Capítulo XVII: La prueba

Maddison observó a la abuela Tera: rebuscaba ávidamente entre sus documentos, de espaldas, mientras la joven se ponía cada vez más nerviosa. Había estado así más de diez minutos, sin dejar de murmurar palabras que no entendía y que solo lograban empeorar la situación y su estado crispado de ánimos.

Una mano le tocó suavemente el hombro y la joven agradeció la compañía de Raven en silencio. Aunque su sola presencia indicara que su tiempo de espera había concluido; nadie sabía que le esperaba más allá de aquellos últimos instantes de seguridad.

Cuando la abuela Tera por fin se giró, sus ojos brillaban de emoción. Aunque Maddison aún no comprendía por qué esta le tenía tantas ganas a una prueba que podía ponerla de patitas en la calle. Porque además de la incertidumbre que sentía por ella, Leonidas le había hecho saber que nada era seguro; aunque la superara, debería esperar al veredicto del pueblo. El líder y el resto de la comunidad tenían el poder de decidir, mediante votación, si merecía poder quedarse entre ellos. Y ya se había ganado algunos enemigos.

Así de simple, y a la vez, escalofriantemente rebuscado, se iba a decidir su destino. Aunque no le cabía duda de cuál sería la opinión de Arianne.

—Esta noche quiero que te dirijas al ásylo —le dijo atropelladamente.

Al ver su cara de confusión, prosiguió a aclararle las ideas:

—Al lugar donde te reuniste aquella noche con Leonidas —le explicó—. Raven, querido. ¿Hablarás con Rania para que le deje otro vestido? Yo ni siquiera sé si voy a tener tiempo de comer. ¡Cuánto trabajo tengo aquí!

—No te preocupes, abuela Tera. Hablaré con Rania para que le deje un vestido bonito —le prometió este.

—Había pensado en usar ropa un poco más cómoda, como unos pantalones —intervino Maddison esperanzada.

—¡Ni hablar! ¡Haz que se ponga un vestido! —le inquirió la abuela a Raven.

—Con todo el respeto, abuela Tera, creo que no necesito que Raven, ni ningún otro varón, haga que me vista de alguna manera. Es mi decisión —recalcó la joven ofendida.

Lo miró de reojo tras pronunciar aquellas palabras; Raven simplemente se encogió de hombros mientras la abuela movía la mano en el aire, restándole importancia.

—Ay, querida... —suspiró con pesar—. Ya hablaremos de lo que os espera a ambos y de los acuerdos a los que queráis llegar por el bien de vuestra futura relación —contestó con brillo en sus ojos—. Creo que va a ser un hueso duro de roer, querido —le susurró a Raven—. ¡Pero lo primero es lo primero! ¡La prueba es hoy!

Ignorando el seguido de quejas que Maddison proclamó, la abuela Tera se volvió a girar y empezó a buscar nuevamente entre sus cosas, energética y rápidamente. Parecía un torbellino descontrolado en medio de su salita y no parecía estar por la labor de responder ninguna de sus preguntas.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó a Raven, con una ceja alzada, optando por tratar de conseguir respuestas en otro lado.

—Lo primero es lo primero —repitió él, claramente jocoso, en un susurro.

Molesta porque no quisiera explicarle que es lo que sucedía, Maddison se marchó del lugar dejando allá a la abuela Tera, que seguía corriendo por toda la estancia ajena a su presencia.

—¿Esto es a lo que te referías por divertido? —le preguntó a Raven mientras salía por la puerta.

Este la siguió y una vez fuera paró en seco, confuso.

—¿Qué quieres decir?

La joven escuchó la puerta, cerrarse tras ellos. Aumentando su cabreo, empezó a andar en dirección a su hogar provisional mientras su salvador le pisaba los talones. Pero antes de que pudiera alejarse demasiado de la casa de la abuela, este la tomó del brazo y la hizo girar a desgana.

—¿Qué sucede? —preguntó con el ceño fruncido.

—Dijiste que sería divertido que conociese a la abuela Tera —respondió ella haciendo una mueca.

Raven se echó a reír, nada más recordar su conversación pasada. Pero cuando vio como su rostro cambiaba a un principio muy peligroso de enfado, se aclaró la garganta y optó por responder.

