Capítulo 23. El lacayo del mal

—Tiene tres costillas rotas y una de ellas le ha atravesado el pulmón, está muy grave, pero creo poder ayudarle —dijo Sheila—. ¿Podéis dejarme a solas con él?

Salimos y aguardamos junto a la puerta. Si alguien podía ayudar a Aidam esa era mi hija.
Sheila se sentó a los pies de la cama donde nuestro amigo yacía y la oí llorar. Luego sus palabras llegaron amortiguadas hasta mí, pero perfectamente audibles.
—Te mentí, Aidam. Te mentí cuando te dije que no te amaba, porque te quiero con toda mi alma.
Sheila esperó una respuesta que nunca llegó. Aidam no había recuperado el conocimiento desde su enfrentamiento con Zothar.
—Sé que mi destino me tiene encadenada y que nunca podremos estar juntos —continuó Sheila—, sin embargo eso no significa que pueda olvidarte. Sería como arrancarme el corazón del pecho y arrojarlo lejos.
Sheila posó sus manos sobre el pecho de Aidam y respiró profundamente.
—Te curarás, tienes una vida que vivir junto a Acthea. Ella te quiere con pasión y te dará la felicidad que buscas. Yo, desde este instante ya no existiré para ti.
La puerta estaba entornada y me asomé con cautela, entonces observé el milagro.
Las manos de Sheila adquirieron un tono rojizo cuando el calor que de ellas emanaba surgió con fuerza. Aidam pareció agitarse inquieto al sentir el contacto de aquellas manos. Luego su pecho se hinchó con una prolongada inspiración y abrió los ojos.
—¿Sheila? ¿Eres tú? —Dijo.
—Sí, Aidam, soy yo.
—Me has salvado la vida.
—Tienes que vivir —contestó ella—. Es necesario.
—¿Qué sucedió? No recuerdo apenas nada.
—Fuimos derrotados, Aidam. Zothar, el ser que Dragnark creó, es indestructible.
—Me acuerdo de él. Era muy fuerte. Nunca antes vi un ser cómo ese.
—Fue creado por la magia oscura y solo esta puede destruirle —explicó Sheila—. Volverá para terminar su trabajo.
Aidam hizo ademán de levantarse, pero Sheila se lo impidió.
—Debes descansar. Mañana estarás recuperado del todo.
Aidam volvió a acostarse.
—Te oí en sueños, pero no recuerdo... ¿Qué decías?
—No es importante. Lo único que importa es que te recuperes. Más tarde volveremos a hablar.
Sheila salió de la habitación y cerró la puerta tras ella. Todos la miraban espectantes.
—Se pondrá bien —dijo—, necesita descansar.
Acthea la tomó de las manos y las besó. Las lágrimas resbalaban por su rostro.
—Gracias, Sheila —dijo la joven.
Mi hija asintió y luego caminó hasta su habitación donde se encerró. No volvió a salir hasta la noche.

Aidam parecía recuperado del todo. Entré en su cuarto y vi que se había levantado de la cama y que procedía a vestirse, aunque todavía con dificultad. Al verme sonrió.
—Es increíble, ¿verdad?
Supuse que se refería a Sheila y asentí.
—Sí, lo es. Aunque no imagino lo que supone tener un poder tan grande.
—El poder de la vida y de la muerte —reconoció Aidam—. Es una gran responsabilidad.
—¿Cómo te encuentras? —Le pregunté.
—Cansado, pero estoy bien. Casi como si no hubiera estado a punto de morir. Y Sheila, ¿cómo está ella?
No supe qué contestarle. Parecía triste, pero también serena. Como si a fin de cuentas hubiera aceptado la realidad.
—Escuché lo que te dijo el otro día, pero no es cierto, Aidam. Sheila aún te quiere.
—Lo sé, viejo amigo, lo sé. Yo también la quiero...
—Y sin embargo también amas a Acthea.
—Sí. Estoy muy confuso, Sargon. Como si estuviera dividido en dos mitades.
—Entiendo cómo te sientes. Pero creo que es tu obligación elegir.
Aidam bajó la vista apesadumbrado.
—Tienes razón —contestó—. De esta forma estamos sufriendo los tres.
—Así es —concedí.
—Lo haré, viejo amigo, te prometo que lo haré, aunque creo que ahora tenemos asuntos más acuciantes que resolver.
—Te refieres a Zothar, ¿verdad?
—Sí. Sheila me comentó que Dragnark lo creó usando un hechizo de oscuridad y que tan solo la oscuridad puede derrotarlo. ¿Cómo podremos luchar contra él?
—Encontraremos la forma —dije—. Si queremos llegar hasta Dragnark, antes tendremos que acabar con su lacayo. Ahora sabemos que ni la fuerza ni la destreza ni la magia pueden derrotarle, por lo que habremos de buscar su talón de Aquiles.
—Eso suponiendo que tenga alguno. ¿Conoces a algún mago oscuro que quiera ayudarnos? —Preguntó Aidam sonriendo.
No dije nada, tan solo medité su pregunta. Luego sonreí.
—¿Qué? No era más que un chiste.
—Pues has estado muy acertado y sí, conozco a alguien que quizá pueda ayudarnos. Aunque no va a ser nada fácil convencerle.
—¿De quién se trata?
—De alguien que estoy seguro que no te caerá bien, Aidam —sonreí y demoré mis palabras para que Aidam captase su significado—. La única persona que puede ayudarnos es... Un elfo oscuro.


