Capítulo 39. Un acto de amor
Sargon
El dragón inundó de terror nuestros corazones. La única en no darse cuenta de lo que sucedía era Acthea. La joven seguía susurrando en voz baja junto al oído de Aidam, esperando que este despertase de su sueño eterno.
—¡Fijaos! —Gritó Thornill, señalando al dragón que se nos echaba encima—. No es un dragón negro... Es de color rojo.
¿Rojo? Me pregunté sin llegar a comprender de momento. Luego la luz se hizo en mi mente y no pude menos que dejar escapar una exclamación de asombro.
—No es Dragnark —dije, poniéndome en pie—. ¡Es Sheila!
El dragón, tan rojo como un atardecer o como la misma sangre, descendió hasta tomar tierra a una decena de metros de nosotros. De su lomo descendieron dos figuras: una de ellas era muy alta y vestía rigurosamente de oscuro. Su rostro humano, pero de afilado mentón y pómulos muy marcados, pertenecía indiscutiblemente a Haskh, el semiorco. La otra figura, mucho más baja, pero de curvas más pronunciadas y con una incandescente melena del color del fuego, era la de mi hija, Sheila.
La jovencita se detuvo un momento antes de llegar junto a nosotros y vi como su rostro se ensombrecía.
—¡No, él no! —Escuché que decía en voz baja—. Debería haber sido yo...
La vi echar a correr y caer de rodillas junto al cadáver de Aidam. Su dolor y su llanto me sobrecogieron. Sheila había tomado el rostro de Aidam entre sus manos y no dejaba de murmurar palabras ininteligibles para mí. Fue Haskh quien, arrodillándose ante ella, la abrazó.
—Llegó tarde —dijo Sheila—. Debería haber llegado a tiempo... Debería haberlo hecho.
—Tú no podías saberlo —dije, tratando de consolarla.
—Lo sabía, padre —dijo, advirtiendo mi presencia por primera vez. La joven llevó su mano a mi cabeza y la descubrió manchada de sangre—. ¿Qué ha sucedido aquí?
—Hemos sido derrotados —dije—. Nos han traicionado.
—¿Quién...? —Sheila no pudo continuar, pero adiviné su pregunta.
—Alguien que sirve a Dragnark —contesté.
—Morirá por lo que ha hecho —los ojos de Sheila brillaban con una furia incontenible—. También Dragnark pagará por esto.
—¿De qué nos sirve? —Pregunté, derrotado—. Aidam ya no volverá.
Todos nos volvimos al escuchar unos pasos que se acercaban hasta nosotros. Me pregunté quién podría ser y por qué no nos dejaban en paz con nuestro dolor.
—Eso no es exactamente cierto, Sargon —dijo una voz que reconocí al momento. Esa voz era muy difícil de olvidar pues pertenecía a una diosa.
—¡Sherina! —Exclamé—. ¿Qué hacéis vos aquí, mi señora?
—He venido a recoger las almas de los muertos, esto es un campo de batalla, ¿no? Ese es mi deber.
Asentí.
—¿Qué habéis querido decir hace un momento? —Pregunté.
—Dije que aún disponéis de una oportunidad —Sherina se volvió hacia Acthea, que la miraba absorta—. ¿Recuerdas nuestra conversación?
—Sí —contestó la joven y llevó su mano al colgante que pendía de su cuello—. Ha llegado la hora, ¿verdad?
—Así es. ¿Recuerdas lo que dije? Dije que el destino te había escogido, a ti, joven Acthea, pero que antes de encontrar la felicidad deberías hacer un último sacrificio. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
—Lo haré, mi diosa. ¿Aidam se salvará?
—Eso no depende de mí, sino enteramente de ti.
—Estoy dispuesta —Acthea arrancó el colgante de su cuello y lo sujetó en su mano sobre el rostro de Aidam.
—¿Qué está ocurriendo? —Preguntó Sheila sin comprender.
—Acthea debe sacrificarse para que Aidam pueda vivir —contestó Sherina—. Es su elección y nadie debe intervenir.
—¡No puedes hacerlo! —Gritó Sheila desconsolada—. Era yo quien debía sacrificarme. Shorus me lo dijo así.
—Es cierto —reconoció Sherina—. Eres una Khalassa y es tu deber aceptar el sacrificio para que el equilibrio pueda restaurarse, pero esta vez se te necesita para otra cosa. Debes dejar que Acthea tome su propia decisión.
Sheila me buscó con la mirada pidiendo mi ayuda, pero yo tan solo pude abrazarla.
—No podemos impedírselo, Sheila —dije—. Es su deseo.
