Capítulo VII: Magissa Mnimí

Su voz sonó ronca, cálida y varonil. Pero, Maddison, se estremeció al recordar al capitán Krosm. Sus pies se movieron instintivamente hacia atrás y chocó con el pequeño Nico, que seguía a su espalda, aguardando temeroso.

—¿Y por qué nos has ayudado? —le preguntó sin querer creer en sus palabras.

La joven lo miró recelosa; desconfiaba de él, de sus motivos y de su posible implicación.

—Porque estabais en apuros —dijo sin más, encogiéndose de hombros.

No pareció dudar en pronunciar aquellas palabras; lo hizo con rapidez y naturalidad. Pero, aun así, para Maddison, no era una respuesta convincente. Todo el mundo se movía por sus propios intereses. Era parte de la supervivencia.

Por ello, siguió vigilándolo con cautela; observaba cada uno de sus movimientos y expresiones. Estaba lista para defenderse si era necesario. Así que, cuando entendió que su intención era la de seguir avanzando hacia ellos, levantó una mano con cierto temor y habló con determinación:

—¡No te acerques! —amenazó. Aunque la voz le temblaba.

Raven se pasó una mano por el cabello y luego se rascó el mentón. Los movimientos de sus manos la ponían nerviosa; algo, que él pareció captar enseguida. Así fue como las bajó nuevamente y las dejó colgando en su costado, antes de coger aire para seguir hablando:

—Nunca he conocido a nadie como tú —dijo señalándola. Ella no entendió a lo que se refería.

En sus palabras, la joven pudo notar un atisbo de emoción. Aunque, claramente, trataba de ser cauteloso con todo lo que salía de entre sus labios.

¿La había visto hacer aquello...? La sangre se le heló. Si la delataba, iba a terminar por morir en una pira.

—Soy explorador. Busco gente con dones especiales, entre otras cosas —trató de esclarecer.

—No sé de qué estás hablando —murmuró desviando la mirada. Se sentía avergonzada y luchaba por enterrarlo en lo más hondo de su corazón.

Entonces, la había visto.

Maddison sabía perfectamente de lo que hablaba. Pero no estaba preparada para enfrentarse a ello e intentar buscar una respuesta lógica a lo que sus manos habían hecho. De reojo, observó el cuerpo calcinado del soldado en el suelo y tragó saliva. «Ha sido un accidente extraño. No eres ninguna rarita», trató de convencerse a sí misma.

—Puedes negar tanto como quieras lo que eres, pero te has puesto una diana en la espalda. A ti y a todos nosotros —pronunció el joven con dureza.

Su registro había cambiado drásticamente, de amable a rudo. Maddison no supo qué contestar; no sabía de quienes hablaba. Dentro de su cabeza no existía respuesta alguna a como había absorbido y luego emergido fuego de sus propias manos. Ni esta, ni la vez anterior.

«Bruja», así la había llamado el capitán Krosm, con los ojos llenos de miedo y repugnancia. En el fondo de su ser, ella también estaba asustada de sí misma y por eso lo negaba una y otra vez.

—He ahuyentado momentáneamente a los soldados, pero no tardarán en volver a por vosotros —susurró, tratando de hacerla razonar—. Puedes confiar en mí o puedes quedarte para morir. Es tu decisión.

Aun de pie frente a ella, lo vio alargar una mano y extenderla en su dirección, como ofrecimiento.

La joven se quedó paralizada: trataba de escapar de sus propios pensamientos, que se arremolinaban dentro de su cabeza, como un torbellino de emociones confusas.

—No necesitamos ayuda —murmuró.

—No es lo que parece —le contestó él con dureza.

Ambos se penetraron con la mirada intensamente. No parecía haber motivos para desconfiar de él, pero la naturaleza de Maddison no le permitía bajar la guardia tan fácilmente.

—Te garantizo que en Crixross estaréis a salvo —trató de presionar.

—¿Crixross? —preguntó, sintiéndose más confusa que antes. Estaba segura de que debía de haberlo entendido mal.

Maddison arrugó el rostro; en sus diecinueve años, jamás había escuchado ese nombre. Por lo que, pensó que lo había pronunciado mal. Pero Raven ni siquiera pestañeó antes de asentir con la cabeza.

