Capítulo XIII: Crixross

Maddison se sentía flotar en un mar infinito. Era incapaz de hacer o decir nada; por muchas señales que le mandara a su cerebro, este parecía no responder. Era una sensación extraña, fría. Todo se sentía lejano; incluso sus emociones parecían apagadas.

—¿Cómo se te ocurre traerlos aquí? ¡La estarán buscando! —escuchó a lo lejos—. ¡Pensaba que eras más inteligente!

La voz de un hombre se había colado por sus oídos, pero no la reconocía; tampoco tenía fuerzas para abrir los ojos.

Una fuerza desconocida apresaba su cuerpo y pronto lo sintió mucho más pesado, abatido y desconectado. Todas sus articulaciones estaban apagadas; volvió a intentar moverse, pero no notó el más mínimo aspaviento.

—¡Los que la buscaban están muertos! ¡No podrán llegar a nosotros! —oyó replicar a Raven—. ¿De verdad crees que soy tan idiota?

Su voz hizo que su corazón se encogiera; trató de llamarlo, pero no logró reproducir ningún sonido. Apenas pudo separar suavemente los labios.

—¿Y el niño? ¿Qué tienes que decir sobre ello?

—Sé que no es lo ideal, pero necesitaban mi ayuda. Ella no iba a dejar al pequeño.

Al escuchar cómo se referían a Nico, logró abrir los ojos. Pero pronto se dio cuenta de que todo daba vueltas.

Maddison parpadeó lentamente, desorientada; lo único que podía ver era un alto techo de madera, extraño y desconocido. Finalmente, no tuvo más remedio que volver a cerrar los ojos y tratar de relajarse.

—¿Has dicho que controla el fuego? —escuchó murmurar a una mujer—. Eso es algo imposible.

El silencio se impuso brevemente.

—Por favor —suplicó Raven.

Las voces empezaron a entremezclarse intensamente y la joven sintió como su alma empezaba a abandonar a su cuerpo. Poco a poco, su conciencia se apagó y volvió a perder el conocimiento.

—Ya hablaremos cuando vuelvas —fue lo último que escuchó decir.

Maddison frunció el ceño, molesta, al notar como los rayos del sol se colaban por algún recoveco. Aspiró pesadamente y movió los ojos dentro de las cuencas, aún cerrados. Instintivamente, los apretó con fuerza varias veces e incluso dejó escapar algún que otro gruñido mientras su mente seguía perdida, dando vueltas, en transición, entre el mundo de los sueños y el consciente.

—¿Cómo está, hoy, la paciente?

Esas palabras parecieron devolverla a la realidad; confundida y con el corazón acelerado, abrió los ojos rápidamente. Sorprendida, se vio rodeada de tres mujeres, en una habitación extraña, mientras parecían ajenas a que hubiera vuelto en sí.

Sus ojos aún pesaban y volvió a tomar aire, a la vez, que trataba de discernir en sí, seguía soñando.

—¿Esto es realmente necesario? —preguntó con claro fastidio una de ellas.

Era joven y hermosa; posiblemente tuviera la misma edad que Maddison. Cuando la miró, no pudo evitar pensar que era como mirar un ángel.

La desconocida tenía el cabello completamente blanco; le caía, lacio, por la espalda. Su piel parecía pura porcelana y sus ojos verdes parecían dos esmeraldas. «Nunca he visto a ninguna mujer tan hermosa. Ni siquiera proveniente de la capital», pensó para sus adentros. A pesar de que se encontraba recostada, podía intuir que era muy alta, además de ser esbelta.

—Le prometimos a Raven que la ayudaríamos. Así que espabila, niña —le contestó la anciana a su lado.

Esta frunció el ceño y las arrugas aparecieron en su frente. Tenía el cabello negro, azabache, corto y ondulado; sus ojos eran igual de oscuros, rasgados y adornados con unas pestañas que parecían kilométricas. Era tan pálida como la joven a la que le estaba replicando.

«Raven me trajo a Crixross», recordó. Maddison se tomó la libertad de observar, brevemente y más relajada, su alrededor. Al girar, con algo de esfuerzo, el rostro, vio la luz entrando por una sencilla ventana de madera. Parecía estar dentro de una casa rústica o de una pequeña cabaña. Las paredes eran del mismo material, así como el techo y olía a flores y a plantas. Todo estaba ordenado y limpio.

