Capítulo XI: Un baño y muchas dudas

Maddison se había separado de Nico. Aunque solamente había transcurrido un día y medio, desde su ausencia, seguía contando las horas y los minutos que les quedaba para volver a reunirse.

Había llorado, la primera noche, acurrucada junto al fuego. Raven había sido lo suficientemente empático para dejarle hacerlo sin perturbar la poca paz que encontraba en ello.

Pero con la salida del sol, se repuso; se aferró al caballo e insistió en cabalgar deprisa para adelantar camino.

Según le había contado Raven, en aquella zona sería prácticamente imposible encontrarse a la guardia negra o a cualquier ciudadano de a pie. Uno debía de estar muy loco para adentrarse en ella.

Sin lugar a duda, se trataba de una zona rural, tomada por la propia naturaleza; los animales vagaban por doquier, sin ser molestados por los humanos. Miraras donde miraras, podías encontrar rica flora y fauna. Era un lugar precioso: verde, con altos árboles y flores variopintas. Incluso el aire que se respiraba era mucho mejor; no había basura ni polución.

Que se considerara el sitio como zona peligrosa, también beneficiaba a los habitantes de Crixross: gozaban de protección frente a la guardia y, además, podían mantenerse ocultos del resto de Ethova, que básicamente los daba por muertos. «Pero eso, es otra historia», le había dicho él. Luego, prometió que le hablaría de ello, una vez llegaran a su destino y estuvieran completamente a salvo.

Maddison trató de insistir, en varias ocasiones, para que continuaran cabalgando. Pero Raven la convenció de lo contrario: los animales, y ellos mismos, necesitaban descansar. Lo cierto es que le dolían los muslos.

Decidieron hacerlo cerca de un arroyo. Era casi mediodía y todo indicaba que iban a tener que pasar la noche allí.

—Te prometo que mañana por la mañana, bien temprano, emprenderemos nuevamente el viaje y lo haremos descansados —le aseguró él.

La joven se sentía extraña, a solas con Raven. Se había acostumbrado a su compañía, era cierto, pero le faltaba la del pequeño. No podía evitar añorar sus risas y sus juegos, así como las preguntas incómodas que solía lanzar y la lógica mal aplicada de un niño de seis años. Nico era, sin duda alguna, la persona que procuraba que su mundo girara. Y ahora, parecía haberse detenido indefinidamente.

—Deberías aprovechar para tomar un baño —le sugirió su acompañante.

Hacía tanto tiempo que no se daba uno, que la muchacha tuvo que olerse con disimulo para comprobar que Raven estaba en lo cierto. Lo necesitaba urgentemente. No se había preocupado jamás por su aspecto físico, pero sí que había tratado de inculcarle al pequeño unos buenos hábitos higiénicos.

—Puede que tengas razón —murmuró en respuesta.

Sus mejillas se habían encendido por la vergüenza.

—A seiscientos metros hay un pequeño lago —le indicó él, ajeno a sus sentimientos.

—Estaré de vuelta en un santiamén.

Cuando se disponía a abandonar el lugar, Raven levantó una ceja y desató uno de los caballos. Aquello captó su atención.

—No pensarás ir sola, ¿no? —le espetó.

—¿Es que piensas acompañarme? —contraatacó ella.

El calor empezó a ser prácticamente agobiante; incluso tuvo que abanicarse con la mano. «¿Es que se ha vuelto loco?», pensó escandalizada.

—No voy a echar ningún vistazo, si es lo que te preocupa —le informó—. Pero no es seguro que vayas tu sola. Me quedaré cerca y de espaldas —prometió con gran seriedad.

Parecía que hablaba en serio, pero Maddison sopeso pasar de su propuesta y seguir con el olor a sudor pegado al cuerpo. Raven captó su incomodidad y le insistió en que no iba a mirar.