—Crixross —repitió.

Definitivamente, no lo había oído mal.

—¿Y qué es Crixross? ¿Una comunidad? —le espetó. Aunque la conversación entre ambos había calmado, un poco, la tensión del ambiente, Maddison seguía con los músculos duros como una piedra.

Raven pareció divertido ante su pregunta. Pero, tan pronto como la vio apretar los puños y torcer el gesto, su semblante volvió a cambiar, mostrándose confuso. El desconocido que los había salvado levantó una ceja y luego hizo chasquear su lengua.

—Me estás preguntando, de verdad, ¿qué es Crixross?

—¿De verdad crees que iba a saber qué cojones es Crixross? —respondió a la defensiva.

«¿Cómo diablos voy a saber nada de eso?», pensó para sus adentros. Raven parecía tan confuso, o incluso más, que ella.

Ambos se dedicaron a escudriñarse mutuamente, con cierta curiosidad. Sus ojos azules la estudiaron detenidamente mientras ella hacía lo mismo, tratando de descifrar que podría querer de ella.

—Entonces eres una magissa mnimí. No es habitual, pero ha habido casos... —murmuró al fin.

Parecía hablar más consigo mismo que con ella.

—¿Magissa qué? ¿Qué significa? —trató de averiguar.

—Crixross son las tierras más allá de las Montañas de Hosk; aún más lejos de lo que vosotros conocéis como la antigua Sinx —la interrumpió.

Su explicación logró hacer que se le olvidase todo lo demás y el alivio la invadió.

—Entonces Robert tenía razón...—murmuró en voz alta.

Crixross debían ser las tierras que Robert le había mencionado. Aquellas, de las que ni siquiera conocía el nombre, o de las que no tenía prueba alguna de su existencia, más que habladurías.

Maddison se giró suavemente hacia Nico y lo miró. Él le devolvió la mirada, confuso y asustado. Ya no tenían por qué seguir huyendo en busca de una cura; el pequeño se estaba recuperando, demostrando que jamás había estado infectado. La joven creía ciegamente que terminaría por recuperar la salud; no contemplaba la posibilidad de que recayera.

Pero no podía evitar preguntarse si era seguro volver a su hogar. Habían enfadado a la guardia negra, o al menos, a unos cuantos soldados suyos y a un capitán, que, además, había prometido terminar por quemarla cuando tuviera la oportunidad.

Nada más pensar en ello, se le erizó la piel.

—¿De verdad eres de fiar? —le preguntó a Raven, sin miedo alguno de ofenderlo. Él reaccionó con sorpresa.

—¿Si no fuese así, te lo diría? —dijo al tiempo que levantaba una ceja.

—Supongo que tienes razón.

Volvió a mover los pies para caminar lentamente y con cautela hacia ella. Pero, esta vez, Maddison no hizo ademán de detenerlo o de advertirle para que no lo hiciera.

—Has enfadado a gente poderosa, aunque aún no lo sepas —dijo al llegar a su altura—. Pronto se correrá la voz. Si quieres evitar que el pequeño sea perseguido el resto de su vida, vendréis conmigo, a un lugar seguro.

A la joven le impactaron sus palabras; en el fondo, sabía que tenía razón. Aun así, se tomó unos momentos para pensar en ello largo y tendido, mientas él la observaba, impasible, mientras esperaba una respuesta.

Durante cuatro años, Maddison, se había asegurado de que Nico siguiera vivo, feliz y protegido del mundo cruel y devastador que arrollaba día a día a los más desfavorecidos. Y de la misma manera, tras ese tiempo, había terminado por ser la razón por la que el pequeño había terminado enfermando, asustado y en peligro.

«Cuatro años podían parecer poco tiempo. Pero, cuando no sabes si podrás llevarte algo de comer a la boca, al día siguiente te ves obligado a vivir el día a día como si fuese el último, esforzando cada parte de tu ser para salir a delante y no quedarte atrás, como tantos hicieron», reflexionó.

En su caso, también estaban llenos de pequeñas alegrías, de momentos de ternura y de una complicidad interminable.