—Y lo es, al menos para mí. Mira, a la abuela Tera le gusta jugar a ser casamentera —se explicó—. De hecho, no puedes casarte con alguien si ella no lo aprueba antes.

—¿Y qué tiene que ver todo esto con la prueba? —le preguntó confusa.

No entendía que intentaba decirle la abuela Tera; tampoco tenía la menor idea de qué le estaba contando Raven.

—Parece que la abuela Tera está convencida, una vez superada la prueba, en que tú y yo nos casemos.

Lo dijo en susurro y con las mejillas ligeramente coloradas; aún no lo había visto así. Cuando Maddison comprendió al fin lo que quería decir la abuela Tera con aquellas divagaciones, su reacción no se hizo esperar: esta vez fue su turno de echarse a reír. Lo peor fue, que una vez empezó, no sabía cómo parar.

El rostro de Raven seguía encendido, quizás incluso más. «¿Es que la abuela Tera ha perdido la cabeza? Quizás en este lugar toman alguna bebida extraña que explique de donde ha sacado esa idea... ¡O quizás la edad de este jugando una mala pasada! Pero sea como sea, se está volviendo loca de remate», pensó para sus adentros, aún, incrédula.

—¿Tan malo sería tener que casarte conmigo? —le espetó Raven de sopetón.

Por su voz, notó que su reacción le había molestado. «¿De verdad me está haciendo esa pregunta?», pensó Maddison.

—Dijiste que nunca te habías querido casar —trató de defenderse.

—Dije que nunca me había querido casar, en un pasado —recalcó—. Pero en ningún momento he dicho que no quisiera casarme nunca.

Raven se cruzó de brazos y apretó los labios. La joven no entendía por qué se había molestado tanto, si estaban de broma. Pero su enfado, no había hecho otra cosa que provocar el suyo. Al sentirme atacada, casi sin pensar, le soltó lo primero que le vino a la mente:

—Seguro que Arianne se pondrá contenta al saber que ahora estás un poco más abierto de mente.

Aquello pareció el inicio de la erupción de un maldito volcán. La joven dio gracias a que la abuela Tera se encontraba tan ocupada que era muy probable que escuchara sus gritos y reproches a la lejanía, pero que no les prestase atención y de que no hubiera más vecinos cerca de su casa.

—¿Preferirías que fuese Antoine? Quizás pueda volver a entrar, hablar con la abuela Tera y hacerle saber cuáles son tus verdaderos deseos —espetó Raven con resentimiento—. ¿Para qué mirar en tu alma si tú lo tienes tan claro?

—¿Estás celoso de que haya hecho un amigo? —le preguntó ella a la defensiva.

—¡No estoy celoso! —gruñó dando un paso en su dirección.

—Pues parece que sí —le desafió ella con la mirada.

Raven sonrió altivamente; tenía el orgullo y el corazón heridos. Aunque Maddison era incapaz de entender sus razones. Para ella, lo que estaba sucediendo, era una discusión sin sentido y en su mente, el joven moreno estaba molesto porque ella hubiera estrechado lazos de amistad con otra persona.

—Si quieres casarte con Antoine, tienes mi bendición, magissa mnimí —le susurró acercándose aún más.

Estaban tan cerca el uno del otro que Maddison solamente podía centrar su mirada en su boca y en cómo se movía al pronunciar aquel apodo. Ese, que tan cariñosamente le había adjudicado.

Al recordar lo que significaban sus palabras, su enfado se disipó casi al instante.

Maddison notó su aliento acariciándole los labios y se embriagó; el ritmo de su respiración disminuía casi al mismo tiempo que lo hacía el de su corazón. Ambos estaban hallando la calma en la cercanía que compartían.

La joven levantó brevemente la mirada hasta sus ojos cristalinos y lo que halló la dejó perpleja: Raven la miraba de una forma indescriptible, con la suficiente intensidad como para sacarle los colores y volverle a acelerar el pulso.

En aquel instante su mente no parecía querer reaccionar, como si de un embrujo se tratara. Por mucho que trató de resistirse, su cuerpo se movió lentamente a su antojo, acortando la poca distancia que los separaba.

