Capítulo IX: Las plumas del cuervo

Durante todo el día, habían andado en dirección a la frontera con las Montañas de Hosk y le dolían los pies a rabiar. Tenían dos caballos, tan agotados, que habían acordado tirar de ellos para no sobrecargarlos.

La tormenta no había durado mucho y para cuando había amanecido, solo quedaba el rocío. El sol brillaba en lo alto del cielo y el calor había sido, incluso, bochornoso. Tanto, que incluso le sudaban los pies, enfundados en unas botas que al final le habían hecho llaga. De ahí venían, principalmente, todos sus males.

Maddison no podía dejar de maldecir los cambios de tiempo, tan inestables como de costumbre, de toda Ethova; incluso había terminado por arrancarse la manga que aún conservaba. Bueno, más bien lo había hecho Raven: la había ayudado a deshacerse de esta de un simple tirón. Desconocía cuanta fuerza podía tener en las manos, pero había quedado impresionada y se había dado cuenta de que, efectivamente, parecían robustas.

Al caer la noche, habían esperado pacientemente para asegurarse de que no había guardias cerca de la muralla y de que podían saltarla sin ningún problema.

Era cierto que estaban dentro del territorio de Sinful Amazons, y que, si hubieran tratado de cruzar por Pana, hubiera sido una tarea prácticamente imposible por todos los guardias aposentados en sus entradas y salidas. Pero que trataran de cruzar la parte que conectaba con Sinful Amazons, territorio un tanto salvaje y poco habitable, no significaba que estuviese exento completamente de vigilancia. Por ello, les iba a ser imposible lograr pasar con los caballos.

Maddison se enfadó al pensar que finalmente deberían dejarlos allí; ya había perdido a Black y ahora iba a tener que abandonar a esos dos ejemplares. Pero Raven le aseguró que tenía un plan y que debía confiar en él. Según decía, iba a apañárselas para cruzar a los animales.

La joven rio al pensar que se trataba de una broma, pero el rostro de su acompañante era serio. Lo decía de verdad.

Para la primera parte de su plan, parecía que el destino se estaba poniendo de su lado; los guardias que debían proteger aquel tramo habían dejado claro que la vigilancia no era lo suyo. Tras realizar el cambio de turno, se habían sentado a beber y a jugar a los dados, hasta terminar emborrachándose e incluso llegando a dormirse. «O quizás se han quedado inconscientes», pensó ella. Tampoco es que tuviera curiosidad por averiguarlo. «Si estos irresponsables son los que deben proteger el territorio de posibles asaltos o ataques de animales, estamos apañados», no pudo evitar opinar.

Pero, por otra parte, se alegraba de ello; gracias a que aquel par se habían quedado fuera de juego, pudieron trepar por la pared de piedra y saltar hasta el otro lado sin mucho problema. Al menos, en el sentido físico; Nico no había estado muy de acuerdo de tener que subirse a espaldas de Raven y terminó enfurruñado mientras este trataba de explicarle que Maddison no podía cargar con él mientras escalaba. Hubiera sido una tarea más difícil y peligrosa.

—¡Quiero ir con Maddie! —se había quejado.

—No seas malcriado y súbete —había insistido Raven.

Nico solía ser muy simpático, amable y sin duda, tenía buen corazón. Pero también era desconfiado; la joven temía ser la culpable de ello. Antaño, se había obcecado tanto en que el pequeño estuviese a salvo cuando no podía estar con él, que no se había dado cuenta, hasta ese momento, de que la sensación que le transmitía era, probablemente, la de que no estaba seguro y de que debía mantenerse alerta en todo momento.

A pesar de que, poco a poco, parecía haber conectado con Raven, lo cierto era que una parte de él aún lo veía como un posible peligro. Maddison no podía culparle; ella se sentía así, todo el tiempo.

A veces lo miraba de reojo y lo estudiaba con detalle. Entonces, se daba cuenta de que no sabía nada de él. Lo examinaba con detenimiento e intentaba ver su alma a través de sus ojos azules, que parecían ocultar secretos y acertijos. Le resultaba un misterioso desconocido.

Otras, mientras hablaban o viendo como interactuaba con el pequeño, le parecía alguien familiar; era como si se conocieron de toda la vida.

La naturalidad con la que la trataba hacía que lo apreciara; lo sentía cercano. Pero lo cierto era que solamente se conocían de hacía cinco días.

