Capítulo 26. Capturada

Sheila

Había hecho un alto en el camino muy cerca de la ciudad de Roca Alta. Al parecer y sin darme cuenta estaba siguiendo el mismo camino que emprendimos un año atrás, transitando por la misma ruta que tomamos mis compañeros y yo.
Estaba a punto de anochecer y busqué un lugar donde ocultarme antes de que cayesen las sombras. Algo apartada del camino encontré una vieja cabaña de maderos podridos y cuyo tejado se había venido abajo. Estaba situada junto a un torrente de montaña, donde un viejo molino de agua tiempo atrás abandonado giraba imperturbable al paso del tiempo realizando el trabajo para el que había sido diseñado, aunque ya no hubiera nadie para apreciarlo.
La cabaña se encontraba en deplorables condiciones, pero el molino aún se mantenía intacto, por lo que aproveché para pasar la noche en él. Antes de intentar conciliar el sueño y con el estómago vacío, pues mis recursos ya escaseaban, recorrí el perímetro comprobando que me hallaba sola. Era de todos conocidos que en las afueras de las ciudades, apostados junto a caminos y fondas, se ocultaban numerosos grupos de bandidos. No estaba de más ser precavida al respecto.
Justo cuando estaba a punto de confirmar que me encontraba sola, escuché un ligero ruido que me llamó la atención. Parecía un sonido metálico, el producido por el roce de los herrajes de un arnés, contra una superficie de piedra o quizá el producido por el filo de una espada al arañar la roca.
Me oculté con rapidez y observé las sombras que ya se cernían sobre aquel silencioso paraje. Indiscutiblemente se trataba de otra persona. Su torpe caminar le había delatado.
Desenfundé la daga que llevaba en mi cintura y la alcé hacia el sonido que cada vez era más audible. El desconocido no parecía haber reparado en mi presencia, pues se movía con torpeza mientras se acercaba hasta mi posición.
Respiré en silencio, preparándome para actuar cuando el intruso llegó junto a mí. En la penumbra acerté a distinguir un rostro barbilampiño, muy joven y unos ojos que se abrieron de asombro al fijarse en mí. Salté con el arma lista para cercenarle el cuello, cuando el joven dejó escapar un bufido.
—¡Detente! —Gritó.
—¿Quién eres y qué quieres? —Pregunté.
—Solo deseo vivir —balbució el recién llegado—. No pretendo hacerte ningún mal.
—Tira tu arma al suelo —susurré en voz baja. No estaba segura de que se encontrase solo. El joven arrojó su espada al suelo.
—Eres Sheila, ¿verdad? —Me preguntó.
—¿Quién quiere saberlo? —Espeté.
—Mi nombre es Adler. Trabajo para el maestro Raqnor —dijo.
—Qué es lo que buscas siguiéndome? —Seguía sujetando la daga en una mano y había cogido su espada con la otra.
—Solo cumplo con las indicaciones de Raqnor. Me dijo que os vigilara hasta que estuvieseis a salvo en alguna ciudad. También me dijo que intentará pasar desapercibido, pues no os haría mucha gracia daros cuenta de mi presencia... Lamento que me halláis descubierto.
Me relajé un poco al escucharle, aunque no del todo.
—Eso es cierto —dije—. Prefiero viajar sola.
—Estos caminos son peligrosos, deberíais pensarlo mejor.
—Gracias, pero no necesito ninguna ayuda.
Adler se encogió de hombros. Sus siguientes palabras me llenaron de angustia.
—No digáis que no os avisé.
Escuché un roce a mi espalda y lo último que vi, antes de que el mundo se oscureciese fue un bastón de madera volando raudo hacia mi cráneo. El golpe fue demoledor.

...

