Capítulo 2- Acthea nos cuenta su historia
-¡He dicho que no y no lo voy a hacer! -Gritaba Aidam enfurecido
-Yo tampoco quiero entregarle mis ojos a esa diosa o lo que sea -dijo Acthea con el miedo reflejado en su rostro.
-No tendrás que darle tus ojos, Acthea, solo algo que consideres importante para ti -dije yo, tratando de calmar los ánimos-, además no tiene porque ser algo material, puede ser un recuerdo, un sueño...
-Una pesadilla es lo que yo le daría a esa...a ese demonio -gruñó Aidam-. Eso, o un hachazo entre los ojos.
Miré al guerrero con una sonrisa, Aidam siempre era muy impetuoso, aunque en el fondo no carecía de cierta nobleza. Sabía que se sentía culpable de la perdida de nuestros compañeros, sobre todo porque se quedó paralizado sin poder hacer nada cuando estuvo frente al dragón, algo que nunca le había pasado con anterioridad. Pensaba que nos había defraudado. Por eso ahora se retorcía de impaciencia por recuperar a Sheila y demostrarnos a todos que aún podíamos seguir confiando en él.
-Todo se arreglara, Aidam, estoy seguro de ello.
-¿Tú no tienes miedo de conocer a una diosa, Sargon? -Quiso saber Acthea.
-Dioses o humanos, todos tenemos algo que nos hace iguales...La ambición. Además yo ya sé lo que le voy a entregar a Sherina.
-¿Y qué es, Sargon?
-Algo que no podrá rechazar, Acthea... Mi alma.
-¡¿Qué?! -Gritó Aidam- ¿Te has vuelto loco?
-No, no estoy loco. Le entregaré una parte de mi alma, una parte oscura y retorcida, una parte que no deseo tener. Y ella la aceptará encantada, podéis contar con ello.
-¿Y le pedirás a cambio esas joyas? -Preguntó de nuevo, Aidam.
-No creo que esté dispuesta a entregármelas de buena gana. Sherina, como ya imagináis es una gran tramposa. Muy astuta y retorcida. Intentará jugárnosla ofreciéndonos algo que nosotros anhelemos, pero que no sea lo que al final hemos venido a buscar. Será un entretenido juego...Pero, amigos míos -y aquí es donde me pongo serio-, no todo va a ser tan sencillo como entrar y pedir un deseo. Antes tendremos que ganárnoslo y para eso deberemos pasar unas cuantas pruebas. Solo los más aptos llegarán ante la presencia de Sherina.
-¿Qué pruebas son esas? -me preguntó la joven.
-Las pruebas son diferentes para cada persona. Pueden ser de valentía, de coraje, de lealtad. Nadie puede saberlo con anterioridad. Algunas pueden conllevar cierto...riesgo, es más, muchos aguerridos guerreros que entraron en ese templo, jamás volvieron a salir con vida.
-Esto se pone cada vez más interesante -gruñó, Aidam.
-De interesante no tiene nada -objetó Acthea-, estamos a punto de jugarnos la vida y eso siempre me lo tomo muy en serio.
-No tienes porque entrar, Acthea -le indiqué yo.
-No pienso quedarme atrás -contestó-, ya no soy una niña, Sargon. Sé asumir los riesgos como cualquiera.
-Nunca lo he dudado. En realidad considero que eres una mujer muy fuerte y sobre todo una parte muy importante de nuestro pequeño grupo.
Ella esbozó una sonrisa, aunque era una sonrisa algo triste.
-No soy fuerte, Sargon...soy débil, siempre lo he sido, durante toda mi vida...
-Salvaste mi vida enfrentándote tú sola a un ogro, conseguiste liberarme de las mazmorras de Dragnark, te he visto combatir, ¿por qué piensas eso de ti?
-Mi familia murió por mi culpa. En ese momento debería haber hecho algo y...no lo hice.
-¿Qué edad tenías cuando ocurrió eso? -Preguntó Aidam.
-Doce años...pero eso no me disculpa, yo les deje morir.
-¡Eras una niña! -Exclamó Aidam-. ¿Qué hubieras podido hacer?
