Capítulo 22 -El siervo del mal

—No me lo creo —negó Sheila al escuchar a Aidam —. Ese joven no puede ser un asesino.

—Debes confiar en la experiencia de Aidam —dije yo.
—Puedes equivocarte —protestó ella encarándose con el guerrero.
—Quizás lo esté —reconoció él—, aunque no lo creo.
—Es un joven muy apuesto —dijo Acthea recordando cuando entre las dos le quitaron las ropas mojadas—. Y está muy bien dotado...Me refiero a...
—Sé a lo que te refieres —la interrumpió Aidam algo ofuscado—. Que sea un joven Adonis, no quiere decir que no sirva al enemigo. Propongo que le interroguemos en cuanto pueda contestar a nuestras preguntas.
—No le vais a tocar un pelo, Aidam. Él nos lo explicará todo, cuando pueda.
Sheila se había plantado delante del guerrero y le desafiaba con la mirada—. Dejaréis que de esto nos encarguemos Acthea y yo.
Aidam meneó la cabeza como dando a entender que estaba cometiendo una estupidez, pero no dijo nada, sabía lo que tenía que hacer y lo haría de todas formas. Aquel joven era un peligro, de eso estaba seguro al cien por cien y no iba a permitir que una alocada jovencita les pusiera en peligro a todos.
—Aidam, ¿me has oído bien? —Gritó Sheila al ver que el guerrero no le contestaba, mientras se rascaba el antebrazo compulsivamente.
—No sabía que eras tú la que ahora mandaba en este grupo.
—Pues sí, te estoy ordenando que te alejes de él...
—¿Ordenando? ¡A mí nadie me ordena nada! —Dijo Aidam levantando la voz.
—¡Si le haces algo a Florián...!
—¡Florián!... —Aidam chasqueó la lengua—. ¡Ahora es Florián!
—Sí, es su nombre, ¿no? No quiero que te acerques a él...
—¿Y si no qué?
—Entonces tendrás que marcharte... —Sheila no quería decir eso, no lo sentía, pero parecía como si fuera otra la que hablara por ella—. Tendrás que irte...
—Sí eso es lo que deseas, me marcharé ahora mismo...
—Sí, lo deseo...¡Vete! —Sheila se llevó las manos a los labios tratando de impedir que esas palabras salieran de su boca, pero ya era demasiado tarde.
Aidam se quedó estupefacto. Nunca se hubiera imaginado escuchando esas palabras por parte de Sheila. Pero lo dicho, dicho estaba. Allí ya no pintaba nada.
—Aidam...no...sé...qué me... —Sheila trataba de hablar, pero le era imposible hacerlo—...pasa.
La joven se llevó las manos al rostro como si un dolor muy fuerte le atenazara el cráneo. Luego su vista se nubló y cayó al suelo sin sentido. Fue Aidam el que rápidamente la levantó.
—¿Qué le pasa? —Me preguntó.
—No lo sé, Aidam. Pero no parece ella misma —contesté. Aquello me olía a magia oscura, de eso estaba seguro. Miré su brazo y vi la piel enrojecida y una pequeña herida. Me acerqué para olerlo y al fin lo comprendí.
—No, no era nuestra Sheila la que hablaba —reconoció el guerrero.
Creo que nuestro joven amigo tiene muchas preguntas que responder —dije, refiriéndome a Florián.
—¿Él?
—Sí, Aidam. Brujería. Creo que Florián es un siervo del mal, un brujo oscuro.


Florián aún no había recuperado el conocimiento, pero eso no impidió que Aidam lo levantara en vilo y lo zarandeara hasta hacerle volver en sí. El joven parpadeó y luego miró fijamente al guerrero a quien tenía a escasos centímetros. No parecía tener miedo y eso sí que era extraño.
—¡Habla! ¡Dinos quién eres!
—No creo que eso importe —dijo el joven con altanería—. Si me hacéis algo, ella morirá...
Aidam extendió sus brazos para estrangularlo, pero entre Haskh y yo mismo, conseguimos impedirlo, aunque no resultó fácil.
—¿Qué le has hecho? —Rugió Aidam fuera de sí.
—La ha envenenado —expliqué yo— ¿Qué has utilizado? Dínoslo o dejaré que mi amigo haga contigo lo que tiene en mente y no te gustará, te lo aseguro.
—Si me tocáis un solo pelo, ella morirá —volvió a repetir—. Mi amo solo desea llegar a un entendimiento contigo. Tú eres su hermano ¿verdad? Él desea hablarte. Deberás acompañarme.
—¿Y cómo sé que no se trata de una trampa? —Pregunté.
—No lo sabrás, tendrás que confiar en él. Pero has de saber una cosa, si no accedes, Sheila morirá entre terribles dolores. Ahora eres tú el que tiene que tomar una decisión.
No había decisión posible. Dragnark había ganado esta batalla. Todavía le quedaba por ganar la guerra.
—Iré —dije.
—Mi amo dijo que lo harías, yo no llegué a creerle. Veo que llevaba razón.
Aidam me tomó del brazo.
—No puedes hacerlo, Sargon. Sabes que es una trampa...
—No tengo opción, amigo mío. Sé que la dejará morir si no le obedezco.
—Pero es su propia hija. ¿Qué monstruo puede negociar con la vida de su propia hija?
Agaché la cabeza para que Aidam no adivinara mis pensamientos. Sí, era un monstruo, porque él ciertamente creía que Sheila era hija suya. Pero yo debía de esconder mis sentimientos. Si ahora Dragnark llegaba a adivinar nuestro secreto, Sheila no tendría salvación alguna.
—El veneno es lento —explicó Florián, dirigiéndose a mí—. Tardará unos doce horas en matarla. Si no ocurre ningún imprevisto estarás de regreso antes de esa hora y traerás contigo el antídoto. Mi amo no os desea ningún mal, si quisiera veros muertos, ya lo estaríais hace mucho tiempo.
Antes de salir del carromato, me acerqué a Aidam.
—Si no regreso y a Sheila le sucede algo, quiero que acabes con ese nigromante.
—Te lo prometo, Sargon. Puedes contar con ello. Aunque sea lo último que haga en esta vida, Dragnark, morirá.

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