Capítulo 24. El elfo oscuro
Le expliqué a Aidam lo que haría falta para que mi amigo Bawdim acudiera a nosotros y él se puso manos a la obra reconociendo que era un plan muy astuto. Tan solo era fácil de prever. Alguien como Bawdim nunca dejaría pasar la oportunidad de llevarse un buen puñado de oro de una forma sencilla, por eso dispuse que Lord Thomas, el Condestable de Rissem buscara a quién pudiera facilitarle las armas que necesitaba para su lucha contra los bandidos e hicimos correr la voz.
Yo por mi parte ultimé los preparativos, pues mi intención era también la de darle una pequeña sorpresa. Quid pro cuo que decían los antiguos o como la venganza debe servirse bien fría. Incluso bien helada.
Dos días después un grupo de soldados llegaba a la ciudad de Rissem con un nuevo invitado esposado de pies y manos y con la cabeza oculta bajo un oscuro capuchón.
—Todo tuyo, Sargon —dijo Aidam sonriendo. Él conocía mi plan y también mi venganza, porque se lo había contado todo.
Trasladaron al detenido hasta las mazmorras de la ciudad y le colgaron del techo, tal y como él había hecho conmigo en un pasado ya muy lejano.
—Os equivocáis —dijo Bawdim, al oír mis pasos acercándose hasta él. Aún llevaba puesta la capucha por lo que no pudo reconocerme—. No soy un contrabandista, solo soy un humilde mercader...
—¿Sois el infame elfo oscuro llamado Bawdim de Ellenford? —Pregunté cambiando mi voz por otra más grave.
—No he hecho nada. Tan solo soy acudí a la solicitud del Condestable y...
—¡Callaos! —Grité, aunque me estaba costando no echarme a reír. Aidam a mi lado observaba en silencio aquella puesta en escena—. Sois un ladrón y un contrabandista, aparte de un espía del malvado nigromante Dragnark. Lo sabemos muy bien.
—Eso no es cierto. Ya os he dicho que os equivocáis.
—No acostumbramos a equivocarnos —me volví hacia Aidam y le guiñé un ojo—. Soldado, ayudadme a sacarle toda la información a este vil despojo —dije.
—Sí, señor —contestó Aidam y llegó junto a nuestro detenido. De un tirón arrancó su capucha y la arrojó al suelo. Yo di un paso atrás, ocultándome en las sombras para que no me reconociese.
—Desolladlo hasta que termine hablando. Moledle a palos, quiero oír cómo crujen sus huesos.
Aidam tomó una de las manos del elfo oscuro y atenazó uno de sus dedos doblándolo hasta que estuvo a punto de partírselo. El elfo oscuro pidió piedad.
—¡Hablaré! ¡Os contaré todo lo que deseáis saber! —Gritó, bastante asustado.
—¿Cómo vais a responder si aún no os he hecho ninguna pregunta? —Pregunté y vi su expresión de perplejidad.
—¿De qué se me acusa? Ya os he dicho que os equivocáis...
—¿Me estáis tachando de incompetente? —Grité aún más fuerte.
Mi antiguo amigo se echó a temblar. Creía estar en presencia de un par de lunáticos.
—No, no... Por nada del mundo os insultaría.
—Entonces contestad —dije, tratando de no sonreír.
—¿Cuál es la pregunta? —Inquirió desesperado.
—¿Me tomáis el pelo? Soldado, dadle un par de buenos tirones en esas orejas de elfo a ver si lo recuerda.
Aidam tomó una de sus orejas y la estiró con fuerza.
Bawdim se echó a llorar.
—No entiendo nada —dijo entre sollozos—. ¿Cómo pretendéis que conteste a una pregunta que no me habéis hecho?
—Inventaos algo —dije, y esta vez no pude evitar reírme. Aidam a mi lado hacia enormes esfuerzos por no acabar riendo a carcajadas—. ¿Cómo decís? No os escucho.
Bawdim balbuceó una escusa, pero su miedo era muy grande.
—Me he cansado de esta conversación —dije—. Soldado, deshaceos de este truhan. Cortadle la lengua y las orejas. Las expondré como trofeos en mi salón.
—Sí, señor —dijo Aidam, sacando su cuchillo. Al verlo Bawdim se orinó encima, pero lo que hizo Aidam fue cortar sus ligaduras. Mi amigo se derrumbó en el suelo. Un segundo después nos escuchó reír a los dos.
—Has sido cruel. ¿Qué tal sienta? —Me preguntó Aidam.
—Es como saborear un plato muy dulce —dije yo, saciada mi venganza.
Bawdim alzó la vista y entonces me reconoció.
—¡Maldito Bastado! —Gritó—. ¡Hijo de una ramera! ¿Eres tú Sargon?
—¿Qué tal estás, amigo mío? —Pregunté.
—¿Cómo estoy? Pensé que dos lunáticos querían matarme. ¿Cómo crees que estoy?