Al mover la vista hasta el lugar donde se encontraba, se vio tendida a sí misma, encima de una pequeña cama, situada en medio de la estancia. No tardó en darse cuenta de que se encontraba desnuda y de que una simple sábana blanca le cubría el cuerpo. «¿Por qué estoy desnuda?», se preguntó incómoda.

Volvió a centrar la atención en las tres figuras que discutían, ajenas a su escrutinio, y se movían de un lado a otro de la habitación. Finalmente, sus ojos se encontraron con los de la mujer mayor y los entrecerró, confusa y desorientada, tratando de dar sentido a aquella escena.

—¡Vaya! ¡Pero si ya estás despierta! —se sorprendió.

Maddison se pasó la lengua entre los labios y los notó secos, al igual que la garganta. Incomodada por su desnudez y con el deseo de reunirse con Nico, la joven trató de reincorporarse para hablar; necesitaba aclarar su mente, centrarse y descubrir si realmente se encontraba en Crixross, donde estaba Nico y que había sido de Raven.

Pero solo consiguió levantar un poco la cabeza, en un desesperado intento de que su cuerpo la siguiera, cuando la tercera mujer, que se encontraba de espaldas, se percató de ello y se giró rápidamente para impedírselo.

—¡Ni se te ocurra levantarte! —prácticamente gruñó.

Maddison no pudo ni siquiera intentar quejarse. No podía hablar y mucho menos resistirse, pero el pulso se le disparó.

—Perdona a Clara, a veces es un poco bruta —se disculpó la anciana—. Tranquilízate, estás entre amigos —susurró mientras le acariciaba la mejilla.

Su contacto hizo que el corazón se le ralentizara de inmediato; pronto la paz la embriagó. La joven logró asentir con la cabeza mientras Clara, la mujer de tez oscura y trenzas en el cabello, la miraba con atención. Todo parecía indicar que la vigilaba, haciéndole entender que si se volvía a mover iba a meterse en problemas.

Maddison le devolvió la mirada extrañada, directamente reparando en el color violeta de sus ojos. «¿Me lo estoy imaginando?», no pudo evitar preguntarse.

Clara esbozó una sonrisa y a Maddison se le erizó la piel. Pero, aun así, seguía calmada; se sentía segura, aunque en su mente confusa, sentía aquel sentimiento como si fuera uno ajeno. Prácticamente, era como si le hubieran implantado.

—Mi nombre es Tera —se presentó con dulzura la mujer mayor.

Los ojos de Maddison se abrieron con sorpresa y entusiasmo, mientras rememoraba la divertida conservación que había mantenido con Raven, sobre ella.

Pero pronto desechó aquel pensamiento, al ver a Clara sujetar una jarra con agua. Maddison volvió a mirar a la anciana, suplicante, y a duras penas, tragó algo de saliva.

Tera pareció entenderla, aunque fuera incapaz de pronunciar palabra, y le ofreció un vaso de agua caliente. La joven sonrió aliviada.

La anciana la ayudó a beber del vaso, aunque era una tarea difícil hacerlo acostada, y un poco de líquido terminó derramándose por el colchón, pero le supo a gloria.

—Esta es Clara, como ya habrás escuchado —comentó la anciana—. La otra jovencita que tiene cara de pocos amigos es Arianne.

La aludida la miró por encima del hombro, con poco aprecio y mucho fastidio, y Maddison la contempló en silencio. Se quedaron así durante un breve periodo de tiempo, estudiándose. La joven no pudo evitar preguntarse cómo alguien tan hermoso, podía tener una personalidad tan desagradable.

Tras unos segundos de incómodo silencio, Arianne resopló con fuerza y desvió la mirada.

—No pienso ofrecerle ningún otro tratamiento —se dirigió directamente a Tera—. ¡Esta pelandrusca es capaz de querer seducir a Raven con algún oscuro plan secreto! Aunque con esa piel tan castigada, expuesta al sol, seca y agrietada, no debería preocuparme que mi querido Raven caiga bajo su hechizo.

Arianne hablaba de ella como si no estuviera presente. O más bien, poco le importaba. Maddison se sintió insultada, humillada y menospreciada. «Está claro que no puedo competir con ella. Pero no hace falta que saque a relucir mis defectos de esa manera», se ofendió.

Era consciente de que su piel no estaba cuidada; de hecho, jamás le había prestado atención. Aquello era un lujo que no se había podido permitir jamás.

La abuela rodó los ojos y cogió aire antes de responderle.

—¿Has terminado? —le preguntó con calma.

Arianne se cruzó de brazos y asintió con desgana.

