Capítulo 25. El consejo del rey
Sargon
El rey Durham nos hizo pasar a su despacho en una de las torres del palacio. Desde esa fenomenal altura podía divisarse un paisaje de varias leguas en torno a la ciudad de Khorassym. Los montes nevados a lo lejos me recordaron las escarpadas montañas donde mi hermano el nigromante tenía su castillo.
El despacho no estaba vacío. Otras dos personas aguardaban al rey. Uno de ellos era inconfundiblemente un mago. Su blanca túnica bordada con filigranas de oro daba a entender que se trataba de alguien muy importante. Sin duda se trataba de Igneus, el archimago de la corte. La otra persona era una anciana mujer de cabellos oscuros veteados de blanco que vestía una sobria túnica de color negro. Todo era oscuro en ella, su ropa, sus cabellos y sus brillantes ojos. La reconocí como a una nigromante. Lo que me extrañaba era lo que estaba haciendo allí. Las artes oscuras y la magia blanca casi nunca confraternizaban. Algo muy importante debía de estar sucediendo para que estas dos personas tan distintas aguardasen juntas.
Tras nosotros entró en el despacho, Lord Reginus. Su rostro mostraba tal rencor ante la presencia de Aidam que era del todo evidente.
—Os he hecho venir a esta reunión pues hemos de tratar de un asunto de capital importancia —dijo Su Majestad, el rey Durham—. Hasta ahora no había hecho caso a los rumores que me llegaban desde todos los rincones de Khoras. Rumores que hablaban de ejércitos de muertos, de pillaje y asesinatos, de secuestros y disturbios. No le había dado la importancia que requería hasta este momento.
—Ya os avisé, Majestad, de que esos rumores podrían llegar a ser ciertos —dijo el mago blanco—. ¿Qué ha sucedido para haceros recapacitar?
—Sé que debí haceros caso, maestro Igneus y lamento haberme equivocado —respondió el rey—. Ahora me doy cuenta de ello, sin embargo creo que aún estamos a tiempo de remediar esta situación.
—¿Qué está ocurriendo, mi señor? —Preguntó Lord Reginus.
Vi como Aidam le observaba sin apartar la vista de él. Me hubiera gustado saber qué pensamientos cruzaban por su mente en esos momentos.
—Varios de nuestros generales han desertado.
—¿Han desertado? ¿Quiénes, mi señor? Daré inmediatamente una orden de captura.
—Han sido tres, Lord Reginus: Lord Romanoff, Lord Banner y Lord Stark. Los tres eran personas de honor y muy queridos para mí. Su traición ha entristecido mi corazón.
—Les atraparemos, mi señor y serán ajusticiados.
—Hay otra cosa más —continuó diciendo el rey—. Esta mañana ha llegado un correo. La carta que he recibido está firmada por ese nigromante, Dragnark. Leedla en voz alta, Lord Reginus.
El rey entregó un pliego de papel a su general y este lo desenrolló. Después leyó en voz alta:
«El mundo que conocíamos ya no existe. La corrupción de vuestros nobles y la apatía de la que hacéis gala vos, Majestad, es proverbial. Vuestro régimen solo puede conducirnos al desastre y es por eso que he decidido tomar cartas en el asunto.
No sois el rey que soñábamos, ni siquiera el rey que necesitábamos. No sois más que un títere en manos de senadores, generales y nobles que solo pretenden enriquecerse a costa de la plebe, y es esa plebe quien, realmente, os concede el privilegio de mentir, abusar y asesinar a todo aquel que se oponga a vuestros designios, al depositar su confianza en vos. Una confianza que ha sido traicionada.
Es por ello que yo, Dragnark el oscuro, he decidido ponerle fin a vuestro mandato.
No os tengo miedo, Majestad, ni a vos ni a vuestros ejércitos. Vos seréis quien me temáis, os lo aseguro.
Mis huestes marchan ya hacía la capital del reino. Vuestra derrota será inminente y yo mismo me encargaré de ponerle fin a vuestra miserable vida».
—¡Qué desatino es este! —Gritó Lord Reginus, cuando terminó de leer la misiva.
—Nuestros espías has confirmado que un numeroso ejército se dirige hasta aquí. Tardarán al menos un par de semanas en llegar, pero hemos de evitarlo a toda costa. Caballeros, mi señora; escucharé vuestras propuestas con mucho gusto.
Ninguno de los presentes habló, luego el rey volvió a tomar la palabra, dirigiéndose a mí.
—Vos, maestro Sargon, sois hermano de ese nigromante, si no me equivoco. Debéis conocerle bien, ¿no es así? Os ruego que nos ayudéis.