Maddison no dejaba de preguntarse si era posible conectar con alguien, de esa forma, a pesar de conocerlo desde hacía tan poco tiempo. Atribuía su complicidad a que les había salvado la vida. Desde entonces habían estado pegados, los tres, conviviendo prácticamente a la intemperie y sin poder contar con ninguna otra persona.

«El roce hace el cariño», le había dicho Robert una vez. Sin duda, lo añoraba. «Quién me lo iba a decir...», solía pensar, divertida. En aquellos tiempos, todo era más fácil para ellos. Simplemente, tenía que centrarse en cumplir con sus encargos e ir a cobrar la recompensa una vez finalizados.

Por suerte, habían logrado convencer, mano a mano, a Nico para que fuera con Raven; casi en un abrir y cerrar de ojos habían aterrizado en el territorio de las Montañas de Hosk.

En un momento dado, Raven desapareció nuevamente por la muralla; le pidió que aguardase a su regreso y prometió que no iba a tardar mucho.

Un rato después, Maddison escuchó un ruido cercano y tras pensar, en primera instancia, de que se trataba de algún animal salvaje, el corazón se le disparó. Sintió una alegría inmensa, al comprobar de que se trataba de Raven; este apareció con los dos caballos, así como había prometido.

—¿Cómo lo has conseguido? —susurró sorprendida.

Acarició a los dos ejemplares, contenta de no tener que dejarles atrás. Raven había cumplido su promesa, aunque no tenía ni la menor idea de cómo.

—Un mago no revela sus trucos —le guiñó el ojo.

Por mucho que le insistió, Raven no soltó prenda de cómo había logrado aquella hazaña. Sus secretos y el modo en el que la dejaba fuera de ellos le producían malestar. Aunque no podía quejarse con el resultado.

Finalmente, tras caminar un rato, pudieron encontrar una zona lo suficientemente segura como para acampar y pasar la noche.

—Este lugar, es lo suficientemente llano y alto para captar si viene alguien o algo. Tendremos tiempo para movilizarnos —comentó Raven. Maddison estuvo de acuerdo con él.

Tras recoger material para la hoguera, se pusieron a prepararlo para encender un fuego y ahuyentar a posibles depredadores. Mientras estaban concentrados en la tarea, Maddison escuchó un cuervo a lo lejos; no pudo evitar dar un respingo.

—¿Otra vez? —pensé en voz alta.

A lo largo de su camino, no habían dejado de toparse con esos animales en cada recoveco.

Para su sorpresa, Raven levantó la vista, curioso, y luego emitió un sonido; era muy similar al graznido de un cuervo. Luego, se escuchó una respuesta; era prácticamente como si se estuvieran comunicando.

—Pareces uno de ellos —bromeó ella.

—Es uno de mis muchos poderes —sonrió.

—Dirás que es una de tus muchas habilidades —trató de rectificarlo.

Pensó que quizás la confusión se debía a que Raven venía de una tierra lejana. Quizás podían existir variaciones en el idioma. «O quizás, simplemente, se trata de una mala traducción», reflexionó.

De hecho, le había escuchado pronunciar palabras que, o bien, pertenecían a otro idioma antiguo, o se las había inventado.

—Sé cómo expresarme, magissa mnimí—se mostró molesto.

«Y ahí está de nuevo, con ese magi no sé qué mimí en la boca. ¿Cuándo va a empezar a explicarse cada vez que dice cosas raras? ¿O tendré que aprender el idioma por la fuerza?», pensó Maddison, molesta.

—¿Vas a decirme, de una vez por todas, qué cojones significa? —le preguntó a la defensiva.

Él sonrió y se secó el sudor de la frente.

—No estás preparada. Y es divertido ver como frunces el ceño.

Raven le guiñó un ojo; Maddison le arrojó un trozo de madera que había recogido para encender el fuego.

—Además, no sabía que las damas podían usar ese tipo de lenguaje —siguió riendo.

Entonces, la joven, lo miró con una ceja alzada; volvió a arrojarle un trozo de madera y él se cubrió de sus ataques.

—La verdad es que no conozco a ninguna —dijo sarcástica.

Eso, solo animó más a Raven para que se burlase de ella; en el fondo, aunque estuviera fingiendo que estaba enfadada, también se lo pasaba bien. 

