Capítulo 32. Recuerdos
La tumba de Sheila se erguía en un precioso prado lleno de fragantes flores, junto a un bosque y al lado de un arroyó que murmuraba de día y de noche.
Sabía que ese lugar sería de su agrado y por eso la hice enterrar allí.
Un año después de su muerte todos nos hallábamos reunidos en mi nueva casa, en un rincón del mundo que aún no había sido descubierto por nadie.
Aidam y Acthea, que ahora eran una feliz pareja, llegaron con su bebé de apenas tres meses de edad. Se trataba una preciosa niña de cabellos oscuros y mirada luminosa a quien sus padres habían puesto el nombre de Shyrim, y que para quien no lo sepa, significa: Hija de los Cielos.
Amvrill y Blumth también llegaron para el aniversario. Más envejecidos y con arrugas más pronunciadas, más pobres y también más sabios, pero felices por el reencuentro.
Tanto Milay que ahora era mi esposa, como yo, les recibimos como a los amigos del alma que eran. Una amistad forjada en el valor y el horror, en el amor y la desesperanza y que nos había moldeado a todos, tal y como el martillo moldea el acero.
Milay fue la anfitriona perfecta. Recibió a todos con el cariño del que era portadora y con el amor que tan fácil era para ella otorgar a quien se lo merecía. Yo me mostré mucho más serio, pero Milay consiguió al fin hacerme reír.
Aunque reír era algo que no hacía muy a menudo. Desde la muerte de Sheila algo parecía haberse roto en mi interior. Tal vez era el sentimiento de culpa por no haber logrado salvar su vida o la sensación de haber podido hacer algo más. O tal vez era que aún seguía añorándola y que podía ver su imagen viva y deslumbrante a cada momento.
Una niña aún que entregó lo más valioso que poseía para salvar al mundo de la oscuridad.
Muchas veces pensé en lo que hubiera significado que Dragnark hubiera logrado sus objetivos. Muchas veces me imaginaba el mundo cubierto por las tinieblas que un dios despiadado había arrojado sobre él. Gracias a Sheila y a su enorme sacrificio el mundo seguía siendo tan luminoso a veces y tan gris en otras ocasiones como era de esperar.
Cuando contemplé el cadáver destrozado de mi hermano Ashmon, no sentí rencor ni rechazo y creo que eso fue cuando pude advertir la serenidad de su rostro en la muerte. Recé por él, para que allí donde estuviera lograse convertirse en la persona que había soñado ser cuando aún éramos niños. Alguien capaz de afrontar sus miedos para ayudar al prójimo. Alguien como mi hija Sheila.
Tras una amena cena, durante la cual recordamos a nuestros amigos caídos: Daurthon, el enano más viejo y más sabio que hubiéramos conocido nunca. Dharik, que apostó su vida por seguir a nuestro lado y Haskh, cuyo código del honor inquebrantable le hizo luchar por lo que creía justo, nuestros amigos subieron a dormir a las habitaciones que habíamos preparado para ellos. Era consciente de que al día siguiente todos partirían con rumbos muy distintos. Nuestros caminos se separarían y quizá esta vez fuese para siempre, pero había algo que ninguno de nosotros olvidaría jamás y eso era lo que una jovencita nos había enseñado. La lección más importante de cuántas pudieran aprenderse. Y esa lección nos decía que había algo mucho más poderoso que el rencor y el odio. Algo mucho más valeroso que el coraje y más ardiente que el propio fuego de un dragón. Ese algo era: La amistad.
Fin
Madrid. 21 de septiembre de 2020.
° ° °
Ha sido un arduo camino llegar hasta aquí, querido lector. Un camino tan accidentado como el que nuestros amigos: Aidam, Sheila, Sargon y Acthea y los demás han tenido que pasar, pero por fin hemos alcanzado juntos la meta.
Me siento increíblemente orgulloso de haber llegado hasta aquí y enormemente recompensado de que tú lo hayas hecho conmigo. Sin ti, querido lector, nada de esto tendría significado. Sin tu tesón y tu complicidad, este pequeño milagro nunca hubiera tenido lugar. Es por eso que he de darte las gracias. Anhelo de todo corazón que te hayas divertido al leer esta historia, por lo menos tanto como yo al escribirla.
Un saludo.
El autor: Marcus Turkill.
Por cierto aún queda un pequeño capítulo extra, algo así como un pequeño regalo que deseo que sea de vuestro agrado. No dejéis de leerlo.
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