—¿¡Pero se puede saber qué hacéis aquí aún!?

La abuela Tera les gritaba desde la ventana de su casa. Su llamada de atención fue suficiente para romper toda la magia que parecía envolverlos; inevitablemente se separaron de un salto.

Finalmente, parecía haber escuchado su trifulca y movía los brazos, enfadada y señalándolos con reproche, mientras a ambos se les empezaba a hacer asfixiante el calor que les subía hasta las orejas.

—Será mejor que nos vayamos —le susurró a Raven mientras se abanicaba.

Este parecía tan avergonzado como ella. Maddison no entendía que es lo que le había sucedido o porque su cuerpo se había dejado llevar de esa manera. Aquello que sentía... el revoltijo en el estómago, el calor y la falta de aire no podían ser una buena señal. Temía haber contraído algún virus extraño por haber comido algo en mal estado. Aunque sabía que eso no era posible, pues en Crixross todo lo que se servía en la mesa era delicioso, natural y fresco. Quizás de eso se trataba... al estar acostumbrada a comer a duras penas, los atracones que se había dado desde que estaba aquí en la comunidad le habían sentado mal. «Le preguntaré a Nico si a él también le pasa», se prometió a sí misma.

No volvieron a dirigirse la palabra hasta llegar a casa cuando se despidieron torpemente.

—Voy a ver a Leonidas para tratar de hablar en tu favor —dijo él brevemente.

La joven asintió con la cabeza. Luego, trató de abrir la boca para añadir algo más, pero discernió que era mejor volverla a cerrar de nuevo. Porque, de todas formas, no sabía muy bien que es lo que podía o quería decir en aquella situación tan extraña. Así que finalmente desistió y mientras subía las escaleras escuchó como Raven cerraba la puerta tras de sí.

Cuando llegó al dormitorio se encontró con Nico durmiendo plácidamente y Rania le hizo un gesto para que se mantuviera callada.

Ambas decidieron que lo mejor era dejarle descansar: cerraron la puerta con cuidado y se encaminaron a la habitación de Rania. Cuando llegaron, esta última se dejó caer de espaldas a su cama y suspiró pesadamente.

La habitación era más cálida, en comparación con la de Raven; había más ropa, libros y artilugios de los que uno podría llegar a imaginar. Estaba repleta y en cada rincón se veía reflejado el carácter alegre de su dueña. Incluso, había esparcidas varias pinturas en un pequeño escritorio, que Rania le había contado que se había animado a hacer. Su madre, la madre de Raven, era una auténtica artista; su hija había heredado el mismo talento.

—Dame un segundo para recuperarme —dijo casi en un murmuro—. He estado todo el día tratando de ocupar la mente de Nico con juegos... Estoy agotada.

Desde que se habían despertado, Nico se había mostrado ansioso y nervioso. Maddison no le podía culpar. Nada más verla, el pequeño ya había intuido que era un manojo de nervios y se había contagiado. Así que Rania se había ofrecido a distraerle. Sabía muy bien lo cansado que podía ser cuidar de un niño de seis años, que, a su vez, era tan enérgico como él.

—No sabes cómo te lo agradezco.

Rania se reincorporó y la miró con una sonrisa.

—Eres la hermana que siempre deseé. Y Nico es el hermano pequeño que nunca llegué a tener.

Maddison le sonrió de vuelta mientras ella daba golpecitos en la cama, invitándola a que se sentara. La hora se iba acercando y debía estar, al menos, físicamente preparada. Aunque lo de mentalmente le costara un poco más de trabajo que acicalarse.

—Aún no has podido conocer a mis otros dos hermanos, ¿cierto? —le preguntó mientras preparaba los enseres necesarios para empezar a peinarla—. Creo que llegaron ayer muy tarde —añadió.

—No sé si estoy preparada para ello —rio Maddison—. La verdad es que tu hermano ya da mucho trabajo.

—Antoine me ha contado que ayer protagonizasteis un momento un tanto incómodo.

La joven negó con la cabeza.

—No sé por qué tu hermano se empeña en malinterpretar mi amistad con Antoine —le confesó.

Rania rio mientras le pasaba el peine por la corta cabellera; al menos esa vez iba a tener menos trabajo.

