Capítulo 25 -En las celdas

—No puedo dejarte marchar, pero tampoco la puedo perder a ella... —Dragnark hablaba solo mientras se paseaba alrededor de su macabro trono.

—Estás en un dilema, hermano.
Me miró con un odio indescriptible. Sabía que me hubiera matado en ese mismo momento como al desgraciado joven que yacía a nuestros pies, si hubiera podido hacerlo. Pero no lo haría. Por lo menos yo contaba con ello.
—Crees haber ganado la partida, ¿verdad, Sargon? —Me preguntó echando espuma por la boca.
Me encogí de hombros.
—Pues no, no me has vencido. Traeré a Sheila aquí cueste lo que cueste, aunque tenga que hacerlo yo mismo.
Cuatro cadáveres vivientes aparecieron en el gran salón. Dos de ellos me sujetaron por los brazos y las otros dos se colocaron a mi espalda.
—Sheila no vivirá mucho tiempo. Necesita el antídoto —forcejeé con los guardias pero me fue imposible soltarme.
—No te preocupes, Sargon. Lo tendrá. Yo mismo se lo llevaré. Haciéndome pasar por ti, por supuesto.
Dragnark entonó unas palabras en el lenguaje de la magia y se transformó delante de mis ojos. Era una copia perfecta mía.
—Nadie notará la diferencia, aunque me va a ser difícil interpretar el papel de un idiota.
—No lo creas —contesté yo con rapidez—, no te costará tanto.
—Encerradle —les dijo a los guardias—. Llevadle a la mazmorra más húmeda que haya. Espero verte pudrirte allí dentro, pues no volverás a ver la luz del sol jamás.
Me arrastraron literalmente a través de largos pasillos, hasta una zona mucho más oscura que las demás.
Las celdas se hallaban en la zona más antigua de la fortaleza. Las paredes parecían a punto de desmoronarse, los techos, bastante bajos, estaban ennegrecidos por el humo de las antorchas, aunque estas brillaban por su ausencia y la humedad se filtraba a través de los muros creando grandes manchas de salitre.
Los dos guardias me introdujeron en una de las celdas y cerraron la puerta. Al alejarse con la única fuente de iluminación, las sombras me envolvieron.
No tuve que esperar mucho para escuchar unos pasos que se acercaban a lo largo del pasillo. Sabía que no iba a fallarme. Tenía la esperanza de que hubiera entendido mis instrucciones, aunque se lo expliqué tan rápido que llegué a dudar de que lo hubiera hecho.
—¿Sargon?
—Estoy aquí —susurré, procurando no levantar la voz.
—Está muy oscuro, sigue hablando —dijo la voz.
—Me alegro de que me entendieras. No estaba seguro... ¿Acthea?
—Ya estoy aquí —dijo en voz baja—. Veamos si puedo abrir este cerrojo.
—Lo has hecho muy bien, jovencita. Nadie se ha dado cuenta de que venías con nosotros en esa bestia alada.
—Es mi trabajo, Sargon. Ocultarme en las sombras es mi especialidad. Florián no sospechó nada, ¿verdad? Por cierto, ¿dónde está?
—Muerto —le dije—. Dragnark lo mató.
—Una lástima, era un joven muy apuesto...¡Ya está!
Sonó un clic y el cerrojo se abrió.
—Hemos de irnos —dije—. Dragnark se va a presentar en el campamento bajo mi apariencia. Pretende conseguir la joya de Sheila, por cierto, ya tiene la mía. Ahora es mucho más poderoso.
—¿Cómo vamos a volver? Yo no pienso volver a montar en uno de esos bichos —comentó la joven —. Me costó mucho esconderme detrás de vosotros entre varias mantas, pero sobre todo me costó camuflar mi olor. Tuve que frotarme con grasa de carnero todo el cuerpo. Menos mal que esa bestia no tenía hambre...
—No creo que nos permitiera hacerlo otra vez, ahora que ya no está su dueño —expliqué —. Pero creo que hay otra forma de hacerlo, una mucho más rápida. Debemos encontrar un portal.
—¿Un portal?
—Sí, los magos solemos utilizarlos cuando tenemos que viajar largas distancias.
—¿Y qué forma tiene? —Preguntó Acthea—. ¿Es como una puerta?
—Puede tener distintas apariencias, puede ser una puerta como tú dices, o un pequeño estanque de quietas aguas e incluso un espejo.
—Pues tendría que ser un espejo muy grande...
—Sí, lo son. Debemos ir a los aposentos de mi hermano. Si hay un portal es casi seguro que esté allí.
Recorrimos varias habitaciones, cuidando de no dejarnos ver por esas cosas con apariencia de seres humanos, pero sin alma.
Al llegar a una habitación que había al final de un largo corredor, comprendí que la habíamos encontrado.
Era tan ostentosa, el oro brillaba de tal manera y tenía ese aire tan macabro y desquiciado que supe al momento que era la estancia de mi hermano.
—Debe de estar como un cencerro —comentó Acthea—. ¿Quién sería capaz de dormir rodeado de cadáveres?
—Mi hermano, tenlo por seguro. Tiene un deplorable gusto.
Las lámparas que iluminaban la habitación estaban hechas de huesos humanos; la cama, los muebles e incluso un gran arcón que había a los pies del lecho estaban adornados con aquellos morbosos trofeos. Huesos humanos y de animales, calaveras que nos miraban con sus vacíos ojos, tibias, fémures y vértebras eran los ingredientes de ese nuevo estilo artístico.
—Buscábamos un espejo ¿verdad?... ¿Uno como ese?
Miré hacia donde señalaba Acthea y entonces lo tuve claro. Lo habíamos encontrado.
El portal era un espejo. Un espejo que ocupaba prácticamente la totalidad de una de las paredes y pasaba  desapercibido porque no tenía cristal. Era tan solo un marco lleno de intrincadas runas que decoraban toda su superficie.
—Ahora permíteme que realice un pequeño hechizo y pronto estaremos junto a nuestros compañeros —dije mientras cerraba los ojos y trataba de recordar el hechizo que había memorizado años atrás. Sabía que me iba a costar bastante invocarlo ahora que no tenía mi joya, pero creía ser capaz de hacerlo.
Noté que Acthea me tomaba por el brazo y abrí los ojos malhumorado.
—¿Qué es eso, Sargon?
Acthea señalaba hacia el pasillo por el que habíamos venido. Un ruido, parecido al que produciría algo de metal al ser arrastrado por el suelo, llamó mi atención. El sonido se acercaba cada vez más hasta nosotros poniéndome los pelos de punta.
Algo venía a nuestro encuentro, algo enorme  y oscuro que arrastraba una descomunal hacha. Tan pesada era que se hubieran necesitado cuatro personas para poder levantarla del suelo; pero aquel ser la sujetaba con una sola mano.
—¡Es un ogro!

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