Capítulo 31. El vuelo del dragón.
Les observaba caer, dirigiéndose hacia una muerte inevitable. Mi hija abrazada con fuerza a la oscura silueta del nigromante, cuando algo ocurrió. Sus figuras parecieron distorsionarse por un instante y donde antes había dos personas, un segundo después contemplé a dos dragones.
—¡Lo ha logrado! —Exclamé con júbilo. Sheila había pronunciado su hechizo cuando se abrazaba a Dragnark y se arrojaba con él al vacío y en esta ocasión había logrado realizarlo con éxito.
La majestuosa silueta de un dragón rojo se elevó del suelo y surcó el aire hasta alzarse sobre la torre. Con el formidable aleteo de sus membranosas alas se elevó y planeó sobre mi insignificante persona. Lancé un grito de triunfo y el dragón me respondió con un sobrecogedor gruñido.
Mientras tanto el dragón negro también se elevaba sobre la torre en pos de su enemigo. El dragón rojo y el negro se enfrentaron el uno contra el otro en el aire y la batalla de titanes comenzó.
Corrí junto a Aidam y Acthea y suspiré de alegría al ver que se encontraban bien. Aidam no podía apartar la mirada del cielo, donde los dragones se embestían con furor.
—¿E-es Sheila? —Me preguntó sobrecogido.
—Sí. Es ella —dije con orgullo.
—¿Y los demás? —Me preguntó Acthea y yo negué con la cabeza.
—Les abatieron los arqueros —expliqué.
—Hemos de ir junto a ellos —dijo Aidam poniéndose en pie.
—Sí, pero antes he de hacer una cosa —contesté yo.
Me acerqué hasta el portal, cuyas luces aún giraban frenéticas y lancé un hechizo sobre él. Una fuerte ráfaga de aire sacudió con fuerza su estructura y le vi escorarse hasta que finalmente se precipitó al vacío. Se derrumbó sobre un montón de aquellos hombres reptil, aplastando a muchos de ellos y haciendo que los otros huyeran despavoridos.
Acto seguido bajamos corriendo la sinuosa escalera hasta alcanzar la base del torreón. Al salir al exterior comprobamos que nos encontrábamos solos. Nuestros enemigos habían desaparecido.
Los cuerpos de nuestros amigos seguían allí donde habían caído. Aidam corrió junto Haskh y se arrodilló junto a su cuerpo. La herida de su cabeza era mortal de necesidad. Su cráneo aparecía aplastado por el filo del hacha del enano. Thornill yacía junto a él, con el corazón atravesado por uno de los cuchillos del semiorco. Su traición había quedado vengada, pero a un precio incalculable.
Yo corrí junto a Milay y me arrojé sobre su cuerpo. La joven yacía cara al suelo y de la parte baja de su espalda sobresalía el asta de una flecha. La tomé en brazos con delicadeza y escondí mi rostro en su pecho, llorando como un niño.
—T-tú... querer a Milay. Yo... saber —escuché. Levanté mi rostro y observé sus maravillosos ojos verdes mirarme. ¡Estaba viva! Trató de decir algo más, pero se lo impedí.
—No hables —dije—. Te pondrás bien...
—Soy feliz, Sargon... —dijo ella—. Soy feliz de haber podido amarte.
Nunca sus palabras sonaron tan maravillosas para mí como en ese momento y sobre todo tan tristes. Acerqué mi rostro al de ella y besé sus labios. Ella me observó absorta.
—Ya poder morirme.
—¡No! —Grité.
Ella alzó su mano hasta acariciar mi mejilla.
—Quizá morir después de otro beso.
Sonreí y volví a besarla.
—O quizá no morir nunca si tu besar así...
Acthea llegó junto a nosotros y se interesó por su herida.
—La flecha no ha tocado ningún órgano —dijo—, creo que se pondrá bien, aunque no soy médico y...
—Me pondré bien —susurró Milay—. Tengo mucho por lo que vivir.