—Debe estar celoso —se burló.

—¿Celoso? ¿Tan malo es que haya hecho amigos?

—Celoso —afirmó alargando la palabra—. Y más bien creo que se siente amenazado.

Maddison se encogió de hombros. «No es como si no pudiera tener más de un amigo», pensó para sus adentros. Para ella, no había justificación alguna por la que Raven tuviera que estar celoso por su amistad con Antoine. No veía lo grave del asunto; se había convertido rápidamente en un apoyo para ella, en el momento en el que Raven no podía serlo.

—Por ser amiga de Antoine no seré menos amiga de tu hermano.

—Creo que la cosa no va por ahí...—le susurró mientras le recogía el cabello en un bonito moño.

—Entonces no lo entiendo —se exasperó.

Rania dejó de hacer lo estaba haciendo y la hizo girar, quedando frente a ella. La cogió de los hombros y acercó su rostro al de la joven.

—Maddison —empezó a hablar, pero se tomó un momento para seguir—. No sé cómo decirte esto sin que suene como una locura... Pero mi hermano, probablemente, esté enamorado de ti.

«¿Raven, enamorado de mí?», se rio solo de pensarlo. Mientras tanto, Rania la contemplaba carcajearse como si hubiera perdido a cabeza. Pero para Maddison, la única loca en aquella habitación era ella, si es que era cierto que creía a ciegas lo que acababa de decir.

—¡Eso es imposible! —exclamó burlándose—. ¡Tu hermano no está interesado en estas cosas!

—¿Por qué dices eso? —preguntó con seriedad.

—¡Porque sería una locura que lo estuviese! ¡Y, que, además, se hubiese fijado en mí! ¿Tú has visto a Arianne? ¿Me has visto a mí? Somos como el sol y la luna —se rio solo de pensarlo—. Estoy segura de que dentro de unos años se casarán, por mucho que él diga que no quiere y tendrán unos bebés preciosos.

Rania hizo una mueca de disgusto.

—Arianne tiene una personalidad de lo más desagradable y mi hermano no es tonto —le aseguró—. ¿Y cómo te sentirías tú si eso sucediese?

—¿Cómo me sentiría yo? —preguntó Maddison en voz alta.

—Imagina que eso sucede de verdad. ¿Cómo te sentirías?

Aquella pregunta que había lanzado Rania la había dejado fuera de juego. Maddison se imaginó a Raven y Arianne juntos, felices, y contrariamente a lo que había pensado, empezó a sentir una fuerte opresión en el pecho. Simple y llanamente, se sentía destrozada.

 Aun así, la joven decidió hurgar un poco más, en aquella herida que no sabía ni que tenía hasta aquel momento, y se imaginó a Raven saludándola a lo lejos, con su mujer tirando con desagrado de su brazo. Ya no podrían pasar tiempo juntos y ella ya no podría fantasear con la idea de acariciar su incipiente barba para averiguar cuál era su tacto. Sus ojos azules jamás la volverían a mirar largo y tendido; probablemente ya no volvería a escuchar como pronunciaba su nombre. Aún menos probable era que repitiera, con voz ronca, el apodo con la que solía llamarla.

Solo de pensarlo un instante, Maddison, se sintió tan mal que hasta tubo ganas de devolver. Tuvo, incluso, que cerrar los ojos con fuerza, tratando de deshacerse de aquella horrible idea que había florecido en su cabeza.

—No quiero que eso suceda —confesó, sintiéndose de lo más egoísta.

«¿Es así como se siente Raven respecto a Antoine?», se preguntó mentalmente.

Rania parecía satisfecha con su respuesta y la invitó a levantarse. Plantó un beso en su mejilla y apretó sus manos con cariño.

—Jamás lo he visto mirar a nadie como te mira a ti —le susurró. Maddison se quedó estupefacta con su confesión.

Sin esperar respuesta alguna, Rania, rebuscó en su armario; se limitó a mantenerse en silencio mientras Maddison trataba de lidiar con sus emociones y terminó por sacar un vestido largo, de color negro, hecho con encaje.

—Hora de vestirse —dijo Rania cambiando de tema y con la sonrisa aún dibujada en su rostro.

