Capítulo 22. Huir o morir
Aidam nos guio hasta el campamento enemigo, tal y como habíamos hecho en aquella otra ocasión, cuando capturamos a Lord Reginus. Solo que esta vez nada salió tal y como habíamos planeado, pues el enemigo parecía esperar nuestra llegada.
Nos escondimos muy cerca del lugar donde almacenaban las armas y donde ocultaban un montón de barriles de brea con los que pensaban hacer arder la ciudad. Ese era nuestro objetivo.
Me agaché junto a él y esperé sus órdenes.
—Hemos de hacer arder todo este almacén —dijo nuestro compañero y líder—. Prenderemos fuego a esos barriles y...
No pudo continuar, porque unos gritos alertaron de nuestra presencia. Uno de aquellos seres medio lagartos corrió para dar la alarma. Vi cómo Aidam desenvainaba su espada y echaba a correr tras él.
—¡Hay que detenerlo antes de que pueda avisar a los demás!
Aidam estaba a punto de alcanzarlo, cuando varios guerreros más se percataron de su presencia. Nuestro intento de no ser vistos había fracasado.
Aidam se defendió con coraje, mientras llegábamos junto a él. Dos de los guerreros reptiles habían muerto, pero aún quedaban cuatro con vida y uno de ellos logró al fin hacer sonar la campana de alarma. Su eco movilizó a todo el campamento y de repente vimos acudir a decenas de enemigos más que pretendían rodearnos.
—Hemos fracasado —dijo Aidam—. Tenemos que huir hacia la ciudad.
Se sentía molesto por no haber logrado su propósito, pero ya nada podía hacerse. Dentro de un instante nuestros enemigos serían demasiados para poder escapar.
—Sargon, necesito que crees algo que los detenga.
Asentí, pues había imaginado lo que pretendía. Conjuré un hechizo y una espesa niebla surgió a nuestro alrededor. Aidam asintió satisfecho.
—Regresemos —dijo.
Estábamos a punto de seguirle, cuando una sombra oscura se abatió sobre nosotros. Al principio pensé que se trataba de Dragnark en su forma de dragón, pero enseguida me di cuenta de que no se trataba de él, aunque aquello que nos sobrevolaba bien parecía un dragón.
—¿Qué se supone que es eso? —Preguntó Haskh sorprendido.
—No lo sé —contesté—. Parece un dragón, pero su tamaño es muy pequeño.
No era un dragón. Al posarse sobre el suelo advertimos que su forma era antropomórfica; tenía un par de fuertes y robustos brazos y también dos poderosas piernas, además contaba con una larga cola terminada en un aguijón y sus alas correosas eran muy parecidas a las de un dragón, aunque de menor envergadura. Debía de medir unos tres metros de altura y su feroz aspecto no presagiaba nada bueno.
—Ya sabemos qué fue lo que Dragnark creo en el altar de Phestius —dijo Sheila y me di cuenta de que llevaba razón. Aquel era el ser que el nigromante había conjurado. Una bestia diseñada para matar. Para matarnos a todos nosotros.
El monstruo se plantó delante de nosotros desafiándonos con su inteligente mirada. Luego sacó una terrorífica hacha que llevaba a su espalda y la asió con ambas manos.
—Venid, humanos... —dijo con voz grave y cavernosa al tiempo que mostraba sus afilados colmillos—. Disfrutaré matándoos.
Aidam no contestó, tan solo avanzó veloz hacia aquel ser dispuesto a decapitarlo, mientras nosotros no podíamos hacer nada para impedirlo. Aidam alzó su espada y lanzando un gruñido la descargó contra el monstruo, pero este paró el golpe con el filo de su descomunal hacha y contraatacó de inmediato. El hacha se abrió paso entre las defensas de nuestro compañero y lo alcanzó en el pecho. El sonido fue tal, que algo pareció desgarrarse y partirse a un tiempo. Aidam fue arrojado al suelo con ímpetu y luego no se movió.
Sheila y Acthea gritaron al unísono, mientras Haskh corría hacia donde Aidam había caído. El monstruoso ser le interceptó el paso.
—No sé lo que eres —dijo, dirigiéndose al semiorco—, pero morirás como tu amigo.
—¡Inténtalo! —Rezongó Haskh.
El hacha silbó cortando el aire, sin embargo Haskh la esquivó con facilidad. Un afilado cuchillo se materializó en la mano del semiorco, lanzando un sesgo. La sangre verdosa del monstruo brotó de una herida en su antebrazo.
—Eres rápido, para tratarse de un insecto —dijo aquel ser—. Pero no eres rival para mí. Zothar fue creado para aplastar y asesinar, no para ser vencido.
