Capítulo 17. Salteadores

Así fue como nos convertimos en invitados del jefe Kokor y de toda su tribu. Nos agasajaron con un banquete digno de reyes y todos se mostraron alegres y simpáticos. Todos menos Junok, quien nos rehuía y cuya mirada destilaba un profundo rencor.
—Creo que va a convertirse un problema—auguró Aidam y no andaba equivocado.
Nuestra estancia en el poblado fue de tres días en total, al cuarto hicimos los preparativos para nuestra marcha. Kokor nos regaló varias de aquellas monturas que usaban a modo de caballos y cuyo nombre era Sherimus. Los Sherimus eran híbridos de lagartos de la arena y de unas bestias parecidas a nuestros bisontes. De estos últimos habían heredado su grueso pelaje y de los primeros las garras y la larga y flexible cola que utilizaban para mantener el equilibrio. Fue bastante gracioso observar a mis compañeros montando en esas inquietas bestias.
—Yo preferiría ir andando —dijo Thornill, mientras trataba de sujetarse sobre su montura.
—Y yo también —reconoció Blumth.
—No es para tanto, maeses enanos —dijo Haskh—. Deberíais haber intentado montar en un Preniuss, unas bestias anfibias que habitan en las regiones más australes de Kharos. Eso sí que es algo peligroso. Sobre todo porque siempre están hambrientas.
Aidam rio la ocurrencia, pero también a él le costó subirse a su montura.
Antes de encaramarme a mi corcel me despedí del jefe Kokor con un fuerte abrazo. Me sentía dichoso de haber entablado esa amistad con alguien tan inteligente y comprensivo.
Cuando todos estuvimos montados en nuestros Sherimus, nos despedimos de la aldea y emprendimos la marcha. Nuestras monturas eran rápidas y estaban aclimatadas al tipo de terreno por el que transitábamos, por lo que recorrimos varias millas antes de detenernos para pasar la noche. Montamos un improvisado campamento junto a la orilla del río que nos llevaría de vuelta a casa y extendimos nuestras mantas sobre el suelo para dormir bajo las estrellas. Por la noche la temperatura refrescaba un poco, pero en ningún momento llegaba a hacer verdadero frío. Fue Haskh quien se encargó de hacer la primera guardia, después le relevaría Aidam y Dharik a este. Por último yo me encargaría de relevar a nuestro silencioso amigo. Así que aproveché para dormir hasta que me tocase mi turno.
Unas horas más tarde, Dharik tocó mi hombro para despertarme.
—Es tu turno, Sargon —dijo en voz baja.
Me levanté y tomé un sorbo de agua para despejarme.
—Acuéstate, Dharik —Le aconsejé—. Aún puedes dormir un par de horas antes de que amanezca.
Él asintió.
Durante un rato permanecí sentado, pero luego me levanté para estirar las piernas, fue entonces cuando me pareció escuchar un ruido que no supe interpretar. Sonó como un agudo silbido y me pregunté a qué animal podría pertenecer. No tuve tiempo de averiguarlo, porque de repente una sombra se materializó tras de mí y me agarró del cuello con fuerza. Intenté gritar sin conseguirlo. La fuerza del asaltante era desmesurada y tampoco conseguí hacer un solo movimiento. Aquel ser, pues no se trataba de un ser humano, me levantó en vilo con una sola mano y escuché crujir los tendones de mi cuello. Me estaba asfixiando.
—Ser muy valiente, mago, cuando poder usar magia—escupió una voz frente a mí que reconocí al momento. Se trataba de Junok—. Pero no serlo tanto ahora... ¿No?
La cabeza me daba vueltas y me sentí a punto de perder el conocimiento, cuando algo sucedió de repente y aquella férrea garra me soltó. Caí al suelo como un fardo junto con el grotesco brazo amputado de aquel ser que había intentado matarme.
Acthea se colocó frente a mí, protegiéndome con su cuerpo. Me fijé que su espada estaba manchada de sangre.
—¿Estás bien, Sargon? —Me preguntó. Respondí que sí como pude e hice intención de pedir auxilio, pero ella me lo impidió—. Yo me encargaré de ellos —dijo.