—Soy su hermano, como bien decís, Majestad —contesté—. Pero no creo conocerlo tan bien como yo pensaba. Fui su prisionero hace un tiempo y lo que pude observar de él es que había perdido definitivamente la cabeza. Sus ansias de poder son demenciales y estoy convencido de que intentará llevar a cabo sus propósitos. Dragnark es muy poderoso, Majestad. Es muy posible que posea casi la totalidad de las Lágrimas de Albareth.
—Eso es imposible —dijo el maestro Igneus—. Hay cuatro de esas joyas repartidas por el mundo y una de ellas está en paradero desconocido.
—Siento corregirlos, gran maestro —dije—. En realidad son seis joyas y mi hermano ya posee cuatro de ellas. Puedo confirmároslo.
—Podéis explicarme de qué habláis —pidió Lord Reginus.
—Las Lágrimas de Albareth son unas joyas muy poderosas —expliqué—. Estas joyas amplifican el poder de la magia hasta límites insospechados, Aunque también son muy peligrosas, pues acaban consumiendo a su portador. Dragnark poseía una de ellas, la llamada joya de la cólera, de un color negro aterciopelado. Yo poseía otra de esas gemas, la del dolor, de un intenso color verde, que Dragnark me robó. Existía otra gema, la de color amarillo que poseía un mago menor, un tal Astinus y que ahora también posee mi hermano. La cuarta joya la encontró una muchacha. Su nombre es Sheila y fue secuestrada hace un tiempo por mi hermano, por lo que estoy seguro de que también esa joya, la de color rojo, está ahora en su poder...
—Habéis dicho que existen seis joyas. ¿Dónde están esas dos que faltan? —Preguntó Igneus.
—Aquí —dije, mostrándoles los Ojos del despertar, como eran conocidas estas dos joyas. El fulgor anaranjado de las gemas resplandeció en el despacho—. La diosa Sherina me las entregó.
—¡La Diosa Sherina os entregó a vos esas joyas! —Exclamó Igneus, incrédulo—. Eso es ciertamente imposible.
—Sherina es la diosa de la muerte, ¿no es así? —Preguntó el rey y yo asentí.
—Así es, Majestad —aclaré.
—¿Qué le entregasteis a cambio? —Preguntó el maestro Igneus—. ¿No pensaréis que vaya a creer que os las entregó sin más?
—Así fue. Digamos que la diosa de la muerte se apiadó de mí —mentí —. Lo importante es que el poder de estas joyas es el único recurso de que disponemos para derrotar a Dragnark. Los Ojos del Despertar son muchísimo más poderosos que las otras cuatro joyas juntas.
—¿Y sabéis usarlas? —Preguntó el rey.
Dudé.
—Aún no, Majestad. Pero aprenderé, os lo juro.
—No creo que logréis hacerlo en el breve espacio de tiempo de que disponemos —dijo Lord Reginus—. Yo propongo atacar al ejército de Dragnark mucho antes de que se acerque a esta ciudad. Dispongo de cinco legiones y...
El rey había alzado su mano pidiendo silencio.
—Vos, mi señora, aún no habéis dicho nada —dijo Su Majestad refiriéndose a la oscura nigromante—. Dragnark es un miembro de vuestra orden y por eso os he hecho acudir ante mí. ¿Qué podéis decirme de él, maestra Corvis?
—Conozco a Dragnark —dijo la mujer—. Y sé de lo que es capaz. Superó las pruebas de las Torres Arcanas brillantemente. Esas pruebas, como sin duda conoceréis, Majestad, son las que realizamos para descubrir las capacidades de aquellos que desean entregarse a la magia. Dragnark es un verdadero maestro, sin duda, y le creo muy capaz de enfrentarse a vuestro ejército. Posee el poder de crear un ejército de muertos. Puede influir sobre el clima y lo que es aún más importante, domina el hechizo que puede transformarle en un dragón. No creo que seamos capaces de detenerlo, Majestad. Esa es mi humilde opinión.
—Aún me falta por escuchar vuestra opinión, Lord Aidem de Roca Oscura —dijo el rey Durham—. Por lo que tengo entendido, también vos os enfrentasteis al nigromante y lograsteis salir con vida de ese encuentro. Me gustaría oír vuestro consejo.
—No tengo ningún consejo que daros, Majestad. Solo puedo prometeros que acabaré con la vida de ese nigromante con mis propias manos, si el destino tiene a bien complacerme.
—Eso es exactamente lo que quería oír, joven —sonrió el rey—. Y yo os daré la oportunidad de hacerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top