Maddison solo había necesitado un segundo, una mirada y tenerlo entre sus brazos, para quererle como jamás hubiera podido imaginar que podría querer a alguien.

El recuerdo de su pequeño cuerpo descansando en su pecho, mucho más ligero que ahora, la hizo estremecer.

Recordaba su cabello rizado y su cara regordeta, así como sus largas pestañas rozándole las mejillas. Él, era su familia, todo lo que le importaba. Lo que jamás había tenido.

Por su mejilla resbaló una pequeña lágrima. Rápidamente, se la limpió con el dorso de la mano. Tenía la esperanza que ninguno de los dos la hubiera visto. Y así lo creyó, al observar brevemente a Nico, que no podía evitar vigilar de cerca a la persona que los había salvado de su destino.

Se sintió relajada hasta que miró a Raven; entendió que el desconocido sí que había captado su momento de debilidad, y por ello, sus mejillas se tiñeron de rojo.

—No tienes por qué confiar en mí, sé que tiene que ser una decisión difícil —dijo frunciendo el ceño—. Pero tienes que tomar una decisión ya.

—Ya la he tomado —dijo ella, sin querer darle más vueltas al asunto—. Vamos a venir contigo.

Ella deseaba no equivocarse: no nuevamente. Raven pareció satisfecho con sus palabras y esbozó una bonita sonrisa mientras terminaba de acortar la distancia que los separaba, para volver a tenderle la mano.

—Raven —repitió su nombre.

Entonces ella cayó en cuenta: no le había contado como se llamaban. A pesar de ello, los había salvado.

Con la decisión tomada de irse con él, el ambiente parecía haberse calmado un poco. Aunque no iba a relajarse totalmente; Maddison sabía que debía procurar que Nico estuviese a salvo.

—Maddison —se presentó ella, apretándole la mano suavemente.

Él le correspondió el gesto con firmeza, provocando que se ruborizara nuevamente. Jamás había tocado unas manos tan grandes y fuertes como las suyas. Trató, de hecho, de remontarse en su memoria y se dio cuenta de que no había tocado jamás a un hombre que no pudiera considerar de la edad, que debería tener, un padre o un abuelo.

Maddison desvió la mirada, aturdida, por culpa de sus pensamientos. Luego, se desprendió de su agarre como si su solo contacto quemase. Y entonces, volvió a recordar lo sucedido con el soldado y se sintió incómoda, a pocos metros de su cuerpo devorado por las llamas.

—Este es Nico —trató de distraerse.

Pero el pequeño no parecía tan dispuesto como ella; ni siquiera quiso salir de su escondite a saludar.

Aun a sus espaldas y con el rostro enterrado en su espalda, lo oyó murmurar, algo incomprensible. Por ello, la joven se giró.

—Está bien, démosle las gracias. Nos ha salvado —intentó explicarle.

Nico negó con la cabeza y Maddison le apretó el brazo con suavidad. Entendía que no se fiara de él; al fin y al cabo, actuaba tal y como le había enseñado la joven.

—Recuerda que a pesar de no tener dinero tenemos que ser educados —le susurró—. Ahora, deja de esconderte y saluda.

Lo dijo completamente seria. A pesar de su reticencia, finalmente, Nico la obedeció y asomó la cabeza tras de ella. Pudo ver, por el rabillo del ojo, como desafiaba a Raven con la mirada. Así, que le dio un empujoncito para que terminara de salir.

El pequeño lo hizo con los labios apretados y cabizbajo. La joven, no podía negar que una parte de ella se sentía un poco orgullosa con el carácter tan fuerte y definido que había esbozado a su corta edad.

—Hola —se limitó a decir.

Raven, notando que el pequeño era un perfecto coctel entre timidez y desafío, apoyó una rodilla en el suelo y se quedó a su altura.

—Encantado, Nico. Espero que seamos grandes amigos —le dijo con una sonrisa pícara.

Él hizo lo mismo: le sonrío de forma traviesa. Pero no pasó mucho tiempo hasta que su pequeña victoria se desvaneció y Nico le sacó la lengua, para luego volver a esconderse a espaldas de Maddison. Pese a ello, la obstinación de Nico pareció divertirle y la joven lo vio tratando de no estallar en carcajadas.