Se quedaron un rato en silencio, disfrutando simplemente de su compañía y del silencio del bosque. De vez en cuanto, se escuchaba algún grillo o algún aleteo, pero todo lo demás, quedaba completamente acallado.

Maddison observó largo y tendido el fuego; se sentía dubitativa, pensando en si debía compartir sus temores con Raven.

Abrió la boca una y otra vez, pero no logró articular palabra alguna. Era consciente de que Raven ya había sido lo suficientemente generoso en salvarles la vida; había cambiado sus destinos lanzando aquellas flechas, luego los había acogido. No podía hacerle cargar con nada más. No lo sentía justo. Entonces, sacudió la cabeza tratando de alejar las preocupaciones y los malos pensamientos que le rondaban la mente.

—¿Por qué haces esto? —le preguntó de sopetón.

—¿Hacer el qué?

Raven se mostró confuso con su repentina pregunta.

—Ayudarnos. Somos dos desconocidos.

Él se encogió de hombros y siguió avivando el fuego; solo se escuchaban sus respiraciones, el fuego devorando la madera y la brisa suave moviendo las hojas de los árboles. Era una noche tranquila y la luna brillaba en lo alto del cielo, junto con las estrellas.

—Es mi trabajo —dijo al fin—. Soy un cuervo y eso significa que debo detectar amenazas y vigilar, pero también buscar.

—A gente como yo —terminó la frase por él.

—A gente como tú —repitió él asintiendo.

—No sé qué significa eso —sonrió amargamente.

De repente, el viento cambió drásticamente. Maddison alzó la vista al cielo, buscando el origen de aquel suceso. Si hacía un momento, este, estaba repleto de estrellas, ahora estaba teñido de nubes.

La joven frunció el ceño e hizo una mueca. «¿Se trata de otra zona cambiante? ¿Existe un microclima en estas tierras?», se preguntó a sí misma. La verdad era que no tenía ni siquiera una idea aproximada de cuál podía ser la respuesta sobre alguna de sus inquietudes; jamás había estado en aquella zona.

Por la cara de su acompañante, pudo sobreentender que aquello no era normal; a diferencia de ella, él había atravesado aquellas montañas de forma recurrente.

—Esto no es lo habitual, ¿verdad? —quiso confirmar.

Raven negó con la cabeza y al mismo tiempo se escuchó una especie de gruñido que hizo que diese un repullo.

—¿¡Qué ha sido eso!? —preguntó—. ¿Otro cuervo?

Raven se puso de pie inmediatamente y vio cómo se le tensaban todos los músculos.

—Los cuervos no hacen ese ruido —murmuró.

Él estaba alerta y ese sentimiento se le contagió. Pensó en Nico de forma automática; dormía a pocos metros de ellos. Al girar la cabeza, lo vio descansando, ajeno a todo aquello. Cuando volvió la vista hasta Raven, lo vio tratando de agudizar la vista.

—¿Ves algo? —le preguntó asustada.

Él torció el gesto y ladeó la cabeza.

—Corre.

Su voz sonó ronca; más como una orden que como una recomendación.

No tuvo que volver a repetírselo: Maddison salió a toda prisa en dirección a Nico, mientras no muy lejos, se volvía a escuchar el mismo gruñido.

Prácticamente derrapó. Por ello, el pequeño se sobresaltó y aún medio dormido, se incorporó mientras la joven lo envolvía con los brazos. Tenían que ponerse a salvo, aunque desconociera el peligro. Lo único que sabía es que se trataba de alguna especie de bestia. Fuera lo que fuera, no sonaba como un humano.

—Nico, tenemos que irnos.

Él la miró confuso y ella tuvo que tirar de su ropa para ponerle en pie.

—¿Dónde vamos? —preguntó—. ¿Y Raven?

—Raven va a estar bien —le contestó mientras analizaba sus opciones.

No dudó en cogerlo en brazos y volvió a echar a correr campo a través. Maddison no tenía ni la menos idea de hacia donde debía ir, pero todo lo que se le había ocurrido era que debían alejarse de aquel lugar y de la posible amenaza que los acechaba.

Con Nico entre sus brazos, corrió todo lo deprisa que sus piernas le permitieron. Cuanto más se alejaban, más árboles y maleza atravesaban. A distancia, allá donde habían dejado a Raven, se escuchaban gruñidos y el sonido de las flechas volar; se estaba gestando una batalla.