Acthea nos sonrió.
—Todo está bien —dijo—. Aidam vivirá. Así debe de ser.
Sheila tomó su mano, la que permanecía libre y la apretó con cariño.
—Tú le quieres, ¿verdad?
—Con toda mi alma —contestó Acthea—. Será feliz a tu lado Sheila. Eso lo sé.
—Tu amor es más puro que el mío.
—No os lamentéis. Estaré bien. Podré ver de nuevo a mis padres y a mis hermanos. Sé que ellos me están esperando... Todo está bien.
Acthea apretó su puño y vimos como el colgante con forma de enredadera se convertía en polvo y caía sobre el rostro de Aidam.
—Él me devolvió la ilusión y salvó mi vida. Le estaré eternamente agradecida, decídselo de mi parte.
—Así lo haré —prometí.
Acthea cerró los ojos y sonrió. Fue una sonrisa de absoluta felicidad. Una sonrisa de quien ya está más allá del sufrimiento, las dudas y el miedo de este mundo. De quien realiza el mayor sacrificio que puede hacerse. Después su cuerpo se desmoronó junto al de Aidam y su corazón dejó de latir.
—Le prometí que encontraría la felicidad y así ha sido —dijo Sherina.
Unos segundos después los ojos de Aidam se abrieron poco a poco y su aliento alzó su pecho.
—Estaba soñando —dijo, parpadeando—. Creí haber muerto.
No quise decirle que así había sido, pero tampoco hubiera podido hacerlo, pues en ese momento descubrió el cuerpo sin vida de Acthea.
—¿Ella? —Murmuró—. ¿Ella se ha sacrificado por mí?
—Así ha sido, Aidem de Roca Oscura. Ella te ha otorgado una nueva oportunidad. Su sacrificio es sagrado. Algo tan poderoso que nadie puede deshacerlo —Sherina miró a Sheila al decir esto último—. Nadie, ni siquiera una poderosa Khalassa como tú.
Sheila bajó la vista avergonzada, pues eso era exactamente lo que había pensado hacer o por lo menos lo habría intentado.
—Debéis regresar a Khorassym —dijo Sherina—. El destino del mundo aún está en vuestras manos.
Yo fui el primero en asentir. Estaba tan triste y confundido que había olvidado dónde nos encontrábamos y cuál era nuestra obligación.
Aidam tomó en brazos el cuerpo sin vida de Acthea y vi como Sherina se acercaba hasta él.
—Yo me encargaré de ella, si me lo permites. Se sentará en un lugar de honor en mi reino, junto a mí, os lo prometo.
Aidam asintió y le cedió el cuerpo de nuestra joven amiga. Sherina lo tomó entre sus brazos como si no abultase mucho más que el cuerpo de una niña.
—He de despedirme —dijo.
—Gracias —dijo Aidam.
—Has de dárselas a Acthea, aunque ella ya lo sabe.
Sherina desapareció llevándose a la joven Acthea. Fue Sheila quien abrazó a un Aidam desconsolado. Yo me fijé en que su herida había desaparecido, como si nunca hubiese existido.
—¿Te encuentras bien, Aidam? —Le pregunté.
—No —contestó—. No lo estoy, viejo amigo, aunque me alegra veros de nuevo.
Aidam abrazó a Sheila y esta rompió a llorar en su hombro.
—No creí volver a verte —le dijo el guerrero—. Algo me decía que nunca volveríamos a encontrarnos y así hubiera sido de no ser por Acthea. Nunca olvidaré lo que hizo.
—Ella dijo que le habías devuelto la felicidad y que salvaste su vida —explicó Sheila—. Te amaba, Aidam.
—Yo también la quería a ella... Y también te quiero a ti, Sheila. Ya no eres la niña que conocí, ahora eres alguien muy especial.
—Soy Khalassa —dijo Sheila—. Me han otorgado la sabiduría de los dragones. Todo su poder está ahora en mí y lo usaré para derrotar a Dragnark.
—Yo te seguiré, Sheila —dijo Aidam.
—Y nosotros —contestaron los enanos a un tiempo. Hask también asintió.
—¿Y tú, padre? ¿Quieres enfrentarte a un maldito nigromante? —Me preguntó mi hija.
Sonreí. Tan solo pensé en mi hermano. Alguien que había sido honrado, pero que había sucumbido al poder del mal. Alguien que no esperaba que fuéramos a hacerle frente. Alguien que había perdido la última oportunidad de redimirse.
—¡Vayamos de caza! —Dije.
FIN DE LA SEGUNDA PARTE
CONTINUARA...
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