Aidam estuvo a punto de gritar.
—¡Un elfo oscuro! ¿De qué conoces tú a un elfo oscuro?
—Es muy largo de contar, pero resumiendo: En su día yo le hice un favor y ahora reclamaré su deuda.
—Esa gente no es de fiar, Sargon.
—Lo sé, pero Badwim lo será. Por la cuenta que le trae.
—¿Y sabes dónde encontrarle?
—No. No tengo idea de dónde puede hallarse en estos momentos, pero eso tampoco será un problema —contesté. La última vez que había tenido noticias de él había sido mucho tiempo atrás y no esperaba que aún siguiera residiendo donde yo pensaba. En realidad ni siquiera sabía si aún vivía.
—Badwim de Ellenford solía frecuentar los bosques de Habrich, que da la casualidad de que no están muy lejos de aquí.
—Habrich pertenece a los elfos dorados, ¿no es así? ¿Qué demonios hace un elfo oscuro entre los elfos dorados? Ellos nunca le permitirían acercase a menos de una legua de su ciudad encantada.
—Principalmente se dedicaba a comerciar, aunque también sé de buena tinta que realizaba contrabando y que a menudo era reclamado por sus poderes—expliqué—. Badwim fue desterrado de su aldea por dedicarse a la magia oscura, pero nunca se alejó mucho. Sus propios congéneres suelen tener tratos con él.
—Nunca lo hubiera creído —reconoció Aidam—. Normalmente los elfos oscuros se convierten en parias repudiados por la sociedad en general. La mayoría terminan siendo asesinados, cuando no se transforman ellos mismos en asesinos. En su mayor parte son mendigos y pordioseros.
—Badwim no. Él es especial.
—¿Y cómo fue que le conociste?
—Ya te dije que es largo de contar —contesté.
—Pues empieza a hablar, mago. Cuánto antes lo hagas antes acabarás.