La ayudó a ponerse el vestido por la cabeza, con cuidado de no despeinarla, y luego lo abrochó a su espalda. Le colocó los tirantes correctamente y sin pronunciar ninguna otra palabra, la llevó frente al espejo para que la joven se pudiera ver.

—Falta un detalle. Dame un segundo —indicó.

Maddison asintió ligeramente mientras seguía observando su reflejo en el espejo. Estaba sorprendida; desde que había llegado a Crixross, su cuerpo ya no lucia heridas, marcas, ni cicatrices que contasen la triste historia de su vida. A excepción de aquella que le habían dejado en el abdomen: un recordatorio para sí misma. Los huesos ya no se le notaban tanto y las mejillas y los labios habían adoptado un color que evidenciaba el buen estado de salud con el que contaba en aquellos momentos.

Rania volvió y le pasó las manos por encima de los hombros. Dando vuelta a su cuello, dejó reposar en su pecho un bonito medallón dorado; de aspecto antiguo, pero bien conservado. La principal, un ópalo, brillaba bajo la poca luz que quedaba en aquella tarde.

—Es muy bonito —le agradeció.

—Te dará la fuerza y la suerte necesarias para quedarte con nosotros.

Aún sorprendida por la belleza del colgante, la joven lo acarició suavemente y este vibró levemente bajo sus dedos.

—Has estado tanto tiempo preocupada por sobrevivir, que no te has permitido sentir más allá del amor que una madre puede entregar a su hijo —susurró, refiriéndose a su relación con el pequeño Nico—. Eres joven, preciosa. Una mujer fuerte, decidida y una clara superviviente; toda una inspiración. Mi hermano estaría ciego si no se hubiese enamorado ya de ti —sonrió.

Aquello hizo que Maddison se sonrojara. Rania parecía decidida a creer sus propias afirmaciones.

—Sigo siendo una niña en cuanto a estas cosas —le confesó. No tenía experiencia en nada parecido.

Maddison jamás había creído que podría existir un final feliz para ella. De hecho, siempre había creído que la tragedia la acompañaría hasta su último aliento. 

«¿Lo que siento es amor?», dudó. Fácilmente, estaba confundiendo, fuera lo que fuera, con gratitud. No sabía que era lo que sentía o como debía llamar a aquella extraña sensación que le nacía de las entrañas y se extendía por su corazón y por su mente.

La idea de que alguien como Raven se hubiera fijado en alguien como ella la aterraba. Además, él parecía de lo más ridículo e improbable.

—Permítete ser feliz, Maddison.

Ella se aferró a sus palabras con una sonrisa triste y los ojos acuosos. Sin duda, si lograba superar la prueba que le esperaba aquella noche, iba a tratar de darse la oportunidad.

—Es la hora —le indicó Rania—. Mucha suerte.

Maddison la abrazó con temor; como si aquella fuera la última ocasión en la que tuviese la oportunidad.

—Gracias por habernos acogido —le agradeció mirándola a los ojos—. Gracias por haber sido una buena amiga, por haber cuidado de Nico. Sin duda, a veces se me olvida que eres más joven que yo. Porque, desde luego, que eres muy sabia para tu edad —rio.

Ambas se vieron sorprendidas por unos golpes tímidos en la puerta. Cuando Rania alzó la voz para invitar a pasar a quien estuviera detrás de ella, Raven se asomó y le pidió a Maddison que se apresurara.

El corazón de la joven se aceleró, por dos razones muy distintas; su acompañante también parecía haberse alterado, con solo echarle una mirada. Tras despedirse rápidamente de Rania, pusieron rumbo al lugar designado con las cabezas gachas y sin intercambiar ninguna palabra.

El ásylo, como lo había llamado la abuela Tera, era exactamente igual que la última vez que lo había visitado. Pero esta vez, los sentimientos de Maddison habían cambiado: eran más amargos, tenía más miedo, más nervios, pero a la vez más esperanza.

Frente a aquellas escaleras interminables de piedra, a la joven le temblaban las piernas; también sentía que le faltaba la respiración. Ahora tenía más cosas que perder que antes; tenía a Raven y a Nico, pero también tenía a la abuela Tera, a Rania y a Antoine.

