Capítulo 7. El portal

—¿Te encuentras bien? —Preguntó Aidam. Todos nos encontrábamos alrededor de Sheila, que acababa de despertarse.
Sheila asintió.
—Sí —dijo—. Lo siento mucho. No sé qué me ocurrió.
—Creo que tu mente te jugó una mala pasada. Estabas agotada y debías descansar —dije yo.
—¿Cuánto he dormido?
—Todo un día —respondí—. Debes comer algo para reponer fuerzas.
—Lo siento —repitió—. Me comporté de una forma horrible.
—No eras tú la que hablabas, Sheila —dijo Aidam.
—Era yo, Aidam, pero me sentía tan triste y deprimida que no pude luchar contra esa sensación de derrota. No dije más que barbaridades.
—Eso ya ha pasado —dijo Haskh, tomando la mano de Sheila—. Vuelves a ser tú y a estar con nosotros.
Sheila trató de levantarse, pero sus fuerzas le fallaron.
—Debes descansar —dije—. No tengas prisa. Lo que veníamos a buscar ya lo hemos encontrado.
—¿El portal?
—Sí —afirmé—. Está aquí y en perfectas condiciones. Solo hace falta saber cómo activarlo.
—Yo sé hacerlo —contestó mi hija.
—Primero descansa, después podrás activar esa cosa —le ordenó Aidam.
Noté como nuestro guerrero deseaba quedarse a solas con Sheila y le concedí ese deseo.
—Volvamos a lo nuestro —les dije al resto de nuestros compañeros—. Dejemos descansar a Sheila hasta esta noche. Hemos de ultimar todos los preparativos antes de partir.
Todos me siguieron, menos Aidam que se quedó junto a Sheila. Más tarde me contó la conversación que ambos tuvieron. Sé también que omitió ciertas partes, pero no fue muy difícil imaginarlas:
Aidam se sentó a los pies del jergón donde Sheila descansaba, observándola con cariño.
—Nos diste un buen susto —dijo el guerrero—. Me alegro de que ya estés mejor.
—Gracias —dijo tímidamente Sheila.
—Por un momento creí que te habíamos perdido.
—Yo también lo creí. Esas ideas no eran mías, yo, jamás os haría daño... Sé cuál es mi obligación.
—¿Y cuál es tu obligación, Sheila? ¿Morir para salvar el mundo? Si es así no estoy conforme.
—Nadie puede elegir su destino, Aidam. El mío es salvar a la humanidad del terror que Dragnark planea traer. Es algo muy importante.
—Lo es, pero no estoy dispuesto a que pagues ese precio... Sheila, eres una joven muy especial. Lo supe desde el momento en que te conocí, ¿lo recuerdas? Nunca había visto a nadie con un coraje como el tuyo, blindado por una inocencia que me desarmó. No acepté embarcarme en esta locura por el oro, sino por ti...
—Lo sé, Aidam. Yo también creo que eres alguien muy especial, pero mi vida va a ser muy corta. No deberías pensar en mí de esa forma. Creo que moriré luchando contra Dragnark...
—No lo permitiré, Sheila.
—No está en tus manos impedirlo; ni en las tuyas, ni en las de nadie.
—No dejaré que mueras, tú no. Mataré a ese nigromante con mis propias manos si es preciso.
Sheila no contestó y Aidam vio como las lágrimas humedecían su rostro.
—Estoy muy asustada, Aidam. Yo no deseo morir...
Aidam la abrazó y ella le correspondió.
—No puedo dejar de pensar en Acthea... Ella te quería, Aidam. Entregó su vida a cambio de la tuya y lo hizo por amor. Ese sí es un verdadero sacrificio...
—Acthea era una joven increíble, pero tú también lo eres, Sheila. Sé que no soy la persona adecuada para ti y también me doy cuenta de que eres muy joven aún, casi una niña; sin embargo no puedo apartarte de mis pensamientos. Cuando Dragnark te secuestró creí volverme loco. Cuando te recuperamos me hice la promesa de apartarme de ti. No lo conseguí... Me gustaría que comprendieras lo que estoy tratando de decir.
—Yo también te quiero, Aidam.
Sus miradas se buscaron, encontrándose. Sus rostros fijos el uno en el otro se reconocieron. Sus labios, ansiosos por ese contacto tanto tiempo aguardado, se unieron.
Aidam la tomó en sus brazos sintiendo su fragilidad y su fortaleza. Ella se abrazó a él como si nada más en el mundo existiese. Como si nada pudiera separarlos.
—Te protegeré con mi vida —susurró Aidam en su oído.
—Tendrás que protegerme de mí misma. Si por alguna razón la oscuridad me domina, deberás ser fuerte y hacer lo que debas.
—Eso nunca pasará, Sheila.
—Tienes que prometérmelo, Aidam. Prométemelo...
—Lo prometo. Lo juro ante los dioses.
—Y yo esperaré que cumplas tu promesa.