Inquieta y no muy confiada, Maddison terminó por coger el caballo y juntos, se dirigieron lentamente hasta llegar al lago que él había mencionado. Luego, amarraron los caballos cerca del agua y sin mediar palabra, Raven se sentó en una piedra de espaldas al lago. «Lo cierto, es que no creo que le genere curiosidad alguna», se convenció.

Maddison lo observó en silencio; repaso su espalda, sus hombros y su nuca. Su compañero llevaba el cabello tan corto, que se preguntó cómo sería pasar la mano por él; tenía una gran curiosidad por adivinar el tacto.

—¿Piensas meterte en el agua o esperas a que el sol marche para tomar un baño nocturno? —preguntó él, de repente, en tono divertido.

Ella dio un respingo y trató de alejar sus pensamientos.

—¿Es seguro meterse en el agua? —trató de excusarse.

—¿Al final quieres que eche un vistazo? —se burló.

—¡Ni hablar!

Raven rio antes de asegurarle que jamás dejaría que se metiera en el agua si podía haber alguna bestia al acecho. La verdad es que no lo vio ladear la cabeza ni siquiera un poco. Aun así, lo vigiló por el rabillo del ojo mientras se quitaba la ropa con cuidado. 

Primero, se desabrochó los pantalones y los hizo resbalar por sus piernas. Estas, a diferencia de su rostro o brazos, no habían sido expuestas al sol en todo el invierno, y estaban blancas y amoratadas.

Luego, tiró del borde de su jersey y con cuidado se lo sacó por la cabeza. Su hombro se había curado rápidamente, pero, aun así, parecía notar, de vez en cuando y como si fuera un fantasma, el escozor de la herida que le había dejado la garra del león de montaña. No sabía muy bien si su mejora se debía a que Raven había hecho algún tipo de magia o si era gracias al ungüento que le aplicaba. Pero solo le había quedado una cicatriz rojiza; poco a poco, esta se iría tornando blanquecina, al igual que la de su estómago.

Antes de hacer resbalar sus braguitas y de sacarse la camiseta interior de tirantes, se giró de nuevo para comprobar que Raven siguiera de espaldas. Al comprobar que su compañero no se había movido ni un centímetro, Maddison, se despojó de la poca ropa que le quedaba y se quedó desnuda. Se sintió tonta por pensar que él realmente tuviese algún deseo de verla.

Entró en el agua con lentitud, pues estaba un poco fresca. Cuando al fin tuvo el suficiente valor para sumergir su abdomen, un escalofrío le recorrió el cuerpo entero.

Cuando logró recuperarse, se aventuró a tirarse agua por encima de los pechos para ir aclimatando la parte del cuerpo que aún no se había atrevido a meter en el lago. Tenía los pezones duros, a causa del cambio de temperatura y sentía una extraña presión por debajo de su ombligo.

Una vez se metió entera, se deshizo el recogido del cabello y cayó alborotado. Entonces, se relajó. Se estaba tan a gusto, en aquella agua serena; solo se escuchaba el ruido de las hojas al moverse por la brisa. Encontró tal paz, que, por segundos, se olvidó de que no estaba sola. 

De repente, y sin previo aviso, uno de los caballos relinchó y ella se asustó tanto, que, tratando de ponerse de pie, resbaló y terminó sumergida completamente en el agua.

Salió nuevamente a la superficie, ahogando un grito y tratando de recuperar el aliento mientras escuchaba a Raven reírse.

—¿Qué ha pasado? —preguntó inquieta.

—Por lo que acabo de captar por el oído te has resbalado al escuchar uno de nuestros caballos mostrarse contento —se burló.

—¡No tiene gracia! —le espetó molesta.

Se giró para observarlo, aun de espaldas, y se vio tentada de salpicarlo con agua. Pero lo último que quería es que se lo tomase como una invitación para darse la vuelta, así que se contuvo.

—¿Qué edad tienes? —preguntó de repente.