Tras las presentaciones iniciales y de decidir dejar una parte de su destino en manos de un extraño, pusieron rumbo hacia Sinful Amazons para bordear Pana desde el exterior, tal y como había establecido, la joven, en su mente, desde el principio.

A pesar de hacer el camino, acompañada, sus planes no habían cambiado; eso le daba un poco de paz mental, pues demostraba que no estaba tan equivocada como pensaba. Seguía siendo la mejor opción para evitar guardias, sobre todo, ahora que, gracias a sus acciones, lo más probable es que ya debían de haber dado la señal de alarma.

—Solo espero que esto no sea una chispa que termine incendiando el mundo entero —murmuró Raven.

Habían parado para descansar al caer la noche y decidieron acampar en pleno bosque, no sin antes encender un pequeño fuego, que mantenía a Maddison hipnotizada con sus llamas. Raven la había ayudado a limpiar su herida, que, finalmente, había resultado meramente superficial. Tímidamente, la joven se había levantado el jersey para permitir que su nuevo compañero la examinara.

Suavemente, Raven la limpió y la vendó con un trozo de tela que rasgó de su propia camiseta. Posiblemente, nunca había pasado tanta vergüenza.

Sus dedos habían bailado sobre su estómago; ella, había dado algún que otro respingo por su contacto y cercanía. No podía dejar de pensar en ello. Conforme pasaban las horas, más humano lo veía y más cómoda se sentía en su compañía. Aun así, se recordaba a sí misma que debía vigilarlo de cerca.

Maddison, sacudió la cabeza tratando de librarse de sus propios pensamientos.

Después de ello, había llegado la hora de intentar dormir y descansar; al menos, brevemente. Poco menos de un día los separaba de adentrarse en Sinful Amazons. Según Raven, necesitarían toda la energía intacta. La selva era peligrosa, pero no había otra opción; peor sería encontrarse con la guardia negra.

Él, se había ofrecido a montar guardia y no había aceptado una negativa como respuesta. De hecho, había terminado subiendo, dios sabe cómo, a la rama más baja de un árbol; se había quedado allí, sentado, mirando las estrellas. Como si de alguna manera la altitud pudiese calmarle el alma y como si realmente esa pose pudiese ser cómoda para cualquier persona. Así que poco había podido hacer Maddison.

Nico, descansaba dormido en su regazo mientras ella lo hacía apoyada en la base de ese mismo árbol; tratando de apreciar la belleza y la calma del silencio de la noche. No sabía cuánto tiempo duraría y mantuvo su cuchillo cerca.

—¿Cómo es aquel lugar? —le preguntó a su acompañante, rompiendo el silencio.

No podía dejar de pensar en lo sucedido y cada vez que lo hacía, el corazón le daba un vuelco. Lo último que le apetecía era imaginar todo lo que le haría el capitán si lograba capturarla.

—¿Crixross? —dudó.

Maddison se limitó a asentir con la cabeza y escuchó atentamente.

—Es un santuario para marginados, fugitivos y raritos —sonrió—. Y prófugos.

Allí, a la luz de las estrellas y hablando de su hogar, a Raven se le iluminaron los ojos. La joven se preguntó, entonces, si era cierto lo que se decía, de que la gente con los ojos claros tenía problemas con la luz solar. Cierto es, que había conocido a unos pocos, ya que no era un color habitual en gente de su clase.

—¿Gente tan diferente convive ahí? —dijo, incapaz de ocultar su curiosidad.

Al formular su pregunta, Nico se removió inquieto; le hizo un gesto con la mano a Raven para que aguardase silencio hasta asegurarse de que seguía dormido. Esperó, y tras unos minutos, escuchando con total concentración, su respiración, le indicó con la cabeza que respondiera su pregunta.

—Solo hay una clase de gente ahí —respondió, clavándole la mirada—. Los marginados, los fugitivos y los raritos; son gente como tú y como yo.

—No entiendo que quieres... —trató de refutar ella.

—Todos somos hijos de prófugos, incluida tú, magissa mnimí.


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