Capítulo XVI: El conejo y el cuervo
Habían pasado cuatro días desde que Arianne había decidido ponerse a jugar con la cabellera de Maddison y que esta había huido, hecha un mar de lágrimas. Antoine, que así se llamaba el joven que la había encontrado y con el que, sorprendentemente, había bajado la guardia, se había terminado por convertir en su primer amigo y en su fiel consejero. «No sé si puedo considerar a Rania como mi amiga. Tengo la sensación de que soy una imposición por parte de su hermano», reflexionaba para sus adentros. Y era cierto. Maddison deseaba poder considerarse su amiga, pero aún no se sentía preparada para plantearse si esa era la clase de relación que tenían. Aun así, le gustaba pasar tiempo con ella; Rania era todo corazón.
En cierta manera, Maddison veía un poco de Raven en su nuevo amigo. Aunque con más dulzura y delicadeza, Antoine la había ayudado en un mal momento, la había escuchado y no la había juzgado. De hecho, incluso había querido dar la cara por ella.
Aquella misma mañana, Rania había descubierto lo sucedido y había estado de acuerdo con Antoine en que Arianne merecía un buen escarmiento. Pero la joven no les había dejado llevar a cabo su plan.
—Mi cabello no es lo importante. El pelo es pelo y volverá a crecer —les había dejado claro.
La venganza, a su parecer, había sido terminar de cortarlo para dejarlo igualado y aún más corto. Quizás para Arianne el aspecto de una chica fuese algo importante, pero para Maddison se trataba de algo a lo que nunca había prestado atención y a lo que dudaba que empezara a ser crucial en su vida. Solo la había pillado desprevenida.
—¿Estás segura? —susurró Antoine con las tijeras en la mano.
—Aún estamos a tiempo de pedirle a Arianne que revierta lo que ha hecho —le recordó Rania.
—Córtalo —insistió ella.
Como había sucedido la vez anterior, los mechones de su cabello empezaron a desprenderse y a amontonarse en el suelo, pero esta vez, había sido por decisión propia. Cuando Rania terminó con el trabajo, Maddison movió el cabello con las manos y lo hizo volar por el aire; apenas le rozaba la parte inferior de la oreja y no recordaba cuanto hacía que no lo llevaba tan corto, pero se sintió extrañamente liberada y más ligera.
—¡Ahora sí que parece que tenga una hermana mayor! —exclamó Rania entusiasmada.
Ciertamente, parecía que habían ido al mismo estilista. Maddison no pudo evitar reírse ante tal reflexión.
«Posiblemente, cuando Raven vuelva, no me reconocerá sin mi cabellera salvaje», reflexionó divertida. Lo cierto, es que se moría de ganas por verle.
Y pasados cuatro días, su deseo se cumplió: esa misma mañana, al despertarse, se sintió ansiosa y energética, aunque no sabía muy bien por qué. A pesar de sus sentimientos encontrados, no perdió el tiempo y bajó a desayunar con Nico, Rania y Raymond, como venía siendo costumbre. Este último parecía empezar a sentirse cómodo con su presencia, incluso hablaba un poco más.
—Hoy vuelve Raven —informó este—. Un cuervo ha llegado hoy a primera hora con el mensaje.
Maddison casi se atragantó con el zumo y empezó a toser torpemente. Los ojos le lloraban y tuvo que incorporarse para conseguir calmar la garganta, mientras Raymond la miraba confuso y Rania y Nico se desternillaban de la risa.
—Volverá esta noche.
—Así que mañana será la prueba —concluyó ella.
Aquella noticia la hizo estremecer, tanto para bien como para mal; el regreso de Raven era como un rayo de luz en medio de la oscuridad, pero a su vez, significaba que debía enfrentarse a su destino. Fuera cual fuera.
«Si no hubiera causado tantos problemas...», se lamentó.
Maddison sintió la urgencia de terminar rápidamente su desayuno para acercarse a casa de la abuela Tera; necesitaba confirmar que la prueba iba a tener lugar tras el regreso de su salvador para prepararse mentalmente.