—Pase lo que pase, estaré a tu lado —le susurró Raven al oído.

Su aliento le hizo cosquillas y un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

—Raven —le llamó mientras él empezaba a ascender las escaleras—. No quiero casarme con Antoine.

Al decir aquello se volvió a ruborizar. Raven parecía sorprendido, pero no pudo evitar sonreír de oreja a oreja. Luego, le tendió la mano y la invitó a que, juntos, se enfrentaran a lo que fuera que les deparara aquella noche.

Las antorchas y las velas iluminaban el lugar y Leonidas se encontraba, nuevamente, sentado serio en su trono. Pero en esta ocasión, la abuela Tera se hallaba rodeada por un círculo de flores secas en el suelo. En el centro, había colocado una especie de bol grande hecho con barro, encima de una columna. Dentro de él había una única vela, con inscripciones que Maddison no podía leer y que no sabía ni en que idioma estaban hechas.

La joven se acercó caminando con sus botas hasta el borde de este; luego, paró y espero instrucciones. Raven le apretó la mano con calidez y luego se separó de ella a regañadientes. Caminó con calma fingida hasta reunirse con Yahir, Raymond y dos hombres a los que Maddison no conocía.

Allí, de pie, sus nervios aumentaron mientras esperaba alguna señal por parte de la abuela Tera. Para tranquilizarse, apretó los puños a los lados de su vestido y cerró los ojos; respiró, intentando calmar las ansias, sintiendo la mirada de Raven clavada en su rostro.

—Estamos listos, Leonidas —le informó la abuela Tera a la vez que Maddison abría los ojos.

Leonidas se levantó entonces y miró a Raven y compañía.

—Vamos a empezar la prueba de identificación de poder —explicó alzando la voz—. En ella descubriremos si Maddison usa un poder animal y si es así, cuál. La vela revelará, a su vez, si el poder de Maddison se rige por la luz o por la oscuridad.

Sus palabras le provocaron un escalofrío. «Saldrá humo negro, seguro», pensó negativamente. «No tengo suerte. Soy una desgraciada y estoy condenada».

—Usualmente, no habríamos permitido que Raven estuviese presente, pero como ha tenido la valentía de dar su nombre por ti, hemos hecho una excepción —habló, esta vez mirándola fijamente.

Maddison asintió nerviosa.

—Yahir, por favor —le pidió a este.

Yahir se adelantó dos pasos y sacó un pergamino que leyó en voz alta.

—Como dictan nuestras leyes y costumbres, todo aquel que se encuentre en esta sala debe entender y jurar que la información que se revele esta noche será información de carácter secreto, a no ser que el individuo, en este caso, la señorita Maddison, decida compartirla con el resto de la comunidad.

Cuando terminó de leerlo, todos, incluida la abuela Tera, levantaron la mano y se la llevaron al corazón.

—Juro que cuando la única puerta del ásylo se selle esta noche, mis labios lo harán con ella —dijeron todos al unísono.

La joven quedó boquiabierta al observar más de cerca aquella costumbre tan justa. 

—Maddison, querida —habló la abuela Tera. Luego la invitó a entrar en el círculo de flores.

Maddison miró a Raven brevemente; él le guiñó un ojo. Entonces, volvió a centrar la mirada en la abuela Tera y se esforzó en seguir sus indicaciones.

La joven caminó tratando de no pisarse el vestido y cuando estuvo frente a esta, extendió las manos y le hizo poner las suyas encima. La vela que iba a revelar la esencia de sus poderes quedó justo en medio de ambas.

—Necesito que me abras la mente —le susurró—. Cierra los ojos e intenta relajarte. Céntrate en cualquier cosa que te dé seguridad.

Maddison hizo lo que le había pedido: cerró los ojos y tomó una gran bocanada de aire, quedándose a oscuras con sus pensamientos.

Eíthe i dýnami tou kýknou na mou dósei tin aparaítiti dýnami gia na bo sto myaló sou, i dýnami tou kýknou na mou dósei tin aparaítiti dýnami gia na boréso na anagnoríso —empezó a canturrear.