Aquel ser que respondía al nombre de Zothar, levantó el hacha con una facilidad asombrosa para tratarse de algo tan enorme y cuyo peso muy pocos hubieran podido levantar. Luego la volteó sobre el semiorco a una velocidad incalculable. Su fuerza debía de ser asombrosa. Haskh no supo reaccionar a tiempo apartándose de la trayectoria del arma y cuando está estaba a punto de partirle por la mitad, el hacha se desvió ligeramente, errando su ataque, sin embargo el hacha terminó por golpearle en la cabeza de refilón, dejándole sin sentido. Acthea le había salvado la vida arrojándose con violencia sobre el monstruo en el último momento y desviando su ataque. Zothar la observó perplejo y luego la agarró con su enorme manaza del cuello, arrojándola lejos, como si se tratase de un molesto insecto. La joven se estrelló contra una roca y tampoco se levantó.
Fue entonces cuando actúe. Mis amigos se encontraban en peligro y no había sido capaz de reaccionar. Mascullé las palabras de un hechizo para incinerarle y... Nada sucedió.
—La magia no tiene efecto sobre mí, mago—murmuró Zothar sonriente. Yo por mi parte no salía de mi asombro. ¿Cómo era posible?
Dharik tomó la iniciativa y disparó una flecha tras otra. Las saetas impactaron en la gruesa armadura que protegía a aquel ser y en su piel acorazada, rebotando inofensivas como si de simples palitos se tratasen. La risa de Zothar se hizo aún más audible.
Sheila tampoco había reaccionado. Había visto atacar a sus amigos y vio como todos ellos eran derrotados, por lo que no sabía qué hacer.
—¡Aléjate, Sheila! —Grité—. ¡Es indestructible!
Sheila no pareció hacerme caso. Cuando la vi avanzar contra el gigantesco monstruo temí por su vida.
Milay me abrazó asustada, imaginando lo que iba a suceder.
Zothar sonrió, hambriento de sangre y también avanzó hacia ella. El hacha en su mano lanzó un sesgo cortando el aire. Sheila no se detuvo, ni se dejó acobardar. El gigante alzó el hacha por encima de su cabeza y...
No quise mirar. Cuando abrí los ojos vi que Sheila aún continuaba con vida, pero no era capaz de explicarme lo sucedido. La expresión en el rostro de Zothar era de asombro e incredulidad.
—La ha atravesado limpiamente —musitó Thornill, tan incrédulo como yo.
Lo comprendí al instante. Por alguna razón la magia no surtía efecto en aquel engendro concebido por Dragnark, por lo que Sheila la uso sobre ella misma.
—Sé ha transformado en inmaterial —dije, aplaudiendo su astucia.
Sheila era en aquel momento tan intangible como el aire y nada ni nadie podía herirla. Vi los ímprobos esfuerzos de Zothar por alcanzarle con su hacha y entendí lo que mi hija se proponía. Quería dejarle sin fuerzas.
Sheila había sacado su arma, aquella fea y oxidada espada que encontró tanto tiempo atrás y que nos sumió a todos en esta aventura y la cogió con ambas manos. Un segundo después, Sheila volvía a hacerse material y atacaba. La hoja de su espada se hundía en la pierna de nuestro enemigo, atravesándola como si se tratase de mantequilla. Zothar gritó de dolor, mientras blandía su arma de nuevo, pero Sheila ya había vuelto a desmaterializarse. El juego continuó durante un tiempo, hasta que Zothar se dio por vencido, desplegó sus alas y alzó el vuelo, perdiéndose en la lejanía. La batalla había acabado en tablas, pero tres de nuestros amigos se encontraban heridos y temía que las heridas de Aidam fuesen de gravedad.
Corrimos hasta nuestros compañeros caídos y vimos que tanto Acthea como Haskh, se encontraban bien. Acthea había recibido un golpe bastante fuerte, pero no tenía ningún hueso roto y Haskh sangraba por un corte en la ceja, pero no eran heridas de gravedad. Al contrario que Aidam, que por más esfuerzos que hacíamos, no despertaba. El hacha le había golpeado en el pecho y su armadura, que había sufrido bastantes daños, fue la que le salvó la vida, sin embargo el golpe fue tan brutal que temíamos que tuviese alguna herida interna. Haskh se encargó de transportarlo hasta la ciudad sobre sus brazos. Cuando atravesamos el puente levadizo, el semiorco se derrumbó junto con Aidam.
—Estoy bien —dijo Haskh—. Solo un poco aturdido.
Llevamos a Aidam hasta nuestra posada y lo acostamos sobre una de las camas. Acthea se arrodilló junto a él, mientras las lágrimas resbalaban por su rostro.
—¿Puedes salvarle, Sheila? —Preguntó la joven.
Mi hija tan solo asintió.
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