Capítulo 4 - ¿Quién roba a un ladrón...?

Aidam salió de la taberna hecho una furia. ¡Robarle a él! ¡Una tabernera!

No había ni rastro de la joven, que en todo caso tampoco era camarera. Sin duda se trataba de una ladrona profesional, de eso estaba seguro y los malhechores solían reunirse en un lugar especial. El gremio de ladrones.

Todos conocíamos el paradero del gremio de ladrones, incluso los guardias de la ciudad sabían de su existencia, pero nadie se atrevía a ir allí. Era el peor lugar de la ciudad, por una mísera moneda de oro podían asesinarte. A Aidam eso no pareció preocuparle, quería de vuelta su dinero.

Entró en la amplia sala abarrotada de gente y buscó con la mirada a la falsa camarera. Todos se apartaron de su paso al ver el fuego de sus ojos y tal vez también por su apariencia. Aidam era fuerte y alto, sus cabellos oscuros y desgreñados y su barba muy poblada y enmarañada le daban un fiero aspecto, de ahí su apodo y no era un sobrenombre cualquiera. Se lo había ganado a pulso.

Cargaba con más armas que un regimiento entero: Una larga espada al cinto y otra cruzada a su espalda, dos dagas en las cañas de sus botas, un hacha arrojadiza y un arco que cruzaba su pecho junto al carcaj lleno de flechas. Arrogante y muy, muy enfadado todos le evitaban. Todos menos un gigante que se plantó delante de él.

—¿Qué buscas aquí? —Le preguntó el gigante. Se trataba de Volthar, uno de los asesinos más sanguinarios del gremio de los ladrones. Volthar era humano, aunque pareciese un oso y no lo digo por el olor que emanaba de su cuerpo, que también; sino por su descomunal tamaño. Era tan enorme como un carromato lleno de cerdos y tan feo como los mismos cerdos que transportaba ese carromato.

—Eso no es de tu incumbencia... —gruñó Aidam, apartándole a un lado.

Volthar se quedó perplejo ante tamaña osadía. Nadie en su vida le había tratado así, nadie que viviera para contarlo.

Alrededor de los dos hombres se hizo un espacioso vacío. Las conversaciones decayeron pendientes todos de aquella afrenta, solo se escuchaban murmullos y exclamaciones y alguna que otra apuesta, pero nadie parecía apostar por Aidam.

Volthar posó su gran manaza en el hombro de Aidam, haciendo que se volviera.

—Te he hecho una pregunta y quiero una respuesta.

Aidam estaba lo suficientemente borracho y loco para enfrentarse a una persona de ese tamaño. Volthar le sacaba dos cabezas y era el doble de ancho que él, aparte de sus músculos que parecían a punto de reventar. Nada de eso parecía importarle.

—Ya te he contestado y como no apartes tu mano, te quedarás sin ella.

Ya lo he dicho, loco y además bravucón. Tendría que ir pensando en contratar a alguien más, después de lo que iba a suceder no quedaría gran cosa de nuestro nuevo compañero. Aparté a Sheila hacía la salida para que no contemplara la carnicería que se avecinaba y no nos salpicase la sangre.

La pelea duró escasamente dos segundos, el tiempo que le llevó a Aidam esquivar el ataque de Volthar y golpear al gigante en la garganta con un fortísimo puñetazo.

La gente exclamó de asombro al ver como el Volthar se derrumbaba en el suelo y no volvía a levantarse.

Una docena de arqueros apareció frente al guerrero con sus arcos tensados y sus flechas apuntándole. Aidam no se amedrentó.

—Estoy buscando a una ladrona y no me iré de aquí hasta encontrarla.

Lo iba a tener difícil, pensé, pues allí quién más o quién menos era un ladrón, aparte de otras cosas mucho peores.

Me acerqué con cautela hasta mi compañero y le tomé del brazo.

—¿Por qué no lo dejas pasar? —Le dije —. Tampoco creo que sea una gran pérdida, ¿cuánto oro tenías?