No es que necesitara una confirmación como tal, pero de esa manera la joven sentía que todo sería más real.
Pero tras llamar varias veces a la puerta y esperar unos minutos fuera de su casa, se encontró con Antoine y le avisó que la abuela estaría fuera unas horas.
—Regresará, seguramente, por la tarde. Ha ido a ver la tumba de su difunto marido —le contó.
Maddison le explicó que un cuervo había traído el mensaje de que Raven regresaría esa misma noche, con claro nerviosismo. El joven no tardó ni un segundo en entender lo que significaba para su amiga; no hubo necesidad de que esta pronunciase nada más.
—Todo saldrá bien —se atrevió a acariciarle la mejilla.
Su contacto hizo sonrojar a Maddison y tras una charla inerte decidieron ir en busca de Nico y Rania, que habían salido a jugar tras el desayuno.
Ambos se mantuvieron en silencio durante el camino, disfrutando de su compañía y con una fuerte complicidad que no necesitaba de palabras.
Al llegar al corazón del bosque, los encontraron enredados en risas y juerga; Nico corría alegremente mientras Rania fingía ser un monstruo a su acecho. Aquella imagen hizo sonreír a Maddison.
—¡Ven a jugar con nosotros, Maddie! —la invitó el pequeño nada más divisarla entre los árboles.
La joven, muy a su pesar, rechazó la invitación. Se sentía demasiado agobiada y nerviosa como para participar en aquel juego tan agitado. En cambio, se sentó junto a su amigo bajo la copa de un árbol, en la fresca.
Aquella mañana también había salido el sol y hacía muy buen tiempo. Fue entonces, cuando Maddison, cayó en la cuenta de que desde que había llegado a Crixross no había visto ni una nube; en aquel lugar siempre brillaba el sol en lo alto del cielo azul.
—Charlemos un rato, te irá bien para despejar la mente —dijo Antoine, captando su atención.
Maddison lo miró de reojo; era tan guapo que incluso podría parecer uno de los muñecos que tenían los niños ricos.
—¿De qué quieres hablar? —curioseó la joven a la vez que apartaba la vista y cerraba los ojos.
Un pequeño silencio se introdujo en el ambiente; pero no le molestó.
—¿Sientes algo por Raven? —le preguntó Antoine de sopetón.
Su pregunta la tomó de sorpresa; Maddison abrió los ojos con urgencia y lo contempló brevemente, tratando de analizar si había perdido la cabeza. Luego desvió la mirada para asegurarse de que Rania no había escuchado nada. Pero esta, jugaba a lo lejos con Nico, ajena a la pregunta tan incómoda que su amigo acababa de formular.
Con las mejillas ardiendo y el pulso disparado, Maddison esperó a que el pequeño y Rania se alejaran un poco más. Luego, se giró y volvió a centrar su atención en Antoine.
—¿Por qué preguntas eso? —le espetó aún invadida de vergüenza—. Siento una gratitud inmensa, eso es todo.
Su amigo levantó la cabeza y rio suavemente. Luego, la volvió a mirar con sus ojos caramelo y se llevó una mano al corazón.
—Porque el amor es maravilloso, pero también es una fuerza de destrucción —contestó.
Maddison vislumbró la tristeza en sus ojos, mientras pronunciaba aquellas palabras. Entonces, se preguntó porque había elegido aquella respuesta.
Antes de que pudiera formular la pregunta, Antoine se adelantó.
—Lo más probable es que ya hayas escuchado algún que otro rumor, querida amiga —insinuó.
Ella recordó su conversación con Nico y se preguntó si su poder animal no sería el del conejo.
Cuando el joven la vio detenerse a pensar en ello, se volvió a adelantar como si le pudiera leer los pensamientos.
—Soy el conejo, en efecto —afirmó—. El amor fue la perdición que me llevó a la decisión de no volver a usar mi poder nunca más.
—No tienes por qué contármelo —le aseguró.
Maddison no quería que se viera obligado, por su amistad, a desenterrar viejas heridas. Antoine negó con la cabeza y sus ojos parecieron oscurecerse más.