—En algo lleva razón —asintió Aidam—, un poco locos sí que estamos.
—No te lo tomes así, Bawdim —dije—. Una broma hay que saber aceptarla. ¿No me dijiste tú eso mismo?
—¿Y has esperado todos estos años para devolvérmela?
—La paciencia es lo mío ya sabes —contesté.
—Me he meado encima —refunfuñó el elfo oscuro.
—Peor hubiera sido otra cosa... Necesito tu ayuda, Bawdim.
—¡Vete al infierno!
—Ya estuve allí y no es tal y como lo pintan —contesté—. Necesito tu ayuda.
—¿Para qué? —Preguntó el elfo oscuro ya más calmado.
—Para derrotar a un ser creado por Dragnark el nigromante —expliqué.
—¿Qué te traes tú con ese brujo?
—Queremos destruirlo —dije.
—Eso es imposible. He oído de lo que es capaz. ¿Por qué no le dejáis en paz?
—Dragnark es mi hermano —confesé—. A mí me toca responsabilizarme por él.
—¿Tu hermano? Creí que tu hermano se llamaba Ashmon.
—Cambió su nombre. Ahora hace llamarse Dragnark.
—Al diablo tú y tus líos familiares —rezongo Bawdim. Aún seguía picado por la broma.
—Si no lo haces por mí, hazlo por todos esos inocentes que morirán si no detenemos a Dragnark.
—No los conozco. ¿Qué pueden importarme a mí?
—Antes no soportabas las injusticias —Le recordé.
Bawdim me observó durante un segundo.
—Ni ahora —reconoció—. Pero Dragnark es un simpatizante del lado oscuro, como yo. No podría oponerme a él, son las reglas.
—Y no quiero que lo hagas. Tan solo necesito tu ayuda para detener a ese engendro que ha creado. Mi magia no funciona con él.
—Entiendo. Habéis chocado contra un escollo y recurrís a mí para que os solucione la papeleta, ¿no es así?
—Exacto —dije—. Además me debes una.
—Yo no te debo nada.
—¿Recuerdas lo de la Bahía Negra? —Mencioné.
—Tú sí que no lo has olvidado al parecer.
—No —contesté—. No lo he hecho.
Bahía Negra representaba un punto de inflexión en nuestra amistad. Hasta aquel momento, el elfo oscuro y yo éramos lo que podía calificarse como dos buenos colegas. Dos personas que compartían intereses y que trataban de subsistir. Fue entonces cuando la familia de Bawdim fue secuestrada por el infame asesino Lassar, un tipo a quien le debíamos dinero. Una enorme cantidad de dinero. Lassar amenazó con matar a todos los miembros de la familia de Bawdim si no le devolvíamos de inmediato el dinero que adeudábamos. Yo arriesgué mi vida ayudando a rescatar a su familia y Bawdim me juró eterna lealtad. Desde entonces siempre dijo estar en deuda conmigo y yo ahora pensaba cobrarme esa deuda.
—Por los viejos tiempos —dije alzando mi copa y esperando que Bawdim me acompañase en el brindis.
—Por los buenos y viejos tiempos —contestó él. Después ambos bebimos.
—El tiempo no parece haber pasado por ti, viejo amigo —dije. Su sangre elfica le hacía parecer igual de joven que cuarenta años atrás.
—Pues a ti parece haberte arrollado. Estás lamentablemente viejo.
—Gracias —dije.
—No hay de que. Ahora desembucha, ¿qué quieres exactamente de mí?
—Necesitamos tu magia oscura —expliqué.
—Yo no pienso ir a ninguna batalla —respondió Bawdim—. No soy tan joven como parezco.
—Lo entiendo, pero eres nuestra única oportunidad.
—No, hay otra forma. Lo que vosotros necesitáis es magia oscura para poder acabar con ese monstruo, ¿no es así?
Asentí.
—Pues yo os facilitaré un arma que os lo pondrá muy fácil. Un arma potenciada por un hechizo oscuro. Eso os valdrá.
—¿Tú crees? —Dudé.
—Estoy seguro. Yo crearé ese arma y tu joven amigo podrá lucirse derrotando a ese monstruo. Así de sencillo.
No creí que llegase a ser tan sencillo, pero accedí.
—¿Quién forjará ese arma? —Pregunté.
—Yo lo haré. Antes de comerciante fui herrero. Conozco todos los trucos del oficio.
—Muy bien. El Condestable te recompensará por ello.
—No quiero ninguna recompensa. Tan solo me bastará con una cosa.
—¿Cuál? Pide lo que quieras —dije.
—Lo que quiero es que te olvides de mí. Que borres mi nombre de tu cabeza como si nunca nos hubiésemos conocido y que lo que voy a hacer no llegue nunca a oídos del nigromante —dijo Bawdim.
—Si eso es lo que quieres, lo tendrás —contesté con seriedad.
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