—¿Oro? Hace tiempo que no tengo una maldita moneda —murmuró él —, pero le tenía mucho cariño a la bolsa.

—¿Vas a hacer que nos maten por una maldita bolsa vacía? —Grité. Definitivamente estaba trastornado por el alcohol, loco o borracho o todo a la vez.

—Es una bolsa de cuero muy buena y puedes creerme, nadie va a morir hoy.

—Aidam el Fiero, tu reputación te precede —alguien apareció entre la gente y avanzó hacia nosotros. Se trataba del ser humano más alto que yo había visto en mi vida. Debía de medir lo menos siete pies de altura. Vestía una larga túnica con brocados de oro y piedras preciosas y portaba un mandoble que parecía temible visto desde donde me encontraba.

—Maestro Raqnor —dijo Aidam reconociendo al recién llegado —, deberías enseñar mejor a tus discípulos a quién deben de robar y a quién no.

Recordé ese nombre, Raqnor: Un sádico asesino, ladrón, mujeriego y líder del gremio de los ladrones. Todo un mito entre aquella gente. Estábamos muertos, pensé, muy muertos.

—Llevas razón, Aidam. ¿Reconoces quién fue el que te robó?

Aidam señaló a una joven que trataba de ocultarse entre el gentío.

—¡Acthea, ven inmediatamente! —Ordenó Raqnor.

La joven se adelantó mirando al suelo.

—¿Fuiste tú quién robaste a este compañero? —Le preguntó Raqnor.

—Yo...yo no lo sabía, maestro, perdonadme por favor. No sabía que era uno de los nuestros.

—Según la ley de los ladrones, estás obligada a recibir un castigo por tu comportamiento. Aidam es uno de nuestros mejores y más respetados miembros. Él tiene derecho a decidir tu castigo. ¿Quieres azotarla? ¿Violarla? ¿Desmembrarla? ¡Las tres cosas juntas? Tú decides, amigo mío...

Yo no salía de mi asombro. Aidam era un miembro de la hermandad de ladrones y además, por lo que parecía, muy respetado.

—No, gran maestro —dijo Aidam—. Llevo mucho tiempo alejado del gremio y ella no tenía por qué saber quién era yo. Me conformo con que me devuelva lo que me quitó.

—Tú conoces las normas, Aidam. Robar a un compañero es uno de los peores crímenes que existen. ¿Qué sería de nosotros si nadie respetase las reglas? Debes castigarla. ¿Prefieres que la marquemos con un atizador al rojo? ¿Le cortamos la nariz o las manos? Así aprenderá.

El sádico de Raqnor se relamía de gusto al pensar en el castigo. Acthea por su parte estaba mortalmente pálida.

—Está bien, la castigaré entonces —dijo Aidam—. Exijo que esté a mi servicio por el periodo de tres lunas, será mi esclava durante ese tiempo y hará lo que me plazca.

—Me complace. Tú si que sabes, Aidam, la quieres solo para ti. ¿Eh? —Raqnor se volvió hacia la joven babeando—. Acthea ya has escuchado la sentencia, serás la esclava de Aidam y le obedecerás en todo lo que te ordene. ¿Me has entendido?

—Sí, maestro —respondió la joven alzando por primera vez la vista. No era más que una chiquilla, pensé. Tendría a lo sumo unos diecinueve años. Morena, grácil y muy bonita. Sus cabellos oscuros enmarcaban un rostro agraciado de ojos negros como la noche.

—Pues asunto arreglado. Ahora, Aidam —Raqnor pasó un brazo por el hombro del guerrero—, vamos a celebrar tu regreso, tienes muchas cosas que contarme, amigo mío.

Y así fue cómo a la mañana siguiente los cuatro nos pusimos en marcha: Una joven de cabellos del color del fuego, un guerrero que apenas se sostenía sobre su caballo, borracho como una cuba, una ladrona ahora esclava y un viejo mago; dispuestos a emprender la más grande aventura de todos los tiempos.

Música: Dragon Age.


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