—Nací en el seno de una familia de ciervos que se amaban con locura. Pasó, extrañamente, lo que puede suceder una vez cada mil de años. Yo nací siendo otra cosa, teniendo otro poder animal distinto al de mis progenitores —le empezó a contar—. Y aquello destruyó a mi familia. Mi sola existencia hizo que el amor que tanto se profesaban se volviese resentimiento.
—Eras solo un niño —susurró Maddison alarmada. Podía sentir la culpabilidad en su alma y no estaba, para nada, de acuerdo en ello.
Antoine cogió aire antes de seguir con su reveladora historia. Y lo hizo con una sonrisa triste dibujada en los labios.
—Mi padre abandonó la comunidad creyendo que mamá le había sido infiel, sin creer que eso jamás habría sido posible. Eso la destrozó y mientras crecía, vi como su luz se iba apagando poco a poco, hasta el día que cumplí cuatro años. Ella se quitó la vida y yo me quedé con la abuela Tera durante cinco años.
Su historia le estaba poniendo los pelos de punta; Maddison alargó la mano para mostrarle su apoyo. Le tocó el brazo suavemente y su amigo continuó hablando.
—Anteriormente, ya había usado mi poder para arreglar pequeños desastres. Había saltado en el tiempo días u horas antes para evitar destrozar las plantas de la abuela Tera o para evitar romper el jarrón favorito de mamá. Pero lo que me proponía en aquel entonces era más arriesgado —sonrió con melancolía—. Cada vez que saltaba en el tiempo, todos aquellos segundos, horas o días que retrocedía se iban sumando en mi cuerpo y en mi alma. Es la maldición de los conejos, la que nadie podía contarme y que solo yo podía terminar descubriendo irremediablemente. Así que cuando tenía trece años, echando de menos a mamá, sintiéndome culpable y con el juicio nublado decidí retroceder en el tiempo justo antes de mi nacimiento, para tratar de evitarlo.
La revelación sobre su poder la asombró; la verdad sobre el precio a pagar la hizo estremecer.
—Pero sigues aquí —apuntilló la joven.
—La magia funciona de formas extrañas —contestó él—. Sí que logré evitar mi nacimiento, pero esa es una historia para otro día —comentó antes de seguir—. Tras retroceder algo más de cinco años aparecí como un muchacho de quince y tras lograr mi cometido, traté de explicarle a mamá lo que había evitado. Pero ella no quiso creer en mi historia. No quiso creer que ella y papá pudiesen tener un hijo conejo y que además eso acabase con el gran amor que ellos se profesaran.
—Esto es un tanto rocambolesco —le confesó. Se esforzaba por mantener el hilo de su historia, pero era un tanto confusa.
—Eso mismo pensó ella. Y el destino, caprichoso, demostró que no es tan difícil de cambiar. Como te he contado, fui capaz de evitar mi nacimiento, pero no el de mi hermano menor, Pierre, que nació como un conejo y la historia se repitió. Pero a diferencia de lo que me sucedió a mí, mamá se quitó la vida cuando él apenas tenía dos años.
—Eso es terrible... —se horrorizó ella.
Antoine asintió con la cabeza.
—Me sentí responsable nuevamente de la muerte de mamá y además sabía que no podía dejar solo a Pierre. Así que me quedé, no volví a mi tiempo, me hice cargo de mi hermano y pasados once años soy un joven de veintidós años en el cuerpo de uno de veintiocho —explicó—. Perdí seis años de vida y todos aquellos recuerdos que había construido con la comunidad y con la abuela Tera. Me volví un extraño, al que nadie recordaba conocer, con una historia triste. Tuve que volver a ganarme su confianza y hacerme cargo de un pequeño que apenas comprendía nada de lo que le decía.
De eso último, Maddison sabía un rato.
Su historia no solo le llegó al alma, sino que también le desgarró el corazón. La joven lo miró con tristeza, mientras una lágrima resbalaba por el mentón de Antoine.
Maddison alargó la mano para recogerla; Antoine la miró sorprendido y se sorbió la nariz.
—Siento que tuvieras que pasar por todo eso —le dijo tomándolo de las manos.