Asentí y la sonreí.
—Yo también —dije—. Te quiero, Milay.
—Y yo a ti, Sargon.
Fue Aidam quien llegó junto a nosotros en ese momento y se alegró de encontrar a Milay con vida.
—Amvrill y Blumth se encuentran bien. Sus heridas no son de gravedad —dijo nuestro amigo.
—¿Y Haskh? ¿Y Dharik? —Pregunté.
—Han muerto. No sobrevivieron.
Bajé la cabeza apesadumbrado. Tantas muertes por la locura de un hombre. La ira me consumió por un momento, pero respiré hondo para alejarla de mí.
—¿Dónde está Sheila? —Preguntó Milay, asustada al no verla junto a nosotros. Acthea en esos momentos trataba de arrancar la flecha de su espalda y la joven sígilo apretó con fuerza la mandíbula.
Yo tan solo señalé al cielo.
Un tremendo rugido nos sobrecogió a todos en ese preciso instante. El dragón rojo había herido de gravedad al dragón negro con sus espolones y este aún se revolvía furioso, sangrando por sus heridas. En su dolor, el dragón negro logró apresar a su enemigo por el cuello y sus afilados colmillos se clavaron en él, desgarrando carne y músculo. El alarido del dragón rojo nos sobrecogió. Ambos dragones siguieron enzarzados en su lucha, sus correosas alas batiendo con fuerza el aire, hasta que dos intensas llamaradas los envolvieron. El dragón negro y el rojo vomitaban fuego por sus fauces, abrasándose mutuamente. Después lograron desprenderse de su terrible abrazo y ambos cayeron al suelo entre inmensas columnas de humo.
El estruendo fue temible cuando los dos dragones se estrellaron contra las rocas.
Corrimos hacia donde se había estrellado el dragón rojo y llegamos a tiempo de advertir como el hechizo se deshacía y volvía a transformarse de nuevo en Sheila.
Su rostro estaba cubierto de heridas y quemaduras. Su cuello presentaba un salvaje desgarro por el cual se escapaba su vida, pero su mirada me reconoció.
—Padre —dijo sin apenas fuerzas.
Me arrodillé junto a ella y tomé sus manos entre las mías.
—Sheila, hija mía —murmuré, mientras mis ojos se anegaban de lágrimas.
Aidam llegó en ese momento y también se arrodilló junto a ella.
—Has vencido, Sheila —dijo—. Dragnark está muerto.
Ella sonrió.
—Mi sacrificio no ha sido en vano.
—¿Por qué lo hiciste? —Le preguntó el guerrero.
—Era mi deber... El deber de una Khalassa.
—Era yo quién debía de haberme sacrificado —empecé a decir, pero Sheila alzó su mano para apoyarla sobre mis labios.
—Todo está bien... —susurró, cada vez más débil.
—Puedes curarte, Sheila —dijo Acthea, que también lloraba—. Usa tus poderes.
—No me quedan fuerzas. El hechizo para transformarme en dragón acabó con ellas. Pero no debéis estar tristes. Existe un lugar, en alguna parte, donde las Khalassas se reúnen tras su muerte. Yo iré allí dentro de un momento. No debéis... llorarme. Mi destino se ha cumplido y el mal no ha triunfado. Todo está bien.
Milay, ayudada por Aidam, junto con el resto de nuestros amigos llegaron hasta donde Sheila se encontraba postrada.
—Esto no es una despedida —dijo mi hija—, ni un adiós, solo un hasta pronto.
A lo lejos aparecieron dos figuras que iban acercándose hasta nosotros, caminando despacio. Una era bastante más alta que la otra, pero ambas caminaban a un tiempo.
Aidam hizo intención de tomar su espada, pero Sheila se lo impidió.
—No son enemigos, Aidam —dijo mi hija, reconociéndoles aún sin verles—. Son amigos y vienen a por mí.