La historia de Bawdim el Encantador

«Fue hace tanto tiempo que apenas lo recuerdo, dije. Por aquel entonces aún no era un verdadero mago y mis poderes eran más bien escasos, pero eso no significaba que no fuese por ahí tratando de lucirme. ¿Qué mago en ciernes no lo haría? Era muy joven, esa es la única escusa que tengo.
Sucedió que había llegado hasta un pequeño pueblo donde buscaban las habilidades que yo poseía, o que creía poseer, como más tarde llegué a advertir. Necesitaban la experiencia de un mago para combatir la amenaza que se cernía sobre el poblado. Desde hacía varias semanas una plaga de goblins robaba en sus campos y atacaba las granjas más alejadas, asesinando a las personas que allí vivían y llevándose el ganado que guardaban. Los goblins, cuando forman grandes grupos, pueden llegar a ser despiados, pero este grupo era pequeño y no estaba organizado. Lo formaban una docena de miembros, hambrientos y desesperados y más muertos que vivos. Llegué hasta su guarida que estaba situada en el sótano de un viejo granero abandonado y nada más verme huyeron en estampida. De todas formas pude apresar a uno de ellos y lo asusté lo suficiente como para que me contase lo que ocurría. Me dijo que un elfo oscuro era su líder desde hacía poco y que les había ordenado robar en las granjas cercanas. Le tenía tanto pavor, que prefería mil veces morir antes que sentir la ira de ese elfo sobre él. Le dejé marchar y procedí a buscar a ese elfo oscuro que, en definitiva, era el causante de todo el daño».
—Lo encontraste, ¿verdad? —Me preguntó Aidam, interrumpiendo mi relato.
—Sí, lo encontré —contesté—. Pero no fue nada parecido a lo que yo había imaginado.
—Cuéntamelo —pidió Aidam y yo continúe con mi relato.
«El elfo oscuro fue quien en realidad me encontró a mí. Nada más verme se rió en mis narices.
—No imaginaba que viniese a detenerme un mago novato—dijo con sorna.
No llegué a comprender cómo podía saber que no era más que un novicio, pero le planté cara sin dejarme asustar.
—Soy un verdadero mago y deberías ser más listo y no abrir esa bocaza, o tendré que cerrártela.
El elfo oscuro me observó como si hubiera dicho algo gracioso. Me fijé en él. Era alto, un metro ochenta diría yo, por lo que me sobrepasaba en varios centímetros y también parecía muy fuerte. Su cabello era largo y de un acerado color platino y sus ojos, jamás había visto antes una mirada como aquella. Eran tan rojos como una puesta de sol y en su interior brillaban destellos dorados, como ascuas en una hoguera.
—Bien, mago verdadero, ¿estás preparado para morir? —Preguntó y yo sentí como un escalofrío recorría mi espalda.
—Tú serás quien muera —solté semejante baladronada sin dejar de temblar, por supuesto.
El elfo oscuro se echó a reír y yo enrojecí de vergüenza. Después, una docena de apestosos goblins cayó sobre mí y me molieron a palos. Me golpearon con tanta brutalidad que pensé que todo había terminado para mí, pero no iba a a ser tan fácil. El elfo oscuro les hizo detenerse un minuto después y ordenó que me atasen de pies y manos. Luego se encaró conmigo.
—Vienes a mi casa y asustas a mis amigos y después me amenazas a mí —dijo, clavando sus pupilas escarlatas en las mías—. Te daré tal castigo que nadie más se atreverá a molestarme.
Varios goblins izaron la cuerda que me sujetaba por las muñecas y me alzaron del suelo hasta que no llegué a tocarlo con mis pies. Luego el líder del grupo se acercó hasta mí blandiendo un sucio y herrumbroso cuchillo.
—Te destriparé y dejaré que las alimañas devoren tus vísceras —me informó—. Tardarás en morir porque yo mismo me encargaré de mantenerte con vida. Al contrario que tú, yo sí que soy un mago de verdad.
Me eché a temblar, pero no fui capaz de decir nada. Mi fin estaba cerca e iba a ser muy doloroso.
El elfo oscuro se acercó hasta mí, cuchillo en mano y apoyó la afilada punta sobre mí estómago. Luego se echó a reír a carcajadas.
—Soltadle —dijo a sus fieles seguidores y los goblins me descolgaron—. Creo que ya ha aprendido la lección...
Me derrumbé en el suelo, temblando aún como un niño y no pude remediar echarme a llorar.
—A lo mejor imaginaste que era un sádico asesino —dijo, arrodillándose a mi lado—, pues no lo soy. Pero estoy harto del trato que recibimos. Seguro que en ese pueblo de mala muerte te contaron que íbamos por ahí robando y asesinando, ¿verdad?
Asentí como pude.
—Pues ni lo uno ni lo otro. Aquí mis colegas y yo solo tratamos de sobrevivir. Nunca hemos robado, ni tampoco asesinado a nadie, pero parece que a ciertas personas no les gusta nuestra presencia en estos bosques y han decidido exterminarnos de todas formas. Ahora que conoces la verdad, ¿qué harás?
El elfo oscuro me tendió la mano y me ayudó a levantarme.
—Mi nombre es Bawdim de Ellenford —dijo presentándose—. ¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Sargon —dije, algo más tranquilo ya al saber que no iba a morir—. Sargon aprendiz de mago —constaté.
—Pues encantado de conocerte Sargon aprendiz de mago. Déjame hacerte una pregunta: ¿Cuánto ofrecen por mi cabeza y la de los míos?
—Cien monedas de oro —contesté.
—¿Cien monedas? Sí que están desesperados. Por ese dinero incluso yo iría tras de mí —sonrió—. ¿Te apetece un sorbo de licor? Dicen que es bueno contra los sustos.
Fue así como conocí a Bawdim de Ellenford y como la amistad surgió entre nosotros. Claro está que nunca llegué a perdonarle semejante jugarreta, pero con el tiempo llegué a admirarle y a considerarme su amigo».
—Después de lo que te hizo, yo le hubiera cortado el cuello —dijo Aidam.
—Lo pensé —dije—. En más de una ocasión pensé en darle un escarmiento, pero después él salvó mi vida y todo quedó olvidado.
—Y ahora vamos a buscarle, ¿no es así?
—No hará falta. Él vendrá a nosotros —dije misteriosamente.

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