-Cualquier cosa, salvo esconderme y eso fue precisamente lo que hice...
-Y ahora estarías muerta -le hice ver.
-Lo preferiría...
-¿Cómo ocurrió? -Quiso saber el guerrero.
-No tienes que explicarnos nada si no quieres -dije yo mirando muy seriamente a Aidam. Este se encogió de hombros dándose cuenta de su metedura de pata.
-Me hará bien contárselo a...a mis amigos.
Yo asentí con la cabeza.
-Sí, Acthea, eso es exactamente lo que somos, amigos tuyos y puedes confiar en nosotros.
-Lo sé...Fue, fue hace mucho tiempo. Mis padres eran agricultores, tenían una pequeña tierra para cultivar y a pesar de la pobreza que siempre nos rondaba, eramos felices. Yo era la hija menor de cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. Trabajábamos ayudando a nuestros padres en todas las tareas que podíamos, que no eran pocas. Yo, al ser la más pequeña, me encargaba de recolectar frutos, setas y todo lo que podía encontrar en el bosque que rodeaba nuestra casa. Una de esas mañanas me encontraba en el bosque recogiendo moras, eran los últimos días del verano. Recuerdo que aún hacía mucho calor, había sido un verano muy caluroso y pensé en acercarme hasta el arroyo para tomar un baño. El agua estaba fresca y apetecible, algo fría, pero era lógico tratándose de un torrente de montaña y yo disfrutaba chapoteando en sus cristalinas aguas.
»Fue entonces cuando los vi. Eran muchos, lo menos diez o doce. Bandidos supuse.
»Rápidamente salí del arroyo y busqué la ropa que había dejado extendida en la rama de un árbol. Ellos no me habían visto, seguían el camino que llevaba a nuestra casa. Sabía que si me daba prisa, podría avisar a padre y a mis dos hermanos mayores, antes de que esos hombres les pillaran por sorpresa.
»Aún estaba tratando de terminar de vestirme cuando alguien me agarró por la espalda y me tapó la boca con una mugrienta mano.
»-Mira lo que tenemos aquí, un patito nadando en el rio.
»El que hablaba era un hombre de unos cuarenta años, muy sucio y maloliente y sobre todo famélico. La hambruna que asolaba el Reino se había cebado con él y con todos los que le acompañaban. Gente desesperada que robaba a los viajeros en los caminos y asaltaban casas aisladas como la nuestra.
»El hombre me levantó en vilo como si fuera un fardo de patatas y yo, aunque me debatía tratando de morderle y lanzando patadas, nada conseguí.
»-Es una fiera -gruñó el hombre mientras me zarandeaba para que me estuviera quieta.
»-Rómpela el cuello y dejará de moverse -escuché que le decía otro de ellos.
»Me quedé muy quieta, no fuera a hacer lo que le habían sugerido e incluso contuve la respiración.
»El hombre me arrojó al suelo y caí lastimándome las rodillas, pero no grite.
»-Si gritas, te cortaré la lengua y se la daré de comer a los cerdos -me dijo el que había hablado anteriormente y que parecía ser el jefe del grupo -¿Me has entendido, niña?
»Yo agité mi cabeza diciendo que sí, que lo entendía perfectamente. En ese momento hubiera hecho cualquier cosa que me hubieran pedido, pues estaba muerta de miedo.
»-¿Está tu padre en casa, mocosa?
»Yo no respondí, le miré fijamente a los ojos con odio y bajé la cabeza.
»De un tremendo bofetón me hizo rodar por el suelo, comencé a sangrar por la nariz y el oído me zumbaba como si tuviera un panal de abejas dentro de la cabeza y el dolor era terrible.
»-Déjamela a mí, jefe. Ya veras como habla.
»El que había hablado era un chico bastante bajito, no debía de tener muchos años más que yo. Quince o dieciséis a lo sumo y su rostro me llenó de espanto. Nunca en mi vida he visto tanta crueldad reflejada en un rostro como en el de aquel joven.
»-Toda tuya, Dustin, pero cuando acabes nos tocará a nosotros divertirnos.
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