Aquello la pilló por sorpresa; no entendía por qué le preguntaba aquello de repente.

—Creo que mi edad es irrelevante —le respondió aún molesta.

—Venga, solo es por curiosidad —insistió—. Además, si vamos a ser compañeros de viaje estaría bien conocernos mejor.

—Y dejar de ser dos desconocidos.

—Exacto, mocosa.

Raven citó las palabras de Nico y ella reprimió una sonrisa. No podía verle la cara, pero por el tono de su voz, pudo imaginárselo haciendo exactamente lo mismo.

Físicamente, Raven parecía más mayor que Maddison, pero la curiosidad también la atacó al recordar cómo le había dicho a Nico que de donde había sacado que fuera el mayor del grupo.

—Tengo diecinueve años, supuestamente —respondió—. Pero podría tener dos años más o dos años menos. Es solo una aproximación.

Maddison se encogió de hombros, aunque él no pudiera verla.

—Apostaría por veintiuno —apuntó.

—Cuando eres una huérfana y sobrevives en la calle, es difícil saber con exactitud la edad que tienes —le explicó.

Raven pareció necesitar un tiempo para reflexionar en sus palabras. La joven se preguntó cuan diferente debían de ser las cosas en su comunidad. De alguna manera, parecían vivir ajenos al día a día de un humano corriente.

—¿Entonces tampoco tienes un cumpleaños?

—La mayoría de pobres no lo tenemos —murmuró jugueteando con el agua.

—¡Eso no puede ser! —se sorprendió tanto que su reacción la hizo sobresaltar—. Tenemos que buscarte un cumpleaños.

—No necesito uno —le respondió—. ¿Y tú? ¿Qué edad tienes?

Trató de desviar la atención mientras se pasaba las manos por el cabello mojado y trataba de deshacer los enredos que había en él.

—¿No decías que la edad era irrelevante? —preguntó burlón.

—Tú mismo has dicho que deberíamos conocernos mejor.

Escuchó reír a Raven y se contagió. A pesar de que su voz era grave, sonaba agradable y profunda. «Tiene una risa bonita», pensó mientras se resistía a salir, tan pronto, del agua.

—Tengo veintiséis años.

Su respuesta no la sorprendió; su físico y sus rasgos denotaban que no era un adolescente. Involuntariamente, recordó cuando lo había visto sin camiseta y se sonrojó. Maddison tuvo que sumergirse de nuevo en el agua para refrescarse.

Cuando salió, se dio cuenta de que el sol empezaba a bajar y que faltaba poco para que empezara a esconderse. Así que decidió que ya era hora de salir del agua, a no ser que quisiera darle la razón a Raven sobre el baño nocturno. Sonrió al recordar su broma anterior.

—Voy a salir —anunció.

Raven levantó la mano y le mostró su pulgar arriba. Mientras se escurría el agua de pelo, localizó de nuevo su ropa. No sabía muy bien por qué, pero la breve conversación que habían mantenido sobre la abuela Tera se cruzó por su mente y se sintió curiosa. «¿Habrá hecho de casamentera con él?», se preguntó.

—¿Tienes hijos? —le preguntó mientras se ponía el jersey.

—¿Hijos? ¡Pregunta si tengo hijos! —lo escuchó exclamar asombrado—. ¿Y qué más? ¿Una mujer, tal vez?

—¿No la tienes? —río Maddison.

Para él parecía que acababa de formular una pregunta tonta. Pero Maddison reflexionó sobre ello: Raven tenía veintiséis años y era un hombre atractivo. «Sería completamente comprensible que estuviera casado a su edad y que además tuviera algún hijo», opinó. Además, lo había visto interactuar con Nico; si de algo no tenía dudas, era de que se le daban genial los críos.

—¿Y tú? —contraatacó.

Maddison lo miró de reojo mientras se abrochaba los pantalones; seguía con la mirada al frente. Se peinó el cabello con los dedos y luego, lo dejó caer sobre su espalda.