Desperté dolorida. Había amanecido y me encontraba atada de pies y manos. Maldije en silencio mi necedad al no percatarme de lo que había ocurrido. El tal Adler solo había sido un señuelo. Mientras él me entretenía, otra persona me había golpeado a traición por la espalda.
—Ya has despertado —dijo una voz que no podía ubicar—. Siento haberte golpeado tan fuerte.
—¿Qué queréis de mí? —Pregunté con un hilo de voz. Mi cabeza parecía a punto de estallar.
—¿Querer? Tu oro, por supuesto —dijo el desconocido colocándose ante mí. También era joven, aunque algo menos que su compañero. Una fea cicatriz cruzaba su rostro desde la ceja izquierda hasta el mentón—... Y quizá algo más...
—Podéis llevaros el oro —dije, tratando de controlar mi nerviosismo. Estaba tumbada de costado sobre el suelo cubierto de hojarasca y traté de moverme, pero las ataduras que sujetaban mis manos y pies eran concienzudas, no podría librarme de ellas con facilidad.
—Eso ya lo hemos hecho, joven doncella —sonrió mi secuestrador—¿Dónde ibais?
—Mis compañeros me esperan en Roca Alta. Se preocuparán por mí al saber que aún no he llegado. No tardarán en acudir a buscarme —mentí.
—¡Ya! ¿Tus compañeros, dices? Estás sola, jovencita. Sola y en apuros. Te hemos seguido desde PiedraPlata y sabemos que estás sola.
—No es cierto... —gemí.
El joven se inclinó sobre mí.
—Tal vez podamos divertirnos un rato tú y yo juntos, ¿qué te parece? —Su mano acarició mi cabello.
—¿Qué estás haciendo, Percy? —Preguntó Adler, que volvía con mi caballo de las riendas.
—Charlaba con esta joven —dijo el aludido—. Es una joven muy hermosa y me pregunto...
—Bowman dijo que nos apresurásemos. Debemos volver con el oro y con esta joven a donde él nos espera. Esas son sus órdenes.
—Y eso haremos —contestó Percy, sin apartar los ojos de mí—, claro que antes podemos divertirnos un rato, ¿no crees?
—No, no lo creo. Ya conoces a Bowman. A él siempre le gusta probar primero la mercancía. No creo que le haga mucha gracia descubrir que no está intacta.
—Bowman es un cretino y no tiene por qué enterarse si tú no dices nada. ¿Acaso vas a delatarme, Adler?
—No, Percy. Sabes que yo nunca lo haría...
—Si me tocáis lo lamentaréis —dije.
Percy sonrió.
—¿Lamentarlo? Todo lo contrario, preciosa. Serás tú quien lo lamentará. Yo voy a disfrutarlo.
Percy me tomó por las piernas y me arrastró por el camino hasta llevarme a un rincón apartado.
—¿Tendré que amordazarte o piensas comportarte? —Me preguntó.
Una idea cruzó por mi mente.
—No, no voy a gritar —dije. Necesitaba poder hablar para lo que tenía pensado hacer.
—Eso me parece bien, aunque quizá sí grites, pero será de placer.
Percy se agachó junto a mí y vi como sus manos forcejeaban con el nudo que sujetaba mis pantalones de cuero. Estaba tan excitado que no era capaz de deshacerlo. Le vi tomar mi daga, la que me habían quitado y cortar limpiamente el cordón de un tajo. Sus manos me aferraron por la cintura y trató de bajarme los pantalones, pero la postura en la que me encontraba se lo impidió.
—Deberías soltarme. Tal vez así te sea más fácil desnudarme —dije.
Percy sonrió, pero no cayó en la trampa. De un brusco tirón bajó mis pantalones hasta las rodillas. La prenda interior de algodón con la que me cubría y que quedó ante su vista excitó su imaginación.
Mientras tanto yo aguardaba el momento justo para actuar. Acababa de recordar un hechizo que quizá pudiera librarme, pero cuando estaba a punto recitarlo en voz alta, algo sucedió.
Los arbustos que nos rodeaban parecieron agitarse levemente como si algún animal estuviese oculto entre ellos. Quizá una fiera. Eso debió pensar Percy un momento antes de que lo que allí se ocultaba surgiese como una aparición. Un brazo tomó a Percy por el cuello con una fuerza poderosa y un espeluznante crujido acompañó a un único movimiento de ese brazo mientras le partía el cuello limpiamente. El cuerpo sin vida de Percy se precipitó al suelo. Estaba muerto.
El desconocido desapareció tan de repente como había aparecido y unos segundos después escuché gritar a Adler. Un gorgoteo acompañó al último grito, después no hubo más que silencio.
Extrañada con lo que acababa de suceder, no me percaté de que mi presunto salvador había regresado hasta donde me encontraba. Su oscura silueta se alzó frente a mí y por un momento temí que pudiera tratarse de mi propio tío, el nigromante. Más no lo era.
Se trataba de alguien muy alto, enfundado en un oscuro traje de cuero negro y cuyas facciones se ocultaban tras una máscara terrible. Una siniestra máscara que asemejaba la forma de una pálida calavera. La misma muerte, pensé. 

Traía un cuchillo ensangrentado en su mano izquierda que goteaba sobre la hojarasca. Con la derecha arrancó la máscara que cubría su rostro y esta cayó al suelo silenciosa, junto a mis pies. 

Un sonoro suspiro brotó de mis labios.
—¿Tú?

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