—Entonces cúrale las cicatrices. No quiero que quede ni rastro de ellas —le ordenó—. Ya hablaremos después de tu conducta.

Aunque lo dijo sin alzar la voz y sin alterarse, la abuela dio miedo. Arianne siguió haciéndose la ofendida, pero no volvió a rechistar.

Cuando terminó de intimidarla con la mirada, la abuela Tera volvió a centrarse en ella.

—Arianne te va a curar las cicatrices; vamos a hacer que desaparezcan —la informó con voz dulce. Maddison agradeció el cambio de registro. Con mucha dificultad y con la ayuda de sus manos, le pidió que no le borrase la cicatriz de su abdomen. Se lo había prometido a sí misma.

Para su suerte, Tera pareció entenderla y se lo comunicó a Arianne.

A continuación, la susodicha posó sus manos por encima del cuerpo de la joven y cerró los ojos. Luz naranja emanó de sus palmas y le envolvió el cuerpo entero.  «Impresionante», pensó Maddison, al sentir la calidez de sus poderes. «Para nada va con su personalidad».

Mientras se sumía en sus pensamientos, Clara se unió a su compañero y extendió las manos de la misma manera. Pero antes de ponerse a trabajar, le informó a la joven que iba a ayudarla a sanar internamente.

Maddison no entendió muy bien a lo que se refería; se limitó a asentir con la cabeza y a observar cómo cada una trabajaba con las manos en su cuerpo. Las luces, naranja y violeta, parecían trabajar en perfecta sincronía.

—¿Nico? —preguntó, nada más recuperar el habla. Aunque se había tenido que esforzar en ello.

—Está jugando con los demás niños —le contestó Tera.

Maddison sonrió al imaginarse aquella bonita escena y una lágrima contenida le recorrió la mejilla. Jamás pensó que iba a ser posible escuchar esas palabras.

La joven deseaba verle y abrazarle, pero no dijo nada. Por el momento, estaba contenta de que estuviera haciendo cosas de niño. Iría en su busca en cuanto pudiera tenderse en pie.

—¿Raven? —volvió a preguntar en un murmullo.

La joven esperaba que estuviera a su lado, que no se apartara. «No debe estar muy lejos», reflexionó. Sentía la necesidad de darle las gracias por haberla llevado con Nico y por haberlos salvado.

La abuela Tera, nada más escuchar sus palabras, cerró los ojos con fuerza y e hizo una mueca; parecía esperar que una bomba estallara. Muy a su pesar, esta no se hizo esperar.

—¡Lo sabía! —exclamó Arianne mientras la señalaba con el dedo—. ¡Abuela Tera, averigua que cojones trama! Este desecho mágico va a arruinarnos la paz en Crixross.

Ella rodó los ojos y la tomó por la muñeca, hastiada.

—Arianne, ¿quieres dejar de decir tonterías? —le preguntó con seriedad—. Si ya has terminado, será mejor que te vayas a descansar y dejes de estorbar. Deberías aprender a ser más considerada con nuestros invitados —la riñó—. Además, no creo que a Raven le guste saber cómo has tratado a su amiga —le dijo duramente.

Ella se ofendió y gruñó en respuesta. Como si fuera un volcán a punto de erupción, el rojo tiñó su cara; cuando pareció estar a punto de explotar, se dio media vuelta y para sorpresa de todos, abandonó la habitación, tras dar un portazo.

—Yo también he terminado, abuela —anunció Clara.

—Gracias, querida —le sonrió ella.

Clara asintió con la cabeza y se despidió de Maddison antes de desaparecer por la misma puerta que la rubia.

Al quedarse a solas, la abuela Tera suspiró y se llevó una mano a la cabeza.

—Perdona a Arianne —se disculpó nuevamente—. Ella puede parecer complicada a veces. Y tiene una lengua viperina tremenda —sonrió—. Pero en el fondo es una buena muchacha que se aferra a un amor imposible.

Los ojos de ambas se encontraron; Maddison analizó sus palabras. «Un amor imposible...», pensó. No entendía, como podía Raven, no estar interesado en ella. Ese pensamiento revoloteó por su mente, haciéndola sentir extraña.

—Raven se desvió de sus obligaciones para traerte a Crixross —le explicó—. Pero ha tenido que volver para terminar su expedición.

Sus palabras le cayeron como un jarrón de agua fría. Se reincorporó con la ayuda de la abuela y se abrazó a la sabana que le cubría el cuerpo. No se lo esperaba, sin duda. Pero se sentía decepcionada.

