Capítulo 6. El almacén de los tesoros

La puerta se detuvo unos segundos después revelando una espaciosa habitación llena a rebosar de miles de extraños objetos. Había grandes aparatos alados fabricados de metal y cuyo uso desconocíamos. Lógicamente parecían estar diseñados para volar, pero eso era algo imposible debido a su peso y a su tamaño. Había asimismo enormes cajas llenas a rebosar de unos objetos cilíndricos que terminaban en punta. El maestro Igneus las denominó como misiles. Bombas mucho más pequeñas que las que habían originado la destrucción del mundo, pero también muy poderosas. Vimos otros muchos tipos de armas, algunas eran portátiles y de uso individual y otras debían de ser montadas en esos extraños aparatos alados. También había armaduras, pero estas no eran de cuero ni de metal, sino de algún tipo de tejido impenetrable. Algo sorprendente, sin duda, pero lo que más nos llamó la atención fueron las armas destinadas a luchar cuerpo a cuerpo. Había hachas de metal reluciente y espadas y cuchillos de sofisticados diseños. También unos largos tubos huecos que disponían de empuñaduras para asirlos y cuyo uso era del todo desconocido para nosotros y extraños aparatos como lanzas y que iban acoplados a depósitos llenos de un maloliente líquido. Todo aquello parecía surgido de una calenturienta mente. Miles de armas pensadas con la única finalidad de matar y asesinar.
Sheila llamó mi atención y yo me acerqué hasta ella. Mi hija había descubierto algo que pensó podría interesarme.
-Sí que conocían la magia -dijo Sheila, mostrándome una sala adyacente llena a rebosar de artilugios mágicos. Sobre la puerta había escritas unas palabras que Sheila tradujo para mí, decía exactamente: Muestras arqueológicas. Allí, cubiertas de polvo y olvidadas por el tiempo se hallaban miles de armas mágicas. Pude sentir la vibración de la magia en cada una de ellas, tanto en los bastones, las espadas y los pergaminos, como en anillos y colgantes e incluso en las armaduras de intrincados diseños.
-Deberíamos aprovechar estos objetos, padre -dijo Sheila-. No sabemos a qué deberemos enfrentarnos.
Asentí, dándole la razón, justo cuando el resto del grupo llegaba junto a nosotros.
-Aquí está el tesoro del que tanto oí hablar -dijo el maestro Igneus-. Unos objetos ancestrales, aún más antiguos que los que hay en la otra sala. Estos objetos mágicos debieron de pertenecer a los mismísimos dioses.
Bien lo parecían, pues sus diseños eran exquisitos; me fijé en un elaborado bastón cuya superficie estaba cubierta por entero de runas mágicas.
-Tened cuidado, maestro Sargon -dijo Thornill sonriente-. No conocemos que podéis invocar con ellos.
Eso era cierto, claro que tampoco pensaba dejarme amedrentar. Decidí quedarme el bastón aunque no fuese a utilizarlo, siempre podría servirme para soportar el peso de mi viejo cuerpo cansado.
Aidam se detuvo ante una armadura de placas de metal cuyo diseño elfico, filigranas de plata en forma de hojas y enredaderas, contrastaba con el metal más oscuro.
-Es una elegante armadura -le dije a Aidam- y además es muy poderosa. Está hechizada con un conjuro de protección. Te será muy útil.
Aidam asintió y le vi tomarla.
Los tres enanos curioseaban por aquí y por allá, revolviendo cajones y estantes, todos ellos cargados con numerosos objetos que habían adquirido.
Milay permanecía ajena a todo aquel esplendor. Su raza nunca portaba armaduras y las únicas armas que usaban eran aquellos afilados cuchillos de obsidiana. Nada de todo aquello despertaba su curiosidad.
Al contrario que lo que le sucedía a Haskh. El semiorco parecía embelesado con los cuchillos y las dagas que había encontrado, aunque me di cuenta de que había cogido uno de esos cuchillos más modernos de la otra sala, uno de una apariencia especialmente temible.
-Es un diseño magnífico, Sargon -dijo el semiorco a modo de escusa.
-Lo es y también aterrador -contesté.
-Sí, eso también. Creo que me lo quedaré de todas formas.
-Sé que harás buen uso de él.
