Capítulo 3- Un extraño brindis
Acthea hizo una pausa, antes de seguir relatándonos su terrible historia. Yo la verdad era que no quería seguir escuchando, me podía imaginar lo que aquellos hombres habían hecho con ella.
—En el último momento, cuando aquel joven se acercaba hasta mí con la intención de...de...
—No tienes que seguir contándonoslo, Acthea —le dije—. Sé que es un mal trago para ti hablar de ello.
—No, no importa... —me miró con una tímida sonrisa y siguió hablando—. En ese preciso momento apareció mi padre y vi como levantaba el hacha que traía y la descargaba sobre la cabeza de aquel chico. Reventó, literalmente, reventó cubriéndome de sangre y de trozos de sus sesos.
»Ni siquiera grité, es más, apenas escuché a mi padre cuando me gritaba que corriera a casa. Me levanté como pude y entonces corrí, corrí tan rápido que me caí al suelo varias veces, levantándome en el acto para seguir corriendo.
»Antes de llegar a mi casa me volví y pude ver a mi padre peleando contra cinco de aquellos hombres. Eran demasiados para él y apenas lograba mantenerlos a raya. El hacha en sus manos giraba y cortaba el viento, pero los bandidos terminaron por rodearle. Dos bandidos ya nunca volverían a levantarse, pero otros cuatro habían acudido en ayuda de su líder.
»—¡Papá! —Grité asustada. Él se volvió para mirarme, fue solo un segundo, pero fue suficiente para que el jefe de los bandidos, aprovechando la distracción, hundiera su espada en el vientre de mi padre.
»¡Yo le maté! ...Si no hubiera gritado, si no le hubiera distraído...
—Hubieran acabado con él de todas formas —aseguró Aidam—. Me he enfrentado a bandidos en muchas ocasiones y sé que son muy difíciles de vencer, son gente desesperada y eso les convierte en verdaderas máquinas asesinas. Además, eran demasiados para él.
Acthea movió la cabeza como desechando el comentario.
—Mi padre había sido soldado antes de convertirse en agricultor. Él me enseñó a pelear y era muy diestro. Sé que al final hubiera acabado con ellos. Murieron por mi culpa y nunca podré quitármelo de la cabeza.
»Los bandidos dejaron atrás el cuerpo inánime de mi padre y entraron en casa...Lo vi todo, escondida tras la leñera. Asesinaron a mi madre y a mis dos hermanos; ellos, tampoco opusieron resistencia, murieron tan deprisa que creo que ni llegaron a saber lo que sucedía. Mis hermanas...ellas sufrieron bastante más antes de morir...Yo fui la única que se salvó. Me salve porque fui una cobarde, escondida mientras escuchaba los gritos de mi familia y rezando para que no me encontraran.
—No deberías seguir culpándote de ello —le dije tratando de consolarla—. No habrías podido hacer nada para ayudarles.
—Eso nunca lo sabré, Sargon.
—Pero yo sí, Acthea —afirmó Aidam—. Sobrevivir a eso ya me dice bastante sobre ti, eres una luchadora y lo seguirás siendo el resto de tu vida.
Acthea le miró a los ojos agradecida, se mordía los labios tratando de no llorar, pero las lagrimas amenazaban con desbordarse. Respiró hondo un par de veces y consiguió sobreponerse.
—Gracias, Aidam. No sabes cuanto agradezco tus palabras.
Aidam sonrió a su vez. Su rostro expresaba un montón de distintas emociones y está vez ninguna de ellas era causada por el alcohol ingerido. Se podría decir que había en su cara una expresión de reconocimiento. Cómo si por primera vez hubiera visto a la joven tal y como era.
—Ahora ya sabes lo que puedes entregarle a Sherina, Acthea. Deshazte de tus fantasmas, entrégaselos a la diosa de la muerte, tú ya no los necesitas.
—Lo haré.
—Bueno —dijo Aidam—. ¿Qué os parece si ahora terminamos de emborracharnos? Es una forma tan buena como otra de ahogar nuestras penas y por lo que parece, todos tenemos muchas cosas que olvidar.
Acthea accedió, divertida. Yo me excusé alegando un sin fin de cosas cada una más absurda que la anterior.
—¡Vamos, Sargon! —dijo Aidam—. No iras a decirme que tú no tienes algún fantasma rondando por ahí.
—¿Uno? ¡Tengo tantos que podría llenar un cementerio entero con ellos! —Dije irónicamente.
—Entonces no hay más que hablar.
Aidam sacó una botella de aguardiente enano de uno de los cajones del armario y buscó tres desportillados vasos, llenándolos con el ambarino licor.
—¡A la salud de los muertos, los pasados y los venideros! —Gritó el guerrero.
Acthea cogió su vaso y brindó a su vez.
—¡Por la muerte! ¡Que no nos pille durmiendo!
Por último, yo también alcé mi copa.
—Por las almas de aquellos que se perdieron al tratar de encontrarse. Por esos ojos que una vez miraron y que ya no mirarán jamás y por aquellas sonrisas que se tornaron en desilusión. Por todos los errores cometidos y que nunca podrán enmendarse y por el fuego de algunos corazones que al final acaban abrasando la esperanza...
Aidam y Acthea me miraron sorprendidos. No creí que hubieran llegado a entender nada, pero para mí, esas palabras estaban muy claras.
—Lo dicho, Sargon —masculló Aidam—, eres un baúl de sorpresas. Además de mago, también eres poeta.
Bebimos, bebimos casi hasta la inconsciencia. Había mucho que olvidar, muchos recuerdos que dejar atrás, muchos pensamientos que habíamos intentado enterrar, pero que no habíamos conseguido hacerlo. El alcohol adormeció nuestras mentes, borrando por un instante nuestras penas, hasta que estas ya no significaron nada. Aidam comenzó a reír y su risa contagiosa acabó por hacernos estallar en carcajadas. No era una risa alegre, ni mucho menos, pero nos hizo sentirnos libres de nuestras pesadillas por un momento.
Acthea, con los ojos llorosos a causa de la risa y bastante mareada, apoyó su cabeza en el hombro de Aidam, él la miró durante un instante y después, alzando su barbilla con mucha suavidad, la besó en los labios.
Se veía venir, me dije. La lástima fue que Acthea no llegó a enterarse del beso, porque se había quedado completamente dormida.
Aidam me miró y después se sonrió.
—Es una joven muy especial —me dijo, para acto seguido perder el conocimiento.
—Sí que lo es —reconocí y cerré los ojos también.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top