—No ha sido fácil, para él, tener que volver y dejarte sola. Pero pronto estará de regreso —dijo la abuela. Parecía que acabara de leerle los pensamientos—. Él sabía que cuidaríamos de ti y del pequeño Nico.

Maddison asintió y trató de aferrarse a eso último.

—Gracias por haber cuidado de Nico —susurró agradecida—. Y ahora, de mí.

La abuela Tera sonrió y la tomó de las manos con dulzura. Era una mujer cálida, guapa y con unos ojos tan negros, que parecían poder hechizar a cualquiera que los contemplara. «Debió levantar muchas pasiones en su juventud», pensó Maddison, mientras la seguía observando con detenimiento.

—Supe nada más tocarte que no tenías malas intenciones, al menos, no con nadie de aquí —le susurró bajito—. Pero aún queda una prueba que tienes que superar.

La joven la miró confusa y ella no tardó en explicarse:

—El poder del cisne me da la habilidad de detectar e inspirar emociones, pero además de otros talentos poseo la capacidad de identificación mágica.

—¿Identificación mágica? —repitió en voz alta.

—Puedo saber de dónde proviene tu poder —dijo clavándole la mirada con intensidad.

Tera parecía tener la capacidad de estar leyendo, en aquel preciso instante, su alma. Maddison se asustó un poco. «¿Será capaz de saber, solo con mirarme o tocarme, todo el caos que he causado?», se preguntó a sí misma.

—Hasta hace unos días, ni siquiera sabía que tenía poder alguno —le confesó con tristeza, al recordar todo lo sucedido.

—Lo importante es que pronto lo averiguaremos, jovencita —trató de animarla.

Sus enigmáticas palabras hicieron que el corazón de Maddison le palpitara con fuerza. Si bien era cierto, que tenía mucha curiosidad por descubrir qué clase de poder era el que poseía, aún se encontraba en proceso de asimilarlo. Además, le asustaba conocer la verdad. «¿Y si mis poderes son malos? ¿Y si soy tan diferente a ellos, que finalmente, nos terminan echando a la calle?», se preocupó. «¿Tendré que renunciar a Nico, por su bien, y suplicar porque lo dejen quedarse?», se planteó, aterrorizada.

Existían tantas dudas en su mente, que pronto se sintió mareada. Raven le había contado que la gente de Crixross usaba poderes provenientes de los animales. También le había asegurado que no había nadie como ella.

—Así que Raven es un cuervo y tú eres un cisne... Esto es de locos —reflexionó—. Raven me habló de ti. Dijo que iba a ser divertido cuando nos conociéramos —recordó sus palabras.

—Sin duda ese muchacho sabe de lo que habla —rio escandalosamente—. Pero ya tendremos tiempo para ello, incluso de que puedas averiguar que poder tenemos cada uno. Ahora será mejor que te vistas. Yo traeré al pequeño para que os podáis reencontrar.

Tera se alejó de ella y de un armario, sacó dos prendas de ropa.

—De momento puedes usar esto. Esta noche quiero que conozcas a Leonidas —le informó—. Ya me encargaré de buscarte algo de ropa más adecuada.

La abuela le acercó una blusa blanca y unos pantalones que parecían de lino. Luego, le pasó unas sandalias para que no fuera por ahí descalza.

Maddison sonrió agradecida y Tera le informó que iba a buscar a Nico.

Cuando se quedó a solas, se maravilló sin pudor, al comprobar con el tacto de que, efectivamente, se trataba de lino; un material muy caro que solamente había visto en dos ocasiones. La joven acarició la tela y sonrió sorprendida. Era de color blanco, impoluto. Jamás había tenido una prenda sin agujeros o tan limpia, tampoco ninguna de un color tan claro. «Cuando me vea Nico va a alucinar», pensó divertida.

Primero se pasó la blusa por la cabeza, luego se subió los pantalones. Tuvo que tirar del cordón, que funcionaba a modo de cinturón, para estrechárselo alrededor de la cintura. Aun así, le quedaba un tanto holgada. Pero, aunque pareciera un saco de patatas, se encontraba encantada con la sensación del material, rozándole, con suavidad, la piel.

Cuanto estuvo lista, no pudo evitarlo y se adelantó al regreso de la abuela. Maddison decidió abrir la puerta, con el corazón acelerado, para salir a esperarlo; ansiaba con toda su alma volver a tener a Nico entre sus brazos.


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