumbaba de espaldas.

La joven no pudo hacer nada más que dejarse llevar; apenas estaba consciente cuando Raven acercó su rostro al suyo. Tenía la mandíbula prieta y el ceño fruncido; sus ojos brillaban de preocupación. A ella le costaba seguir enfocando la vista.

—¡Mierda! —lo oyó gruñir.

Nuevamente, se puso sobre ella; esta vez con menor reparo. Con el peso de su cuerpo la aprisionó ligeramente. Maddison notó sus manos levantándole la cabeza y vislumbró su cara muy cerca de la suya.

—Necesitas aire.

Entonces, Raven, presionó sus labios junto a los de la joven y llenó sus pulmones de oxígeno. En aquel momento, Maddison, no era consciente de lo que realmente estaba sucediendo. Repitió lo mismo una y otra vez hasta cerciorarse de que estaba empezando a respirar con normalidad. Y cuando fue consciente de ello, tras recuperar la habilidad de respirar por sí sola, sus mejillas empezaron a arder. Lo único que Maddison no pudo lograr ralentizar fue su ritmo cardiaco.

No supo muy bien si había logrado volver a respirar por la sorpresa de notar el contacto de aquel beso no intencionado o porque realmente había funcionado.

La joven pronto empezó a recuperar la visión y la audición. Raven pasó a tumbarse junto a ella y la posicionó sobre su pecho. A pesar de que se estaba muriendo de la vergüenza por lo que acababa de suceder, además de haber tenido un ataque de pánico, tal y como él lo había llamado, aquello era lo que más le apetecía en el mundo. Se quedaron así, en silencio, durante un periodo de tiempo indeterminado y Maddison deseó que el tiempo se congelase para siempre.

—Siento haber reaccionado así y no haber tenido la suficiente valentía para ir tras de ti —murmuró el cuervo.

Largo y tendido, la joven había escuchado el sonido de su corazón entremezclándose con el de Raven, que seguía sosteniéndola firmemente entre sus brazos.

Maddison levantó la mirada, totalmente recuperada del mal trago, y clavó sus ojos en los suyos. Se quedaron en silencio y la joven se dio el gusto de admirar su rostro. Apreció cada poro de su piel, cada peca, cada arruga; trazó una línea invisible, casi sin pensarlo, con sus dedos, rodeándole la mandíbula. Entonces los ojos de Raven se desviaron a sus labios y ella hizo lo mismo. Su rostro volvía a acercarse al suyo y la joven empezó a cerrar los ojos, esta vez, queriendo experimentar el momento.

—He deseado hacer esto desde el primer momento en que te vi —le confesó él en un susurro.

El aliento de Raven acarició sus labios y no pudo hacer nada más que entreabrirlos. No se dijeron nada, pues las palabras les sobraban.

Lo más lógico hubiese sido que Maddison se preguntase si aquello era lo que quería, si la reacción de su cuerpo sugería lo que realmente sentía por él; si Rania tenía razón al pensar que significaba algo más que un amigo para ella.

Pero eso hubiese sido lo más lógico y en los pocos centímetros que los separaban no había cabida para nada que no fuese pasional, emocional y puro deseo.

Cuando al fin sus labios se tocaron, fue mejor de lo que jamás podría haber imaginado. Los labios de Raven eran suaves, cálidos, mullidos y le hicieron temblar las piernas. Su incipiente barba le había pinchado el rostro, pero eso no logró que retrocediese.

Tras unos segundos en los que todo su estómago se estrujó, como si tuviese mariposas dentro, y los que el corazón le dio un vuelco, Maddison se sintió extrañamente hambrienta. Así que lo atrajo hacia ella y aprisionó su cuerpo con el suyo, por instinto. Fue al notar su lengua abrirse paso, húmeda y caliente, como si una chispa provocase un incendio dentro de su alma.

La joven le permitió que pasara sus dedos entre su cabello y lo rodeó con los brazos. Se besaron como si el otro fuese el oxígeno que anhelaban; necesitados, ansiosos y totalmente idos.

Maddison se sentía fuera de control y lo único que podía calmar su alma era sentir más cerca a Raven.

Por la manera en la que la empujaba y acariciaba su espalda, supo que él se sentía de la misma manera. Bajo sus fuertes y grandes manos, la joven, se sentía minúscula, frágil y a su merced; pero a la vez, empoderada, deseada y especial. Así de contradictorios eran sus sentimientos.

La estela que iba dejando con los dedos a su paso, quemaba. Se sentía desbordada y pensó que, si aquello no era amor, no le hacía falta conocerlo. Pues lo que sentía era tan grande que le estaba consumiendo por completo.

Cuando se separaron para tomar aire le dolían los labios y los notaba hinchados.

—Te he echado de menos —susurró él—. Pero deberíamos parar ahora. Si quieres parar, claro.

Su voz sonó ronca. Maddison no quiso responderle con palabras, así que lo hizo con actos; aún no estaba dispuesta a compartir como se sentía, pero sí a enseñárselo.

La joven volvió a acercarse a él y presionó sus labios contra los suyos. Esta vez, se subió ahorcajas sobre él. Nadie le había hablado de aquello, nadie se lo había enseñado. Se movía por puro instinto y deseo.

Sus manos la recorrieron una vez más, como si su cuerpo fuese un lienzo en blanco y él un pintor. Le ayudó a quitarse la camiseta y se derritió al contemplar su abdomen y su piel resplandeciente bajo la luz de la luna. Él hizo lo mismo ella y cuando dejó al descubierto sus pechos se los llevó a la boca, llenándolos de besos y pasando la lengua por sus pezones. Aquello la estremeció. Una fuerza ardiente se apoderaba de la joven y notó como se humedecía. Se desnudaron entre caricias y sin despegarse el uno del otro; con su mano la invitó a tocar y a explorar su cuerpo.

Raven fue dulce, cariñoso y gentil. Mientras seguían besándose notó como trataba de hacerse hueco en ella. No dejó de susurrarle palabras dulces y de mirarla a los ojos, a excepción de cuando pausaba para pasar sus manos por su rostro para comprobar que estuviera disfrutando la experiencia. El dolor y la incomodidad pronto fueron substituidos por placer; Maddison jamás había experimentado nada igual. Se sentían uno solo.

Con cada empujón, la joven, no podía evitar dejar escapar gemidos entre sus labios, totalmente entregada a la pasión y olvidándose de la vergüenza. Él parecía disfrutarlo y cada vez que se enterraba en ella lo escuchaba gruñir; aquello la excitaba sorprendentemente. 

Pronto sus piernas empezaron a temblar y la sensación de placer se intensificó. Él pareció notarlo y aumentó el ritmo de sus embestidas. Maddison se abrazó a su espalda mientras el placer la desbordaba, sintiéndose fuera de control. Lo que experimentó a continuación solo se asemejaba a compararlo con que su alma había abandonado su cuerpo para luego volver a entrar en él en caída libre.

A la luz de la hoguera, se quedó dormida; esta vez, sintiendo una paz inmensurable. Raven abrazaba su cuerpo y la calidez que los envolvía lograba que pareciese que estaban tumbados entre algodones. A la joven no le quedaban fuerzas ni para hablar. Así que cerró los ojos y disfrutó de aquel momento; lo quería atesorar por siempre jamás. 


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