—Yo he preguntado primero —suspiró—. Pero no, nunca he querido casarme.

—¿Hay alguna razón especial? ¿No habría sido más seguro para ti y para Nico? —preguntó curioso.

Sus palabras la ofendieron. Cuando rodeó para afrontarlo cara a cara, él pareció sorprendido y la observó detenidamente mientras el agua le resbalaba por las puntas de su cabello. Maddison alzó una ceja.

—Nunca he necesitado a ningún hombre a mi lado. Puedo valerme por mí sola —le espetó de pie frente a él.

—No estaba insinuando lo contrario —trató de rectificar.

—Tranquilo —le dijo sarcástica—. Está claro que no tienes mujer y que tampoco sabes cómo tratar a una.

Vio media sonrisa dibujarse en su boca. Luego, se levantó burlón; la superaba en altura. Raven la miró divertido desde su posición privilegiada antes de responder.

—Me gustaría rebatir tu argumento, pero no me gusta desvelar secretos de alcoba.

Aquello provocó que la joven se sonrojara al instante; el calor incendiaba su cara. Se miraron unos segundos, en completo silencio, hasta que Maddison desvió la mirada y se apartó para ir nuevamente con los caballos. «¿Cómo puede tener tanta poca vergüenza de insinuar esas coas?», se escandalizó.

Estaba segura de que su cara estaba igual de roja que un tomate; hasta se planteó volver a tirarse al agua, a ver si se le pasaba la vergüenza con un buen chapuzón.

—¿Dónde vas? —le preguntó entre risas.

—¡No te acerques! —amenazó ella.

Tras aquello, se alejaron del lago para buscar un lugar más adecuado donde pasar la noche; sin duda, el lugar iba a quedar invadido por mosquitos en poco rato.

Volvieron a hacer lo mismo que llevaban haciendo cada noche desde que compartían camino: decidieron el lugar y encendieron un fuego.

Aunque era extraño hacerlo sin el pequeño, la joven también se sentía con la libertad de poder hablar.

—No conocí a mis padres —empezó a contarle—. Como ya sabes, soy huérfana.

Raven asintió mientras dejaba su comida a un lado para prestarle toda su atención.

—Lo que hace que me pregunte... ¿Eran ellos especiales? ¿Cómo tú?

—Al menos uno de ellos —respondió con calma—. Uno de ellos tenía que ser especial como yo. Como tú —añadió.

Maddison pensó en ello. Entonces otra pregunta apareció en su mente.

—¿Pueden, ellos, vivir en Crixross?

Lanzó su pregunta en un susurro. Raven negó con la cabeza y su respuesta le cayó como un jarrón de agua fría; había mantenido la esperanza tonta de encontrarlos algún día. Pero eran meras ilusiones.

—Jamás he conocido a nadie como tú, que controle un elemento —explicó—. Nosotros, mi comunidad, absorbemos la magia de los animales.

Lo había visto comunicarse con los cuervos y hacer uso del poder que ellos le habían entregado para salvarla. En su mente revivió como aquel ciento de plumas se habían clavado como cuchillos en la bestia felina y se estremeció. En cambio, ella, lo único que podía hacer era absorber las llamas.

—Entonces tú no puedes hacer lo mismo que yo —le dijo mientras miraba el fuego atentamente.

Raven negó nuevamente mientras seguía su mirada.

—Los poderes suelen ser la herencia de nuestros padres, si más no una mezcla de ellos.

—¿Y tus padres?

—Mi madre murió durante su último parto. Ni ella ni el bebé sobrevivieron —dijo con melancolía.

—Lo siento —susurró.

—Pero tengo dos hermanos menores varones y una hermana pequeña —sonrió—. Son un dolor en el culo, sobre todo para mi padre.

La joven sospechaba que, si se le daban tan bien los niños, era por eso mismo.