Haskh asintió y yo continué mi exploración. Mis pasos me condujeron junto a Sheila que se había detenido frente a la armadura más espectacular que había visto en toda mi vida. Mi hija la contemplaba absorta.
-La diosa Sherina fue la propietaria de esta armadura -dijo Sheila con un susurro-. Puedo sentir todo su poder.
La armadura estaba forjada en un metal oscuro, posiblemente de algunas de esas estrellas que a menudo caían del cielo y su diseño era aterrador. Los dibujos grabados en su superficie sugerían las almas de los muertos tratando de escapar de un purgatorio de sufrimiento. El yelmo era una máscara de muerte, semejante a una grotesca calavera de afilados colmillos y ojos incandescentes y coronada por afiladas púas y el peto se asemejaba a los huesos de cientos de esqueletos vivientes.
-Quizá es algo oscura para ti -dije con cierto resquemor.
-No, no lo es -negó Sheila con el ceño fruncido-. Sherina fue quien me salvó la vida, ¿recuerdas? Yo debí haber muerto en lugar de Acthea.
-Acthea decidió sacrificarse por Aidam. Ese era su destino. El tuyo aún está por venir.
-Me quedaré esta armadura. Sé que Sherina así lo desea.
-Tú eres luz, Sheila, no oscuridad.
-No padre, te equivocas. Yo no traigo la luz, sino la oscuridad. Soy la destructora. Soy la aniquiladora de la luz. Ese es mi destino y a él me entrego.
-No lo permitiré -dije.
-No podrás impedirlo. Tú no.
-¿Por qué, hija mía?
-La joven que fui ya no existe. Al fin lo he comprendido. Dragnark me enseñó que la bondad y la lealtad no existen. Que no hay que anteponer a nadie sobre uno mismo. Que la traición entre las personas es algo tan natural como el aire que respiramos. Que somos seres despreciables atrapados en una rueda de violencia que nunca deja de girar.
-No puedes creer en lo que él dice -repliqué-. Tú no, Sheila. Eres Khalassa, ¿no es así?
-¿Sabes cuál es el destino de una Khalassa? La muerte, padre. El sacrificio... ¿Por qué he de sacrificarme? ¿Por qué he de hacerlo?
Traté de acercarme a Sheila, pero ella me lo impidió, apartándome.
-Reniego de mi destino -dijo-. No voy a morir como esa niña, o como Acthea, sacrificándome por los que no lo merecen. No lo haré.
Aidam había llegado junto a nosotros escuchando parte de la conversación.
-Tienes que descansar, Sheila -dijo-. Has soportado demasiadas tragedias como para no estar afectada. Todo ha sucedido tan rápido que no has tenido tiempo de asimilarlo.
-No estoy enferma, Aidam. Tan solo he abierto los ojos. Ahora reconozco la verdad y la razón de mi existencia. Mi misión no es salvar a nadie porque soy incapaz de hacerlo. Solo traigo muerte. Maté a mi madre y también maté a todas las personas de mi aldea. Maté a Daurthon, sí, fue por mi culpa y maté a Acthea por dejarla sacrificarse cuando no era ella quien debía hacerlo. Solo traigo muerte...
Aidam giró hasta colocarse tras ella, a una señal mía la sujetó con fuerza. Sheila se revolvió en el acto, tratando de soltarse.
-Me haces daño, Aidam -rugió con una voz que no era la suya-.¡Suéltame!
Aidam no lo hizo, yo empecé a recitar un hechizo que haría que Sheila descansase.
-¡Soltadme! -Gritó con tanta fuerza que el suelo pareció temblar bajo nuestros pies. Haskh, Milay y los enanos acudieron al escuchar a Sheila.
-¿Qué estáis haciendo? -Preguntó el semiorco.
-Sheila está poseída. Creo que mi hermano debió de embrujarla de algún modo -dije.
Aidam era incapaz de sujetar por más tiempo a Sheila. Mi hija parecía estar absorbiendo toda su fuerza.
-Deprisa, Sargon... Haz lo que debas hacer, no creo que pueda aguantar mucho más -gimió.
Haskh se dispuso a echarle una mano, cuando Sheila se desmoronó en los brazos del guerrero. Su cuerpo se quedó flácido, aunque respiraba con normalidad.
-¿Has sido tú? -Me preguntó Aidam, pero yo negué con la cabeza.
-Lo que me temía ha sucedido. Sheila está poseída por la oscuridad -dije.

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