Cuando llegaron junto a nosotros vi que se trataba de un anciano y de una niña, a la que cogía de la mano. Sheila sonrió nada más verles. Se trataba de Shorus y de la niña Khalassa.
—Al fin cumpliste con tu destino —dijo el anciano—. ¿Tienes ahora miedo de morir?
Sheila negó con la cabeza, muy segura de sí misma.
—Eso está bien. Aguardaremos a que termines de despedirte.
Sheila asintió, luego fijó su vista en mí.
—Nunca imaginé tener un padre como tú —me dijo—. Alguien sabio y valiente y al que he llegado a apreciar y querer. Gracias papá, por todo lo que me has dado.
Me incliné sobre ella y la besé en la frente, que ardía de fiebre.
Sheila miró a Aidam y a Acthea y les hizo acercarse.
—Tampoco soñé con tener unos amigos como vosotros, Aidam y Acthea. Habéis sido muy importantes para mí y allí donde vaya siempre os llevaré conmigo en mi corazón... Acthea eres alguien muy especial, sé que ambos seréis felices juntos. Lo sé.
Acthea no pudo evitar echarse a llorar.
—No llores, Acthea —dijo Sheila—. Tú y yo somos muy parecidas. Ambas somos luchadoras, ambas comprendemos cuándo hay que sacrificarse y ambas amamos a la misma persona. Siempre serás mi hermana y allí donde vaya te recordaré con cariño... Y tú, Aidam, sigue siendo tú mismo. Tu corazón es más brillante que todo el oro del mundo y eso es algo que no se encuentra a menudo.
Las lágrimas resbalaron por el rostro de nuestro amigo sin que pudiera contenerlas.
—Estoy muy triste por no poder despedirme de Haskh, era un gran amigo y también estoy triste por Dharik—dijo Sheila y ví como cerraba los ojos y lloraba en silencio por él.
Asentí, a todos nos entristecía la pérdida de el semiorco. Alguien como él, con su lealtad y su coraje era muy dificil de hallar. También Dharik había entregado su vida por nosotros y era algo que nunca olvidaríamos.
A continuación llegaron Milay y los enanos. Blumth lloraba a lágrima viva y Amvrill tragaba saliva tratando de deshacer el nudo que atenazaba su corazón. Sheila se dirigió primero a los enanos.
—Gracias, amigos míos, por haberme enseñado tantas cosas. Sin vosotros no estaría completa.
—Te echaremos de menos —dijo Amvrill rompiendo a llorar.
—Y yo a vosotros —contestó mi hija. Luego volvió su vista hacia Milay.
—A ti también te considero mi hermana —le dijo y Milay sonrió con ternura—. Nunca antes conocí a nadie tan valiente como tú. Quiero que me prometas algo.
—Sí, yo prometer... —rectificó—. Te prometo lo que quieras, hermana.
—Promete que cuidarás del viejo gruñón de mi padre —me miró y sonrió—. Y que le amarás tal y como se merece. Él no lo sabe aún, pero ha llegado el momento de que sea feliz.
—Te lo prometo, Sheila —dijo Milay, estrechándome a mí en sus brazos.
Tras decir esto, Sheila cerró los ojos y habló en voz muy baja:
—Gracias. Ahora ya puedo partir.
Shorus y la niña Khalassa se sentaron junto a ella y cada uno tomó una de sus manos.
—Te has ganado una eternidad para descansar, Sheila —dijo Shorus—, y también para olvidar tus dudas y tus miedos. Allí donde vamos serás bien recibida.
Sheila asintió con una sonrisa. Cerró los ojos y... Murió.
Esta vez me gustaría leer vuestros comentarios. Sí, sé que supone un gran esfuerzo detenerse un momento , lo sé por que a mí me pasa, pero esta vez os pido que lo hagáis. Decidme qué opináis de este desenlace.
Aún queda un capítulo más y después un pequeño especial que no podéis perderos, así que os espero en el siguiente capítulo. Gracias a todos por leer.
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