Por un lado, se sentía culpable por haber tenido que huir así y de no poder quedarse a ayudarle. Aunque dudaba que sirviera de algo. Seguramente solo lo entorpeciera.

Por otro lado, lo más importante era poner a salvo a Nico. La joven decidió centrarse en ello.

En medio de la oscuridad, siguió corriendo sin rumbo fijo y solo paró cuando creyó que verdaderamente estaban a salvo. Pero todo fue un error.

Al bajar al pequeño al suelo para descansar los músculos y tratar de orientarse, se escuchó un extraño ruido. De la nada y sin previo aviso, más que el zarandeo de algunas hojas, una especie de felino, de pelaje color tierra, corto y áspero, salió al sendero en el que habían parado y les enseñó los dientes afilados; jamás había visto un animal como ese. 

Nico gritó; ella se sobresaltó de tal manera que temió caerse de bruces al suelo por el susto. A penas tuvo tiempo de recoger una piedra del suelo y la apretó con la mano.

—Detrás de mí —le susurró a Nico con la voz entrecortada.

El corazón le palpitaba incluso en el oído mientras le clavaba la mirada al animal. Este la observaba como si estuviera hipnotizado, amenazante y con claro desafío.

El sudor empezó a caer por su frente y siguió observando todos sus movimientos, tratando de controlar su respiración. Maddison podía notar el temblor del pequeño a su espalda.

Jamás había sido creyente, pero en ese instante, si hubiera sabido alguna oración, no hubiera parado de rezar a un poder superior para que los salvara de las fauces afiladas de aquel extraño animal; parecía un gato, pero debía medir algo más de un metro y era musculoso.

Tras estudiarla largo y tendido, la bestia volvió a enseñarle los dientes. Fue entonces, cuando decidió que Nico debía salir de ahí con urgencia.

—Le entretendré, cuando te diga, corre —se armó de valor.

Le dio un apretón en la mano para que no contestara; no quería que replicara. Necesitaba que le hiciera caso.

Entonces lo vio claro: el felino arrugó el rostro y volvió a emitir un gruñido. Casi a la vez que balanceaba su cuerpo hacia atrás, lo vio cargar todo su peso en sus patas traseras.

—¡Ahora! —gritó.

Empujó a Nico y se agachó para recoger tierra del suelo. Cuando el felino saltó hacia ella, se la tiró a los ojos y saltó a un lado, tratando de que sus garras no la alcanzaran. 

Lo despistó lo suficiente para lograr reponerse y levantarse nuevamente del suelo. Luego, le arrojó la piedra que conservaba mientras observaba a Nico correr; tras asegurarse de que el pequeño tomaba una dirección, ella hizo lo mismo en la opuesta. Se aferró a la esperanza de que la bestia la siguiera y se olvidara del pequeño.

Por suerte, si así podía decirse, este no se lo pensó dos veces y echó a correr tras de ella. Sus piernas se sincronizaron con la velocidad a la que le iba el corazón y logró alejarse unos metros antes de que su torpeza volviera a interceptarse en su camino; resbaló con una piedra y cayó de cara al rasposo suelo. «Esto solo acelerará el final», pensó para sus adentros; la bestia corría a una velocidad muy superior a la suya, por lo que, tarde o temprano, la habría alcanzado.

—Joder —gruñó impotente.

La rodilla le estaba sangrando y trató de levantarse, pero no fue una buena idea; se mareó casi al instante y volvió a dejarse caer mientras trataba de quitarse el cabello empapado de sudor del rostro.

Al girarse, la bestia ya estaba en su radio y esperaba, alerta, para saltarle encima y devorarla.

Gracias al graznido de un cuervo, que pareció despistar momentáneamente a aquel animal, pudo girarse y enfrentarle de cara.

Solamente esperaba que fuera algo rápido; lo suficiente para no sentir demasiado dolor. O si, de lo contrario, estaba destinada a sufrir una muerte lenta y dolorosa, que por lo menos perdiese la conciencia para sentir lo mínimo.

El final estaba cerca; de hecho, estaba en sus propias narices, reencarnado en un animal que parecía un gato gigante. Pero sin duda, no tan amigable como uno. Iba a ser devorada por un animal del que ni siquiera conocía la existencia o el nombre. 