Raven habló brevemente de ellos, con cariño y diversión, y le contó el último par de travesuras que habían logrado llevar a cabo. A pesar de las penurias que habían pasado con el fallecimiento de su madre, parecían estar muy unidos. Tenían una bonita familia.

Pensó en lo que acababan de hablar y el corazón se le encogió: ella jamás podría tener esa clase de familiar para Nico. Ambos estaban solos y eran huérfanos. Pero viajar hasta Crixross parecía una buena oportunidad para ello. Deseaba encontrar la calidez de una comunidad para el pequeño.

Se preguntó que debía de estar haciendo Nico en aquellos mismos instantes; se lo quiso imaginar jugando y correteando con la hermana menor de Raven.

—Tengo que contarte algo —se armó de valor.

Él la miró con curiosidad y esperó pacientemente a que empezara a hablar.

—Cuando era pequeña y vivía a las afueras de la ciudad, una mujer pareció apiadarse de mí y quiso acogerme. O eso pensé yo —le confesó—. Pero era una niña ingenua en un mundo cruel; parecida a Nico, pero estando completamente sola —añadió—. Lo cierto es que aquella mujer no quiso ayudarme ni apiadarse de mí en ningún momento. Pues lo único que quería era venderme.

Pausó unos segundos para tomar aire y seguir reuniendo coraje; no le había contado jamás a nadie esa parte de su vida. Raven se mantuvo en silencio, dándole espacio.

—Cuando quise escapar... Cuando estaba a punto de escapar —rectificó—, ella me atrapó. Solo tenía que girar el pomo de la puerta con cuidado y en silencio, pero este terminó chirriando y la vieja me pilló.

—¿Y qué pasó entonces? —la animó a continuar en un susurro.

—Hubo una riña. Me cogió del brazo y tiró de mí. Yo seguía tratando de escapar y liberarme de su agarre, pero era pequeña y débil, además de que estaba bastante desnutrida —sonrió con tristeza—. Entonces me volvió a encerrar en una habitación sin luz ni ventilación. Estaba tan desesperada, agotada y muerta de miedo... Lloraba día y noche y ella no dejaba de gritarme para que me callase.

—Debió de ser muy duro para ti.

—Pero lo peor estaba por venir... Tras cansarse de mis lloriqueos, decidió que no valía la pena esperar un comprador y que mi vida no valía lo suficiente —explicó con un nudo en la garganta—. Así que vino y me llevó a rastras frente a la chimenea de su salón. Su idea era quemarme viva para que así ella pudiese hallar silencio y paz.

Vio a Raven tensar todos los músculos; incluso su mentón estaba apretado con dureza.

—Pero no lo logró —apuntó él.

—Todo pasó muy rápido y apenas lo recuerdo con exactitud... Pero ahora tengo una sospecha de ello. Cuando me tiró al fuego para lograr su cometido grité y todo lo que recuerdo es darme un buen golpe en la cabeza y cerrar los ojos con fuerza para que todo pasara rápidamente. Pero las llamas no me devoraron, no sentí dolor alguno —susurró—. Solamente volví a abrir los ojos cuando la escuché dejar de gritar. Me encontré con su cadáver carbonizado.

Maddison cerró los ojos, temerosa de su reacción. Pero cuando notó su mano acariciándole la mejilla, los volvió a abrir; Raven no la estaba juzgando. En sus ojos solo podía ver dolor, comprensión y empatía. Su semblante la conmovió. 

—Desde entonces trato de mantenerme alejada del fuego. Jamás he querido indagar en mi mente o buscarle una explicación a lo que viví. Desde ese instante lo único que me importó es que era libre y que tenía que sobrevivir a toda costa —añadió, dando por concluido su relato.

Él la contempló con ternura y luego la tomó de la mano. Fue un contacto inesperado.

—Ahora estás a salvo, magissa mnimí —le prometió con calidez—. Te protegeré con mi vida si es necesario.  


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top