Capítulo 24. Recuerdos

Sheila

Había logrado escapar a través del bosque, un bosque que sin duda conocía muy bien, de eso me di cuenta enseguida. Todo este tiempo había estado prisionera en el castillo donde encontré la gema del dragón. Aquella joya engarzada en una tosca espada y cuyo poder me fue entregado a mí. Me encontraba muy cerca de la aldea donde había vivido tantos años en compañía de mi madre y mis amigos. Una aldea de la que ya no quedaba nada, pero a la que mis pasos me guiaron sin yo proponérmelo. Los restos de lo que en otro tiempo fueron casas aún podían verse esparcidos por todas partes. Me encontré junto a las ruinas del que había sido mi hogar y con lágrimas en los ojos traté de no recordar. Allí ya nada quedaba. Mi madre y toda la aldea había desaparecido engullida por el fuego. Sargon, mi padre, se ocupó de que nada quedase tras el ataque del dragón y así fue. Era ridículo estar allí.
Eché a correr y muy pronto dejé atrás mi querida aldea, pero no mis recuerdos. Estando en ese estado no llegué a darme cuenta de que mis pasos me habían conducido hasta una pequeña ciudad que también reconocí: PiedraPlata. El lugar donde Sargon me condujo tras abandonar mi aldea y donde encontramos a ese guerrero que tanto había llegado a significar para mí. Mi querido Aidam.
Oculta en un rincón del camino procedí a vestirme con la ropa que Sybill había guardado en la bolsa que me entregó. Lo que vi en aquella bolsa me dejó perpleja. Allí estaban todos los pergaminos de hechizos que yo había cogido del despacho de mi tío, aparte de todo lo necesario para poder subsistir durante un par de días: comida, agua y una pequeña daga muy afilada. También encontré yesca y pedernal, indispensables para hacer un fuego, e incluso una cálida manta, pero lo que más me sorprendió fueron las negras vestiduras que había incluido. Se trataba de una túnica de nigromante. La misma que usaba cuando mi tío me enseñaba sus hechizos.
Vestida totalmente de negro emprendí el camino sin mirar atrás.
Necesitaba ayuda urgentemente, de eso era consciente y no conocía a apenas nadie que pudiera brindármela. Un nombre pasó por mi imaginación. Alguien cuyo trato no me era muy agradable, pero que sin duda contaba con numerosos contactos. Una persona peligrosa, pero que conocía a Aidam y que sin duda me recordaría a mí. Me refería a Raqnor, el líder de la cofradía de ladrones de esa ciudad.
Me encaminé hacia la cofradía de ladrones con paso decidido y entré en el lugar donde un año antes habíamos conocido a Acthea. Decenas de miradas se clavaron en mí al verme entrar. La túnica negra que vestía imponía respeto. Nadie en su sano juicio deseaba enfrentarse con un mago oscuro, ni siquiera los más aguerridos guerreros, ni aun los más despreciables ladrones. Era pues como una coraza que me blindara contra la maldad de las gentes.
—¿Qué venís a hacer aquí? —Me preguntó el qué debía ser el vigilante de la puerta. Se trataba de un humano, pero su rostro tenía tal cantidad de cicatrices que costaba trabajo acertar cuál era su raza.
—Vengo a ver al maestro Raqnor —dije sin inmutarme.
—El maestro Raqnor... —comenzó a decir el portero, pero yo le atajé sin dejarle continuar.
—Él estará encantado de hablar conmigo —repliqué—. Por favor, llevadme a su presencia.
El vigilante dudó, pero no mucho.
—Seguidme, maga —dijo, cediendo.
Le acompañé hasta una habitación apartada y tras llamar a la puerta, me hizo pasar.
—Maestro, esta joven dice venir a veros.
Raqnor me observó desde su inmensa altura, frunciendo el ceño al ver mis vestiduras.
—Yo no trato con nigromantes —dijo.
—Ni yo lo soy —contesté. Me quité la capucha y dejé ante su vista mi rostro—¿Os acordáis de mí?
Raqnor pareció dudar durante un instante.
—Vos sois la joven que venía acompañada por un anciano mago y por mi amigo Aidam, ¿no es así?
—Mi nombre es Sheila y soy esa joven, efectivamente —aclaré—. Necesito vuestra ayuda.
En unos minutos relaté a Raqnor todas nuestras peripecias. Él escuchó con atención y con sorpresa a veces.
—¿Habéis logrado escapar de las garras de Dragnark el nigromante? Eso, querida mía no sé si creérmelo.
—Podéis confiar en que os digo la verdad. Dragnark está en estos momentos en un castillo a pocas millas de aquí. He de escapar de inmediato, pues estoy segura de que me perseguirá y a vos os conviene ayudarme. Si el nigromante se entera de que os he visitado tomará represalias contra vos y vuestro gremio, maestro Raqnor, podéis estar seguro de ello.
—¿Me estáis chantajeando?
—No es esa mi intención.
—A mí me parece que sí...De todas formas no hay que llegar a tales extremos. Sois amiga de Aidam y sus amigos también lo son míos. ¿Qué necesitáis?
Le expliqué lo que necesitaba y él asintió.
—No hay problema en ello. Tendréis esa montura y dispondréis de una modesta cantidad de oro —dijo Raqnor.
—Os lo devolveré todo en cuanto me sea posible —prometí.
—No tengáis cuidado. ¿A dónde pensáis ir? No sabéis el paradero de Aidam ni del resto de vuestros amigos, aunque si os quedáis un tiempo, podría tratar de averiguarlo... 
—He de irme. Yo averiguaré su paradero —dije muy convencida, aunque aún no sabía cómo hacerlo. Lo primordial en esos momentos era alejarme de mi tío cuanto me fuera posible.
—Ha sido un placer volver a veros, Sheila... Por cierto, ¿qué fue de Acthea? Pensé que regresaría al cabo de tres lunas, cuando hubiera cumplido su castigo.
—Acthea se encontraba bien en el momento en que me separé de mis amigos —dije—. Creo que nunca regresará, maestro Raqnor. No, no lo hará.
—El bueno de Aidam es capaz de volver loca a cualquier mujer, ¿verdad? —rio el líder de los ladrones.
—No os hacéis una idea —contesté y también sonreí.

...

Abandoné Piedra Plata galopando sobre un brioso corcel de un color blanco inmaculado y con mis alforjas repletas de oro. Raqnor había sido espléndido en su trato conmigo. Lamentaba haber tenido que amenazarle, sin embargo estaba contenta por el resultado. Antes de partir había comprado algo de ropa para mí; me disgustaba vestir aquella túnica todo el tiempo, aunque no la deseché, podría ser que tuviera que volver a necesitarla. La armadura de cuero que ahora llevaba puesta era muy cómoda y abrigada, sobre todo para un viaje tan largo como el que pensaba realizar en busca de mis compañeros. También me hice con un arco y un carcaj repleto de flechas. Eso y la daga que portaba me servirían de protección y también para abastecerme de comida por el camino. Estaba resuelta a hallar el paradero de mi padre y de mis amigos, aunque ellos ya se hubieran olvidado de mí. Cuando les encontrase les preguntaría el porqué de muchas cosas.

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