La joven nunca había sido muy dada al contacto físico, pero Antoine le inspiraba dulzura y sobreprotección. Eso no solo era a causa de la conexión que ambos habían establecido, prácticamente, desde la primera vez que intercambiaron una mirada, sino que también era por culpa del poder del conejo. Pero Antoine no se lo quiso revelar.
En cambio, tiró de Maddison y la envolvió con los brazos. Primero la joven se sintió sorprendida, pero pronto se acomodó en aquel improvisado abrazo y le permitió permanecer así durante un rato. Quería devolverle el favor: ser su hombro sobre el que llorar y ayudarle, como él había hecho días atrás, a dejar salir todas sus emociones. Aquellas, que tan hondo había guardado en su corazón.
—Ahora que lo sabes, estoy deseando que conozcas a mi hermano adolescente —rio.
—Yo también estoy deseando conocerle —sonrió ella.
Se quedaron de aquella forma: bajo la copa del árbol, resguardados del sol y del calor y abrazados en completo silencio. Estar así con él, a la joven, le parecía algo natural, tanto como cuando abrazaba al pequeño. El contacto no se le hacía incómodo; todo lo contrario. Tanto, que ni Antoine ni Maddison se dieron cuenta de que ya no estaban a solas.
No fue hasta que el rostro de Raven apareció de la nada. La primera reacción de Maddison fue la de dar un respingo, luego el corazón se le disparó y el estómago le dio un vuelco extraño. Bruscamente y con sorpresa, se apartó de Antoine a prisa y se levantó de un brinco. Allí, de pie, Raven la esperaba, con sus ojos azules penetrándole la mirada.
Antoine imitó a su amiga y se levantó. Saludó a Raven y cuando este apartó la mirada, Maddison aprovechó para parpadear hasta tres veces, por si acaso se trataba de un espejismo. «¿No se suponía que iba a volver, entrada la noche?», se preguntó nerviosa.
—Parece que no pierdes el tiempo, Antoine —le soltó Raven. Su tono de voz era grave, incluso acusador.
La joven se preguntó porque le hablaba de esa manera a su amigo y quiso preguntárselo. Pero por mucho que esperó, su mirada no volvió a hacer contacto con la suya. Los ojos de Raven seguían desviados a su compañero y la tensión se palpaba en el ambiente.
—De hacer amigos —aclaró con media sonrisa.
Aquello dejó aún más confusa a Maddison; a diferencia de Antoine, que miró a la joven de reojo mientras trataba de aguantarse las ganas de reír.
Segundos después, su amigo comentó que tenía cosas que hacer y pidió que lo disculparan. Antes de que Maddison pudiera ni siquiera despedirse de él, desapareció y los dejó a solas.
Cuando solo quedaban ellos y un incómodo silencio, la joven se atrevió a observarlo largo y tendido; Raven hizo lo mismo con ella.
Él seguía igual de guapo y fuerte que la última vez que lo había visto. Aunque de aquello no hiciera tantos días. Pero su barba estaba más larga y espesa, y el color de su piel había cambiado ligeramente a un tono más tostado; probablemente había estado expuesto al sol en su aventura. En sus brazos, ahora más bronceados, vislumbró el rojizo de la piel y aquello confirmó sus sospechas; Maddison se lo imaginó dando tumbos por toda Ethova, con la piel resplandeciente por el sudor y con las mangas arremangadas.
El tiempo pareció detenerse hasta que él tomó la iniciativa de hablar.
—Te has cortado el cabello —murmuró acortando la distancia entre ellos.
Raven alargó la mano para recoger uno de sus mechones y se lo colocó detrás de la oreja. Ese solo contacto logró que se le erizara la piel a la joven. Sin verlo venir, se encontró allí parada, en una cercanía extraña, sin mover ni un solo músculo y sin apenas respirar; hasta que logró reaccionar.
—Estoy rara, lo sé —respondió avergonzada, apartándose.
—Estás guapa, pero no más rara que cuando me fui —sonrió él.
Sus mejillas se tiñeron de rojo y el calor llegó hasta sus orejas.
Lo había echado de menos.
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