Frente a nosotros había cinco seres. Cuatro pertenecían a la aldea de donde veníamos, el otro era un ser espeluznante por cuyas venas corría sangre de ogro. Su brazo estaba cercenado a la altura del codo y su humor, como podéis imaginar, era de mil demonios.
—S-Son... demasiados —gruñí. Apenas podía hablar.
—No. Son exactamente los que necesito —dijo la joven y no entendí a qué se refería. Luego comprendí sus palabras.
Acthea blandió su espada y lanzó un ataque bajo. La espada silbó cortando el aire y amputó la pierna del ogro de un solo tajo. El herido se desplomó en el suelo, pero Acthea no le dejó reaccionar. De un golpe cercenó su cabeza. Luego se encaró con los demás.
—¿Creéis poder venir a robarnos? —Gritó—. Pues no. Ya no soy una niña asustada.
Al escuchar esas palabras recordé el duro trauma por el que tuvo que pasar siendo niña y en el que toda su familia murió. Acthea nunca se lo había perdonado y ahora revivía de nuevo esa escena.
Los cuatro atacantes trataron de rodear a Acthea, pero ella se revolvió con furia y atravesó el pecho de uno de ellos con su espada. Otro de ellos atacó con su lanza, justo cuando Acthea se recuperaba de su último movimiento y el filo del arma la hirió en el brazo. Ella hizo caso omiso a su herida y contraatacó con tanta rapidez que su atacante murió sin darse cuenta.
—¡Asesinasteis a mi padre! —Chilló la joven sin ser muy consciente de dónde se encontraba—. Y a toda mi familia... os mataré por ello.
Acthea cargó contra Junok y su compañero, golpeando al primero en el rostro y atravesando de lado a lado al segundo. Junok se revolvió tratando de coger su arma pero la joven volvió a golpearle de nuevo en el rostro con una furia que jamás habría reconocido en ella, haciéndole caer al suelo. Luego se irguió sobre él con la espada alzada y cuando estaba a punto de decapitarlo, yo intervine.
—No lo hagas, Acthea —dije, tomándola del brazo. Ella se revolvió sin reconocerme, pero luego la luz se hizo en su interior y bajó la espada.
—Debe morir —dijo la joven y yo asentí—. Tiene que pagar por lo que hizo...
—Y morirá, Acthea, pero debo ser yo quien lo haga —contesté—. Ellos querían verme muerto a mí y el castigo será mío, sin embargo antes quiero hablar con él.
Nuestros compañeros, alertados por la lucha, llegaron corriendo hasta nosotros.
—¿Qué ha sucedido, Sargon? —Preguntó Aidam.
—Me pillaron desprevenido —dije—. Es Junok y un pequeño grupo de compinches, pero gracias a Acthea estoy bien.
Sheila me abrazo asustada.
—Podrían haberte matado —dijo.
—Junok no se tomó muy bien su derrota —expliqué—. Sigue vivo. Impedí que Acthea lo matase.
—Por poco tiempo —dijo Haskh y le vi desenvainar uno de sus mortíferos cuchillos.
—No, Haskh. Seré yo quien acabe con su vida. Es lo justo —dije.
El semiorco asintió.
—Todo tuyo —dijo guardando el cuchillo.
Caminé hasta donde se encontraba Acthea y la abracé.
—Has vuelto a salvarme la vida, querida —señalé.
—No sé qué me ha pasado —confesó ella—. Por un momento creí que eran...
—Lo sé —la interrumpí—. Y esta vez has actuado bien. Gracias, Acthea.
Ella rompió a llorar y la abracé de nuevo.
—Tu padre estaría muy orgulloso de ti —dije.
Aidam trajo a nuestro prisionero y lo dejó caer de rodillas a mis pies. Venía atado de pies y manos y su rostro reflejaba el miedo que sentía. Aidam me tendió un afilado cuchillo y yo lo cogí. Me agaché junto a Junok y... corté sus ligaduras.
—¡Vete! —Le dije. Él me miró sin comprender—. No te guardo rencor. Puedes irte. Nadie te hará ningún daño.
Junok no se lo pensó dos veces y echó a correr, perdiéndose en la lejanía.
Aidam cogió el cuchillo de mi mano y lo guardó en su funda.
—Nunca pensé que fueras a asesinarlo a sangre fría —dijo—. Veo que no me he equivocado.
Yo tan solo asentí.

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