Capítulo 19 - El combate (2)
Todos corrimos hasta el receptáculo del juego. No teníamos permitido entrar, pero pudimos ver como Sheila conseguía ponerse en pie y hacernos un gesto para tranquilizarnos.
—Estoy bien —oímos que nos decía con su voz amortiguada por el yelmo —, puedo continuar.
Ahora Sheila estaba realmente enfadada, notaba el sabor metálico de la sangre en su boca y un fuerte entumecimiento en su pierna izquierda, pero el ardor de la sangre disipaba su miedo y el dolor.
La joven agarró con fuerza su espada y esta vez fue ella la que tomó la iniciativa. Acosó sin tregua a Frédéric haciéndolo retroceder. Sheila se encontraba muy fuerte con el manejo de la espada y ella lo sabía.
Golpeó varias veces la coraza de su contrincante y una de las veces logró penetrar la punta de su espada a través de una de las juntas de la armadura cerca del hombro.
Frédéric se agarró el brazo herido con un gesto de dolor. Por primera vez sentía que podía llegar a perder el combate. Eso hizo que se pusiera a la defensiva, tratando de buscar algún punto débil de la muchacha.
Lo encontró unos segundos después y rápidamente contraatacó a una velocidad vertiginosa.
Sheila sintió como la espada penetraba en su carne justo sobre su cadera. La vieja y oxidada armadura se tiñó del color rojo de la sangre y la joven dejó escapar un grito de dolor.
Frédéric, envalentonado, volvió a atacar con rapidez. Sabía que la muchacha estaba herida, no de gravedad, pero sí lo suficiente para restarle velocidad a sus movimientos. Era el momento que había estado esperando y sabía cómo aprovecharlo.
Sheila consiguió parar varias estocadas, pero sus fuerzas se agotaban a demasiada velocidad. En cualquier momento notaría el frío acero penetrando en su cuerpo y acabando con su vida.
Aidam se removía inquieto como una fiera enjaulada, si le hubiera estado permitido hubiera saltado al cuadrilátero, pero sabía que de hacerlo, Sheila sería inmediatamente descalificada y eso era lo último que deseaba.
La joven logró parar una nueva estocada con muchísima dificultad. El arma estaba a punto de caérsele de las manos y comprendió que una nueva embestida podría acabar con ella.
Sheila lanzó un grito que salió de lo más profundo de su pecho y de un formidable sablazo atravesó metal, carne y hueso.
Frédéric se desplomó junto a ella.
Aturdida, cansada hasta lo indecible y mareada, perdió el equilibrio y volvió a caer de rodillas al suelo.
Ahora sí que corrimos todos a su encuentro.
Aidam la levantó en brazos como si se tratase de una pluma y corrió con ella hacia la caseta del médico. Llegó en un instante y depositó a la muchacha sobre un banco cubierto con varias mantas. El curandero llegó al momento y procedió a soltar las piezas de la armadura.
La herida que había atravesado su costado no era de gravedad. El médico procedió a suturarla de inmediato. Lo peor era el rostro de la muchacha, el golpe que había recibido había desviado su tabique nasal. Volver a colocarlo en su sitio era una operación muy dolorosa. El médico le indicó a Aidam que la sujetara con fuerza mientras él procedía a colocar la nariz en su sitio.
Sheila lanzó un agudo chillido cuando con un certero movimiento el hueso encajó en su lugar correspondiente.
—Ya está —dijo Aidam acunando a la jovencita entre sus brazos—. Estoy muy orgulloso de ti, te has portado como una auténtica luchadora.
—¿Y Frédéric? —Balbuceó la muchacha.
—Muerto. Le partiste el corazón. Lo mismo que él pensaba hacer contigo.
Sheila escuchó el chiste de Aidam pero no pudo impedir echarse a llorar.
—Yo no quería matarle, solo darle una lección.
—Hay personas que nunca aprenden, Sheila. Él ya no volverá a hacer daño a ninguna otra joven.
Sheila miró sus manos manchadas de sangre y se dio cuenta de la enormidad de lo que acababa de hacer. Había arrebatado una vida y aunque se tratase de una cuestión de supervivencia, supo sin ningún tipo de dudas que era algo definitivo. Ya no había vuelta atrás.
—He matado a una persona, Aidam —sollozó la joven.
—Sí, lo has hecho, defendiste tu vida. No debes culparte por ello. Recuerdo la primera vida que yo arrebaté, era aún más joven que tú, un niño todavía. Sentí, lo que tú misma estás sintiendo ahora: Rabia, remordimiento, un profundo pesar; pero sabes qué, luego lo comprendí todo. Era él o yo. Nada más importaba.
—Lo sé...pero eso no me alivia en absoluto...
—Eso también lo sé. Tendrás que aprender a vivir con ello. No hay otra forma.
Cuando llegamos los demás, Sheila ya se había incorporado. Me fije en su rostro que iba adquiriendo un matiz ceniciento debido al golpe.
Haskh se acercó hasta ella y simplemente la dedicó una inclinación de cabeza en señal de respeto. El semiorco, un asesino consumado sabía reconocer una buen combate a simple vista.
Yo me di cuenta de los rastros que habían dejado las lágrimas en el rostro de la muchacha y sus enrojecidos ojos y capte de inmediato el terrible momento por el que estaba pasando.
—¿Te encuentras bien? —Le pregunté.
Ella movió la cabeza negativamente y luego se arrojó en mis brazos llorando de nuevo.
La abracé, mi pequeña sufría y yo no podía hacer nada por evitarlo.
¡Vaya padre que estaba hecho!
Quizás este fuera el mejor momento para explicárselo todo o quizás no.
—Sheila, sé por lo que estás pasando —susurré en su oído—, solo quiero que sepas que estoy contigo para lo que necesites. Estoy a tu lado, cómo siempre lo he estado, cómo lo estaría de ser tu...
—Mi padre, ¿verdad? —Me interrumpió.
¿Lo sabía? No, era imposible que lo supiera.
—¿Eres tú mi padre, Sargon?
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