Entonces lo vio saltar una última vez; Maddison cerró los ojos con fuerza. Quiso aferrarse a la imagen de Nico, con las mejillas rosadas, la piel suave y sus manitas acariciándole el rostro. Solo esperaba que Raven no tuviera problemas en encargarse de él, mantenerlo a salvo y cuidarlo. Que lo ayudara, que pudiera envejecer y encontrara una buena mujer con la que tener hijos y una larga y feliz vida.

Estaba preparada para morir; al menos, lo estaba más que la otra vez, a punto de ser achicharrada en la hoguera. Iba a partir de aquel mundo con el alma en calma. Porque esta vez, Nico no iba a quedarse solo.

Pero aquel momento no pareció llegar. Aun con los ojos cerrados escuchó el silbido de las flechas de Raven volando por el aire.

Abrió los ojos de par en par, justo a tiempo para ver como estas impactaban en el cuerpo del felino y este, caía a medio metro de su cuerpo. Rodó tratando de evitar sus garras, pero no fue lo suficientemente rápida y estas le alcanzaron parcialmente en el hombro; un dolor indescriptible la atravesó y sus gritos se entremezclaron con los de aquella bestia.

Abruptamente, unas manos la rodearon y le pareció volar. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró sentada en el suelo, a cinco metros de distancia del animal. Cuando giró, sin entender lo que acababa de suceder, se topó con el rostro de Raven y se tranquilizó.

—Pedirte, que corrierais, ha sido una idea estúpida. Lo siento —murmuró acariciándole la mejilla.

Raven presionó la herida de su hombro mientras ella se mordía el labio con fuerza y notaba la sangre ensuciarle la boca. No quería volver a gritar, pero el dolor era horriblemente intenso, mucho más de lo que podría haber imaginado. «¿Qué habría sido de mí si me hubiera alcanzado por completo?», se preguntó. Ni siquiera quería imaginárselo. No se atrevía a echar un vistazo a su hombro, por si tenía peor pinta de la que ella pensaba.

—¿Dónde está Nico? —balbuceó entre quejidos.

Raven ignoró sus palabras y farfulló algo que no entendió. No supo lo que había dicho; no sabía si se dirigía a ella o si pensaba en voz alta. Pero de repente, el dolor empezó a desaparecer progresivamente, hasta que se sintió anestesiada.

Y aunque estaba agradecida de que este hubiera desaparecido, necesitaba una respuesta urgentemente.

—Nico —repetí.

Su respuesta podía liberarla o terminar de hundirla en el peor de los dolores; mucho peor del que acababa de experimentar.

—Está a salvo —dijo asintiendo.

Todo el aire que había estado guardando inconscientemente salió de sus pulmones a través de su boca, de forma sonora. Tuvo que contener sus ganas de llorar.

—Gracias —alcanzó a responder.

Sin previo aviso, el felino gruñó nuevamente; seguía con vida. La rabia y la sed de venganza parecieron darle suficientes fuerzas para que se levantase otra vez y Raven hizo lo mismo.

—No creo que estés preparada, pero esto es una emergencia —murmuró dándole la espalda.

Maddison jamás pensó que podría presenciar lo que sus ojos vieron a continuación; Raven se posicionó de espaldas a ella, enfrentando a la bestia, y lo vio alzar los brazos con gracia.

 Cuervos de todos los lugares empezaron a volar; cruzaron la noche y el firmamento, dirigiéndose a la llamada de su amo. A gran velocidad, llegaron a su encuentro y descendieron hasta impactar en Raven.

Maddison ahogó un grito y no pudo contener por más tiempo las lágrimas que resbalaron abruptamente por su rostro. Estuvo a punto de enloquecer, pensando en su compañero.

Pero de repente, una luz cegadora empezó a emanar de su cuerpo: aquello duró unos pocos segundos, luego se apagó y los dejó, prácticamente, a oscuras de nuevo.

Raven reapareció entre humo, rodeado de plumas negras que bailaban en el aire, cerca de su piel.

Maddison parpadeo varias veces; parecía un sueño, una visión o un pasaje de un cuento de hadas.

Ta fterá petoún. Ta fterá aimorragoúsan —lo escuchó balbucear.

Antes de que ni siquiera pudiera preguntarse que significaban aquellas palabras, el ciento de plumas volaron hacia el animal y se clavaron en su cuerpo. Parecían cuchillos afilados. La bestia sangró y murió casi al instante.


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