La joven trató de concentrar su mente en Nico, jugando aquellos días en Crixross y disfrutando de la infancia que jamás le había podido conceder; muy a su pesar. Recordó el olor de su pelo recién lavado, o el instante en el que lo sostuvo por primera vez entre sus brazos.

Aquellas imágenes corrían rápidamente por su mente y estaba logrando relajarse. Pero entonces se topó con otro recuerdo; uno oscuro, que creía enterrado, que involucraba a Krosm. Empezó a recordar la sangre, el fuego y sintió nuevamente el temor de perder a Nico en manos de aquel monstruo.

Maddison no hubiera sabido como explicar cómo o porque sucedió, pero su mente empezó a destellar y un dolor agudo la atravesó. Frunció el ceño y la abuela Tera endureció su agarre; algo estaba cambiando, su voz también se escuchaba entrecortada.

—Se está resistiendo... —murmuró la abuela Tera—. Eíthe i dýnami tou kýknou na mou dósei tin aparaítiti dýnami gia na bo sto myaló sou, i dýnami tou kýknou na mou dósei tin aparaítiti dýnami gia na boréso na anagnoríso —repitió, esta vez alzando más la voz.

La joven notó como su mente trataba de expulsar el poder de la abuela una y otra vez; sentía que le iba a explotar la cabeza en mil pedazos y que no podía controlarlo. El sobreesfuerzo la estaba agotando. Aun con los ojos cerrados, notaba como un extraño viento se estaba gestando en medio de aquel lugar, provocando el caos en la sala.

Entonces, escuchó unos pasos firmes; al mismo tiempo, la abuela Tera gritó:

—¡No debes traspasar el círculo, joven!

—Entonces me quedaré en la orilla... —escuchó como murmuraba Raven—. ¡Maddison! ¡Escucha mi voz, céntrate en ella!

Raven no dejó de hablar ni un solo segundo; su voz la acarició a lo lejos, llenándola de calma nuevamente y alejando la oscuridad que rodeaba su mente. Poco a poco, recuperó el control y los músculos del rostro se le fueron relajando, así como la presión que sentía en las sienes.

Supo que la abuela Tera había logrado su cometido cuando dejó de hablar y escuchó a Yahir ahogar un grito. Al abrir los ojos, todo lo que pudo ver fue el humo de la vela subir hasta el techo y formar un extraño animal que desconocía. Aunque el color se suponía que debía ser blanco o negro, el humo era completamente gris.

—¿Qué es eso? —preguntó confusa, sin poder dejar de mirarlo.

Jamás había conocido animal alguno que tuviese aquella forma tan extraña: se asemejaba a un reptil, pero a la vez, tenía alas, como un pájaro. «¿Qué diablos es eso?», pensó para sus adentros.

—En la tierra de los once reinos —empezó la abuela Tera a hablar, con los ojos bien abiertos—, cuando el mundo se suma en la mismísima oscuridad, el hambre y la pobreza acecharán a los más desfavorecidos y la falsa plaga se extenderá, en un manto rubí que los bañará.

—No puede ser... —murmuró Leonidas. Tenía el rostro desencajado, como todos los presentes.

Todos la miraban con la cara descolocada, pálidos y sorprendidos, como si acabaran de ver un fantasma.

—Cuando el cielo carmesí también se vuelva y la nieve caiga en las calles —siguió recitando la abuela Tera—, el duodécimo reino se alzará, volviendo a los hombres del crepúsculo en polvo. La luna se esconderá una última noche tras las sombras, hasta que el primer ser de fuego inhale su último aliento de cenizas y terror, liberándolos de todo mal.

Al terminar de recitar aquellas palabras, la abuela Tera puso una rodilla en el suelo y bajó la cabeza ante la joven. Todos le siguieron, incluso Raven, al que Maddison no podía dejar de preguntar que estaba sucediendo.

El último de arrodillarse fue el mismísimo Leonidas, que la miró largo y tendido, con los ojos tan abiertos, que la joven temió que se le iban a salir las cuencas de los ojos.

—El dragón de Phyrgar... —pronunció incrédulo.

Entonces, ante su asombro, colocó una rodilla en el suelo y repitió la misma acción.

—Te estábamos esperando. 


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