Capítulo 23- Dragnark, el nigromante

Era un brujo muy experimentado, mi nuevo compañero de viaje. Reconocí al instante sus oscuras artes al invocar un terrorífico ser, mitad murciélago y mitad escorpión y de un tamaño descomunal.

Él me miró sonriéndose al comprobar mi estupor.
—¡No creerás que voy a montar en eso! —Le dije.
—Lo harás, por el bien de tu sobrina. Y procura no molestarlo, estos seres tienen muy malas pulgas y no me gustaría ver como te clava su aguijón. Sería una muerte horrible y yo no sabría cómo explicárselo a mi señor.
—Es un alivio ver que te interesas por mi salud —dije irónicamente.
—Sí, tú ríete. Ya perderás las ganas de reír cuando estés en presencia de mi amo.
Hacía muchísimo tiempo que no veía a mi hermano. Aunque, no creía que quedara mucho de él. El mal debía de haberle consumido hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de humanidad. Ahora era tan oscuro como una noche sin luna, como los abismos insondables del alma, como la propia oscuridad.
—Acabemos de una vez con esto — dije, montando en el extraño carruaje que iba sujeto con arneses a la bestia, con toda la precaución posible —.  La vida de mi...sobrina se halla en peligro.
—Sabes, no creo que sobreviva —se sinceró Florián—. La dosis que le di es letal pasadas unas cuantas horas. Morirá antes de que regreses.
—Entonces tú también morirás, me encargaré de ello personalmente.
—Estas en tu derecho de intentarlo, viejo. Eso lo reconozco, pero comprobarás que no te será tan fácil.
Rió. Era una risa arrogante, burlesca y maligna, pero también reconocí algo más en ella.
Miedo.
Sobrevolamos las nevadas montañas grises, que desde allí no lo parecían al estar cubiertas de nieve por entero. El viaje fue relativamente corto. Nos hallábamos bastante cerca de la fortaleza del nigromante y al cabo de una hora escasa, pude ver la inconfundible silueta oscura de la torre.
Al no poder comunicarme con mi acompañante debido al fortísimo viento que soplaba a aquellas alturas, un viento gélido que amenazaba con congelar los pulmones al inhalarlo, comencé a pensar en el motivo de mi visita.
¿Qué podría querer mi hermano, de mí?
¿Creía acaso que éramos una amenaza y deseaba parlamentar una tregua?
¿O solo quería deshacerse de mí? Quizá pensaba que yo era el único que podía hacerle frente. Me gustaría ver su cara cuando comprobara que yo no era ni el único, ni tan siquiera el más peligroso de cuantos se le oponían. Sheila era muchísimo más poderosa que yo y posiblemente también que él mismo. Ella era la verdadera amenaza y eso no lo sabía.
Pero algún día lo comprobaría.
—Desmonta, viejo. Ya hemos llegado.
Habíamos aterrizado en una amplia plataforma que sobresalía de uno de los laterales de la imponente torre. Esta, construida con algún tipo de piedra oscura desconocido para mí, se retorcía como si algún mal la aquejara. Sus muros, paredes, arcos y almenas estaban terriblemente deformados. Era algo semejante a una enfermedad que hubiera podrido la alta torre dándole la apariencia de algo anormal.
—Un reflejo de la maldad que corrompe a mi hermano —murmuré por lo bajo.
—¿Decías algo?
—Sí, expresaba mi admiración por tan abominable construcción.
—La torre es un ser vivo —me aseguró Florián—.  Yo tendría cuidado con mis palabras.
¡Un ser vivo! Estaba a punto de echarme a reír, cuando el suelo fallo bajo mis pies y caí cuan largo era al suelo.
—Te lo advertí. Está viva y en constante sufrimiento. Deberías hacerme caso si quieres llegar con vida ante la presencia de mi amo. He visto a más de uno precipitarse al vacío, solo por escupir o por limpiarse las botas llenas de barro en este suelo.
Tragué saliva al comprobar que aquel joven estaba en lo cierto, porque al levantarme del suelo, vi que tenía las manos manchadas.
¡Era sangre!
—A mi amo no le gustó la torre cuando terminaron de construirla. Demasiado perfecta, dijo. Y nada podía ser más perfecto que él mismo. Por eso castigó al constructor y a la misma torre. La torre se llevó la peor parte al no poder morir, sufriendo cada día que pasa una inmensa agonía.
La locura de mi hermano no tenía parangón posible. Estaba completamente desquiciado.
—Ahora sígueme y trata de no tocar nada.
Le seguí a través de un laberinto de pasillos y de salas. Las paredes lloraban sangre, los techos ennegrecidos parecían combarse sobre nosotros y un extraño lamento no dejaba de martillear en mis oídos. Eran gritos de dolor y no los pronunciaba ninguna garganta humana.
Sentí pena. Pena por algo que sufría y que no lograba descanso. Y después sentí rabia, una rabia sin medida al comprobar en lo que se había convertido mi hermano.
Llegamos al fin a una amplia sala muy mal iluminada. Solo un par de antorchas estaban encendidas, creando una molesta sensación de penumbra. Claro que, para lo que había que ver, era demasiada iluminación. Más que un salón del trono aquello parecía una cámara de torturas. El trono en sí, retorcido como la misma torre, estaba construido con cráneos, humanos y de otras especies que no me atrevería ni a imaginar. El respaldo era el costillar de algún ciclópeo animal, cuyas vértebras se entrelazaban de una forma grotesca creando un horripilante armazón y los posa brazos eran tibias humanas descarnadas, huesos amarillentos reluciendo a la escasa luz de las antorchas.
En el trono, sentado en una postura antinatural, casi como si se hubiera dejado caer en él, estaba mi hermano.
Apenas le reconocí. Su delgadez era extrema y la piel de su rostro aparecía quebradiza y deslustrada. Solo sus ojos permanecían vivos y mucho más astutos que antaño. Unos ojos llenos de vida, en un cuerpo muerto.
—Hermano —dijo con una voz rasposa y grave, una voz que no reconocí—. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Eres un viejo...!
—Me conservo bastante bien, Ashmon —no como tú, pensé.
—Ese nombre ya no significa nada. Ashmon murió. Yo le maté.
—Igual que piensas matarme a mí, ¿verdad? ¿O a tú propia hija...?
Dejé las palabras en el aire, esperando una contestación que nunca llegó.
—Siempre tan melodramático, Sargon. No has cambiado nada. Sigues siendo tan patético como lo eras entonces.
Rió, y su risa parecía el estertor de un cadáver.
—Patético e infantil —continuó con sus insultos—.  Pero has venido. Has tenido el valor para presentarte ante mí y eso es muy loable... Ingenuo, inútil, pero valeroso.
—¿No esperabas que lo hiciera?
—No, al contrario, estaba seguro de que vendrías y hasta puedo imaginar tus verdaderos motivos...
—He venido para salvar a Sheila —protesté.
—No, Sargon, eso no es cierto. Has venido para matarme a mí...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top