Capítulo 6- Pasos en la oscuridad

El crepusculo se precipitó sobre nosotros traído por las alas de un viejo cuervo, negro como la noche, que llegó volando hasta posarse en el balcón de mi alcoba.
—¿Quién eres tú, pequeño? —Dije al pequeño animal que no parecía tener miedo alguno de mí.
Si esperaba una contestación, no la obtuve, tan solo una astuta e inteligente mirada del viejo cuervo que me observaba insolente.
El cuervo se acicaló el plumaje antes de desplegar sus alas y esfumarse en las sombras de la noche. Yo no pude más que quedarme pensando en la extraña actitud de aquella criatura. Algo en mi interior me dijo que no era nada casual aquel encuentro y que más adelante averiguaría la verdad sobre ello, pero en ese momento, Aidam entró en la habitación sacándome de mis pensamientos. Volvía sobrio y eso me extrañó muchísimo más que el encuentro que tuve un momento antes.
—¿Qué miras, mago? —Me preguntó en tono despectivo, sin poder evitar sonreír.
—Esperaba verte borracho, como siempre. Eso es lo que me ha extrañado —le acusé.
—Se acabó la bebida. He de permanecer sobrio si tengo que enfrentarme a una diosa.
—Es una sabia decisión —reconocí.
—La decisión puede ser sabia, pero eso díselo a mi cuerpo. Mataría por un trago, así que, yo de ti me quitaría del medio, Sargon.
—No te molestaré, amigo mío. Cada cual tiene que lidiar con sus demonios en solitario, pero créeme, aplaudo tu decisión. El grupo te necesita en perfecto estado.
—Estaré bien. ¿Cuándo tienes previsto visitar ese lugar?
—En los próximos días —le dije—. No quiero hacer las cosas sin haberlas meditado lo suficiente. No, si vamos a jugarnos la vida en ello.
—No creo que tú dejes pasar algo por alto. No es tu estilo, viejo amigo —dijo Aidam sonriendo—. Estoy seguro de que lo tienes todo atado y bien atado.
—Todo no —negué—. Nos movemos en un escenario desconocido para nosotros los mortales. Nunca se llega a conocer del todo un asunto cuando hay dioses de por medio. Son imprevisibles.
—De todas formas tú eres el único que sabe a lo que nos enfrentamos. No creas que me has convencido con tus intentos de quitarle hierro al asunto. ¿Crees que saldremos con vida de allí?
—Si no lo creyera, nunca osaría intentarlo. Creo que tenemos alguna posibilidad de lograrlo, aunque sea una posibilidad muy escasa.
—O lo que es lo mismo, que alguno de nosotros no regresara de esa tumba, ¿verdad?
—Estás en lo cierto, no creo que todos lo consigamos. Por eso sigo pensando que debería ir yo solo.
—Cuantos más seamos —dijo Aidam acertadamente —, mayores serán las posibilidades de lograr nuestro objetivo. Si tú mueres, amigo mío, siempre podremos buscar otro mago...
Le vi reirse de su propio chiste, aunque a mí maldita la gracia que me hizo.
—Lo que sobran son guerreros —dije con malicia—. Crecen como las setas en otoño y algunos son tan venenosos como estas...
Aidam volvió a reír ante mi comentario y luego me dio la razón.
—Eso también es verdad. Hoy por hoy encontrar a un verdadero guerrero es algo terriblemente difícil y lo mismo ocurre con un buen mago y me refiero a alguien como tú, Sargon el farsante.

Aidam dio por zanjada la conversación acostándose sobre su cama sin desvestirse siquiera. Yo procedí a cambiarme de ropa, endosándose un camisón de dormir que había adquirido recientemente.
Escuché la risa socarrona de Aidam al verme ataviado con aquella prenda.
—Además de mago, extravagante. Lo tienes todo, viejo amigo.
Me acosté haciendo caso omiso a los comentarios de Aidam con respecto a mi forma de vestir. A mí me gustaba aquel camisón y además era muy cómodo para dormir, mucho más que acostarme vestido con la vieja túnica que usaba a diario.
No llegué a cerrar los ojos cuando noté la presencia de alguien en el pasillo de la pensión al otro lado de nuestra puerta. Sabía que no se trataba de Haskh, pues él mismo me comentó que no le esperásemos para dormir pues debía entrevistarse con un miembro de su hermandad, la mano en la sombra, que había llegado hasta allí para verle expresamente. Pero si no era él, ¿de quién podía tratarse? Los enanos roncaban gloriosamente en su cuarto y no imaginaba a Acthea, paseando por la pensión a esas horas de la noche.
—¿Aidam? —Dije con un susurro, pero el guerrero dormía ya y no llegó a escucharme. Que suerte la de los jóvenes, me dije, al dormirse con tamaña facilidad.
Fuera quién fuese nuestro insomne visitante, sentí que se detenía junto a nuestra puerta, a escasos metros de este servidor.
Me levanté con sumo cuidado tratando de no despertar a Aidam y me acerqué hasta la puerta. La respiración de nuestro misterioso visitante era audible tras la fina madera de la puerta. Estaba a punto de abrir de golpe y encararme con el desconocido, cuando la puerta se abrió de par en par haciéndome caer al suelo despatarrado. Imaginaros la escena: Un pobre anciano, vestido con un ridículo camisón y en una postura que, francamente, no mostraba lo mejor de si mismo, frente a una aparición de pesadilla o eso fue lo que me pareció en aquel momento, porque nuestro visitante no era de una de las razas que solían verse a menudo por aquella ciudad, si no de una de esas razas que casi nadie había visto nunca en todo el reino de Kharos.
—¡Un sígilo! —Exclamé, asombrado.
Los sígilos eran una de las más extrañas razas del reino. Mitad hombres, mitad gatos y con las habilidades de ambos, hacían honor a su nombre. Eran tan sigilosos que nadie era capaz de aseverar si alguna vez se había topado con alguno de ellos. Pero allí estaba, frente a mí y mirándome con una expresión que no llegué a reconocer del todo.
El hombre-gato no dijo nada, tan solo se llevó un dedo a sus labios, pidiendo silencio. Yo Asentí con la cabeza y él me indicó con gestos que le siguiera. Estaba tan sorprendido que me vi levantándome y siguiéndole como si le conociese de toda la vida y no se tratase de un completo desconocido. Me llevó hasta una habitación vacía y rápidamente cerró la puerta tras él.
—Tú ser Sargon, ¿verdad?
Asentí con la cabeza sin poder apartar la mirada de aquel ser que tenía frente a mí.
—Mi nombre ser Milay y venir a verte a ti, mago.
—¿Qué puedes querer de mí? —Le pregunté, más extrañado que en ningún momento de mi vida, aquel ser era una hembra y sin querer me fije en su atractivo físico, pero aparté los ojos a tiempo antes de que ella se diera cuenta de mi curiosa mirada.
—Yo querer unirme a vosotros —dijo, Milay.

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