...

Sheila despertó al anochecer. Dijo haber descansado y encontrarse bien y nos pidió que le mostrásemos el portal del que le habíamos hablado.
Una gran esfera de cristal oscuro, de más de diez metros de diámetro, ocupaba el centro de una inmensa sala, flotando ingrávida a dos metros del suelo. A su alrededor se levantaban trece afilados obeliscos, fabricados con el mismo material que la esfera, circundándola. El techo de aquella sala era una inmensa bóveda cubierta de extraños jeroglíficos, con un óculo en su centro por el cual se filtraba la luz cálida del atardecer.
—¿Sabes leer esos jeroglíficos? —Le pregunté a Sheila y ella asintió.
—El hechizo para activar este portal es complicado y requerirá de todas mis fuerzas. Cuando lo haya activado necesitaré vuestra ayuda.
—La tendrás, Sheila —dijo Aidam—. No te preocupes por eso.
—Me refiero a que estaré tan agotada que es muy posible que no pueda hacerle frente a esa oscuridad que trata de apoderarse de mí.
—Te protegeremos, Sheila —dije—. Confía en nosotros.
—Ya lo hago, padre.
Sheila miró a Aidam, recordándole su juramento. Él hizo un gesto de asentimiento.
Sheila nos hizo retroceder fuera del círculo de obeliscos y ella se colocó en su centro, justo bajo la pulida esfera. Levantó sus brazos hacia ella y comenzó a murmurar en voz baja en esa lengua desconocida para nosotros. Los obeliscos se fueron iluminando uno a uno, mientras ella realizaba el hechizo. Una vez todos brillaron con una fantasmagórica luz azulada, la esfera pareció cobrar vida. Su núcleo se iluminó con una luz tan potente que era imposible mirarla a simple vista, a la vez que comenzaba a escucharse un monótono zumbido que aumentaba en intensidad conforme el hechizo se iba desarrollando. La esfera pareció agrandarse momentos después, abarcando casi la totalidad de la sala con su volumen hasta obligarnos a retroceder. Sheila se veía diminuta bajo aquella colosal esfera de cristal, cuyo color se había transformado en un púrpura muy brillante. Después comenzó a palpitar al ritmo de los latidos de su corazón al tiempo que seguía creciendo de una forma incontrolada, hasta que finalmente se detuvo.
Al mirar hacia aquella luz sobrenatural, pude ver que algo en la superficie de la esfera se había modificado. Ya no parecía sólida y a través de su transparencia observé el contorno de una silueta oscura. El portal acababa de ser abierto y lo que se veía en su interior era un paisaje que distaba muchas leguas de donde nos encontrábamos en ese momento. Luz fue menguando hasta desaparecer del todo y la imagen en el interior de la esfera se volvió más nítida.
—Hemos de cruzar el portal antes de que se cierre —dije.
Aidam corrió junto a Sheila justo en el momento en que sus fuerzas colapsaban y ella se precipitaba contra el suelo. Aidam fue más rápido y la tomó en sus brazos antes de que cayese.
—¿Está bien? —Le pregunté y él asintió.
—Tan solo está desfallecida. Yo me ocuparé de ella, Sargon.
—Gracias, Aidam. Yo mientras tanto trataré de que todos se den prisa en cruzar el portal. No creo que aguante mucho tiempo abierto. Ya empieza a ser inestable.
El primero en cruzar fue Haskh junto con buena parte de nuestros bultos, seguido por Aidam que llevaba en brazos a Sheila, los enanos con el resto de nuestro equipaje y finalmente Milay. El maestro Igneus se despidió en ese momento.
—No puedo ir con vos, maestro Sargon —dijo—. Mi lugar está aquí en Khorassym, junto a nuestro soberano. Os deseo mucha suerte en vuestra empresa. El destino del mundo está en vuestras manos.
Igneus me alcanzó el báculo que yo, en mi precipitación, había olvidado.
—Os será útil allí donde vayáis —dijo, entregándomelo—. Es muy poderoso.
—Mientras no averigüe cómo funcionan las Gemas del Despertar haré uso de él.
—Vuestra hija quizá pueda enseñaros el misterio de esas gemas. Estoy seguro de que ella lo sabe. Guardan mucha relación con la magia que ahora posee.
Asentí.
—Gracias, maestro —dije—. Nos veremos a nuestro regreso.
—Así será.
Eso si regresábamos.

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